Lápiz y Tinta - Capítulo 5

Apr 12, 2009 02:10


«Era un lugar completamente desconocido para ella, pero gracias a las páginas del diario sentía como si esa no fuese la primera vez que paseaba por aquellas calles, de igual forma que sentía que conocía a Celia pese a no haber sabido nunca nada acerca de su existencia.»



5

«Barrio Pesquero.»

Hacía lo menos cincuenta años que no pisaba aquellas calles. María observó con detenimiento cada rincón de la entrada al barrio antes de salir del taxi que la había llevado hasta allí. Resultaba increíble como todo parecía seguir en su lugar. Era como si las viejas vías del tren -ahora ya inservibles- que separaban el Barrio Pesquero del resto de la ciudad hubiesen servido como barrera al tiempo. Todo seguía siendo exactamente igual. Quizás las aceras fuesen más nuevas y la carretera estuviese asfaltada, pero lo esencial no había cambiado en absoluto.
       Abrió su paraguas plegable y se encaminó hacia el centro del Barrio. Tuvo la sensación de dejar todo atrás, como si hubiese dejado el peso de las últimas cinco décadas de su vida junto a las vías del tren.
       En realidad, no sabía que había ido a hacer allí. Hacía mucho tiempo que no tenía nada que ver con aquellas calles ni con aquella gente. Su lugar no era aquel. Pero sin embargo, por mucho que no tuviese razones que justificasen su visita, allí se encontraba, caminando en busca de unas personas que ni siquiera sabía si seguirían viviendo.
       Llegó hasta la iglesia y, sin pararse a pensar en más, abrió la puerta y entró. La iglesia era el lugar en el que tenía más seguro encontrar a alguien. Habían pasado muchos años y no sabía si el párroco seguiría siendo el mismo, pero siempre sería mejor empezar a buscar por allí que ponerse a dar vueltas sin sentido a lo largo de todas las calles.
       Se detuvo junto a la puerta y echó un vistazo. Al igual que le había ocurrido al apearse del taxi, tuvo la sensación de volver atrás en el tiempo. Se apoyó contra la pila de agua que había a su lado e introdujo un dedo. La imagen que le devolvió el reflejo parecía ser lo único diferente después de todos aquellos años. Cerró los ojos un instante y, sin poder hacer nada por evitarlo, los recuerdos invadieron su mente.

Apenas eran dos niñas por aquél entonces, al menos ella se veía a sí misma todavía igual que a una cría. Aquel fue el primer verano que pasaba lejos de casa, la primera vez que viajaba sin la compañía de sus padres.
       La vida en casa de sus tíos era completamente diferente a lo que ella estaba acostumbrada. No tenía ni que tocar los paltos después de haber terminado de comer, y mejor no pensar en hacerse su propia cama... Nunca antes había vivido entre tantos lujos. Por supuesto que sus padres no eran pobres, pero no llegaban a alcanzar el nivel económico que había tenido Alfonso, el marido de su tía, durante toda su vida. Un ejemplo más de las innumerables diferencias entre las dos casas era el chófer. Ellos ni siquiera tenían coche propio, por lo que disponer de una persona que te llevase allí a donde necesitases ir le resultaba sumamente extraño. Como en esos momentos por ejemplo. Su tía estaba hasta arriba de recados y les había encargado a ella y a Celia, su prima, que se acercasen hasta la iglesia y le dejasen al párroco unas ropas viejas. Bueno, mejor dicho, Celia se había encargado de convencer a su madre para que dejase que fuesen ellas dos solas.
       - Espero que no tengas pensado meternos en ningún jaleo. - le dijo a Celia después de que se hubieron alejado un par de metros del coche.
       Su prima curvó los labios en una amplia sonrisa y guiñó un ojo. Nunca la había visto tan emocionada por algo. Desde el día anterior estaba como en las nubes. No prestaba atención a lo que se le decía, los ojos le brillaban con mayor intensidad y, por encima de cualquier otra cosa, no dejaba de sonreír. María se negaba a creer que todo eso fuese por el encuentro que tuvieron con los dos muchachos del barrio.
       Celia empujó la pesada puerta de la iglesia y, entre las dos, tiraron de las bolsas de ropa hasta conseguir meterlas en el interior. Había más ropa en aquellas bolsas de la que cabía en el armario de su casa de Madrid. Ropa de sus primos de cuando eran pequeños, vestidos de fiesta, sábanas y mantas que ya no usaban a casusa de su desgaste, prendas que -según su tía Adela- estaban pasadas de moda… Con la mitad de todo aquello ella podría estar vestida durante todo un año. Respiró hondo y se apartó de la cara un mechón de la melena castaña que se le había escapado del moño. Todo en casa de sus tíos se hacía así, a lo grande; otra diferencia más a tener en cuenta entre las dos familias.
