Título: Concupis Ániman (Cuento 1 de Ánima)
Sección: Capítulo 1
Clasificación: NC-17, Yaoi
Géneros: Angst, AU
Parejas: KaiSoo
Resumen: Kyungsoo es un alma condenada a alimentarse del deseo sexual de la gente a través de los sueños para continuar con su eternidad. Pero en realidad Kyungsoo se encuentra vacío y hace tiempo que su cometido se ha vuelto monótono y vulgar. Una noche se cuela en el sueño de quien no debería y una extraña sensación comienza a perturbar su alma deseosa de sentimientos.
Nota: Aquí os dejo el primer cap del primer cuento de la saga Ánima. Esta vez se lo quiero dedicar a
joker_coker por ser la beta de este proyecto y más fiel lectora; a
jaystomp_virus y a
haru_inparadise porque siempre me apoyan y me ayudan a mejorar y finalmente, aunque no menos importante a
sarang_unnie quien, a pesar de la distancia, me apoya y lee; gracias a Jongin <3
Aviso: Encontraréis lenguaje muy burdo y brusco, y escenas muy duras de sexo.
El sonido de aquella vieja puerta con las bisagras oxidadas le recordó que todavía estaba en la tienda y, a pesar del inmenso sopor que se estaba apoderando de él, se mantuvo despierto. No era muy educado por su parte quedarse dormido en su lugar de trabajo; incluso tratándose de un trabajo que le había dado su tío.
Kim Jongin resopló elevando las bolas de polvo que se amontonaban sobre el escritorio que hacía de mostrador de aquel local. Sin apenas abrir los ojos y dejando caer pesadamente la cabeza sobre sus manos enredadas sobre la tabla de madera, observó el local. Necesitaba una limpieza con urgencia, cualquiera que entrase por primera vez en aquel sitio hubiese pensado que se trataba de alguna especie de almacén, o algún negocio en cese a punto de cerrar. Las telarañas y las acumulaciones de polvo se extendían más allá de la vista; Jongin pensaba muchas veces que tenía suerte de no ser alérgico, sino ya lo hubiesen tenido que ingresar.
Su tío, un hombre que hacía muchas cosas pero hablaba muy poco, había dejado de pasarse por el lugar algunas semanas atrás. Se había despedido de él con tan pocas palabras como indicaciones. Jongin estaba seguro de que tampoco necesitaría mucha información para llevar ese negocio prácticamente muerto. No entraba ni un alma, y aunque entrase alguien, siempre se trataban de curiosos que jamás preguntaban y menos compraban.
En aquellas ocasiones el joven de piel morena se mantenía atento desde la butaca observando a esa gente, con la vista puesta en sus pasos y movimientos, intentando que las moscas del aburrimiento se esfumasen de alguna manera. Pero normalmente no pasaba nada, y las únicas palabras que solía cruzar con alguien durante aquel trabajo tan soporífero eran "buenos días, buenas tardes, buenas noches y adiós".
Tomó de uno de los cajones una pequeña peonza de madera y la observó, parecía muy antigua, como la mayoría de las cosas en aquel sitio. Era de un color veteado, con partes cobrizas, pensó que quizás estaba hecha con caoba. Pero Jongin no tenía ni idea de maderas y árboles por lo que estaba seguro de que lo más probable era que se equivocase en su suposición. Pasó los dedos por la superficie acariciando las caras laterales del objeto geométrico; estaba bien pulido y resultaban suaves a pesar de que se veía que tenía grabados. Abrió uno de los cajones a su lado y sacó aquel cepillo, que en otras ocasiones había visto usar a su tío, y limpió el objeto hasta que pudo ver con claridad los grabados.
Se pasó la lengua por los labios examinando las imágenes, parecía una persona en diferentes posturas, lo miró por ambos lados girándolo sujeto por dos dedos ante su vista y luego lo colocó sobre su eje haciéndolo girar; bajó la vista apoyando su cabeza sobre las manos que se mantenían erguidas apoyadas en los codos y contempló como la imagen giraba y giraba generando el movimiento del grabado.
