Autora:
maya_takameruPalabras elegidas: impaciente, trueno.
Personaje: Mari, la madre tierra vasca, y Sugaar, su marido. Ver anexo de descripción al final del relato para comprender mejor.
Rating: PG14
Palabras: 921
SOBRE LA MITOLOGÍA VASCA
La mitología vasca se compone de un cúmulo de creencias, personajes míticos y leyendas propios de Euskal Herria (compuesto por las comunidades del País Vasco y Navarra en España y Baja Navarra, Labort y Sola en Francia) que se remontan a tiempos anteriores al cristianismo. A su vez se ven influenciada por el euskera, idioma hablado en la región que no tiene relación con ninguna de las lenguas que se han hablado a su alrededor y se estima incluso anterior a la llegada de los pueblos indo-europeos, y es lo que hace complicado captar del todo su esencia en un idioma diferente, pero lo he intentado al menos.
He centrado la historia en Mari, el numen principal de la mitología vasca, es la representación de la madre tierra, diosa de la naturaleza y de todos los elementos que la componen. Se suele presentar con cuerpo y rostro de mujer, pero también puede aparecer con forma híbrida de árbol y de mujer con patas de cabra y garras de ave rapaz, o como una mujer de fuego un arco iris inflamado o un caballo que arrastra las nubes. Habita en las cumbres de las montañas vascas y recibe un nombre por cada una de sus moradas, pero la más importante es la cueva que hay en lo alto del monte Anboto, que atribuye a Mari el nombre de Anbotoko Mari (Mari de Anboto) o la Dama de Anboto. Dictamina el clima que hará en Euskal Herria dependiendo de en qué montaña se encuentre, y viajando de una a otra lleva el buen y el mal tiempo de un lado a otro.
Entre sus misiones está castigar la mentira, el robo y el orgullo, y reparte justicia entre los que pecan de ello. Por ejemplo, si mientes negando poseer algo que es tuyo, Mari te lo quita y se produce justicia. Hay además muchas y diferentes leyendas sobre ella, pero sería demasiado largo explicarlas todas, así que lo dejaremos para otra ocasión.
Haré mención sólo a aquélla que nos compete, que cuenta que Sugaar, otro de los seres de la mitología vasca, es su marido, y que quedan todos los viernes para que le cepille su larga cabellera rubia con un peine dorado o para provocar tormentas (la leyenda cambia según el lugar donde se cuente y yo he querido juntar ambas).
Sugaar, también conocido como Sugar, Sugoi o Maju, es una deidad masculina con forma de dragón o, más a menudo, de serpiente, que está asociada a la tormenta y el trueno. Su nombre deriva de suge, serpiente, y -ar, macho, que es la forma con la que generalmente se presenta, o de su, fuego, y -gar, llama. Esto es debido a que a veces surca el cielo en forma de hoz en llamas presagiando la tormenta. Forma parte también de muchas leyendas y no en todas ellas es marido de Mari, con la que se suele decir que tiene dos hijos, pero ya habrá tiempo más adelante de hablar de ellas.
Para finalizar, una breve mención a las brujas, que fueron muy importantes en la mitología vasca y que eran conocidas como sorginak (pronunciado sorguíñak), y se reunían los viernes en akelarres (la palabra “aquelarre” viene del euskera) en un ritual que implicaba la presencia de un macho cabrío (que es el significado de aker) poseído por el demonio.
VIERNES DE TORMENTA (EL RELATO)
Las nubes cubrían la cima del monte Anboto en aquella oscura mañana de viernes. Los campesinos, inquietos, observaban el cielo y se apresuraban a recoger los rebaños antes de que la promesa de tormenta se convirtiera en una realidad.
- La Dama de Anboto no parece muy feliz hoy -masculló un pastor a su perro, que agachó la cabeza como si pretendiera hacerse más pequeño para que la diosa no reparase en su presencia.
Porque era verdad, aquél no había sido un buen día para Mari. Dos insolentes se habían atrevido a mentir en su presencia, y uno de ellos incluso siguió negando haber robado nada una vez acabado el juicio, tras haberle arrebatado todo lo que no era suyo. Ah, qué furiosa se había puesto entonces. La tierra aún temblaba dolorida bajo sus pies descalzos, y todavía flotaba el polvo en el aire, desprendido de su morada en el techo de la cueva. Sus ojos verdes, siempre tan sabios y en calma, habían ardido con la fuerza de mil soles, y su larga melena dorada se había inflado a su alrededor como la vela de un barco en medio de una tormenta. Sólo entonces, asustado y empequeñecido por su magnífica presencia, había suplicado el hombre clemencia. Pero Mari era justa y aquel ignorante no había respetado su justicia, y se quedó con la mano que tan vilmente a un amigo había tenido desfachatez de robar todos sus ahorros.
