Lobos solitarios I [Tw] Jacob/Leah

Jul 13, 2009 13:00

Tengo una nueva obsesión, el Jacob/Leah, the OTP. Así que llevo unos días aporreando el teclado para escribir un enorme fanfic sobre ellos. No he leído BD así que es posterior al final de Eclipse pero no tiene nada que ver con la continuación de la saga. Mil gracias a
sara_f_black por asesorarme y ayudarme con el cannon y las personalidades de los personajes.

Titulo: Lobos solitarios
Fandom: Twilight
Pairing: Jacob/Leah
Summary:No era uno de esos momentos de claridad meridiana en el que los dos sabían con exactitud qué estaban haciendo y por qué. Era uno de esos momentos en los que se veían envueltos en una situación a la que desconocían cómo habían llegado y simplemente se dejaban llevar, con pasos tímidos e inseguros, prácticamente a la deriva.
Advertencias: Spoilers de Eclipse, AU Post-Eclipse.
Beta: La genial, paciente y adorable
sara_f_black (te regalo mi primer hijo)
Nota: Dedicado a nimphetamina por su cumpleaños (más vale tarde que nunca)

Lobos solitarios

Leah no entró en fase durante unos días después de su “discusión” con Jacob en el acantilado. No era por él, era por toda la manada. No soportaba que todos pudieran acceder a sus pensamientos con total libertad, ni aunque como contrapartida ella pudiera acceder a los suyos.  Para Leah no había nada peor que todos se enteraran exactamente de lo que se sentía.

Todos.

Sam.

Ya resultaba bastante difícil llevar con dignidad el hecho de que el amor de su vida la hubiera abandonado por su prima, pero al menos antes, antes de unirse a la manada, podía lamer sus heridas en la intimidad y cuadrar los hombros, mostrándose impasible cuando estaba en público.

La maldición de los quileutes destrozó su vida de maneras inimaginables. Primero le quitó a Sam, luego a su padre, y finalmente su independencia. Se vio obligada a exponerse y a navegar libremente por la mente de Sam, sólo para comprender el amor inabarcable que sentía por Emily. Leah les había visto en momentos cotidianos dentro de la mente de Sam, sin poder evitarlo o quizás por un impulso autodestructivo: besándose, riendo, hablando. Haciendo las cosas que ella había hecho con Sam pero diferentes. Más auténticas, más profundas, más felices.

Sin embargo, ahora Jacob le había recordado que era una arpía amargada a la que su novio había abandonado por alguien que era como una hermana para ella y que además estaba consiguiendo que todos la odiaran.

No es que eso último le importara demasiado. Lo que los chicos opinaran de ella le daba igual pero no pensaba en cosas desagradables para ellos por el mero placer de torturarles, lo hacía para protegerse, para que dejaran de mirarla con compasión. Prefería su desprecio a su pena, prefería ser “la arpía” a la “pobre Leah” a la que todos tenían lástima, como un perro abandonado en una carretera.

En algún momento, cuando se dio cuenta de que no podía culpar a Emily ni odiar a Sam, se hartó de palmaditas en el hombro y de comentarios a media voz en cuanto se daba la vuelta. No quería que nadie se pusiera de su lado, ni la tratara con conmiseración. Lo único que quería era que la dejaran en paz, con su dolor y sus putos problemas.

La Push era un lugar muy pequeño y no había nadie allí que no conociera su historia. En otro tiempo, habría recurrido a su madre para desahogarse pero ya apenas hablaban de nada personal. Seth era demasiado pequeño para entender lo que estaba pasando y Leah no quería involucrarle, debido a que ya había tenido un par de enfrentamientos con Paul al oír las cosas desagradables que pensaba de ella. Por eso, en situaciones como esa se sentía atrapada.

Hubiera deseado convertirse en loba y correr, correr toda la noche, entre la luna, bajo los bosques, aullando de dolor. Llamando a un compañero perdido que jamás acudiría. Pero todos estarían ahí, como en una maldita conversación a mil bandas y ella no podía aguantarlo, no aún.

No obstante, ya habrían interrogado a Seth o le habrían enviado un mensaje para ella, pero su hermano no le había dicho nada. Sabía que cuando Leah cerraba la puerta de su habitación quería estar sola, y lo respetaba.

