Apr 19, 2008 09:43
Venga, a leer, gentuza x).
Le mira dormir. Si supuestamente la situación debería ser dulce, quizás tierna, no hay rastro de esos adjetivos en la escena. Le mira dormir, pero realmente no le ve a él. Sus ojos son opacos, el alma se ha perdido en algún punto inconcreto de la nada.
Distraídamente, se acerca la mano al rostro y lleva a los labios la tableta de chocolate que ésta sostiene. El sabor le resulta amargo, desagradable. Nada que ver con el gusto a azúcar que debería tener.
Sonríe con sarcasmo. Sí, definitivamente, todo lo que está sucediendo aquel día es lo opuesto a lo normal, le causa las sensaciones contrarias a las que debería sentir. El chocolate le sabe mal. La visión frente a él, también.
Mikami no ha despertado. Ojalá no lo hiciera nunca; así no se vería obligado a tratarle como un perro que es.
Es extraño, pero casi diría que se ve… indefenso en esa situación. Quizás la imagen de sus ojos cerrados -de parpados lisos y estáticos-, su cabello negro entremezclado con porciones de piel blanca de la frente y el torso desnudo, rodeado por sábanas, debería despertarle a Mello algún tipo de instinto protector, de afecto.
Eso sería lo que normalmente pasaría entre dos personas que se han acostado juntas la noche anterior. Lástima. Mello hace tiempo que ha perdido la capacidad de sentir afecto. Es evidente que, si Mikami espera algún un tipo de reacción dulce por su parte cuando despierte, es un iluso.
Vuelve a morder una porción de chocolate. De nuevo, el sabor amargo se expande por su boca como si fuera una plaga pegajosa. Reprime las ganas de escupirlo y se limita a lanzar la tableta sobrante contra la pared más cercana. Está asqueado de todo, su mal humor aumenta por momentos. Y que Mikami esté tan tranquilo durmiendo en su cama, en su territorio, tan solo empeora las cosas. Quizás ya va siendo hora de que despierte.
─Puto maricón ─masculla por lo bajo, pensando en voz alta─. No sabes los problemas que me vas a traer…
Y de pronto, como si estuviera predestinado, Mikami se revuelve nervioso entre las sábanas y respira profundamente. Un leve movimiento en sus parpados no tarda en aparecer. El joven entreabre los ojos castaños, que tienen un tinte opaco y carente de brillo. Otea con vaguedad el techo del dormitorio, luego las paredes, y finalmente repara en la figura que está a su lado, recostada contra el cabezal de la cama.
Durante todo este tiempo Mello no ha dejado de mirarle. Su expresión -oscura, grave, casi siniestra- no presagia nada bueno.
─¿Ya te has despertado? Entonces lárgate.
Mikami parpadea, confundido, aún sin hacer el más mínimo ademán de incorporarse. Mueve con torpeza los labios entreabiertos y susurra:
─¿Dónde estoy?
Mello resopla, pero el sonido resultante más parece un gruñido animal que otra cosa. Aparta la espalda bruscamente del cabezal, desliza las piernas por la orilla de la cama y se pone en pie rápidamente. De un modo nublado, Mikami observa que el joven lleva puestos unos vaqueros negros y ajustados, y que va sin camiseta. Entre sorprendido y contrariado, clava los ojos en la multitud de cicatrices que cruzan su pecho y hombros. Pequeños caminos de piel áspera que recorren toda la superficie del torso de Mello en intrincados laberintos. No parecen heridas recientes, sino producidas de hace meses, quizás años, pero para Mikami es como si fuera la primera vez que las ve.
De hecho, juraría que es la primera vez.
─¿Qué pasa? ─inquiere el otro con una mirada fulminante─. Ayer no hacías otra cosa que reseguir las cicatrices con la lengua, gilipollas. Ahora no me digas que te das cuenta en este instante…
Mikami cada vez está más confundido. Poco a poco su adormilado cerebro empieza a reaccionar y, en igual medida, la sensación de alarma aumenta y le taladra los sentidos. Lentamente se apoya en los antebrazos y hace ademán de incorporarse -¿Cuándo ha recuperado la movilidad?-.
─¿De qué hablas?
─Sabes de qué hablo ─responde Mello muy serio─. ¿Ahora finges no acordarte de nada? Pues por mí puedes irte al infierno. Coge tus cosas y vete.
Sin esperar respuesta, el chico da un par de zancadas por la sala hasta llegar a un cúmulo de ropa oscura que hay tirado en un rincón y extrae de ahí lo que parece un uniforme de instituto muy semejante al de Mikami. Sin miramientos, se lo lanza y la ropa cruza el aire para caer sobre la colcha de la cama.
─¿No me has oído? ¡Vístete y vete cuanto antes! ─Mello entorna los ojos, que de pronto han adquirido un tinte peligroso, y sisea con toda el desprecio que es capaz de reunir en la voz─ Me das asco…
Mikami se queda inmóvil, sin saber que pensar o sentir. Por su parte, Mello se gira de espaldas y, a grandes pasos, se dirige hacia el balcón de la habitación en una clara muestra de que ignora al otro.
O al menos es eso lo que quiere aparentar.