       - ¡María, ven! ¡Rápido!
       Alzó la cabeza y miró hacia Celia, quien la estaba llamando desde la otra punta de la iglesia. Por la urgencia con la que su prima estaba esperando, dedujo que no planeaba nada bueno. Resopló y la miró con algo de miedo antes de obedecer y acercarse a ella.
       - Encárgate de entretener al cura - dijo mirando por encima del hombro de María, controlando la puerta de la sacristía - Dile que estoy en el coche. Que se me ha olvidado algo o que me he mareado en el trayecto, lo que se te ocurra.
       - ¡¿Qué?! - preguntó sin poder contener un grito.
       - ¡Chtss! ¡Que te va a escuchar!
       - ¿Qué te propones?
       - Nada… - contestó con una mirada inocente -, sólo quiero salir curiosear un poco.
       - ¡Ni loca pienso dejarte salir sola a la calle!
       - ¡Que no grites! - la miró de forma severa y se llevó un dedo a los labios - ¿Acaso quieres que me descubran?
       - ¿Por qué no esperas a que terminemos aquí y vamos las dos juntas? - María bajó el volumen de su voz e intentó adoptar un tono suplicante. No le hacía ninguna gracia que Celia deambulase sola por aquellas calles.
       - Porque Antonio nos está esperando en el coche para ir a buscar a mi madre - explicó, haciendo un esfuerzo enorme por no perder la paciencia -, así que o aprovecho este rato o no tengo nada que hacer.
       - ¿Y si te ve al salir de la iglesia? - preguntó, conservando aún las esperanzas de que su prima cambiase de idea.
       - No me verá, tranquila.
       Celia le pellizcó en un cachete y sonrió de forma tranquilizadora justo antes de echar a andar hacia la puerta. María sintió como si el corazón se le hubiese subido a la garganta. No podía dejar que siguiese adelante. Si le pasaba cualquier cosa la responsabilidad caería sobre ella por haberla dejado marchar sola.
       - ¡Celia! - la llamó a voz en grito.
       La rubia se giró antes de abrir la puerta y le lanzó una mirada de advertencia. María se mordió el labio con nerviosismo y se acercó a ella de dos zancadas.
       - Lo siento - se disculpó bajando el tono de voz -, pero de verdad que no creo que sea una buena idea… ¿y si te pierdes?
       Celia volteó los ojos.
       - No me voy a perder.
       - Pero ayer nos perdimos - replicó ella sin dar su brazo a torcer -, y éramos dos. No sería raro que te perdieses hoy tú también.
       - Iré dejando migas de pan para encontrar el camino de vuelta, igual que en el cuento - le revolvió el pelo de forma cariñosa y sonrió con ternura - No te preocupes, María, volveré antes de que empieces a echarme en falta - y guiñando un ojo - Tú solamente ocúpate de mantener ocupado al sacerdote.
       - Pero…
       - ¡Pero nada! - interrumpió antes de que pudiese decir algo más. - ¿Sabes que eres incluso peor que mi madre?
       - Ya, como quieras… pero a menudo deberías hacernos un poco más de caso a cualquiera de las dos. - añadió con los puños apretados pese a saber que su prima ya no la escuchaba.
       Celia volvió a sonreír y huyó antes de que alguien pudiese descubrirla en la iglesia. María volteó los ojos y resopló. Y encima tendría que entretener al cura… No se le daba demasiado bien relacionarse con desconocidos, estaba segura de que no iba a ser capaz de encubrir “la escapada” de su prima. Cruzó los dedos para que por lo menos no tardase demasiado en regresar. Con un poco de suerte, quizás lo hiciese antes de que el párroco saliese a recibirlas.
       - Y en el cuento las migas de pan no sirven para nada - siguió diciendo para sí misma, hablando de igual forma que lo hubiese hecho de seguir Celia a su lado -, se las comen los pajaritos…
       - ¿Hablas con alguien?
       Se sobresaltó al descubrir que no estaba sola en la iglesia y pegó un grito. Cuando se dio la vuelta se encontró con un muchacho un par de años mayor que ella que la miraba con expresión confusa desde lo alto del altar. Tenía el pelo corto y de un color castaño claro, sin llegar a ser rubio. María dio un paso atrás y le observó con detenimiento. Tenía algo que le hacía parecer mucho más serio y maduro de lo que correspondía a un muchacho de su edad.
       - ¿Debes de ser Celia, no? - preguntó él después de unos minutos en silencio.
       María negó de forma frenética. Entornó la mirada e intentó ubicarle. Sabía que le había visto con anterioridad, pero no conseguía ponerle nombre.
       - Me llamo María… - contestó sin quitarle los ojos de encima.
       - ¡Ah! ¡Es verdad! - sonrió tras ser consciente del parentesco- La sobrina de Adela, ¿no es así?
