Autora: mar_narusegawa
Palabras elegidas: amor
Personajes: El personaje principal mitológico es la diosa Nueve Hierba, es la temida diosa de la muerte, su descripción más cercana se le ve con una máscara bucal, con la mandíbula, las costillas y el cuerpo descarnado; el pelo encrespado con ojos estelares y navajas de pedernal.
Otros Personajes: Ocho Venado Garra de Jaguar
Rating: PG
Palabras: 2487
Ella era reconocida y temida en todos partes. Era una de las diosas más populares y reverenciadas dentro del panteón Mixteco; y a pesar de la gran dispersión que existía en los reinos, su nombre era respetado, considerado tabú y jamás pronunciado.
Su morada era el lugar que más se temía en todas las regiones, no por nada estaba adornada con los restos de todos aquellos que habían intentado llegar a su templo, los cráneos y las costillas de los tontos que se creían lo suficientemente buenos para pedir su apoyo. Se sabía lo poderosa que era, su habilidad de conocer el futuro y de echar la suerte con los pequeños maíces y atisbar, con tan sólo una mirada, el destino del gran pueblo de la lluvia.
No por nada ella era una de las deidades más importantes, era nada más y nada menos que la diosa Nueve Hierba Muerte, la cual no favorecía a ninguno que no fuera digno de llevar su protección. Conseguir su apoyo era igual a tener la victoria asegurada, era estar destinado a grandes cosas.
Y sin embargo ella no podía interferir en los actos de los humanos, esos seres tan frágiles y al mismo tiempo tan fascinantes, que intentaban alejarse lo más posible del camino que les habían marcado, uno que ni ella podía mover.
Todo seguía su curso, las cosas ya estaban escritas. Los Mixtecos o los dzahui cómo ellos mismos se denominaban, estaban inmersos en una serie de guerras intestinas que hacían notoria las grandes divisiones que existía, que no los hacía un pueblo unido, que los marcaban como grandes guerreros, pero malos administradores.
Dentro de estos problemas y guerras, la diosa Nueve Hierba vislumbró el nacimiento de un personaje que parecía por demás importante. Se veía un gran poder, tenía la marca que lo hacía diferente al resto de humanos. Sin embargo había algo dentro de su vida que no lograba ver, cosas que al parecer no estaba todavía decidido, cosas que le sorprendió sobremanera. Eso no pasaba a menos que se esperaran demasiadas cosas de él, por lo que decidió vigilar a ese atípico hombre.
El día de su nacimiento no auguraba mucho, era un día normal, ella lo vio en las estrellas, lo vio en los maíces que tiró para estar más tranquila, pero había algo en el aire que no dejó de ponerla nerviosa. Él nació un día ocho venado, según el calendario ese sería su nombre. Cuando cumpliera los siete años le darían un sobrenombre que lo distinguiera de los otros ocho venado, sería un nombre que se ganaría.
La mañana trajo consigo la tranquilidad. La madre y el niño dormían plácidamente, mientras que arriba, los dioses tenían un consejo extraordinario. La deidad Nueve Hierba fue la primera en hablar.
―Es raro, no puedo aún ver qué es lo que pasará en su futuro, sólo tengo fragmentos. Esto no me había pasado.
―Quizá la niebla de la mañana no te ha dejado ver más allá ―sugirió el dios viejo.
―No, no, lo he intentado muchas veces, la niebla nunca ha sido un impedimento para mi.
―Entonces tenemos que vigilar a ese pequeño, ver qué es lo que hace ―El dios del agua, el gran Dzahui, también conocido como Tláloc en otras latitudes, había hablado.
―A ti Nueve Hierba te tocará vigilarlo, él entra dentro de los días dónde tienes inferencia.
Eso era lo que ella más temía. No había dicho eso que había podido vislumbrar, esa pequeña parte del futuro dónde ella se veía al lado de ese guerrero.
En la tierra, mientras tanto, del pequeño niño no se esperaba mucho. Se entendía que era hijo de un gran hombre, del gran Cinco Lagarto, el sacerdote principal del culto al dios más venerado en la región Dzahui, quien tenía su templo en la gran urbe Mixteca en la región del centro el lugar de la confluencia de poderes: el gran Tilantongo, el lugar del negro y el blanco.
Sin embargo, también estaba el hecho de ser hijo del segundo matrimonio del sacerdote. Era normal en esa época los segundos, terceros y hasta cuartos matrimonios, pero se entendía que la primera unión de un príncipe, rey o sacerdote tenía más valor que el segundo, el cual sólo tenía las tierras que la madre pudiera donar y alguna de menor valor del padre.
El pequeño príncipe desde el inicio dio pruebas de sorprendente valor y poder. Sin que nadie pudiera evitarlo, se escapó a luchar con los guerreros del pueblo, asombrando a todos, tanto a los ancianos como a los vencidos, quienes no esperaban que un niño de ocho años fuera el comandante de las fuerzas que los someterían.