Se muerde el labio inferior con fuerza. Está frustrado, enfadado consigo mismo, y lo peor es que no sabe porque. Sólo hay algo que tiene claro: odia la situación. Odia a Mikami. Odia a los maricones como él, que se acuestan con alguien y luego fingen no entender nada. Sí, eso mismo. Mikami tiene la culpa de todo. De ese modo, resulta más fácil ahuyentar el pensamiento que retorna a su cabeza en todo momento desde que se ha despertado.
Él no es un maricón, claro que no, pero lo más triste de todo es que lo volvería a hacer…
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Le mira. A cada instante que sus ojos verdes se fijan en la cabeza morena que destaca en el patio, siente como el fuego que arde en su interior se aviva. Es una sensación tan llena de ira que ni tan sólo su adicción por el chocolate puede calmar.
Odia verle tan… tranquilo, tan fresco, como si nada hubiera pasado. Eso sí, no sonríe. Demonios, ni tan solo parece estar feliz… pero tampoco sufre. Se ha resignado. Ha aceptado esa noche como un silencio a gritos dentro de sus recuerdos. Y ya está. No hay más. Ni lágrimas, ni crisis de ansiedad, ni complejos ruegos para que Mello no lo diga a nadie. No ha hecho falta. Mikami se ha limitado a fingir que jamás pasó nada.
Mello frunce los labios hasta que éstos se vuelven una fina línea. Su odio es más intenso que nunca; sus ansias de venganza, infinitas. Quiere gritarle al mundo lo sucio que es ese cabrón, lo increíblemente maricón que le parece.
Sabe que eso no sería correcto. Pero también sabe que es justo lo que terminará haciendo.
Respira hondo, se pone en pie y sale de la esquina desde dónde se ocultaba para ver a Mikami leyendo bajo un árbol. Cada movimiento está milimétricamente calculado, cada sonrisa engreída y cada mueca de maldad está prevista con la precisión de una bomba lista para estallar.
Al verle llegar, Mikami levanta la mirada de su libro y, por instante, sólo por un instante, sus ojos otean a Mello con algo parecido al miedo. La sonrisa oscura que éste luce no tarda en confirmar sus temores.
─Qué calmado se te ve, ¿eh, gilipollas? Me pregunto si también lo estarás una vez se entere todo el instituto de lo que pasó ayer.
Ante esas palabras, el moreno abre los ojos desmesuradamente y la expresión de terror se convierte en una certera realidad. Mello observa con satisfacción como sus finos labios se abren, se vuelven a cerrar, y luego de nuevo a entreabrirse. Parece buscar unas palabras que han escapado de su alcance.
─No…─ruega con voz extrañamente ronca.
─Oh, claro que sí ─el rubio abaja un poco la cabeza y el flequillo le difumina la mirada como cicatrices doradas contra piel nívea─. Eres un cobarde de mierda. Y odio a los cobardes como tú.
Sonríe con maldad. Eso es lo que quiere. Quiere gritarle al mundo lo sucio que es ese cabrón, lo increíblemente maricón que le parece.
… quiere gritarle todo eso porque es más fácil gritárselo a Mikami que a sí mismo.
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Le mira. Brillos apagados de inexpresividad pueblan su mirada verde, brillos de quietud infinita salpican sus rasgos de mármol. Le mira y no hace nada, no dice nada. Sabe que no vale la pena. Además, no encuentra un motivo que le parezca suficiente para acudir en su ayuda.
Con una calma devastadora, apoya un codo sobre el alfeizar de la ventana y deja que el viento del atardecer juguetee con su cabello rubio, lo sacuda con fuerza hacía atrás. Él está allí, arriba, cobijado en un aula desierta una vez ya han terminado las clases.
Mikami está ahí, abajo, completamente indefenso y expuesto a esas cuatro sombras que recuerda vagamente como compañeros de clase. Por sus movimientos se podía decir que lo están apalizando. Sí, eso es justo lo que sucede. Mikami ha sido acorralado en una esquina por cuatro imbéciles que le están dando una paliza.
A través de la distancia, la altura, y el silbido del viento, Mello casi puede oír sus jadeos, sus gemidos de dolor cada vez que un nuevo puño le gira el rostro. Casi le parece percibir un olor amargo, metálico, parecido al de la sangre. Y, sobretodo, casi oye una súplica muda en su cabeza. Mikami pidiéndole ayuda. Mikami tratando de no perder la conciencia a toda costa.
Pero es absurdo. No le ha visto, ni siquiera debe saber que Mello le observa desde lo alto del edificio sin alterarse.
No puede hacer nada por Mikami. Porque él está ahí, arriba, observándolo todo desde la ventana de su propia celda de mentiras y ceguedad. Y Mikami está abajo, expuesto a la verdad, expuesto a la realidad.
Es injusto. Sí, es muy injusto. Pero Mello no puede hacer otra cosa que mirar, mirar desde arriba… y mantener -siempre, siempre, siempre- su apariencia de chico malo, duro y orgulloso.
Es el único modo para no terminar como Mikami.
tema: slash,
comu: crack and roll,
claim: mello/mikami,
fandom: death note