       María asintió y señaló hacia las bolsas, preguntándose de nuevo por la identidad de aquel joven.
       - Estoy buscando a Alberto. Mi tía me ha encargado que le traiga unas cosas.
       - Sí, ¿la ropa usada, no? - y acercándose hacia la puerta para recoger el pedido - Por cierto, ¿dónde está tu prima? Me dijo Adela que vendríais las dos.
       - ¿Has hablado con mi tía? - preguntó con extrañeza.
       - Claro, para avisarme de que seríais vosotras las que os pasaríais por aquí. - se volteó hacia ella - Soy Alberto.
       María abrió los ojos de forma exagerada.
       - ¿Tú eres el cura? - y recapacitando después de ser consciente de su manera de hablar - ¡Perdón! No debería tutearte… quiero decir, tutearle.
       Alberto rió ante su espontaneidad y ella sintió como se le subían los colores. Iba a matar a su prima en cuanto la viese. Si Celia no se hubiese marchado, ella no hubiera tenido esa metedura de pata. ¡Con razón le sonaba la cara del muchacho! Era a quien había visto hablando el día anterior con sus tíos en aquella misma iglesia, pero Celia la sacó a tal velocidad a la calle que no tuvo tiempo ni de deducir que se trataba del párroco. Aunque en realidad, no sabía porque se había sorprendido tanto, no era tan raro encontrarse con curas de esa edad… puede que ella estuviese acostumbrada al anciano que dirigía la parroquia de su barrio, pero era lógico que también hubiese gente joven dedicándose a la religión.
       - Mejor que me trates de “tú”. Bastante mayor me hacen sentir ya todas las señoras que vienen por aquí cada día - volvió a girarse hacia las bolsas y cargó con un par de ellas - ¿Me ayudas a meter todo esto en la sacristía? Tengo misa en algo menos de media hora y no creo que dé muy buena imagen tener la iglesia llena de bártulos.
       María asintió y cogió el resto de la ropa. Echó un rápido vistazo hacia la calle antes de seguir a Alberto a través del pasillo central. Ni rastro de Celia… como empezasen a preguntar por ella no iba a saber qué decir y se descubriría todo el pastel. Más valía que apareciese antes de que al chófer le diese por salir a buscarlas. Quizás pudiese arreglárselas con Alberto, después de todo era de su edad y parecía ser simpático, pero ni por asomo se veía capaz de mentirle a Antonio.
       - ¿Sabes qué sería perfecto? - le preguntó Alberto, sacándola de ese modo de sus elucubraciones. - Que me ayudases a ordenar un poco todo esto. Tengo tal cantidad de papeles inservibles y de cosas inútiles en la sacristía que estoy empezando a perder lo que realmente es importante.
       Ella sonrió y volvió a asentir. Al menos aquello la mantendría ocupada mientras esperaban a su prima. Abrió las bolsas y empezó a apilar la ropa en tres montones: prendas de niños, ropa adulta y sábanas, toallas y mantas. Alberto se sentó a su lado y empezó a ordenar una pila de papeles que tenía sobre una mesa.
       Ella aún no podía saberlo, pero momentos como aquel se convertirían en habituales a partir de aquella tarde.

Estaba sumida en un agradable sueño cuando alguien comenzó a zarandearla. Marisa todavía tardó unos segundos en abrir los ojos y aún un poco más en comprender donde se encontraba. Abrió la boca para soltar un bostezo y se llevó las manos a los ojos, restregándoselos con fuerza con la intención de despejarse un poco. Mientras tanto, la persona que se encontraba junto a ella seguía sacudiéndola de forma leve. Enfocó la mirada e intentó identificar aquella cara. Estaba aún más dormida que despierta…
       - Marisa, despierta. Venga…
       Los ojos castaños se acercaron más a los suyos y se vio tentada a cerrar de nuevo los párpados, pero los zarandeos, que pasaron de ser suaves a molestos, la despejaron por completo.
       - ¿Te vas a despertar de una vez o voy a tener que seguir sacudiéndote durante mucho más tiempo?
       Volvió a pasarse las manos por la cara y miró hacia ambos lados. Seguía en el autobús del colegio y era Lucas quién estaba a su lado, mirándola de forma severa y con los brazos cruzados por delante del pecho.
       - ¿Dónde estoy? - preguntó frunciendo el ceño con confusión y mirando de nuevo a su alrededor.
       - En el autobús escolar, ¿no es bastante evidente? - preguntó con una mezcla de enfado y diversión.
       Marisa le miró con odio. Su humor en aquellos momentos no era bueno precisamente y lo que menos necesitaba era que encima le tomasen el pelo.
       - Tienes suerte de que revise el autobús antes de marcharme, - continuó Lucas, ignorando su mala cara - porque de lo contrario te hubieses quedado aquí encerrada hasta mañana por la mañana.