Jongin sonrió ante aquella curiosa animación, el dibujo estaba bailando, y aunque le parecía raro, podría haber asegurado que los pasos de aquel extraño baile no se repetían.
El sonido de la puerta abriéndose de golpe le sobresaltó y la pequeña peonza de madera dejó de moverse cayendo al suelo provocando un sonido seco y demasiado amplificado. Jongin alargó el cuello intentando alcanzar a ver quién era la persona que le había sacado de su entretenimiento, pero no vio a nadie. Se levantó y caminó hasta la peonza, la cual se había parado delante de un libro, que al contrario del resto de cosas que había en aquel lugar, no tenía ni una pizca de polvo.
-Anima -leyó en voz alta, y un escalofrío le recorrió la espalda.
El joven de piel morena se giró de nuevo hacia la puerta, descubriendo que todavía estaba abierta, y suspiró aliviado dando por hecho que el escalofrío en su nuca se debía, lo más seguro, por el contacto del aire frío de la calle, con el calor de su cuerpo.
Jongin no era un chico supersticioso, más bien era un muchacho que no hacía, ni quería hacer, preguntas de más. Se conformaba con cosas sencillas, con un puesto de trabajo común y estable, tiempo para estar con sus amigos, y sus perros. Jongin odiaba complicarse la vida, no le gustaban aquellas situaciones ambiguas que pudiesen llevar a malos entendidos, la verdad era que solía ser lo más directo y sincero posible; de esta manera se evitaba problemas, o eso creía él. Por ese motivo Jongin no creía en cosas raras, simplemente creía en lo que veía, en aquello en lo que podía estar seguro al 100%, sin complicaciones de más, sin quebraderos de cabeza de por medio y lo demás, bueno, aquello, sinceramente le daba igual.
Pasó la mano por encima de la tapa de aquel libro y de nuevo aquel escalofrío recorrió su cuerpo. Tenía que abrirlo y leer algo de lo que contenía aquella escritura. Algo muy dentro de él se lo pedía, más bien se lo gritaba. Bajó los dedos a uno de los extremos y lo agarró con cuidado, aunque quizás con más impaciencia que la que debería y...
-¡Buenas noches! -la voz de un hombre desde la entrada le sobresaltó; dirigió la vista hacia la persona que se encontraba a pocos centímetros de la puerta y suspiró volviendo la vista al libro.
-¡Buenas noches! -contestó con una de sus perfectas sonrisas naturales y comerciales-. ¿En qué puedo ayudarle?
Jongin caminó de nuevo hasta el mostrador llevando consigo el libro y colocándolo bajo uno de los estantes internos del mueble, como si se tratase de un acto rutinario y normal. El hombre en la entrada le siguió con la vista fija en la encuadernación.
La persona en concreto no parecía mucho más mayor que él, quizás dos o tres años, era alto y parecía extranjero. Llevaba el pelo mojado; Jongin miró por la ventana, había comenzado a llover; su ropa, de color negro y apagado, compuesta de una gabardina de tres cuartos ajustada a la cintura, y unos pantalones de traje, parecían caros y nuevos; y en sus enormes pies, a juego con el cuerpo, los zapatos de la mejor marca posible relucían en parte por su materia,l en parte por la lluvia que los había bañado antes.
El joven no respondió a su pregunta; empequeñeció sus ojos brillantes y negros alargando su sonrisa con ternura y comenzó a caminar por la tienda. A Jongin no le resultó extraño el paseo por el local sino aquella extraña sonrisa; además se había fijando en la manera con la que había mirado el libro, y su intuición, que nunca le fallaba, le decía que esos ojos ya habían visto antes aquellas hojas.
-Insisto -reiteró su presencia el moreno-. ¿No hay nada en lo que pueda ayudarle?
El hombre alto y extranjero permaneció un poco más en silencio caminando hasta un estante lleno de pequeños botes de colores; la luz de un coche se coló con avidez por los barrotes que cubrían por fuera la cristalera principal de la tienda y rebotaron sobre la superficie irisada de los objetos bañando de colores el perfil de aquel extraño personaje. Jongin le admiró por un momento y se sintió sumergido en una de aquellas viejas historias que tanto adoraba su tío, por un segundo creyó estar viviendo en una novela monocromática con tintes rojos, pero el extraño, a pesar de su apariencia de personaje de novela negra, se trataba de una persona real y dando la vuelta caminando sobre sus pasos se encontró, de repente, frente a frente con el muchacho de mirada soñolienta.
