Amamos a las chicas que el fandom odia (y la filosofía, aparentemente)

Mar 16, 2013 02:34


¿Qué soy, entonces?
Algo que piensa.
¿Y qué significa eso?
Algo que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza,
y que imagina y siente.
- René Descartes, Segunda Meditación

Estoy llevando mi primer curso de filosofía ever (Know Thyself, en coursera) y he descubierto que Descartes se lee un poco como poesía. No porque las palabras tengan bonita cadencia (que tienen), sino porque van dibujando esas preguntas que bailan siempre en las fronteras de mi conciencia. La semana pasada vimos a Socrates y esa necesidad de seguir cuestionando(nos), de seguir preguntando(nos), de ver más allá de los dogmas aprendidos (y saber que hay más todavía tras el horizonte). Esta semana, Descartes asume (muy sabiamente) que si algo que siempre creyó cierto puede ser falso (que el sol gira alrededor de la Tierra, por ejemplo) todo puede serlo. A lo mejor ni siquiera estamos aquí, piensa (a lo mejor estamos en la Matrix). Pero incluso si todo lo que percibimos puede ser falso, el hecho de que lo percibimos sigue siendo verdadero. Existimos con certeza solo en nuestras ideas, solo cuando/porque pensamos.

Eso me lleva a preguntas sobre otros espacios mentales, estos espacios, en los que (una vez que termina la conexión entre mi mente y la pantalla a través de mi dedos y la información ha sido enviada) existo solo a través de mis palabras, espacios en los que establezco relaciones tan, pero tan reales con personas a las que no he visto nunca, a las que no he oído nunca, que solo conozco a través de palabras (de ideas) en una pantalla. Y pienso más. Pienso en esas relaciones que ni siquiera son bilaterales, en el profe del curso con sus ejemplos y sus rodeos, que me hace tanta gracia y a quien un día recordaré con tanto cariño como recuerdo a mis profesores de la universidad, a pesar de que (con 70000 alumnos y corrección de exámenes automatizada) lo más probable es que él nunca llegue a saber de mi existencia. ¿Cómo funciona aquello? ¿Cómo es que una persona que nunca has visto, con la que nunca has hablado, que ni siquiera sabe que existes se convierte en alguien importante en tu vida? Y ya en esos términos, ¿qué diferencia al Prof. Green de Minerva McGonagall? ¿O Dean Winchester? Si solo existimos en nuestra percepción, en nuestras ideas, si podemos establecer relaciones con personas que nunca hemos tocado a través de sus ideas, ¿es Dean menos real que el Prof. Green?

Ya, se me va un poco la mente (y tampoco es una conversación que no hayamos tenido en todas las bancas de todos parques de Fandomium). Solo digo que, probablemente, a Descartes le hubiera gustado sentarse con nosotras en la hierba virtual.

***

Cambiando completamente de tema, hace mil años escribí algunos drabbles para el womenlovefest, y ya que (lamentablemente) nunca hubo segunda edición, quería dejárselos. Aprovechando el mes de las mujeres y eso ^^.

Bastardo
(Para obsscure, que pidió "algo de Sansa, cualquier cosa en realidad, aunque si tiene que ver con Lady, yo encantada y si tiene que ver con Jon superencantada".)

Lobos huargo. Nadie los ha visto en cientos de años y de pronto hay seis de ellos en el bosque de Invernalia. Es una maravilla, un regalo de los dioses para la familia Stark, y Sansa se siente de pronto como una de esas princesas de las que hablan las canciones. Imagina las aventuras que le depara un destino marcado por este augurio, los romances, las sorpresas. Ha oído los rumores, su Alteza tiene intenciones de llevarlos a todos a vivir en la corte. Sansa siente que al fin su historia comienza. La princesa del norte, cantarán algún día, que siempre era guardada por una loba huargo y desafió al invierno por su verdadero amor.