El día seguía adelante, sin embargo, y Mari aún se sentía agitada. Daba vueltas y vueltas en su cueva, y el desasosiego parecía gotear de las paredes e instalarse en su pecho. Agarraba entre sus manos su preciado peine dorado; su dedo pulgar recorría en una caricia sádica sus duras púas, una y otra vez, con la inquietud de los que no saben esperar. Sugaar llegaba tarde a su cita. Fuera se fraguaba la tormenta.
Se oyó un trueno a lo lejos; Mari corrió a la entrada de la cueva como el suspiro ansioso que colgaba de sus labios. Pero no era Sugaar, sólo el reflejo de su propia rabia. Soltó el peine indignada. Rebotó contra el suelo con un tintineo metálico que nadie llegó a oír. La Dama de Anboto había abandonado su guarida.
El cielo pintado de lluvia acogió a Mari con los brazos abiertos, dando la bienvenida a su señora, y en la nube más oscura se aposentó ella. Se irguió en toda su altura y alzó la mirada, terrible, hacia el horizonte por el que Sugaar había de aparecer si finalmente se dignaba a ello. Nació un rayo de sus manos, retumbaron cielo y tierra ante el trueno que era la ira de su voz.
- ¡Sugaar!
Cayó la primera gota de lluvia.
-¡¡Sugaar!!
Y se desató, imparable, la tormenta.
Las nubes se deshicieron en lágrimas, angustiadas, incapaces de contener toda la rabia de la Dama. El mundo se difuminó en agua, corrieron los más tardíos a buscar refugio. Los animales se encogieron en sus guaridas atemorizados por la cólera divina. Los árboles gemían bajo la lluvia sacudidos por un viento huracanado, y el polvo del camino pronto se convirtió en barro, y el barro en ríos desconsolados que socavaban la tierra con sus dedos crueles de avaricia.
Y Mari, en lo alto, no dejaba de gritar.
Se iluminó de repente la noche como un milagro inesperado, y restalló un trueno con una canción diferente a las demás. La tormenta redobló sus fuerzas como si hubiera encontrado nuevas energías. Mari entrecerró los ojos, suspicaz. Aquello no era cosa suya.
- ¡Sugaar! -rugió de nuevo.
El mismo trueno le respondió a lo lejos.
- ¡Llegas tarde, Sugaar! La noche ya ha caído, las sorgiñas comienzan su canción y mis ojos aún no han mirado los tuyos. ¡Se acaba el viernes, Sugaar, y mi paciencia se agota!
Un meteoro con forma de hoz cruzó el firmamento como una exhalación. La lluvia apagó su fuego según se acercaba a Mari y reveló una serpiente que siseó enfurecida.
- ¡Aún estoy a tiempo, Mari! Mira abajo, en el claro. ¡El akelarre aún no ha empezado!
- Antes te esperaba yo, tal y como era lo acordado. ¡Has faltado a tu promesa!
- ¡No puede ser cierto, si aquí estoy!
- ¡¿Osas llamarme mentirosa?! -gritó encolerizada.
Abajo la tierra tembló agitada por la potencia de su voz.
- ¡¿Y no es verdad que ya he llegado?!
Sugaar se lanzó contra ella tan rápido que se desdibujó en el aire, y cuál fue la sorpresa de Mari cuando se encontró, preparada para defenderse del ataque, con unos labios de hombre besando su boca.
- ¿No es verdad que ya estoy aquí?
Y Mari no pudo responderle, pues no sabía mentir ni era capaz de abandonar su orgullo, así que engarfió los dedos en el cabello de Sugaar y le devolvió un beso con sabor a tormenta.
Cuando el rayo iluminó el cielo pudo verse, para quien se atrevió a mirar, la silueta de dos amantes unidos en un abrazo de pasión. Pero nadie alzó la mirada, claro. En la tierra las sorgiñas encendían la hoguera, y el macho cabrío, que coceaba enloquecido hasta el momento, se tranquilizó de pronto y encaró su destino.
Un trueno retumbó en el cielo más fuerte que los demás, pues era la unión de las voces de Mari y Sugaar que se amaban entre las nubes ajenos al mundo, pero nadie le prestó atención.
Comenzaba el akelarre y, la noche, era de las brujas.