       Se puso de pie de un salto. La primera idea que le vino a la cabeza tras abrir los ojos y verse en el autobús escolar había sido precisamente aquella, pero resultaba tan ridícula que la había desechado nada más pensarla. No podía haberse pasado de parada… su hermano la hubiera despertado al llegar a casa, ¿no? Lucas se apartó para dejarle paso y ella empezó a caminar a lo largo del pasillo del autobús, cerciorándose de esa forma de que no había nadie más a excepción de ellos dos. Resopló y ahogó un sollozo.
       - ¿Dónde estamos? - repitió una vez más, aunque sin esperar respuesta por parte de él.
       Se acercó al cristal y miró hacia la calle. Lo único que atisbó a ver a través de la ventana fue un montón de naves y almacenes abandonados. Con la suerte que tenía, lo más probable era que se encontrasen en el culo del mundo. Y para colmo estaba lloviendo. Odiaba aquella ciudad.
       - ¡¿Se puede saber por qué no me despertaste al llegar a mi parada?! - exclamó volviendo a situarse de frente a Lucas. - ¡Se supone que no deberías arrancar si no se ha apeado todo el mundo!
       - ¡Frena el carro! - Lucas alzó las manos por delante del pecho a modo de barrera y la miró con los ojos muy abiertos - ¡Eres tú la que te has quedado dormida! Yo no tengo porque estar pendiente de si os bajáis en la parada correspondiente. Se supone que sois mayorcitos y podéis arreglároslas solos, por eso es que ya no llevéis monitora como los críos de primaria.
       - ¿Y mi hermano es que es idiota? - siguió diciendo, hablando más para sí misma que para Lucas - ¡Le voy a matar! ¿Cómo se le ocurre dejarme durmiendo aquí arriba?
       Se apretó con fuerza las manos contra la cara. No podía creer que le estuviese pasando aquello. Muy pocas veces en su vida se había sentido tan avergonzada. Estaba echando la culpa a todo el mundo. A Lucas por no haber comprobado que se hubieran bajado todos del autobús y a su hermano por haberse marchado sin ella, pero en realidad sabía que la responsabilidad era solamente suya. Se llevó la mano a la cabeza y se apartó el flequillo de delante de la frente. Lo propio sería llamar a su padre para que la fuese a recoger, pero no quería ni imaginar el humor que se le pondría cuando tuviese que interrumpir su trabajo por una tontería como aquella.
       Volvió a resoplar - ya había perdido la cuenta del número de veces que lo había hecho en los últimos cinco minutos - y se agachó con resignación junto a su mochila. Pensó en llamar a casa en vez de al móvil de su padre, pero lo descartó al momento, ya que aunque María estuviese sin nada que hacer no tenía medio de transporte con el que ir a por ella.
       - ¿Qué haces? - preguntó la voz de Lucas a sus espaldas.
       - Llamar a mi casa para que vengan a recogerme.
       - ¿No sabías que los móviles están prohibidos en la escuela? - se acercó a ella y miró por encima de su hombro el teléfono que acababa de sacar - Si te lo ven te lo requisan. - y bromeando - Quizás debería requisártelo yo ahora mismo… creo que en el autobús tampoco se puede hacer uso de ellos.
       Marisa entrecerró los ojos y le miró mal. Si seguía bromeando todo el tiempo conseguiría ponerla de un humor de perros.
       - Lo tengo apagado - explicó, excusándose aún sin sentir que debiese hacerlo - Así no molesta a nadie.
       - En mi época de estudiante, los chicos de tu edad ni siquiera teníamos móvil- suspiró Lucas, intentando sonar melancólico.
       - ¿Y eso cuando fue? - Marisa le miró y torció la sonrisa - ¿Hace cuarenta años?
       - ¡Vaya! ¡Pero si la señorita tiene sentido del humor! - ironizó él - Menuda chispa que tienes, ¿eh? Aunque claro, olvidaba que hablo con una niña de… ¿Cuántos, quince o dieciséis años?
       - ¡Cumplo diecisiete el 12 de Diciembre! - contestó con los labios apretados y con una mirada furiosa.
       Puede que fuese una tontería, pero haber nacido a finales de año siempre había sido algo que la había molestado de sobremanera. No le gustaba nada ser de las pequeñas de clase, hacía que se sintiese mucho más inmadura que el resto. Y odiaba aquella sensación.
       Volvió a entornar la mirada, torciendo el gesto. Lucas parecía haber intuido que había dado en el calvo al meterse con su edad y la miraba de forma extraña, como si se estuviese aguantando las ganas de reír.
       - ¿Todavía tienes dieciséis? - peguntó con sorna - ¿Pero no se supone que en tu curso es cuando se cumplen los dieciocho?
       - Cumples dieciocho si has nacido entre enero y junio. - contestó Marisa, creyendo innecesaria esa explicación - Pero si resulta que has nacido entre septiembre y diciembre, como es mi caso, cumples diecisiete.