La Vieja Tata dice que los lobos se parecen a sus dueños y sin duda es cierto. Viento Gris es grande y majestuoso, valiente, siempre con un ojo puesto en el horizonte. Se parece un poco a Robb, pero se parece más al señor que su madre asegura que Robb será algún día. Arya llamó a su loba Nymeria en honor a una reina legendaria (una guerrera, corrige Arya, una reina, insiste Sansa). No tiene el pelaje de Dama, ni su humor calmado, y no obedece a nadie. Da un poco de miedo. El lobo de Bran es algo introvertido, siempre observando. No deja a Bran ni a sol ni a sombra. La Vieja Tata dice que Bran no consigue ponerle un nombre porque él mismo no ha encontrado su lugar todavía (la Vieja Tata siempre dice cosas extrañas). Rickon ya tendrá tiempo de arrepentirse del nombre que le puso al suyo. Peludo es oscuro, un poco difícil, y de ningún modo un “Peludo”.

Jon Nieve también tiene el suyo. Es un lobo blanco de ojos rojos, elegante como los otros, orgulloso como los otros, pero claramente distinto.

Sansa tenía cinco años la primera vez que se preguntó por qué Jon Nieve no llevaba su mismo apellido. Fue más o menos por la época en que descubrió que Theon Greyjoy no era su hermano, aunque viviera en el castillo, comiera con ellos y se pasara el día pegado a Robb. Se le ocurrió que lo mismo debía pasar con Jon. Después de todo, Madre nunca se sentaba con él en la hierba ni le contaba historias, como hacía con ella, nunca le arreglaba la ropa después de montar o le recordaba las responsabilidades del futuro señor de Invernalia, como hacía con Robb.

- Cuando crezca voy a casarme con Jon Nieve-, le dijo un día a la Septa Mordane. Jon era siempre amable, no se burlaba de sus juegos como Theon y Robb, y tenía una sonrisa secreta que solo mostraba a los elegidos. Estaba segura de que Padre lo consideraría adecuado. Era obvio cuánto aprecio le tenía.

La septa se atoró con el té.

“Bastardo” es una palabra difícil a los cinco años. Sansa solo la había escuchado en las canciones y nunca se refería a nada bueno. Jon era siempre amable, cuidaba a los pequeños (incluso a Arya, que ya por entonces era incorregible), tenía los ojos brillantes y una sonrisa secreta. Pero también era un bastardo. Su hermano bastardo.

Pasaron años antes de que Sansa llegara a comprender todas las razones por las que aquel día había dicho una estupidez.

El lobo de Jon se llama Fantasma. Es un buen nombre para un lobo blanco como la nieve en los páramos de Invernalia. Un buen nombre para el lobo de un bastardo que se mueve sin ser visto entre los señores del norte.

Juegan los seis en el Bosque de Dioses, como si fueran perros y no seres de leyenda. Viento Gris y Nymeria miden fuerzas, Peludo y el lobo sin nombre de Bran se persiguen entre los árboles. Fantasma observa a sus hermanos, mordisqueando una raíz. Dama se deja acariciar, tumbada bajo el sol.

El nombre fue idea de Jon.

- Ésta es para ti- dijo nada más llegar, sonriente y cargado de lobos huargo (y hacía tanto que Sansa no veía esa sonrisa…).- Es la que mejor se ha portado en el camino. Toda una dama.

Su hermano bastardo. Bastardo. Nunca se le olvida. De alguna manera lo hace un poco menos malo. No es como si fuera la sonrisa de Robb. No exactamente.

Sansa ha oído los rumores. Jon se irá al Muro en algún momento, es su destino. Ella tiene un destino distinto, entre damas y caballeros. Paseará por los jardines de la corte y será la princesa del norte (la hermana de un traidor, la prisionera de un villano) guardada siempre por un lobo fiel, y el vencedor del torneo le ofrecerá una sonrisa secreta (una confesión terrible, una devoción callada) en la oscuridad del sendero que lleva al castillo (en un puente solitario, bajo las llamas verdes de la batalla).

***

He gave to her his wings
(Para chocolaticida, que pidió simplemente "¡Sansa!" pero por algún motivo me hizo pensar en aquel paralelo entre perros y lobos que da tantas vueltas por el mundillo del sansan, a lo mejor porque es chocolaticida y siempre me pone a pensar en posibilidades no exploradas. Va con esta canción.)

Hay mucho tiempo para soñar en Desembarco del Rey cuando se es una princesa prisionera. Sansa ya no sueña despierta (en esas horas en que es necesario cuidar cada gesto, cada palabra), pero mientras duerme, a salvo en su mente, sus sueños son cada vez más claros, los colores más vivos, los aromas más intensos, la piedra más fría bajo los pies descalzos que recorren los pasillos de un castillo vacío.