Y Leah sabía que debería entrar en fase para cumplir con sus obligaciones con la manada, pero no le importaba. No sería regañada. Suponía que algo bueno tenía que Sam la hubiera abandonado: se sentía culpable y responsable de ella, y rara vez le alzaba la voz. La trataba con una dulzura que la hería, como si aún le quisiera.

Para ser justa, sabía que era así. Todavía la quería, pero no la amaba como a Emily. En parte le hubiera gustado que esos sentimientos por ella no siguieran ahí, lo volvían todo más complicado aún, pero al menos tenía un pase libre que los demás licántropos no poseían.

Esa noche oyó a su manada aullar en los bosques cercanos a su casa, Seth había salido después de cenar para reunirse por ellos. Ahora que el peligro había pasado, sólo realizaban batidas rutinarias para asegurarse de que todo estaba en calma.

Pudo reconocer y diferenciar del resto dos aullidos: los de Sam y los de Jacob, y por alguna razón eso la hirió. Quería entrar en fase, pero lejos de ellos, lo suficientemente lejos para estar sola en su mente.

Pensó en el viejo Land Rover que se pudría en el garaje. Había pertenecido a su padre. Sue no sabía conducir y Seth aún no podía hacerlo. Ella ni siquiera se había atrevido a tocarlo, como si temiera encontrarse al fantasma de Harry en el asiento del conductor, cambiando constantemente de emisora o jugueteando con el atrapasueños que colgaba del espejo retrovisor.

Sin embargo, esa noche decidió superar sus reticencias. Comprobó que Sue se había quedado dormida sobre el sofá leyendo otra novela de suspense, y le quitó con cariño el libro de las manos. Después la cubrió con una manta y se dirigió a la cocina para procurarse provisiones para el camino. Muchas provisiones.

Lo metió todo en una mochila y cogió las llaves del todoterreno del cenicero en el que su padre las había dejado por última vez. Tenían un llavero de madera tallado por Billy Black que le hizo pensar en Jacob. Apretó los dientes y se dirigió al garaje, reafirmada en su decisión.

El vehículo rugió como una fiera cuando Leah lo puso en marcha, lamentándose por el estruendo. Lo suyo no podría catalogarse como una huida silenciosa.

Igualmente pisó el acelerador y salió de La Push a toda la velocidad que podía alcanzar ese viejo trasto. No se relajó hasta que dejó de oír los aullidos de la manada.

Habían comprobado que su conexión mental funcionaba hasta casi 500 kilómetros de distancia. Leah doblaría la distancia si era necesario con tal de poder rendirse al consuelo de una mente primaria, más instintiva que emocional, y por tanto menos susceptible a los avatares sentimentales.

Condujo hacia el sur y atravesó todo el estado de Washingtong, sin detenerse hasta Oregón. Usar el Land Rover le hacía sentir que Harry estaba cerca, en el asiento del copiloto, dándole indicaciones como cuando la enseñó a conducir. Dentro olía a cuero y a gasolina, el aroma de su padre, y Leah comenzó a llorar sin darse cuenta en algún punto del camino.

Finalmente se detuvo cuando el cuentaquilómetros del vehículo le indicó que ya había recorrido más de 800 kilómetros. Esperó que fuera suficiente, llevaba unas ocho horas al volante y estaba harta.

Aparcó en los lindes de uno de los espesos bosques del estado, llenos de coníferas que le recordaban a los alrededores de La Push. Se bajó del coche, se desnudó, posó la ropa en el asiento del conductor y se preparó. Echó el cuerpo hacia delante, los miembros comenzaron a temblarle y su espalda se convulsionó, de modo que cuando cayó al suelo a cuatro patas, ya era una loba. Un escalofrío de alivio le recorrió la piel bajo el pelaje gris y se sintió calmada y libre de pronto.

Se lanzó a correr entre los árboles, rápida como una flecha, perdiéndose en la espesura del bosque. Corrió durante minutos, tal vez durante horas, a toda la velocidad que le permitían sus miembros. Corrió hasta que jadeó de cansancio y todos los músculos de las patas le dolieron. Corrió hasta que no pudo más y entonces disminuyó el ritmo poco a poco, hasta que terminó arrastrándose sobre la hojarasca. Cuando se detuvo, ya atardecía y la luna llena se insinuaba en un rincón del cielo anaranjado de Oregón.