       - ¿Y si naces entre junio y septiembre?
       Le fulminó una vez más con la mirada. Seguramente se lo estuviese pasando muy bien con todo aquello, pero ella tenía los nervios a punto de estallar. Apretó el botón de encendido del teléfono y decidió dar por zanjada la tonta conversación de los cumpleaños.
       - ¿Me puedes decir dónde estamos? Si pretendo que me vengan a buscar lo mínimo es saber en dónde estoy pinada.
       - No es necesario que llames a nadie - replicó Lucas quitándola el teléfono de entre las manos -. Ya te acerco yo hasta tu casa.
       - ¿Tú? - Marisa le miró con una ceja alzada e intentó recuperar su teléfono.
       La perspectiva de seguir a solas con Lucas durante lo menos media hora más no le entusiasmaba en absoluto. Si le daban a escoger, incluso prefería el enfado de su padre que la compañía del conductor del autobús. Y más si iba a seguir con sus bromas durante todo el trayecto…
       - Sí, yo - contestó él con seriedad - Después de todo, mi trabajo consiste en dejaros en casa sanos y salvos. Además, no creo que a tu familia le haga mucha gracia tener que trastocar sus planes por venir a buscarte.
       - Tú no sabes nada de mi familia, así que no opines. - le dijo al mismo tiempo que le arrebataba el teléfono. - Y muchas gracias por tu ofrecimiento, pero prefiero que me vengan a recoger.
       - Bueno, bueno… como quieras. Tampoco era necesario que fueses tan borde.
       Le observó durante unos segundos y suavizó el gesto. Tenía razón… no había necesidad de ser tan borde, pero ese comportamiento era algo que no podía controlar. Normalmente era la persona más afable y tranquila del mundo, pero cuando se enfadaba se volvía un tanto insoportable. Y en aquellos momentos estaba demasiado enfadada consigo misma como para pensar en cómo tenía que tratar a los demás.
       - Lo siento, - se disculpó soltando un suspiro - suelo ser así de idiota cuando me cabreo.
       - Entonces si te cabreas a menudo ahora entiendo porque tu hermano te ha dejado aquí tirada.
       Tras esas palabras se arrepintió de haberse disculpado. Hizo fuerza por ignorar ese comentario y apartó los ojos de Lucas. Y luego la gente se extrañaba cuando decía que Lucas no le gustaba… ¿Cómo le iba a caer bien una persona con un sentido del humor tan pésimo?
       - ¿Me vas a decir de una vez en dónde narices nos encontramos? - preguntó, volviendo de nuevo al tono arisco.
       - En el Barrio Pesquero.
       Sin poder evitarlo, los ojos se le abrieron como platos y el teléfono se le resbaló de las manos. Miró a Lucas esperando encontrar en su cara muestras de que estuviese tomándola el pelo de nuevo, aunque era ridículo pensar así ya que él no sabía nada de Celia ni del diario.
       - ¿Qué pasa? - le preguntó él al ver la cara que se le había quedado después de su respuesta. - ¿He dicho algo malo?
       - ¿Esto es el Barrio Pesquero?
       Sin esperar su contestación se giró hacia la ventana. Sinceramente, se había esperado otra cosa al leer el diario. No pudo remediar sentirse decepcionada ante el paisaje que tenía delante de sus ojos. A excepción del autobús y de las naves abandonadas, no había nada más alrededor de ellos que pudiese dar muestras de que allí hubiese habido vida alguna vez. Ni barcos, ni casas, ni iglesias…
       - Bueno, no exactamente el Barrio Pesquero - explicó Lucas -, más bien esto sería como los alrededores. El centro del Barrio se encuentra al final de esta calle.
       - ¿Y qué hacemos aquí?
       - Aquí es donde aparco el autobús cada día - Lucas se encogió de hombros -, me pesca cerca de casa y no molesto a nadie.
       - ¿Tú vives aquí? - pregunto, abriendo otra vez los ojos de forma exagerada - ¡¿En el Barrio Pesquero?!
       - No - la miró con confusión. No entendía el porqué de tantas preguntas. - Yo vivo en Marqués de la Hermida, la calle de afuera. - se rascó la frente y frunció el entrecejo - ¿Por qué tanto interés?
       Pero Marisa no contestó nada. Le empujó para hacerse paso y se precipitó hacia la calle. La lluvia golpeó de pronto sobre su cara, haciendo que un escalofrío la recorriese de arriba abajo. Tenía la cazadora en el autobús, y aunque era de locos salir a la calle sin nada de abrigo con el mal tiempo que hacía, la idea de regresar a buscarla no pasó ni por su cabeza. Echó a correr calle abajo, escuchando a sus espaldas los gritos de Lucas y sabiendo que él estaba corriendo tras ella. Debía de pensar que estaba mal de la cabeza. La verdad, no podía culparle por ello… Incluso ella misma se lo planteaba en aquellos momentos. ¿Qué estaba haciendo? No tenía ningún sentido que se adentrase en un barrio desconocido en busca de algo que ni siquiera ella sabía qué era.
