#001. Yo. Impersonal.

Apr 02, 2010 02:08

Español.

Título: Yo. Impersonal.
Tabla: Te...
Premisa: Te recuerdo.
Género: Angst. Un poquitiiiiiiito de romance.
Advertencias: Pre-incesto, muerte de personaje, one sided.
Word Count: ~3100
Notas de autora: Gracias, rchampney. Me haces tirar de estos dos lyek whoa.

Me muero por recordarte en las horas tontas del alba, me muero.

El principio de este terrible idilio fue quizás, irónicamente, el accidente del tío William. Era un buen hombre, pero en realidad mentiría si dijera que le había visto más de diez veces en mis quince años de vida. Siempre estaba trabajando. En cambio a la tía Claire y ti os tenía muy conocidos. Tú siempre habías sido el mejor amigo de mi hermano Evan, y aunque últimamente habíais perdido más el contacto, con todo eso de que estabas estudiando medicina en Cardiff, seguíais siendo los inseparables.

Supongo que lo que más me impactó fue que dieses tú el primer paso, que te tomases la molestia y el interés de buscarme en Facebook. Pero tampoco le di mucha importancia cuando vi que no me hablabas. Así pasaron las semanas. Fue un primer paso tímido, ahora sé que fue tu forma de acercarte para intentar decírmelo, que nada te iba bien; que todo había sido un infierno desde ese día, dulce niño de papá. Y yo te ignoraba.

Sé que es muy retorcido por mi parte reconocerlo. Me llamaste la atención cuando te vi. No pensaba que mi primo Chris, aquel chico castaño de ojos tristemente azules -siempre he tenido una debilidad por los ojos marrones- pudiese haber cambiado tanto. Sabía que sería un objetivo imposible, que mediaban entre nosotros factores de muchos tipos como la distancia, la edad, y el hecho de que mamá y el tío William eran hermanos. Y no de cualquier tipo. Eran dos hermanos que habían cuidado el uno del otro toda la vida, aún me acuerdo de todos aquellos cuentos chinos de mamá sobre cómo ella a mi edad ya trabajaba para ayudar a los abuelos y de cómo siempre andaba sola en casa al cuidado de su hermano pequeño. Todo aquello, por si te habías perdido, me convertía a mí en tu prima.

Dos semanas después del accidente decidí hablar contigo. Decías que estabas bien, y siempre me dejabas colgando con la excusa del todo respetable de que te ibas al hospital a ver a tu padre, que estuvo en coma dos largos meses. Lo que no sé es cómo pudiste albergar esperanzas alguna vez pasado el punto del primer mes y de que los médicos asegurasen que era un vegetal; ya sabías que tu papá no se iba a despertar. Quizá era una excusa para verle mientras te quedara tiempo para hacerlo. Siempre es duro perder a un ser querido. Lo sé porque las tardes en casa de los tíos, a tu cuidado, siempre fueron importantes para mí. A pesar de no recordarle a él con total claridad.

El día no había amanecido especialmente turbio en Essex y supongo que eso siempre fue un consuelo para mí en los malos tiempos; ver el sol echarme rayos sobre la cara, aunque me quemase la piel. Es mi sensación preferida cuando me duele; saber que todos vamos a arder.

Primer día de vacaciones, mamá y papá de viaje a pesar de la delicada jodienda familiar. En algún punto de Escocia ellos solos y su flamante coche nuevo. Me levanté a las diez y bajé a la cocina. Me quedé apoyada en la isla de mármol, mirando al vacío un rato hasta que oí a Evan bajar las escaleras, y entonces llené dos vasos de leche hasta los bordes y recordé no meter los dos en el microondas a la vez, porque si bien se ahorraba tiempo, no se calentaban, así que los dejé ahí. Leche fría, empezaba ya el calor así que…

Evan sacó de uno de los altillos el azúcar y los cereales con miel y me echó un puñado considerable en el vaso, arrojándome una cuchara que por poco se me escapa. Fue cuando iba a llevarme la primera cucharada llena a la boca. El teléfono sonó.

-Yo lo cojo.

Evan asintió, con la boca llena de un amasijo de cereales, leche y sabor a miel, y yo, en sujetador y bragas de encaje, descolgué el auricular, jugueteando con el cable rizado del teléfono.

-¿Sí?

-¿Tía Emma?

-¿No? -medio afirmé medio pregunté, vacilando. -Se han ido de viaje.

-¿Y tú eres…?

-Charlotte Leach, a tu servicio.

-Charlotte, vaya… -pude adivinar un poco de alegría en tu tono. -No es bonito lo que iba a decirle a tía Emma…

-Bueno, tampoco es bonito el día que hace. Supongo que no me moriré.

-De eso iba a hablarte. Supongo que no vas a morirte, pero papá…

-Oh, vaya -aparté el teléfono de mi cara y grité. -¡Evan! ¡Nos vamos al hospital, el tío William! -volví al auricular. -Escucha, Chris -pero me interrumpiste a media frase.

-En serio, Charlotte. Vas a venir a ver a un fiambre. Ha tenido un paro cardíaco, no va a salir -ni siquiera entonces advertía el llanto en tu voz.

No recuerdo mucho más, de ahí en adelante todo pasó demasiado deprisa y no sé qué pensar acerca de tantos hechos y quizá estará bien decir que demasiada lágrima junta me mareó el pensamiento.