-Necesito el libro que tienes.
La voz de aquel joven sonaba al mismo tiempo dulce y áspera, con un extraño toque de familiaridad y algo escalofriante. Jongin se quedó paralizado, perdido en la profundidad de aquella mirada de azabache. Se pasó la lengua por los labios y cogió aire. El extraño, sin perder la sonrisa, insistió en su petición.
-El libro -continuó hablando con calma, sin elevar el tono lo más mínimo, pero aún así, infligiendo en su habla un tono de mandato intrínseco que el moreno no pudo dar por alto.
-¿Qué libro? -no sabía porque se estaba haciendo el tonto ante aquello, sabía perfectamente de que libro le estaba hablando pero, por alguna razón que desconocía, no quería darle aquel extraño ejemplar.
El joven de la gabardina metió su mano derecha en el bolsillo y sacó un reloj de mano color metálico con una cadena de eslabones parcialmente oxidados; parecía viejo y muy caro; dirigió la vista hacia el objeto mientras abría la puertecilla grabada con una especia de garra y, de nuevo, volvió a sonreír con calma.
-Siento haberle molestado entonces -concluyó su charla dirigiéndose de nuevo hacia la puerta.
Jongin le siguió con la mirada, esperando alguna puntillosidad sobre el libro, o alguna especie de aviso. Estaba seguro de que aquel extraño individuo le había visto guardándolo justo debajo de la mesa, y también estaba totalmente seguro de que ese, era el libro, sobre el que le estaba preguntando. Pero no pasó nada, una vez llegó a la puerta, la abrió y así como había entrado, casi sin ser visto, despareció entre las sombras de aquella noche lluviosa.
Jongin miró al reloj en la pared; era hora de cerrar. Caminó hasta la entrada y observó la calle empapada y ruidosa. Intentó distinguir la silueta, o la figura de aquel extranjero con acento indescifrable, pero no pudo ver nada entre el ir venir de las masivas cantidades de personas que toman rumbo a sus vidas. Cerró los ojos, se revolvió el flequillo y volvió al local.
Recogió todo lo que tenía que recoger y, cuando dio por hecho que todo estaba en su sitio, cogió el libro de su escondite y salió de la tienda cerrándola tras él, de nuevo aquel escalofrío recorriendo el cuerpo y la sensación de que algo estaba a punto de suceder.
Aunque no era muy tarde casi no había gente por la calle y la lluvia todavía caía pesadamente sobre el asfalto chapoteando en los charcos. Jongin caminaba sin fijarse mucho en sus propios pasos, perdido en sus cavilaciones sobre aquel extraño hombre, cuando la figura de un joven al otro lado de la carretera parecía caminar paralelamente a él.
Un coche cruzó la carretera levantado el agua del charco empapando parcialmente a Jongin y haciendo que se le cayese el libro al suelo, cuando se agachó a cogerlo los pies de otra persona le saludaron inesperadamente; lo recogió y elevó la vista hasta llegar a la cara de aquel otro chico.
Tenía los ojos grandes y brillantes, con la mirada perdida en algún punto más allá de Jongin, como si el moreno no estuviese allí de pie plantado frente a él o fuese invisible; su piel era blanca prácticamente traslúcida, la sombra de las venas se reflejaban como caligrafías sobre ella; tenía los labios grandes, aparentemente húmedos, como si momentos antes los hubiese estado lamiendo, o quizás porque la lluvia que caía los había mojado. Jongin recorrió con los ojos la figura de aquel joven, jamás le había visto antes por aquel lugar, en realidad pensaba que jamás lo había visto antes por ningún otro lugar. Tenía la ropa mojada y arrugada, como si se hubiese pasado horas bajo la lluvia, el pelo negro, cortado de manera bastante normal para un chico, le hacía caracolillos en la parte más al contacto con el aire y los mechones rebeldes se pegaban a su rostro de mirada ausente, dejando caer gota a gota el agua que se escurría por ellos.