       Se detuvo de golpe al llegar a otra calle y curvó los labios en una sonrisa. Aquello ya era otra cosa. Habían dejado atrás los viejos almacenes y ahora se podía intuir algo de civilización. Aunque, pese a eso, la calle seguía pareciéndole mucho más tranquila que cualquiera de las que se encontrasen en pleno centro de la ciudad. Giró la cabeza y descubrió a lo lejos, a su derecha, otra calle mucho más transitada. Los edificios se alzaban al otro lado de la carretera y el tráfico parecía ser horrible. Tardó un par de segundos en darse cuenta, pero aquella había sido la calle por la que habían entrado a la ciudad cuando llegaron de Madrid. Nadie le había dicho nada, pero supo que aquella zona tan agitada no podía pertenecer al barrio. Era como si hubiese una barrera invisible entre aquella parte y el lugar en el que ella se encontraba.
       Cruzó de acera y observó dos barcos pesqueros anclados en un pequeño muelle. Uno tenía un color rojo intenso y el otro era verde, con la pintura algo más desgastada y raída. Y sobre todo le parecieron enormes. Nunca había imaginado que esa clase de barcos fuesen tan grandes. Cuando leyó el diario de Celia, en su mente se había formado la imagen de un bote mucho más pequeño que aquellos dos que tenía ahora delante.
       - ¿Cómo es posible que corras a esa velocidad? - jadeó Lucas cuando llegó a su lado - Buff… pensé que no lograría alcanzarte.
       Ella le ignoró y avanzó con la intención de adentrarse en el barrio. No pretendía encontrar nada en él -o a nadie, mejor dicho-, ya que no tenía ni idea de qué buscar; pero necesitaba verlo todo con sus propios ojos. Nunca había estado allí. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero gracias a las páginas del diario sentía como si esa no fuese la primera vez que paseaba por aquellas calles, de igual forma que sentía que conocía a Celia pese a no haber sabido nunca nada acerca de su existencia.
       - ¡Marisa! - Lucas la agarró de un brazo e hizo que frenase - ¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca?
       - ¿Qué pasa? - se encogió de hombros - Sólo quiero curiosear un poco.
       - ¡Está jarreando! Deberíamos volver al autobús, no sé ni para que saliste de él.
       Le soltó el brazo e hizo un amago de dar media vuelta y regresar, pero se detuvo al ver que Marisa seguía inmóvil. A medida que pasaban los minutos la lluvia caía con más fuerza. Lucas tenía el pelo y la ropa empapada y gotas de agua le resbalaban por la punta de la nariz. Supuso que su propio aspecto sería bastante similar al de él, pero no le importó demasiado. Notaba las piernas empapadas por debajo de la falda y tenía los calcetines chorreando. Tendría suerte si de esa no pillaba un resfriado… En una situación normal hubiese corrido a buscar refugio. Odiaba la lluvia. Hacía que su pelo se encrespase y que su temperatura corporal bajase de forma notable; lo único que conseguía quitarle el frío después de un buen chaparrón era un baño caliente.
       Respiró hondo e, ignorando una vez más a Lucas, comenzó a andar de nuevo. Acababa de darse cuenta de que al final de la calle estaba la iglesia y lo único en lo que podía pensar era en entrar en ella lo antes posible. Puede que no encontrase a nadie, pero tenía la corazonada de que aquel era el único lugar que le podía proporcionar respuestas a todas las dudas que le sugería el diario.
       - ¡Marisa! ¡¿A dónde vas?! - le escuchó resoplar detrás de ella, chapoteando sobre la acera al correr para alcanzarla - ¡Conseguirás que ambos cojamos una pulmonía!
       - ¡Pues regresa al autobús! - exclamó de mala gana - ¡Yo no te he pedido que vengas conmigo!
       - No pienso dejarte sola en un barrio que no conoces - y mirándola con la frente fruncida - ¿Qué es lo que te propones?
       - Nada que te importe.
       - ¡¿Sabes la hora que es?! - preguntó Lucas empezando a perder la paciencia - ¡Hace lo menos cincuenta minutos que deberías estar en casa! ¿Acaso estás mal de la cabeza? ¡No puedes pretender ponerte a hacer turismo en estos momentos!
       - ¡Yo no voy a hacer turismo! - se defendió - Además ya te he dicho que voy a llamar a mi padre, no es necesario que te quedes a esperar a que venga.
       - Y yo te he dicho que no te pienso dejar sola - replicó Lucas -, y menos aquí. Regresemos al autobús, allí si quieres puedes llamar a tu casa.