Leah afianzó sus patas en el suelo, alzó su cabeza al cielo y aulló. Un gemido tan lleno de dolor que se rompió antes de llegar al punto más alto, y se enlazó con el siguiente, esta vez cargado de rabia. Lanzó una cascada de aullidos desgarrados que se apagaron poco a poco junto con todas sus fuerzas. Después, plegó los cuartos traseros, los delanteros, y apoyó la cabeza sobre las patas, exhausta.

Cerró los ojos y disfrutó por primera vez de una noche sin sueños. Sólo reconfortante vacío.

Cuando Jacob la encontró, durmiendo a la sombra de un árbol, estaba bastante cabreado. Había perdido un día entero en dar con su rastro y otro tanto en encontrarla. Ni siquiera cuando captó su olor y lo siguió pudo escuchar la conciencia de Leah. Era como si se hubiera desconectado. Las órdenes tajantes de Sam Uley se apagaron en su cabeza unos kilómetros más allá de la frontera de Washington con Oregón. Estaba solo en su mente y sospechaba que eso era lo que había motivado a Leah a alejarse tanto.

Eso empeoró aún más su humor. A ninguno le gustaba eso de no tener intimidad, pero no por eso se largaba sin avisar, dejando a todo el mundo preocupado a su marcha. Típico de Leah: pensar sólo en ella.

Sue Clearwater llevaba dos días preocupadísima, así como Seth, Emily y Sam. Éste último le ordenó ir a buscarla en cuanto se enteró de la ausencia de Leah y leyó en la mente de Jacob lo que éste le había dicho casi una semana atrás en el acantilado. Sam se había enfurecido tanto que ni siquiera le había regañado, se había limitado a bramarle que se marchara a buscar a Leah y que no regresara sin ella.

Jacob no había visto nunca a Sam tan enfadado, pero en su opinión no había de que preocuparse. Leah no corría ningún peligro, más allá del de morir envenenada si por accidente se mordía le lengua.

Eso se repitió durante las horas de incertidumbre sin dar con su rastro. Sabía que se había llevado el Land Rover de Harry Clearwater, lo cual dificultaba captar su aroma, y mientras no entrara en fase, Jacob no tenía otra manera de encontrarla.

Decidió que no tenía por qué sentirse culpable. Los dos se habían dicho cosas feas aquel día, pero además, había sido Leah la que había empezado. Cualquier pensaría que pasar por algo tan duro la habría hecho más sensible a los dramas amorosos de los demás pero no era así. Al contrario, se había vuelto cruel y rencorosa. Una amargada.

No quedaba nada de la Leah por la que se había sentido fascinado de pequeño. Era una de las chicas más guapas de toda la reserva, con su pelo negro como la brea y su piel cobriza. Sus padres eran muy amigos, así que con frecuencia iban a comer en su casa y Leah siempre era amable. Amenizaba las veladas contando todo tipo de historias o soltando comentarios cariñosamente burlones a su padre y a Billy. Sonreía mucho y sus ojos oscuros brillaban siempre.

Jacob recordaba que Sam empezó a caerle mal mucho antes de convertirse en lobo, exactamente cuando empezó a salir con Leah Clearwater. Probablemente había estado celoso. Pero habían pasado muchas cosas desde entonces, demasiadas.

La imprimación de Sam por Emily, la muerte de Harry, el surgimiento de la manada, los chupasangre y Bella.

Sí, definitivamente muchas cosas.

De cualquier modo, no pudo reprimir una sensación de alivio cuando vio a Leah dormida. Parecía una loba triste y perdida, que se había echado a morir en tierra desconocida, incapaz de encontrar el camino de vuelta a casa. Se acercó despacio, sus pasos silenciosos, su olfato inundándose del olor de Leah.

Nunca la había visto tan vulnerable como en ese momento. Probablemente porque ella no lo permitía. Cuando creía atisbar una onda de dolor dibujándose en sus ojos o en su expresión, ella soltaba alguna de sus groserías y a Jacob se le olvidaba que lo estaba pasando mal. No podía evitarlo, Leah tenía ese efecto en él.