Su fama pronto llegó a oídos de su medio hermano el gran Doce Movimiento, quien viendo lo peligroso que sería tener a Ocho Venado como enemigo; decidió unirlo a su ejército, considerando que era mejor para él tenerlo vigilado. Así no podría efectuarse una traición sin que él pudiera sofocarla a tiempo.
Con el tiempo se fue haciendo más conocido, sus hazañas eran nombradas en todos lados. Sabían quién era, su sobrenombre fue elegido sin que nadie dudara, era nombrado con temor y con respeto: pasaría a la historia como el celebre Ocho Venado Garra de Jaguar. Y sin embargo no podía quitarse aún la etiqueta del segundón, del hijo con menor valor.
Pero él sabía lo que quería y la diosa Nueve Hierba también. Ella había estado observando cada uno de sus movimientos, temiendo sus derrotas y celebrando sus victorias. Con el tiempo se fue encariñando más y más con ese ambicioso joven que no quería quedarse quieto, él quería fama y poder.
La diosa sabía con certeza que él era un personaje diferente, que rompería todas las reglas escritas, aparecería en muchas historias de los pueblos mixtecos, sus aventuras quedarían plasmadas en los libros, esos hermosos libros hechos con la piel de los venados...
Con la muerte de su padre el gran Cinco Lagarto, comenzó una guerra entre los grandes señores de los reinos vecinos por el poder de Tilantongo. Todos querían gobernar ese gran recinto, así que las batallas no se hicieron esperar. Ocho Venado se vio en medio de las hostilidades, con su hermano logró aplacar a la mayoría de los pueblos vecinos. Consiguieron calmar las aguas por un tiempo.
Sin embargo, a él nadie lo veía como un candidato al trono, no era aún digno para ocupar ese rango. Al fin y al cabo sólo era el segundo hijo de un simple sacerdote, para los ojos de lo grandes linajes era uno más del común, nadie por quien preocuparse.
La única que lo consideraba, y quizá demasiado, era la diosa,; la cual estaba asustada debido a que cada vez se hacía más borroso el futuro de ese guerrero. No podía acceder a más, y por eso ella siempre estaba atenta a las acciones y decisiones del joven.
Ocho Venado quería llegar a ser el gobernante más poderoso de todo el territorio Mixteco y por lo mismo tenía claro que necesitaba crear un nuevo linaje, donde él fuera el primero, por lo que decidió hacer una serie de acciones para que todos lo consideraran apto para gobernar el lugar más importante en el reino Mixteco.
Decidió hacer algo demasiado arriesgado, algo que casi nadie intentaba, debido a las dificultades que entrañaba esa idea, sin embargo él pensaba a lo grande y eso era ir a visitar el templo de la gran diosa Nueve Hierba. Quería su apoyo, su protección y sabía que tenía que ir a entrevistarse con ella.
La noticia de esta gran empresa llego a oídos de una de las princesas más nobles que existían en el territorio Mixteco, la cual sabía quien era el guerrero Ocho Venado. Había querido saber más y más de aquel singular personaje, y decidió arriesgarse para poder conocerlo: mandó a uno de sus sirvientes con una carta para él. Ocho Venado se sorprendió cuándo recibió la carta de la bella princesa Seis Mono, una de las herederas del trono de Chalcatongo, uno de los linajes más antiguos y respetados. Le decía que quería viajar con él a ver a la diosa Nueve Hierba, ella tenía que pedir consejo sobre los posibles matrimonios que podía tener.
Al principio el bravo guerrero estuvo en contra de ese viaje, ella sólo lo retrasaría, sería un estorbo y no podría tener más tiempo con la diosa. Sin embargo, su medio hermano lo convenció de lo bueno que era para su reputación el ser el acompañante oficial de la hermosa princesa.
Con eso en la mente, Ocho Venado decidió emprender el camino hacía el templo de la gran diosa, la cual estaba observando todo, temiendo el momento en el que se encontraría con su protegido, ese a quien había observado desde pequeño, aquel que se escapaba de los designios del destino.
El viaje al gran templo duró más de tres semanas, fueron muchos los peligros corridos. Ocho Venado se sorprendió de la gran resistencia de la princesa Seis Mono, a la que consideraba poco más que una niña mimada, sin embargo no pudo si no aceptar que se había equivocado en sus primeras impresiones.
La marcha con ella era muy amena, conocía perfectamente las historias de los antepasados, las grandes batallas de los Mixtecos con los antiguos hombres de piedra, sus ancestros habían luchado contra ellos y se quedó en el recuerdo familiar todo el relato. También le contaba cosas de sus pretendientes, los reinos que gobernaban y las alianzas que sus hermanos esperaban ganar al casarla con alguno de ellos.
