[Fanfiction] Zapatos rojos (ArgMx)

Apr 29, 2012 00:07

Título: Zapatos Rojos
Fandom: Latin Hetalia
Pairing: Argentina/México
Clasificación: NC-17
Palabras: 2,360
Disclaimer: Pedro (México del Norte) y Martín (Argentina), son personajes de rowein
Advertencias: PWP, kink por los zapatos de tacón, los diálogos de Martín son tiesos porque no sé escribir en rioplatense.
Notas: Creo que descubrí que tengo un kink con los hombres usando zapatos de tacón. Y más si son zapatos rojos.



ZAPATOS ROJOS

Pedro se mira al espejo. Lleva casi cinco minutos mirándose, sin moverse realmente, sólo paseando la mirada por todo su cuerpo desnudo. Su rostro está sonrojado, mucho más que en alguna otra ocasión. Cierra los ojos, traga saliva, vuelve a abrirlos y se pregunta por qué no ha salido corriendo rumbo a cualquier lugar, alguno lo suficientemente lejos. Digamos a unos diez kilómetros de distancia.

Pasea la mirada por su reflejo una vez más. Ignora su rostro sonrojado hasta las orejas y el sudor que ya perló su frente. Baja por su cuello, mira sus hombros, sigue el camino por su pecho, el abdomen, el vientre, el camino de vello que va inicia en su ombligo y baja, baja, baja. Mira su miembro, sus muslos, las piernas... se detiene, casi negándose a seguir mirando. Aunque eventualmente lo hace. Mira sus tobillos y finalmente, sus pies. Sus pies dentro de esos zapatos color rojo intenso y de altura vertiginosa.

Maldice por lo bajo, rasca su cabeza. Se pregunta por millonésima vez en qué momento dejó que Martín lo convenciera de usar esos malditos zapatos. Y en especial, se pregunta qué sucedió (y cuándo pasó) porque salvo la vergüenza de usar sólo los zapatos, no siente nada más, como aberración por tener puestos esos zapatos de mujer. Y eso no debe ser del todo normal.

Suena un golpeteo en la puerta y Pedro siente que se detiene su corazón. No quiere abrir, de pronto se siente seguro dentro de ese baño, aunque sea en la casa de Martín. Los golpes en la puerta se vuelven insistentes y no tarda en escuchar a Martín llamándole al otro lado.

-Ey, boludo, ¿seguís vivo?

Pedro respira profundo, se mira al espejo una vez más y da un par de paso hacia la puerta, haciendo acopio de todo su equilibrio para no irse de frente y terminar en el hospital con algunos dientes menos o con alguna parte de la casa de su pareja enterrada en la cara. Tarda unos segundos más en abrir la puerta y cuando lo hace, evita la mirada de Martín.

-Y vos no me creíste cuando te dije que te verías bien con esos zapatos.

La voz de Martín suena diferente. Pedro reconoce ese tono en su voz, es esa voz cargada de deseo, aquella que le susurra cosas sucias al oído (y también cosas románticas y otras un tanto cursis, hay que aclarar). Reúne valor de no sabe dónde y finalmente se atreve a mirarlo. Por la altura de los zapatos es ahora un poco más alto que él, unos cuantos centímetros nada más.

-Sigo sin creer que esté haciendo esto -se queja el mexicano, sintiendo que su rostro arde por la vergüenza-. Con esto me estoy pasando de puto, tanta jotería... ¿de qué te ríes? -añade cuando ve la sonrisa de Martín. Frunce el ceño, comienza a enfadarse-. No estoy para tus burlas, pendejo. Mira, esto es... me voy a quitar estas chingaderas.

Hace el amago de quitarse un zapato pero pierde el equilibrio, tanto que caerá al piso. Cierra los ojos esperando un impacto que nunca llega, pues Martín logra sujetarlo a tiempo.

-Dejátelos puestos -le susurra al oído. Su aliento es cálido y le provoca cosquillas a Pedro. Éste jadea, pero no lo hace por ese escalofrío, lo hace porque Martín frota su pierna contra él, suavemente, incitándolo, excitándolo. Vuelve a jadear.

-Eso es…

-Te gusta -susurra. Pedro no responde. Cierra los ojos, intenta acomodarse en los brazos de Martín, quien no le ha soltado en ningún momento-. ¿Te los vas a dejar?

Pedro muerde su labio inferior. Al carajo todo, piensa, qué importan los zapatos, nadie más le está viendo y lo que suceda esa noche no saldrá de la habitación. Asiente lentamente, ocultando su rostro en el hombro de Martín. Le escucha reír mas no dice nada. Las manos del otro hombre bajan por su cintura hasta posarse en su cadera.

-Quítate la ropa -murmura con voz trémula.

-¿Por qué? -pregunta Martín.

-Quítate la ropa, chingao’ -insiste Pedro. Martín se ríe otra vez-. No es justo, ¿sabes? Que yo no tenga ropa y tu sí. No es divertido.

-A mí me divierte bastante.