Pensó en despertarla pero parecía tan profundamente dormida y él estaba tan agotado que no lo hizo. En su lugar, se tumbó al lado de la loba, hasta sentir el calor que emanaba su cuerpo envolviendo al suyo y se quedó dormido también.

Leah despertó al amanecer, muerta de hambre. Arrugó el hocico al reconocer un olor familiar y al girar la cabeza, encontró a Jacob echado a su lado, durmiendo profundamente. Su descomunal cuerpo la ocultaba casi por completo del sol, su pelaje rojizo subiendo y bajando con cada respiración.

Al verle allí, la sacudieron sentimientos encontrados. Primero se sintió rabiosa por el hecho de haber sido localizada cuando solamente quería estar sola. Después una extraña emoción se le enroscó en el pecho al pensar todo el camino que Jacob había recorrido por ella, pero lo desechó de inmediato: le habrían enviado. Su madre, Seth o incluso puede que Sam. No había salido de él. Es más, seguro que había estado muy contento de perderla de vista.

Esto hizo que la rabia regresara y Leah se puso a cuatro patas sigilosamente. Lanzando una última mirada a Jacob, se alejó rápidamente en busca de su Land Rover. Lo encontró exactamente en el lugar en el que lo había aparcado el día anterior, pero sin duda Jacob había estado husmeando por allí ya que su aroma estaba por todo el lugar. Disgustada, Leah cambió de forma con gran esfuerzo. Le costaba volver a su forma humana cuando se encontraba furiosa, era como si su parte lupina quisiera retenerla en ese estado en el que resultaba más peligrosa y se hallaba mejor protegida.

De cualquier modo, cogió sus ropas y se vistió. Estaba anudándose las deportivas cuando Jacob apareció entre los árboles. Él volvía a ser el muchacho inmenso con gesto malhumorado de siempre (no es que Jacob siempre fuera por ahí con cara de pocos amigos, es que reservaba esa expresión para ella). Llevaba sólo unos vaqueros claros llenos de rotos e iba descalzo. Tenía el pelo lleno de hojitas, seguramente ella también.

-Así que pensabas huir de nuevo.

A Leah no le gustó el énfasis que puso en la palabra “huir”. Apretó el nudo de sus cordones con fuerza.

-Por si aún no lo has entendido, cuando me largo sin decir a dónde voy, significa que quiero estar sola -replicó entre dientes sin molestarse en mirarle. Un mechón de pelo negro le cayó sobre el rostro por la posición en que se encontraba y Leah lo apartó con un irritado soplido.

-Por si aún no lo has entendido, hay gente que se preocupa si te marchas sin decir nada.

-Gente como tú -escupió ella con sarcasmo. Hizo un último nudo y se levantó del asiento de conductor en el que se había colocado para atarse el calzado. Jacob estaba sólo a metro y medio de ella. Lo miró a la cara, desafiante.

-Gente como tu familia -repuso Jacob, sin morder el anzuelo -Sue y Seth lo están pasando muy mal -se lo pensó unos segundos, y no exento de cierta malicia, añadió -Y Sam.

Leah se estremeció durante un instante, pero luego cerró las compuertas de nuevo. Tenía esa expresión, esa expresión tan absolutamente impasible y fría que sacaba a Jacob de sus casillas. Era como si se volviera de roca. Un acantilado al que las olas podían golpear una y otra vez sin moverlo.

-Mensaje recibido, puedes largarte -dijo Leah, y sin molestarse en mirarle, pasó a su lado y se adentró en el bosque andando a base de largas zancadas. No es que no le importara que su familia estuviera preocupada, es más, había pensando volver a casa ese mismo día, pero la aparición de Jacob Black le había producido la necesidad de una jornada más de vacaciones. Esta vez probaría a arañar árboles o quizás a derribarlos.

Sin embargo, no le extrañó escuchar los pasos de Jacob a sus espaldas. Cuando llegó a un pequeño claro entre los pinos, Leah se volvió para enfrentarle. Ya suponía que no podía ser tan fácil librarse de él.

-Creo que no lo has entendido bien -comenzó Jacob con un tono calmo evidentemente forzado -no regresaré a La Push sin ti.

