Título: La sombra de Apolo
Autor:
arkady_Universo: Battlestar Galactica
Personajes, parejas: Lee Adama, Laura/Lee
Rating: PG-13
Spoilers: 2x06 Home (part I)
Palabras: 1.734
Resumen: Cómo obtuvo Apolo su apodo.
Tabla:
Sentimientos 100% BSG. Casilla #07 Cura.
La primera vez que pisó una estrella de combate se dirigió sin dudar al centro de mando. No había visto antes los planos pero su lógica le decía que la distribución debía girar en torno al centro de estrategias. Se presentó con su equipaje al oficial al mando, saludando firme al frente. Y cuando le guiaron al barracón de pilotos no se sorprendió al ver que algunos ya le conocían.
Debió de torcer el gesto al oír su apellido porque el veterano que le había llamado la atención endureció su tono y le intentó provocar. Lee siguió deshaciendo su equipaje e instalándose en la litera que le había tocado, obligándose a no dejar que las fanfarronerías que oía a su espalda le afectaran. No ensuciaría su ficha el primer día, daba igual lo que nadie le dijera.
A esas alturas se debía haber acostumbrado a que la gente asumiera que estaba allí por su padre pero seguía envenenándole oír los comentarios cada vez que llegaba a un sitio nuevo. Había trabajado como el que más, había sido el tercero de su clase en la Academia pero nada de eso importaba cuando la gente oía el apellido ‘Adama’. Apretó los dientes y salió hacia las duchas.
Durante las siguientes semanas había trabajado hasta caer rendido en el camastro. Simulación tras simulación, un libro de estrategias tras otro, se leyó todo lo que había disponible en la nave y practicó con todos los juegos que tenía a su disposición. Días antes de su primer vuelo ya se sabía de memoria todas las técnicas, los paneles y piezas de los Mark VII; incluso les había dado un buen repaso a los viejos modelos de viper ya fuera de servicio y a las naves menores y comerciales que no llegaría a ver más que en sus permisos.
Tras la primera práctica de vuelo básico se permitió un momento de relax, así que después de su ducha diaria pasó por la sala de recreo para echar una partida de triad. Se encontró allí con varios de sus compañeros de clase pero la que le hizo señas para sentarse con ellos fue una piloto que le llevaba un año de ventaja y estaba una mesa más allá jugando con algunos de los más experimentados. Lemon estaba con ellos pero Lee no se dejó impresionar. Alguno le felicitó por su primer día, hubo alguna broma y anécdota de sus tiempos de novatos, pero en seguida la partida continuó y la conversación derivó a otros asuntos de actualidad en la estrella de combate.
En el momento en que el joven teniente Adama ganó una mano importante, sin embargo, el mismo piloto que había bromeado sobre su nombre y el palo que tenía metido por el culo en sus primeros días allí bufó, soltando de la que tiraba sus cartas un:
- ¿Eres tan perfecto en todo, pequeño Adama? - Lee sintió cómo las puntas de las orejas se le empezaban a enrojecer. - Dicen que pasas tus horas libres metido entre los libros, ¿tienes miedo a que tu papi no apruebe tus notas?
- A lo mejor está escribiendo cartas de amor a escondidas - rio alguien que les oyó desde otra mesa, - he oído que algunas de las nuevas reclutas están loquitas por él.
Lemon se rio a carcajadas del comentario.
- ¿Es eso verdad? ¿Escribes poemas a nuestras espaldas? Quizás deberíamos empezar a llamarte ‘pequeño Apolo’, el que se pasa el día preocupado por sus cabellos rubios, sus mejillas sonrosadas y porque su flauta esté bien afinada. - Hubo una carcajada general. - ¿Por qué no nos recitas algo, eh? - Lee seguía repartiendo sin hacer caso de sus palabras. - Oh, venga, no te pongas así, mi dios, las chicas lo están deseando, ¿no las ves? - La piloto que los acompañaba alzó una ceja que les dejaba claro no se debían meter con ella.
En cuanto acabó la mano Lee recogió sus ganancias y se fue de allí sin apenas despedirse. Antes de salir oyó un adiós cómico a sus espaldas. Cerró la puerta detrás de él y se tomó un segundo para respirar antes de dirigirse de vuelta a los barracones. No volvió a aparecer por la sala de recreo en varios días. En su lugar, continuó volcándose en las especificaciones de las naves, los esquemas, las estrategias y prácticamente todo lo que encontraba sobre la guerra. Incluso encontró tiempo para leer algo de historia sobre la Guerra Cylon.
Un día se metió por error en un barracón que no era el suyo. Estaba a oscuras así que se acostó en la que sería su cama sin encender la luz ni quitarse la ropa. Al meter la mano debajo de la almohada sintió un libro, lo sacó intentando adivinar qué era y al encender la luz de su litera se dio cuenta no sólo de que no estaba en su compartimento, si no que tenía entre las manos una novela rosa. El título aparecía pintado en letras redondeadas sobre una foto de un prado con un árbol en flor en el que se apoyaba una hermosa mujer que se tapaba del sol con una sombrilla. Algo le hizo guardárselo bajo el uniforme de la que salía de allí y volvía a su barracón, intentando pasar desapercibido.