-Martín…

El rubio no le deja continuar, atrapa sus labios en un beso lento, pausado; sus manos aún están en las caderas de Pedro, una de ellas sube por su espalda, trazando caminos imaginarios con los dedos, haciéndole temblar. Se separan un momento y toman aire. De los dos, Pedro es quien tiene la respiración más agitada. Martín le da otro beso, corto, tan rápido que no le da tiempo a responder. Lo toma de la mano y lo guía hasta la cama, avanzando lentamente porque sabe lo difícil que es para Sánchez caminar con esos zapatos.

Lo empuja con suavidad para indicarle que se siente y Pedro lo hace de inmediato. No quiere pasar un segundo más de pie, no con esas torres que se hacen llamar zapatos. Se siente acalorado, ha comenzado a sudar y requiere atención: su erección hace algunos minutos que necesita ser atendida. Pero se queda en silencio, siguiendo los movimientos de Martín mientras éste se quita la ropa, misma que termina en algún lugar de la habitación. Ya habrá tiempo para recogerla después. Traga en seco cuando Martín se arrodilla frente a él, al pie de la cama, y siente un tirón en la parte baja del vientre. Es la expectación.

-El rojo te va bien -murmura el argentino. Acaricia sus piernas, levanta una. Besa su rodilla y baja lentamente hasta su tobillo. Reparte otros besos en la zona y también algunas mordidas y finalmente, con cuidado, le saca la zapatilla. La deja con cuidado en el piso antes de hacer lo mismo con la otra-. ¿Te los pondrás otra vez?

Al preguntar eso levanta la mirada, encontrándose con los ojos de Pedro, oscurecidos por el deseo. El moreno asiente, y no lo dice pero si Martín le pidiera que aprendiera a bailar con esos zapatos puestos, lo haría sin dudar. Al diablo con el macho que durante años pregonó ser, al demonio con el concepto de hombría que defendió por tanto tiempo. Al menos en ese momento lo único que le importa es mantener grabada la imagen de Martín besando sus pies porque, por el amor de Dios, es más erótico de lo que alguna vez imaginó que sería.

Martín vuelve a besar uno de sus pies y recorre el mismo camino que antes, pero a la inversa: sube por su pierna, llega al muslo, besa y muerde suavemente cada centímetro de piel, y evita adrede acercarse demasiado a la erección de Pedro. Así son sus juegos cuando Pedro le deja hacer lo que quiere; a Martín le gusta llevar a su chico hasta el borde de la locura. Le divierte, y aunque el mexicano se queja en ocasiones, Hernández sabe que le gusta.

Pedro gime; Martín besa su vientre y sube un poco, hasta llegar al hueso de su cadera. Lo muerde, lame y besa esa parte que sabe es tan sensible. Un poco más, se repite, sólo jugará un poco más. Su propia respiración se ha vuelto pesada y siente mucho más apretada su ropa interior, lo único que lo aleja de la total desnudez. No hay que ser un genio para saber que también tiene una necesitada erección. Se separa de Pedro, irguiéndose un poco, acercándose a su boca una vez más.

Se besan. Es un beso largo, húmedo y algo torpe, interrumpido cada vez que buscan tomar un poco de aire sin alejarse por completo, en una negación constante por separarse. Pedro lo rodea con los brazos, baja las manos por su espalda y llega hasta el bóxer. Mete los dedos dentro de la tela y la desliza, como puede, por las caderas de Martín, lo suficiente para que su pene quede libre. Sonríe pues esa acción que parece tan sencilla es todo un logro, tomando en cuenta que el que pasó un rato vergonzoso esa noche fue él.

Martín sonríe para sí y en silencio termina de quitarse la prenda. Ambos están desnudos, sus cuerpos arden, el sudor se desliza por su piel. Hay un beso más, igual de húmedo pero más necesitado que el anterior. Pedro mantiene los ojos cerrados, entregándose por completo a todo lo que Martín le hace sentir, al placentero escalofrío que recorre su columna, a las caricias que le estremecen. Gime al sentir la mano del chico sobre su miembro, rodeándolo completamente, subiendo y bajando, subiendo y bajando con movimientos lentos pero firmes. Sus quejidos y gemidos se ahogan en los labios de Martín. Mueve su cadera siguiendo el ritmo de esa mano que lo conoce bien y sabe cómo torturarlo de una manera tan deliciosa que no hay cabida a quejas.

-Si sigues -jadea separándose de los labios de Martín-, no te dejaré continuar… No más juegos.

El argentino reconoce ese tono de voz. Pedro no lo está pidiendo, y aunque tampoco lo exige (el exigente es, por excelencia, Martín), sabe que llegó el fin de sus juegos y preámbulos; lo necesita, necesita tenerlo dentro, sentirlo. Y eso es tan excitante. Le da un beso en la frente y se separa de él. Mira a su alrededor, buscando en la cama el lugar en el que, mucho tiempo antes de que tuviera que ir por Pedro al baño, dejase el tubo de lubricante y un condón.