Leah le mostró los dientes en un acto reflejo lleno de hostilidad. Sin embargo, una chispa en los ojos del quileute, comprender que él sentía un descontento tan profundo como el suyo, logró serenarla. Acababa de encontrar un hilo del que tirar, para devolverle las molestias.

-Así que eres el chico de los recados. Te han enviado a buscar a la oveja negra de la manada y no te atreves a volver a casa sin los deberes hechos -comentó, burlona.

Jacob se encrespó visiblemente. Tensó todos los músculos de su cuerpo, de modo que el relieve de las venas de su cuello y sus antebrazos, se insinuó bajo la piel rojiza. Leah se sintió automáticamente mejor. Exasperar a Jacob le resultaba tremendamente placentero.

-Patalea cuanto quieras, volverás conmigo -aseveró él con tono duro.

-Me gustaría ver cómo me obligas -le desafió.

Por un instante, Jacob se enfureció tanto que pensó que entraría en fase automáticamente. Leah inclinó el cuerpo hacia él en una posición ofensiva, preparada para hacer lo propio de ser necesario. Se gruñeron profundamente, en tensión.

Luego, el calor en la columna vertebral de Jacob disminuyó a medida que se calmaba y recuperaba el dominio de sí mismo. Leah sintió una profunda decepción. ¿Por qué no podía pelearse con ella como con Paul? Una breve pelea para desfogar sus frustraciones, sin más consecuencias que un par de rasguños. Y después tan amigos como siempre (o en su caso, tan no amigos como siempre).

Ah, sí, lo había olvidado. Porque ella era una chica. Porque había sido la chica de Sam. Porque Seth o el propio Sam le arrancarían la cabeza de un mordisco si se atrevía a ponerle las garras encima.

De pronto Leah se sintió tremendamente cansada. Cansada de ser hostil, de intentar ser fuerte, de pelear contra todos como un perro rabioso. Necesitaba más que nunca estar sola, simplemente eso. Unas horas más sin tener que ponerse la coraza o se caería en pedazos delante de alguien. De alguien como Jacob.

¿Podrían ir las cosas aún peor?

Lo último que quería en el mundo era que alguien de la manada la viera así. Y menos que nadie, él. No tenía claro si se reiría de ella o sentiría pena, y no sabía cual de las posibilidades la humillaba más.

Jacob abrió la boca para decir algo (algo desagradable) pero de pronto vio una sombra en el rostro de Leah. ¿Eso que había en sus ojos eran lágrimas? Sí, ella parpadeó con fuerza en seguida y desaparecieron, pero Jacob las había visto. ¿Qué demonios le pasaba ahora?

Leah le dio la espalda, como había hecho docenas de veces en los últimos meses. Sin embargo, en esa ocasión, su postura le pareció extrañamente vulnerable. Ya no tenía la cabeza alta, las piernas separadas y el cuerpo relajado. Por el contrario, sus hombres estaban caídos, se abrazaba a sí misma. Parecía sólo una chica de apenas veinte años que había visto demasiado.

Jacob se ablandó un poco, sólo un poco. Después de todo, hasta ella tendría sentimientos más allá del rencor o las ganas de tocar las narices.

-Jacob -la voz de Leah sonaba extraña, nasal, apenas se la oía -¿Recuerdas ese día en el acantilado? Yo te dejé en paz. Échame en cara lo que quieras, pero márchate. Déjame.

Leah había pretendido darle una orden, pero a Jacob ese “déjame” le sonó más como un ruego desesperado. ¿Leah suplicando?

Sintió que su temperatura corporal descendía de golpe al comprender algo. ¿Había sido él el que la había puesto tan mal? Ni siquiera era capaz de recordar qué le había dicho exactamente ese día en el acantilado. No se le ocurría nada en especial, le hacía comentarios por el estilo a menudo.

Cerró las manos en puño. Quizás ese era el problema.

Como él no se movió, Leah echó a andar, perdiéndose entre los árboles. Jacob decidió darle unos metros de ventaja y un poco de intimidad. Leah se afanaba tanto en que nadie averiguara lo que sentía en realidad, que sin duda se sentiría humillada por esa pequeña demostración de que era humana.