No dijo nada, ninguno de los dos lo hizo, pero el más bajo, el joven totalmente empapado delante de Jongin abrió la boca para intentarlo, aunque no salió nada en absoluto. Jongin observó como alargaba la mano hacia él y pinceló con sus ojos oscuros la pulcritud del mármol con el cual parecía hecha su superficie. Tan etéreo, tan perfecto a los ojos, Jongin se sintió observando un fantasma, con miedo a tocarle por si su mano se difuminaba entre el humo invisible de su tangibilidad, con miedo a hablarle por si el trueno de su voz rompía lo mágico de aquella escena.
Pero ninguna de aquellas cosas fue necesaria, en cuanto la mano se deslizó a través de la lluvia con las gotillas cayendo en picado, lanzándose al vacío por aquellos largos dedos, los ojos del visitante inesperado se tornaron blancos y su cuerpo, pesado y sonoro, cayó contra la acera sin explicación aparente. Jongin se arrodilló de prisa a su lado y posó su mano sobre el pecho del joven comprobado que aún respiraba y verificando si su pulso era normal. Después de aquello miró a ambos lados de la calle, de nuevo desierta, y suspiró. No podía dejarle ahí tirado.
Se levantó y tanteó con la mirada entre las sombras de la oscuridad de aquel camino sin farolas, intentando divisar entre las idas y venidas de los faros de los coches alguna persona a la que acudir. Suspiró apesadumbrado al no encontrar a nadie y volteó para encontrase con aquel joven tirado en el suelo; pero en aquel lugar ya no había nadie.
Jongin estaba seguro de que ahí había estado alguien, que no se lo estaba imaginando, se frotó los ojos pero el suelo continuaba vacío y mojado. Se agachó y palpó la baldosa encharcada, estaba fría y no parecía que hubiese habido alguien sobre aquel lugar momentos antes. Se llevó la mano al flequillo y lo revolvió, aquel día había tenido emociones de más, era mejor que volviese a casa lo antes posible.
Llegó a casa cuando todavía estaba lloviendo, aunque la intensidad había aumentado a mitad de camino, y la leve mojadura que en un principio pensó que tendría, se acabó convirtiendo en un empapamiento en toda regla. Nada más llegar se quitó la ropa mojada y la dejó en la sala que hacía de lavandería, que tenía al lado izquierdo de la entrada. Caminó, tan solo con ropa interior, atravesando el pequeño salón en dirección a la cocina; tenía aquel libro en sus manos, lo contemplaba curioso, moviendo sus ojos hacia delante y atrás engatusado y entretenido. Llegó a la cocina y lo dejó sobre la encimera de mármol, abrió la nevera y sacó algo de la comida del medio día que aún quedaba, lo colocó en el microondas para recalentarlo y se fue a su cuarto para colocarse una camiseta y unos pantalones cortos; volvió a la cocina, sacó la comida ya caliente, cogió unos palillos, una botella y el libro bajo uno de sus brazos; caminó hasta la sala y se dejó caer sobre el sofá colocando las cosas debidamente.
Tras comer y beber hasta quedarse saciado se recostó sobre el mueble mullido y elevó el libro sobre su rostro, lo abrió y comenzó a leer en voz alta.
«Te devorará como si te tratases de su único alimento en años, beberá de ti como si fueses el origen de todas las fuentes. Se enredará como una cobra sobre tu cuerpo, tomará de tu alma cada brizna de vida y, a pesar de ello, querrás más. Aparecerá cuando no lo esperes, cuando no le quieras, cuando no le necesites, se irá cuando ya no quede más que robarte, cuando de ti tan sólo quede una cáscara vacía, algo sin sentimiento, sin vida».
Jongin pasó el dedo sobre las letras y luego bajó el libro hasta su vientre clavando la mirada directamente en el techo. Aquello resultaba demasiado absurdo. Elevó de nuevo el vetusto volumen hasta su margen de visión y dejó que las hojas se pasasen solas hasta que una, con partes escritas a mano, le llamó la atención.
