Título: ¿Un juguete para las noches de insomnio?
Autor:
arkady_Universo: Battlestar Galactica
Personajes, parejas: Helena Cain, Cain/Gina
Spoilers: 2x12 Resurrection Ship II
Rating: R
Palabras: 988
Resumen: Hacía tiempo que Cain le tenía ganas a Gina y aquel día, en el baño, las cosas se apresuraron.
Tabla (BDT):
Quiero más Cain. Entró en el baño procurando no tambalearse. En ese momento, y al verla, dos pilotos que bromeaban y se reían intentaron parecer serenos, escabulléndose por el hueco de la puerta rápidamente.
Vio a una técnico lavándose las manos y arreglándose el pelo frente al espejo.
- ¡Señorita Inviere! - Inviere alzó la vista y la saludó, formal. - ¿Qué hace aquí?
- ¿Señor? Vine al baño, había tomado demasiados vasos de ese licor rojo que aún no sé cómo se llama...
- ¿En serio? Porque estuve bastante pendiente de lo que hacía la tripulación y no recuerdo haberla visto beber ni un solo trago.
Se miraron durante un par de segundos.
- Bueno… La verdad es que no aguanto nada bien el alcohol, y no quería que pensara que…
- ¿Que es una blandengue? ¿Que no merece estar en mi nave? ¿Que no es de fiar porque nunca bebe? La buena noticia es, técnico, que estamos solos, no puedo prescindir de nadie, y… - se había acercado a ella hasta quedar a unos pocos centímetros -, ciertamente, sería una pena desperdiciar un cuerpo como este. - La miró de arriba a abajo sin parpadear, sin vergüenza. Las comisuras de la civil apenas ascendieron un milímetro al reconocer la mirada cargada de lujuria que había visto cientos de veces antes.
Cain se acercó a sus labios sedienta, eficiente, haciéndola apoyarse en los lavabos ante su embiste. Gina - la llamaría después - sabía dulce, demasiado parecida a la ambrosía para dejar de beberla.
Sus piernas no tardaron en encontrar un ritmo y las manos de la almirante se apresuraron cintura arriba de la civil, subiendo la camiseta de gasa que había llevado hasta tirarla al suelo. Follaron contra el metal como hembras en celo y cuando alguien abrió la puerta Cain le clavó una mirada que le haría no decir nada a nadie sobre lo que acababa de ver.
Pasaron los días y la vida en la estrella de combate se fue adecuando a lo que sería después del ataque. Cain daba órdenes, Inviere las cumplía.
Pasó una semana antes de que se volvieran a ver a solas. Gina se había quedado sola por una noche en el barracón - por unos alimentos en mal estado que habían comido todos los de su grupo menos ella - y su superior apareció por allí en lo que parecería una inspección rutinaria de los habitáculos de la tripulación, si no fuera porque nada más entrar cerró la puerta de golpe tras de sí y la mandó darse la vuelta y apoyar las manos en la pared de la que se quitaba la chaqueta. Poniéndose detrás de ella, le separó bruscamente los pies y le susurró, a un centímetro de su oreja, que no moviera ni un músculo.
La inspección le hizo recorrer cada palmo de su piel con la lengua y cuando hubo acabado, satisfecha y con la entrepierna dolorida, se fue de allí dándole permiso para descansar.
Sus encuentros continuaron siendo espaciados, impersonales y silenciosos - sólo rotos por las órdenes furiosas de la almirante y los gemidos contenidos de Gina. Todo durante el día, por semana, era igual que siempre, profesional hasta el extremo, hasta que llegaba alguna noche en la que Cain se sentía especialmente juguetona o necesitada y la iba a buscar, o la hacía llamar a su presencia, o montaba algún numerito en el que la hacía arrestar por cualquier tecnicismo para poder fantasear con que era una criminal peligrosa, y amenazarla con su arma reglamentaria, esposarla, restregarla contra los barrotes. Pero con cada sesión Gina se volvía más atrevida con ella, cogía un poco más el control; y lo peor era que a ella le gustaba.
Llegó el día en que empezó a susurrar, jadear su nombre mientras sus dedos caprichosos la penetraban, salían y acariciaban su humedad para volver a entrar sin pudor, agresivos, salvajes, como a ella le gustaban. Empezó a llamarla Gina en vez de Inviere, dejaba que sus miradas o preguntas fueran medio punto más insolentes - más privadas - durante las guardias, empezó a sentir sus mordiscos cuando ya se había ido. El día que Gina se hizo un ovillo a su lado, en su cama, y en vez de echarla la dejó quedarse a dormir supo que algo había cambiado. Algo dentro, donde nadie debería llegar nunca, algo que tenían que rectificar.
Pero entonces murió Jurgen. Y la líder de la Humanidad no quiso perder el juguete que le hacía olvidarlo todo, que le calentaba la cama las noches en que las pesadillas volvían. Quedaban para cenar y discutir los pormenores de los sistemas de navegación, Inviere empezó a asistir asiduamente a las reuniones de oficiales, y poco a poco fue formando parte de su día a día. Hasta que la tripulación en conjunto aceptó que era la niña protegida de la almirante, su puta particular.
El día que se enteró de lo que era ya le había cogido cariño. No se permitió dormir hasta que encontró una explicación, algo que aliviara su alma al pensar en lo que había hecho, en lo que estaba a punto de hacer. Y entonces empezó el castigo, la venganza. Era más por ella que por Gina, aún no se creía que sintiera de verdad, que le doliera de verdad así que se obligó a observar día tras día los interrogatorios de Thorne con el zoom puesto en la cara del cylon. “No habría forma más eficaz de romper con alguien” pensó.
Hubo un día, uno de tantos, en que se la quedó mirando desde el metro de altura sobre el suelo al que había quedado reducida, y Helena vio algo detrás de sus pupilas, algo que no creía reconocer, que no podía estar allí; se lo atribuyó a su espina cylon, a su propósito perseverante de hacerla caer, ceder; y se fue de allí incómoda, con un picor en la espalda que no se le pasaría hasta media tarde después.