Cuando los encuentra se apresura a tomarlos, cubre su erección con el preservativo, abre el lubricante con cuidado y vierte un poco del contenido en su mano. Gira hacia Pedro, quien le mira atentamente. El moreno está sonrojado, su pecho sube y baja rápidamente, tiene las piernas ligeramente abiertas, insinuante, invitándolo a continuar. Y Martín acepta la invitación. Usa el lubricante que tiene en al mano para preparar a Pedro, y aunque tampoco pierde tiempo en ello (pues sabe que el moreno comienza a impacientarse), disfruta de la expresión en el rostro del mexicano cuando juega un poco con su pene, los testículos y cuando mete unos dedos dentro de él.

Toma sus piernas, las abre y se acomoda entre ellas. Le dedica una mirada atenta, dispuesto a detenerse al notar el mínimo gesto de incomodidad en Pedro.

-La última vez que lo hice… -comienza a decir, preocupado por cualquier molestia que Pedro pudiera sentir.

-Fue hace meses -le interrumpe el otro, comprendiendo el porqué de las palabras de Martín-, pero no soy de cristal. ¿Lo vas a hacer o no?

No hace falta decir más. Martín se hunde lentamente en él, buscando hacerlo sin provocarle dolor o algún tipo de molestia. Espera un poco antes de comenzar a moverse en ese conocido vaivén, buscando el ángulo perfecto para hacer que Pedro tenga el mejor orgasmo de su vida. Le cumplió su capricho de ponerse los zapatos rojos, lo mínimo que puede hacer por él es llevarlo hasta el éxtasis total. Se mueve lentamente, dentro y fuera, de manera constante, en un ritmo casi ensayado. Pedro gime, se sujeta a la cama con ambas manos, enredando la sábana en una de ellas, rasgando la tela con otra. Martín sonríe pues sabe lo sensible que es el mexicano.

-Martín -jadea el chico-. ¡Oh, Dios…! Dios, Dios, Dios -repite. Añade algunas palabras que harían persignarse a cualquier cristiano. Y de no estar demasiado ocupado en otros menesteres, Martín reiría.

Entra y sale del cuerpo de Pedro, ahoga sus propios gemidos; jadea porque, de verdad, estar así, dentro del otro, se siente tan bien y tan perfecto, tan correcto, no sólo a nivel físico, sino también en un sentido más espiritual. Entra y sale, mira a Pedro y cuando éste arquea la espalda, sabe que no falta mucho para que llegue al orgasmo. Se entierra dentro de él, profundamente, por completo, y se inclina sobre su pareja para besarlo una vez más. Aumenta la fuerza y velocidad de sus embestidas, y sabe por los sonidos que salen de la boca de Pedro, que el éxtasis es inminente. El moreno arquea la espalda una vez más, muerde su labio con fuerza, en su afán por no hacer tantos sonidos vergonzosos, como él los llama, y finalmente llega al orgasmo.

No pasa mucho tiempo para que él termine también. Al hacerlo, deja caer su cuerpo sobre el de Pedro, y ambos permanecen así, jadeantes y con la mente aún nublada por algunos segundos que se extienden hasta ser minutos. Martín se levanta y sale de la cama; se quita el condón y hace todo el ritual (porque eso parece) que conlleva desecharlo apropiadamente; tanto él como Pedro son quisquillosos con el tema de los condones usados. Se limpia las manos y regresa a la cama, trepando en ella y gateando hasta llegar donde Pedro, quien no se ha movido demasiado. Martín no pregunta, pero sabe que es por cansancio y no porque le haya lastimado. Si algo le doliera a Sánchez sería evidente por la expresión de su rostro o la tensión en su cuerpo. Y luce relajado.

Se acomoda entre sus brazos, entrelaza las piernas. Pedro bufa un poco, seguramente pensando que eso es algo cursi, pero no dice nada. Conoce a Martín, ama a Martín, con sus momentos cursis y sus perversiones. El moreno rodea el cuerpo del rubio con los brazos, a lo que el argentino responde acomodándose mejor, acercándose un poco hasta su oído.

-Che, de verdad que esos zapatos rojos se te ven muy bien -susurra, muerde su lóbulo y luego le da un beso en el cuello. Pedro prefiere no responder-, tal vez para la próxima sea yo quien use unos similares.

-No -murmura Pedro y Martín lo mira extrañado-. Usarás unas botas de látex hasta la rodilla. Y con tacón de aguja.

-¿Es una petición?

-¿Tú qué crees?

-Creo que finalmente estás dejando salir tus perversiones -Pedro bufa, pero no dice más-. Ya, vale. Sólo te digo que si pensás que hacerme caminar con botas de mujer será un castigo, estás muy equivocado.

-¿Ah sí? ¿Y por qué?

-Porque a diferencia de vos, yo sí sé caminar con zapatos altos.

El primer porn que escribo de ellos y Pedro es bottom... usualmente lo imagino como top, pero I regret nothing. Gracias por leer, por comentar y si vienen de Tumblr y no quieren comentar, un reblog al post se agradece mucho (:

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