Sabía que ella lo pasaba mal con todo eso. Era lógico, o se lo había parecido al principio, antes de conocer más a la nueva Leah. Sin embargo, era difícil mostrarse comprensivo cuando ella se comportaba como una auténtica capulla.

Sin ir más lejos, él también lo estaba pasando mal por lo de Bella. Decir que “lo pasaba mal” parecía casi un eufemismo de cómo se sentía en realidad. Sin embargo, no iba por ahí jodiendo a la gente. La diferencia entre ellos, era que a Leah se sentía mejor si los demás también eran desdichados.

Intentó recordarse todas esas cosas mientras la seguía a una distancia prudencial hasta lo más profundo del bosque. Se devanaba los sesos intentando comprender qué pasaba por la mente de Leah en esos instantes. Jacob evitaba leerla todo lo que podía cuando estaban convertidos, Leah se encargaba de ello pensando en cosas bastante incómodas y dolorosas para todos. Sin embargo en ese momento hubiera dado su moto por saber qué era lo que la había inducido a ese estado.

Ya había pasado más de un año de lo de Sam y Emily, incluso había aceptado ser la dama de honor de su prima. Era cierto que Leah evitaba cuidadosamente acercarse a la casa que compartían, pero era amable con Emily (sólo con Emily) cuando se cruzaban por La Push, y a veces incluso paseaban juntas por la playa. Tenía cierto sentido que siguiera sintiéndose un poco despechada por cómo se habían dado las cosas pero ¿todavía estaba tan hundida por ello?

Pensó por un instante cómo se sentiría dentro de un año, cuando Bella y Edward se hubieran casado, y comprendió que no estaría mucho mejor que ahora.

Redujo la marcha cuando Leah se detuvo abruptamente frente a un árbol enorme de corteza gris y áspera. De pronto soltó un gruñido bajo y golpeó el tronco del árbol con un puño cerrado. Uno, dos, tres…Jacob perdió la cuenta de los feroces puñetazos con que castigó la corteza gris, pero Leah parecía enfebrecida. Apretaba los dientes, respiraba con fuerza y no dejaba de gruñir mientras golpeaba una y otra vez.

Jacob salió de su estupor al ver cómo los nudillos de Leah se cubrían de sangre. Pensó que ya se había machacado lo suficiente. Se acercó a ella y la sujetó por una muñeca, justo cuando Leah se disponía a golpear de nuevo. Se quedó muy quieta un instante, casi como si se hubiera dado cuenta de que él estaba allí, pero luego se liberó con una fuerza tremenda.

Una chica normal no hubiera podido soltarse del apretón de la mano de Jacob, pero Leah no era una chica normal y además estaba bastante furiosa.

Le miró de forma amenazante mientras retrocedía un par de pasos. Sus ojos eran claros. No te acerques.

Pero Jacob no pudo molestarse con ella, no esa vez. Creía que empezaba a comprender a Leah. Sus cambios de humor, sus comentarios hirientes y sus muecas amargas. Todo era un mecanismo de defensa. Unos segundos atrás, juraría que estaba a punto de echarse a llorar, por eso le pidió que la dejara en paz. No quería que él la viera en ese estado y probablemente eso fue lo que la enfureció de nuevo, como si considerara vergonzoso mostrar que podía sentir algo más que rencor y desprecio. Se entregaba a su rabia, porque eso anulaba otros sentimientos.

Jacob también había reaccionado de esa manera alguna vez, pero Leah lo llevaba al extremo y eso la estaba destrozando. Por eso estaba perdiendo todo.

-Sabes que no hay marcha atrás con la imprimación -dijo con tono suave y razonable. No quería herirla, sólo hacerla comprender -Tienes que olvidarle, Leah.

Ella se rió despectivamente,

-Y tú sabes que no habrá marcha atrás cuando Bella Swan se convierta en otra sanguijuela chupa sangre. Tienes que olvidarla, Jacob.

Aunque empleó sus mismas palabras, su tono no pudo ser más mordaz. Jacob sintió como si le hubiera escupido. Intentó recordar que Leah sólo quería protegerse, pero no pudo evitar sentirse rechazado. Había tratado de ayudarla, de mostrarse amable y comprensivo, y ella le había dicho que se metiera su amabilidad por el culo.

Parte II, aquí.

pairing: jacob/leah, het, fandom: twilight

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