Sumisión:
Greta no sabía vivir de otra manera que no hacer lo que le dijeran sus padres o Ingrid, jamás se preguntó cómo sería vivir siendo ella misma, enamorándose de quien ella quisiera, en resumen: no sabía lo que era soltarse, o ser salvaje como la insoportable de Adela.
Y ella pensaba que no era necesario saberlo, ya que, tenía una bonita familia que se preocupaba por ella y estaba prometida con ni nada más ni menos que Enrique Linares, todos le decían que era suertuda, y ojala hubiera sido así.
Hasta que, vio a Kike junto a Agustín en el límite, engañándole a ella y quedando como la estúpida que iba a las aburridas reuniones con él, así fue como entro en la casa de Maca y todo su universo se cayó, que ser la niña buena a veces no le salvaba de eso.
Suspiro y miró la peluca, Domenechi sonrió de medio lado, hacer eso no sería bueno en su mundo…
Pero que mas daba, lo que no supieran, no le hacía daño.
“Greta por el día y Lola por la noche” Pensó para sí.
¿Quién diría que la niñita sumisa por las noches se volvería una chica traviesa que salía a cazar
Medicina
Observó la medicina que las raras de la otra casa habían traído, era un calmante de caballos, según había dicho Emiliano, una vez, hasta bromeando les había dicho a las chicas
“¡Ojala yo estuviera sedada para no soportarlas a todas ustedes!”
Se la había quedado por si acaso perdía el control al estar con esas enfermas, y menos mal que lo hizo, ella no sabía que iba a caer en ese abismo, observo la droga embobada ¿a quién le importaba sí ella moría? Digo, aparte de Rafa, y él lo superaría. Lloro en silencio. En el fondo agradecía que la joven Huerta le hubiera gritado que se desahogara.
Abrió el grifo de la tina y cuando acabó de llenarse, tomo un par de pastillas calmantes y se sumergió en el agua, eso podría haber sido la medicina completa para todo su maldito dolor y a su vez, su perdición.
Perdición que acabó cuando Adela y Mari la sacaron de la tina.
Tabaco:
La adolescente estaba allí, en el cuarto junto con otras chicas que, pese a que todas andan igual que ella por la misma razón, no intercambian palabras, simplemente se miran, esperando a que Andy llame a alguna de ellas, que normalmente suele ser ella porque es muy linda. Quizás demasiado.
Ella reza, reza para que pillen a Andy y lo metan preso, que la saquen de ahí, quiere ver a su madre y abrazarla.
Pero sabe que por ahora, ese sueño es imposible, la voz -sádica, imponente- de Andy la llama, con ese sonidito.
Ella obedece -como si tuviera otra opción, carajo- y va, es sencillamente una muñeca para Andy, tendría arreglo, y si no servía, la desechaba. El cuarto a donde se dirige huele a tabaco y a lujuria, mientras el nuevo cliente de Andy le comienza a quitar la ropa.
Pía detestaba el olor a tabaco, porque le recordaba ese jodido pasado.