«Jamás me he sentido tan encerrado como lo estoy ahora, pero aún así, de esta manera me niego a moverme, a rendirme y dar por vencida la sensación de la imposibilidad. Aquellos ojos se me clavan en el alma, me persiguen en mis pesadillas, me siguen por las calles, se reflejan en los cristales, en las ventanas, en el agua. Pero a pesar de ello, de nuevo, cada vez que aparece me rindo a sus brazos, a sus besos, a su tacto, disfruto como en un sueño olvidándome que las pesadillas también son sueños, y cuando despierto, me siento débil, tengo sueño, no tengo hambre, no puedo continuar. Él se ha convertido en algo más que una obsesión, se ha convertido en mi vida, y cada segundo que pasa siento, que al final, se la llevará por completo, y lo peor... no me importa».
Jongin se mordió el labio tras leer aquello, estaba seguro de que esa letra no era de la su tío y menos la de una persona que conociese, porque no le sonaba la caligrafía para nada. Cerró los ojos y bajó el libro hasta su estómago, cogió aire y luego lo expulsó lentamente intentando relajarse, se sentía muy cansado, las cosas extrañas que habían sucedido en ese día aún daban vueltas en su cabeza y todo ello le estaba pasando factura. Sitió que comenzaba a quedarse dormido pero un sonido justo detrás de él, en la zona de lavandería, le despertó de golpe. Se levantó y sintió que se mareaba un poco, quizás porque lo había hecho muy rápido, pero manteniendo el equilibrio consiguió volver a sostenerse en pié y caminó hasta aquel lugar.
Cuando llegó se encontró con que un gato pequeño y de color negro se había colado por su ventana y estaba intentando volver a saltar hacia a fuera. Jongin se acercó y lo tomó en sus manos, el animalillo tenía el pelo limpio y brillante, por lo que el chico intuyó que no estaba abandonado; los bigotes cortos y los ojos grandes. El gatito posó una de sus patas de cachorro sobre la palma de la mano de Jongin y maulló, muy bajito, como pidiéndole ayuda. Jongin sonrió y le acercó hasta la venta, el gatito saltó hasta ella y se dispuso a marcharse, pero antes de hacerlo, se paró como si se hubiese olvidado de algo y se giró. Jongin sabía que aquello que estaba mirando era imposible, pero aún así y a pesar de todo, estaba seguro de que su vista no le engañaba; aquel gato le estaba sonriendo.
El sonido de una melodía, al mismo tiempo conocida y extraña, comenzó a recorrer su casa procedente de la sala, o quizás de la cocina; Jongin se puso en alerta, algo raro estaba sucediendo. Sin pararse a pensar más en lo que había pasado con el gato corrió hasta el lugar del cual procedía el sonido, ante él, sin apenas ropa, el muchacho empapado de la calle le saludaba con amplitud indicándole con la mano que se acercase.
-Buenas noches Kim Jongin -pronunció el extraño con voz hipnotizante.
El aludido no podía apartar los ojos de él, de aquella mirada directa y atrayente. Se lamió los labios cuando sus ojos acariciaron la imagen de los contrarios y abrió la boca para dejar salir una frase, que no entendía, pero quería decir.
-Te estaba esperando Do Kyungsoo.
No le conocía, jamás le había visto, y aún así sabía exactamente de quien se trataba, conocía su nombre, sabía sus intenciones, que era lo que buscaba, porque estaba ahí y no quería saber el porqué de saberlo, simplemente lo aceptaba, como una verdad absoluta que no se puede negar.
Aquel al que había llamado Kyungsoo caminó hasta él y le acarició el mentón con fragilidad, casi como si no le estuviese tocando. Jongin cerró los ojos y tragó saliva, pero no se movió, no hizo nada para apartarse. Kyungsoo le agarró del mentón y le bajó el rostro envolviéndole con un brazo por la cintura, y entonces le besó.
Jongin no era la clase de chico que se besaba con cualquiera, pero aquel beso, aquella sensación era demasiado placentera como para negarla, y aquel sabor a vainilla procedente de los labios de Kyunsoo se mostraba tan conocido que daba miedo.