       - ¡Que no! No pienso subirme al autobús hasta que vayas a recogernos mañana por la mañana.
       - ¿En serio? ¿Y qué hago con tus cosas? - Lucas sonrió de forma triunfante - Porque te recuerdo que lo has dejado todo en tu asiento.
       Mierda. Se había olvidado por completo de sus cosas. Un pequeño inconveniente que no había tenido en cuenta… Lucas amplió la sonrisa al ver que había conseguido dejarla sin palabras, pero ella se empecinó aún más. A tozuda no le ganaba nadie.
       - Vale, está bien. Tienes razón.
       - ¿Cómo dices? - preguntó con la intención de mosquearla - ¿Que soy yo el que tiene razón?
       Marisa entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.
       - No te hagas el graciosillo, que bastante idiota eres ya de normal.
       - Vaya por Dios, regresó la borde. - e ignorando por completo la mirada envenenada que le lanzó Marisa - Venga, volvamos antes de que terminemos aún más empapados.
       - ¿Por qué mejor no me traes tú las cosas hasta aquí? - preguntó con la mayor amabilidad posible - Te dejo hasta que me acompañes a casa si quieres.
       - Da la casualidad de que para acompañarte a casa necesito el autobús - contestó Lucas sin dar su brazo a torcer -, así que no te queda otra que venirte conmigo.
       - Acompáñame a casa en taxi - sugirió, cruzando los dedos por detrás de la espalda para que accediese -. Después te pago yo el regreso también.
       - ¡Menuda tontería! ¿Para qué vas a pagar un taxi si tenemos el autobús aparcado a un par de calles?
       - ¡Porque no pienso volver a subir al autobús! - gritó, perdiendo totalmente la paciencia.
       - ¿Te pasa algo? - Lucas la miró con algo de preocupación - No pareces estar muy bien.
       Marisa volteó los ojos y le dio la espalda. Definitivamente, iba a resultar imposible tratar de que entrase en razón.
       - ¿A dónde vas ahora? - exclamó él al ver que empezaba a alejarse de nuevo.
       - A casa. - Marisa se volteó para verle la cara - Acabo de decidir que me voy por mi propio pie.
       - ¡¿Qué?! ¡No puedes hacer eso! ¡Te perderás!
       - ¡Oh vamos! Si no me he perdido en toda mi vida en Madrid no creo que me vaya a perder justamente en Santander.
       Lucas resopló y se revolvió el pelo, el que a estas alturas ya tenía completamente empapado.
       - ¡Esta bien! Tú ganas - y advirtiéndola muy seriamente - Espérame aquí mismo. No tardo ni dos minutos en regresar con tus cosas.
       Y se alejó corriendo antes de que Marisa tuviese tiempo de asimilar su suerte. Curvó los labios en una amplia sonrisa al sentirse libre. Pensó que no conseguiría deshacerse de él…
       Respiró hondo y se miró el reloj. Tendría que darse prisa si quería desaparecer antes de que Lucas regresase. Echó una última mirada hacia el callejón en el que se encontraba el autobús, comprobando de ese modo que Lucas hubiese desaparecido, y comenzó a correr con dirección a la iglesia.

Llevaba más de media hora sentada en la sacristía. Se estaba cansando de esperar a alguien que ni siquiera sabía si iba a venir. María miró la hora en el reloj que colgaba de la pared derecha y decidió que había llegado el momento de regresar a casa. Finalmente, su salida había resultado ser un fiasco. Volvía a casa con la misma información con la que había salido; es decir, nada.
       Se levantó y salió de la sacristía a la iglesia. Aunque sabía que se iba con las manos vacías, se alegraba de haber vuelto al Barrio. Había sido como dar un salto en el tiempo. Tenía la sensación de que llevaba muchos años con sus recuerdos enterrados y a veces era necesario volver la vista atrás.
       Cuando estaba ya a mitad de camino de la salida la puerta se abrió. María se quedó paralizada al reconocer a la persona que entraba en esos momentos a la iglesia. No podía ser… ¿Qué estaba haciendo allí? La imagen de Marisa con los cabellos y las ropas empapadas a causa de la lluvia no podía ser real.
       - ¡Yaya! - gritó desde la entrada cuando se volteó y la vio en el pasillo.
       La muchacha parecía tan sorprendida como ella. Se había quedado pálida y la miraba con susto, de la misma forma en la que miraría a quién la sorprendiese en mitad de una fechoría.
       - ¿Qué estás haciendo aquí? - le preguntó la niña cuando consiguió recuperar el habla.
       - Me parece que eso debería preguntártelo yo a ti, ¿no crees?
       - Me quedé dormida en el autobús de regreso a casa - contestó Marisa con la mayor rapidez posible.
       María se acercó a ella. Aquella era una de las excusas más pésimas que había escuchado a lo largo de toda su vida.