No pudo esperar al día siguiente, comido por la curiosidad, así que tras cerrar la cortina abrió la primera página del libro y comenzó a leer. Le resultaba extraño, lejano, casi ridículo pero a la vez le reconfortaba de alguna forma saber lo que iba a pasar al final.
Durante cuatro noches se escabullía en su litera en cuanto podía y rescataba la novela de detrás del colchón. A veces oía la voz de su padre decir que eso era basura propia de mentes sin formar, pero los suspiros de Emily y las miradas furtivas de André se le metieron bajo la piel mientras se olvidaba del estrés del día y se imaginaba en otro tiempo y otro lugar.
El día que la estaba acabando oyó la puerta del barracón abrirse y a un par de hombres entrar riéndose a carcajadas. No les hizo caso, inmerso como estaba en la ruptura de la pareja de ficción, hasta que su cortina se abrió de golpe y vio la cara de Lemon transformándose en una mueca de diversión sádica. Sintió el libro deslizarse de sus manos pero no tenía ni la fuerza ni la energía para reaccionar a tiempo, así que vio desesperado cómo los dos pilotos proclamaban a los cuatro vientos lo que había estado haciendo todas esas noches, les oyó leer algunas de las partes más vergonzosas del texto y luego reírse de la lágrima que se le había escapado de la que Emily corría alejándose de André.
Tuvo que aguantar las bromas al respecto hasta que le cambiaron de destino, y desde ese día le adjudicaron permanentemente el apodo de “Apolo”. Mientras tanto, él se ocupó de convertirse en el mejor piloto de viper que hubiera visto la nave en mucho tiempo, y para cuando le trasladaron ya apenas se oían los rumores sobre cómo había obtenido su apodo.
Una vez en su nueva vida, empezó a ser el Apolo arrogante y estirado que conocerían en Galáctica años más tarde, inflexible en el trabajo, un casanova en sus ratos libres; y aunque nada de eso conseguía curar sus inseguridades, le proporcionaba al menos una historia que contar cuando le preguntaban por su apodo.
Todo eso fue suficiente hasta que conoció a la inmerecida Presidenta de las Colonias. Su aparente necesidad y fragilidad el día que se encontraron en el Colonial Heavy 798 le hizo bajar las defensas.
- Capitán Apolo, gracias por salvarnos.
- Mi nombre es Lee Adama, ‘Apolo’ sólo es mi apodo. - Contestó automáticamente.
- Sé quién eres pero, ¿no crees que ‘Capitán Apolo’ suena bien? - Y sonrió de aquella forma suya que Lee había llegado a pensar que podría ser capaz de derretir montañas.
Desde entonces cada vez que la oía llamarle una pequeña sonrisa amenazaba con aparecer al fondo de sus labios. Algo tenía que ver con la inocencia y el candor de su nueva Presidenta al pronunciarlo.
- ¿Te vas a enfrentar a tu padre por esa mujer? ¡Si ni siquiera sabe que estamos en guerra! ¡Por todos los Dioses!
Llegó a respetarla hasta el punto de no dudar en convertirse en su asesor personal. Y cuando su padre se lo echó en cara recurrió a su cara de triad, la misma que ponía cada vez que los otros pilotos la tomaban con él, cada vez que había metido la pata en su vida y le habían regañado, la misma cara que puso cuando le dijeron que Zak había muerto.
La habitación estaba en silencio, Lee se aferraba a las sábanas sin atreverse a contestar.
- ¿Qué pasa? - No se movió para ver la mano suave que le acariciaba el brazo arriba y abajo.
Cerró los ojos y respiró hondo. Laura le sintió temblar casi imperceptiblemente entre sus brazos. Entonces se volvió para mirarla a los ojos.
- En mi primer destino me torturaban llamándome Apolo. - Dejó que las palabras la impregnaran, deseando que lo comprendiera todo. No se atrevió a explicarle que las burlas no habían empezado en la estrella de combate. - Me lo pusieron para reírse de mí. Odiaba ese nombre. - La mano que le acariciaba se quedó quieta.
Los ojos grandes de su presidenta le escrutaban, intentando entender cada detalle.
- ¿Te molesta que...? - La duda ensombreció su rostro, normalmente resplandeciente para él.
- No, no... Laura - le cogió la cara entre las manos -, cuando estoy contigo todo es diferente. Le has dado un nuevo significado a mi nombre. - Sonrió. - Ahora sonrío cuando lo oigo.
Ella le acarició la sien y bajó la mano por el lateral hasta posarla en su mejilla.
- Cuando yo pienso en ‘Apolo’ pienso en un Dios. Fuerte, apuesto, valiente. Tú eres mi Capitán Apolo, el que siempre me viene a salvar, el que me da vida, ganas de reír. - Abrió una sonrisa muy amplia antes de acercarse a besarle con dulzura. - No dejes que nadie te haga sentir mal. - Acarició su pecho y apoyó la cabeza en él. - No podrías ser más perfecto.
Lee se sintió mejor sólo con oír su voz. Entretuvo sus dedos en la melena cobriza que le hacía cosquillas en el estómago y cerró los ojos, respirando tranquilo.