Una noche la pasó volando sobre llanuras nevadas. Rickon estaba vivo y avanzaba de la mano de una mujer salvaje a través de una sábana blanca que no parecía terminar nunca. Sansa susurraba palabras de ánimo en la brisa helada que les enrojecía las mejillas, y de cuando en cuando, Rickon respondía.

Otra noche la pasó en las ruinas de lo que fuera Invernalia, entre salones fantasma que alguna vez albergaron celebraciones y risas, al abrigo solitario de paredes ennegrecidas. Se encontró con Bran en el Bosque de Dioses. Solo que no era Bran, sino el gran arciano blanco. (Y también era un cuervo. No lo parecía, pero Sansa lo sabía de esa manera en que se saben las cosas en los sueños.)

Una noche terrible vio a su madre volver a la vida con los miembros hinchados y el rostro cubierto de cicatrices.

No son sueños normales, dice Bran-Cuervo. Los llama “sueños de lobo” y asegura que cuando los tiene puede meterse en la piel de Verano, su lobo huargo, correr y saltar y cazar como si nunca se hubiera caído. Y Sansa despierta sintiendo un poquito de envidia, una tristeza ya olvidada. Sansa no tiene lobo en cuya piel colarse.

A veces sueña que es otra persona. Un hombre grande con una espada. Alguien a quien todos temen y no un pajarito desvalido. Siente la fuerza bombeando en la sangre, la ira contenida. Siente las ganas de desenvainar y acabar con todo, solo porque puede. Siente el vino dulce en la boca, los sentidos atrofiados, siente la lengua caliente de una prostituta de cabello rojo que nunca lo mira a la cara. Siente las miradas que se apartan a su paso, reconoce en ellas el miedo y el desprecio. Siente el propio desprecio por todo y por todos. Sobretodo por sí mismo.

Sansa-Hombre no le teme a las espadas, no le teme al frío ni a las cosas que acechan en la oscuridad del bosque. Pero enciende una hoguera y observa las llamas y siente el miedo retorciéndose en el pecho, la tensión estirándose sobre los músculos. Levanta la mano, casi por instinto, y se toca el rostro. No se sorprende al encontrar las cicatrices. Abre la boca y lo dice en voz alta, para asegurarse (o tal vez es solo para oírlo). “Pajarito.”

Una noche, Arya está sentada del otro lado de la hoguera. Se ve minúscula desde la altura imposible de Sansa-Perro, escuálida y sucia, con el cabello enmarañado. Le toma un rato reconocerla, pero es Arya, no hay duda. Y Sansa siente. Siente la preocupación y la determinación, las dudas y el instinto protector, y siente eso otro, enroscándose en el pecho, frágil y furioso, cuando la voz áspera dice “tu hermana” y “me dio una canción”.

Sansa no cree lo que dice Bran-Cuervo. Los sueños son sueños. Por eso no sabe qué decirle a Tyrion cuando se despierta llorando en mitad de la noche, con mil nudos deshaciéndose en el pecho. (Arya está viva. Arya está a salvo. Él la está cuidando.)

No vuelve a soñar en muchos días. Tantos, que cuando lo hace ya no es Sansa Stark quien sueña, sino Alayne Piedra. Y Alayne sueña con un dolor punzante, un cansancio imposible. Sueña con el sabor metálico de la sangre, con aire que se gana cada vez con más esfuerzo. Sueña con un miedo nuevo y oscuro. Y entre el dolor y el miedo, Sandor Clegane parece sentirla de pronto. Dura apenas un segundo. “¿Pajarito?” pregunta en un susurro, y Sansa se aferra a su mente como puede.

Esa noche, es a Robert a quien despierta su llanto.

Sansa no cree lo que dice Bran-Cuervo. Pero se acuesta cada noche y cierra los ojos, esperando el próximo sueño.

***
Las pequeñas cosas
(Para insideblue, que pidió "¡Tonks! algún momento de su vida, del camino que recorrió para ser quien es" y nowhere1girl, que pidió "Tonks, orgullo Hufflepuff".)