En algún momento a Ocho Venado le pasó por la cabeza lo ventajoso que sería casarse con ella, tendría acceso directo a uno de los reinos más poderosos del urbe, pero rápidamente desechó esas ideas. Él no podía hacerle eso a la que consideraba ya digna de su respeto, además no sabía que era lo que la diosa le tenía preparado.
Cuándo la diosa vio llegar a Ocho Venado no pudo evitar un estremecimiento. Era distinto ver todo desde arriba que enfrentar directamente a los ojos de ese joven, los cuales gritaban las ganas de sobresalir que tenía.
Pero para su sorpresa detrás de él estaba ella, la princesa Seis Mono. Estaba tan concentrada en el encuentro con el joven que no vio más allá, sólo lo había visto a él, pero entonces una punzada de molestia, odio o celos se presentó en la diosa. Ella quería poder estar a solas con el joven, pero también tenía que darle la oportunidad a esa mocosa.
Decidió que haría sufrir a la princesita. No entendía que terminaba de pasar con ella, pero quería verla humillada, hacerla menos, que entendiera que su lugar era más bajo, que la mejor era ella, la gran diosa; y más si se encontraban en su hermoso templo adornado con costillas y cráneos.
En contra de todas las convenciones sociales, decidió atender primero al guerrero. A ese joven de casta inferior, dejando de lado a la chica, la cual tenía más derechos pero que no había agradado a la diosa.
Por fin, dieciocho años habían pasado desde que ella había sido encargada del cuidado de ese hombre. Estaba frente a él, había visto todo lo que a su corta edad había logrado y, al mismo tiempo, se daba cuenta del potencial que tenía frente a él. Vio la resolución y la franqueza en esos ojos.
Decidió que seguiría con él, a través de la sacerdotisa que habló con él, le hizo ver lo que necesitaba para crear un nuevo linaje, las conquistas requeridas, los contactos con otros grupos, el reconocimiento de los grandes Toltecas, la fundación de ciudades importantes y los matrimonios claves.
Le dio una serie de elementos simbólicos que le servirían para la fundación de las ciudades y que le aseguraban su apoyo como divinidad tutelar del guerrero. Le explicó todo el ritual que tenía que hacerse para que nadie pudiera negar la autenticidad de la ciudad en cuestión.
Y de repente la Diosa se sintió la mujer más importante en la vida del conquistador, él la escuchaba embelesado, pero al mismo tiempo atento a sus palabras. Se sintió demasiado importante, indispensable en su vida y le gustó ese baile de mariposas en su interior, pero al mismo tiempo una lucha entre sus sentimientos y su razón se llevaba a cabo, por lo que al darle las últimas instrucciones decidió terminar la entrevista. No quería seguir hablando de los matrimonios que debía hacer, ya que todo apuntaba a esa princesa.
Con lo poco que le quedaba de paciencia decidió atender de manera parca y rápida a la princesa. Necesitaba deshacerse de ellos, dejar de ver a ese joven que le había obnubilado los sentidos.
Al lanzar los maíces para ver la suerte de ella, una parte del rompecabezas de la vida de Ocho Venado se movió y le mostró a los dos juntos gobernando en Chalcatongo, con una familia que no terminaba de aceptar a Ocho Venado y con una guerra avecinándose. Sólo cuestión de tiempo para acabar con ese guerrero, de borrarlo de la historia para siempre.
Y entonces lo decidió, ellos dos no podían estar juntos. Él no podía ser tan feliz y olvidarse de la gran diosa que le había dado todo, a la que le debía no sólo la vida sino todo el futuro feliz. Si se casaba con Seis Mono se iba a conformar con poco y ella lo había destinado para cosas grandes.
Con esto en la mente decidió hacer algo que estaba más que prohibido en el panteón Mixteco. Decidió interferir, mover los hilos del futuro, cambiar el porvenir de ese guerrero y con eso el de la nación Mixteca, sólo un destino que afectaría a más de uno...
Pero era para bien.
No tenía nada que ver con el corazón que empezaba a latir por culpa de Ocho Venado, era para cuidar de la nación Dzahui, por su fama y por el respeto que quería que le trajera el que estaba destinado a convertirse en el hombre más poderoso y famoso del mundo mesoamericano.
Entonces lo llevó a cabo, le dio a ella un destino diferente. Habló de los designios de los astros y con esto la orilló al matrimonio con un hombre que no era para ella, por el bien de todos, o eso se repetía mientras le explicaba.
A partir de ese momento el camino de ellos dos se separó de manera definitiva. Cada uno tomó su rumbo, partió hacía lugares diferentes y cuando los dos abandonaron el templo de la diosa, ella pudo ver aquello que se le escondía en el futuro, todo había cambiado y ella lo vio...
Veinte años después ellos se volverían a encontrar.
Pero para no verse más. Ella moría bajo las manos de ese hombre a quién había llegado amar, y del que la diosa lo había separado sin más...