       - Vamos, niña… que nos conocemos. ¿Pretendes que me crea semejante tontería?
       - ¡Es la verdad! - se defendió ella - ¡Pregúntale a Miguel cuando lleguemos a casa! Me quedé dormida y el muy idiota no me despertó al llegar a nuestra parada.
       - No creo que tu hermano sea capaz de hacerte semejante jugarreta.
       - ¡Esto es el colmo! - exclamó abriendo los ojos y la boca de forma exagerada - ¿Él me deja abandonada dentro del autobús y encima la mentirosa soy yo?
       - A ver, ¿y cómo es que de quedarte dormida en el autobús has ido a parar justo aquí? ¿Acaso esta es la última parada del recorrido? Perdona que te diga, pero me cuesta creer que la gente de este barrio estudie en tu colegio.
       - Aquí no es la última parada - explicó con calma -, aquí es donde el conductor aparca el autobús.
       - ¿Y dónde está el conductor ahora?
       - En el autobús.
       La miró con algo de desconfianza, pero parecía bastante sincera en sus respuestas. Conocía a Marisa demasiado bien como para saber cuando estaba mintiendo y cuando estaba diciendo la verdad, y en aquellos momentos no enredaba con su pelo, no se mordía el labio y tampoco se retorcía las manos, gestos habituales que hacía cada vez que decía una mentira.
       - ¿Y tú que estás haciendo en esta iglesia?
       - Nada… escuchar misa, - mintió - ¿para qué voy a venir a una iglesia si no es para escuchar misa?
       Cogió la mano de Marisa y tiró de ella hacia la calle. Con un poco de suerte encontrarían un taxi antes de salir del Barrio. Ahora que se había encontrado con Marisa, lo mejor sería marcharse de allí lo más rápido posible.
       - Yaya… - susurró Marisa cuando estaban ya en la mitad de la avenida que salía hacia Marqués de la Hermida - ¿Puedo preguntarte algo?
       - Sí, dime - y antes de darle tiempo a hacer la pregunta - Dios mío, estás empapada. ¿Dónde tienes tu cazadora? Más vale que nos demos prisa en llegar a casa o cogerás una neumonía…
       - ¡Yaya, escúchame un momento! - la interrumpió, obligándola a que la mirase a los ojos - ¿Quién es Celia?
       No pudo verse la cara, pero estuvo segura de que aquellas palabras hicieron mella en su expresión. Al menos, ella se sintió palidecer.
       - ¿Qué? ¿Quién es quién? - preguntó intentando quitar importancia al tema, rogando porque su voz no sonase demasiado afectada - ¿Celia se llama alguna de tus nuevas compañeras?
       - No te hagas la tonta…
       - En serio, cielo - siguió insistiendo María, cada vez menos segura de sus palabras - No sé de qué me estás hablando.
       - Te estoy hablando de Celia, la hermana del abuelo.
       Dejó que sus ojos se abriesen como platos y se llevó una mano a la boca de forma inconsciente.
       - ¿Cómo…?
       - ¿Qué cómo sé que Celia es la hermana del abuelo? - preguntó Marisa por ella - Pues porque tengo su diario.
       Sintió como las piernas se le doblaban y agradeció estar cogida del brazo de la joven. No podía creer todo lo que esta le estaba diciendo. ¿El diario de Celia? Llevaba años pensando que ese viejo cuaderno estaba perdido, no entendía cómo había conseguido Marisa hacerse con él.
       - Aún no lo he leído entero - se rascó la frente y la miró con confusión -, pero no entiendo nada, yaya… ¿Por qué nunca había oído nada acerca de ella? - suspiró y siguió hablando antes de dejar que María pudiese objetar algo - Si has venido hasta aquí hoy es por algún tema relacionado con toda esta historia. Sé que si habéis estado todos estos años sin mencionar el tema, seguramente sea porque no te agrada hablar de ello, pero… yo sólo necesito que me aclares un poco algunas cosas. Tampoco te pido demasiado, ¿no?
       Observó a la muchacha durante unos instantes e intentó pensar con racionalidad. No sabía hasta que punto conocía Marisa la historia de Celia. Tenía su diario, pero ella misma había dicho que no lo había leído entero. Y tampoco la propia María sabía qué era lo que su prima había escrito en él. Respiró hondo y alzó un brazo para llamar la atención de un taxi que pasaba en esos momentos por al lado de ellas. Entró al vehículo pensando en que sería ridículo intentar fingir que no sabía nada acerca de lo que Marisa quería saber. Le gustase o no, ella se había hecho con el diario y había leído algo de él. No tenía sentido querer ocultarle las cosas a estas alturas. Estaba segura que de no hablar ella con Marisa, esta conseguiría encontrar las respuestas a sus dudas por sus propios medios.

♥: novelas, novela: lápiz y tinta

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