Ted Tonks siempre ha sido un hombre de campo abierto. Le gustan el océano y sus mareas, las praderas que no parecen terminar nunca, los bosques y sus secretos (a Dora le encantaba perderse en el mundo salvaje de la mano de su padre, allá por los tiempos en que era feliz siendo "Dora" y creía que “el mundo salvaje” era el bosquecito cercano a su casa). Le gustan también los animales, grandes y pequeños, domésticos y salvajes (dice que no hay gran diferencia, que todos los animales somos un poco salvajes y estamos un poco domesticados). Es por eso que el jardín de la familia Tonks se llena de pájaros por las mañanas (cuando Ted los alimenta). Andrómeda se queja de que son una plaga, pero en el fondo le encantan. Hay mirlos negros y petirrojos brillantes, herrerillos azules y carboneros. Es un espectáculo.

Cuando tenía cuatro años, Dora salvó a uno de los petirrojos de un gato del pueblo. Ted la ayudó a curarle la pata herida, lo cuidaron y alimentaron y a los pocos días estaban dejándolo libre. Dora supo por primera vez lo que era sentirse como una heroína. A la mañana siguiente esperó y esperó, pero ninguno de los pájaros se acercó a buscarla. Eso la molestó.

- Se acercan a ti,- le increpó a su padre cuando éste intentó explicarle que no estaba en la naturaleza de los pájaros comportarse como mascotas.

- Eso es porque les doy de comer todos los días.

La explicación terminó de convencer a Dora de la maldad intrínseca de los pájaros.

- ¡Entonces son unos interesados!

Ted sonrío.

- Los pájaros son animales pequeños,- le dijo.- Y como animales pequeños, a veces no recuerdan las grandes hazañas. En cambio, recuerdan las pequeñas cosas que los acompañan todos los días.- Luego tomó la mano de Dora y puso en ella un puñado de semillas.- Sé una heroína cuando haga falta,- dijo,- sin esperar nada a cambio. Pero sé una buena amiga siempre y verás los frutos.

*

- ¡HUFFLEPUFF!

- ¿Hufflepuff?

Por algún motivo, siempre pensó que iría a Gryffindor. A lo mejor porque era lo que decían las amigas de su madre (cada vez que rompía algo). A Slytherin no, por algún motivo que nadie se animaba a explicarle pero Dora estaba convencida de que tenía algo que ver con esos parientes que nunca mencionaban. Y a Ravenclaw... no es que Dora fuera tonta, pero tampoco podía decirse que fuera una amante de los estudios. Había libros fascinantes, claro. Pero entre un buen libro y una buena tarde jugando al quidditch...

Dora siempre fue más de acciones que de ideas. Por eso Gryffindor tenía sentido. Hufflepuff, por otro lado...

- ¿Algún problema, señorita Tonks?

Ups. Otra vez se le olvidó dónde estaba. Recompuso el gesto, sacudió la cabeza, se bajó del estrado y avanzó hacia la mesa amarilla... donde era obvio que todos habían notado su primera reacción y que a ninguno le había gustado. Ni modo. Ya tendría tiempo de adaptarse. Por suerte, los tejones son animales pequeños y olvidan pronto las primeras impresiones. (En cambio, recuerdan las pequeñas cosas que los acompañan todos los días.)

*

Son las pequeñas cosas. Esas que nadie nota.

Kingsley ve a Remus como un hombre que arriesga su vida por la Orden. Molly lo ve como una gran tragedia. Snape lo ve como un peligro (o eso dice). Muchos, allá afuera, lo ven como un monstruo. Todos engloban a Remus bajo grandes categorías que no hacen más que delinear el contorno. Héroe. Gryffindor. Hombre-Lobo.

Pero Tonks ve las pequeñas cosas que Remus hace y comprende que son esas pequeñas cosas las que hacen a Remus. La atención con la que sigue las conversaciones de Sirius, siempre dispuesto a saltar para protegerlo. El té que prepara por las tardes, intentando darle algún sentido de domesticidad a la locura en que se han convertido sus vidas. Las palabras amables que siempre consigue arrancar de un cuerpo cansado.

Los tejones son animales pequeños que reconocen el valor de las pequeñas cosas. Poco a poco, palmo a palmo, construyen túneles enormes. Día a día, avanzan hasta ganar el abrigo de la montaña, el cariño de sus compañeros, el corazón de un héroe incomprendido.

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