Llamé a mamá y papá y llegaron de madrugada, mamá llevaba la gabardina puesta por encima y estaba llorando muy escandalosamente. Me levanté de la cama y salí corriendo a la puerta, que cerraron ruidosamente. Papá abrazaba a mamá, y yo me precipité sobre ella, deshaciéndome en llanto en cuanto la toqué. Evan se levantó y desperezándose -menuda falta de tacto y sensibilidad- preguntó si estábamos bien.

Preparé dos tazones enormes de caldo, con las manos temblando, pensando en todas las veces que me había mandado mensajes contigo y en cómo te habías hecho un hueco en mí, en cómo volvías a ser mi primo. En mi objetivo suicida de conquistarte. Y en que ahora nos unía la etiqueta de amigos, al menos. Me quemé al coger uno de ellos, la sensación de ardor que tanto me gustaba… Y suspiré, aún llorando.

Le llevé una taza a mamá y me dirigí a la cocina, a darle un sorbo a la mía. Tras un largo rato de observar el fluorescente fui al salón y me senté junto a ella. Papá le había echado una manta por encima. Me acurruqué a su lado y la abracé, dejando la taza en la mesa junto a la suya, que ya estaba vacía. Después de vaciarla de un sorbo que me dejó la garganta como el infierno.

-Papá, vete a dormir.

-No, Charlie, vete tú. Yo me quedaré con mamá.

-Insisto. A las seis salimos a casa del tío William.

-No creo que eso sea una buena idea -aseguró mi padre con tono severo. -Fin de la conversación, Charlotte.

Pisando con enojo y procurando hacer mucho ruido, con los puños cerrados, subí a mi habitación y cerré de un portazo. Sé que mamá dio un saltito en el sofá y empezó a llorar de nuevo. Y yo me tiré de lado en la cama, y me quedé dormida después de largo rato de clavarme la mirada en las venas que me atravesaban las muñecas.

Era ayer y yo no había parado de llorar cada vez que veía a mamá. No era por el tío. Ni siquiera era por mamá. Ni era por ti, bueno, un poco. Más bien era por la tristeza que se palpaba en el ambiente. Sé que Evan te llamó varias veces y que papá le llevó a verte, pero también sé que Evan sabía de nuestras conversaciones nocturnas y no me dejó decirte nada, y papá me consideraba muy pequeña aún para aguantar la presión de ir a una casa donde habían perdido a un padre y un marido. Pero me dejaba con mamá, que había perdido un hermano. Que era un autómata que se entretenía cocinando y ordenando compulsivamente la casa. Eso cuando no se convulsionaba en el sofá, mirando la tele sin ver nada.

Me despertó mamá sentándose a la orilla de mi cama y tras hablar muy despacio y con mucha suavidad, me dejó sobre la mesa de noche una falda de talle alto y un jersey de cuello de pico. Negros. Me preguntó que si podría maquillarme un poco y ponerme algunos zapatos elegantes; unos Oxford o algo.

Sintiéndome más pesada que de costumbre me levanté y me metí en el baño. Evan estaba peinándose, sin camiseta y con la corbata colgada del hombro para no olvidársela por casa; con sólo un calcetín puesto y la cremallera de los pantalones desabrochada. Sería cómico, si no fuese un día tan gris. Sin correr la cortina me metí en la ducha y dejé que el agua muy caliente me quemase en la piel hasta enrojecerla mientras me enjabonaba y enjuagaba mecánicamente. Después de un cuarto de hora, salpicar el suelo y varios gritos de Evan, salí empapada y cogí mi albornoz del toallero.

Me envolví el cuerpo en el desgastado y áspero rizo americano y me sequé por encima, dejándolo caer en el suelo del baño y partiendo desnuda hacia mi habitación, donde me puse mis bragas de encaje como era habitual, negras para la ocasión, un sujetador cualquiera que me aseguré de que fuera negro y no fuera a asomar por el escote en uve del jersey, y unas medias transparentes.

Me metí en las mangas del jersey y saqué la cabeza por el escote, ajustándomelo y estirándolo antes de pasarme la cintura de la falda por encima, y luego rebusqué esos dichosos Oxford en el zapatero, sacando de la mesita de noche unas plantillas de gel; después de mucho tiempo de pie los tacones me hacían daño extremo.

Canturreando una canción de Iron & Wine me metí en el baño y colgué el albornoz en su sitio después de secar con él el suelo; saqué el neceser con el maquillaje y me arreglé un poco. Me sequé el pelo y me recogí el flequillo hacia atrás con dos horquillas. Tuve que intentarlo varias veces hasta conseguir que no quedase en forma de tupé.

-¡Chuck!
-¡Voy, mamá!

Al bajar, papá, mamá y Evan ya esperaban, todos vestidos muy formalmente, a la puerta, y mamá salió la primera. La cogí del brazo y al llegar al coche ella se puso al volante y yo en el asiento del copiloto. No encendimos la radio. Habló conmigo sobre el tío William durante todo el camino hacia la iglesia de Saint Thomas, en Upshire, donde finalmente se congregarían todos los familiares, amigos y conocidos de William Anthony Palmer II para pedir por su alma en descanso eterno. Eso ponía la esquela.

Quería verte. Lo deseaba. Llevaba esperando ver aparecer tu rostro desde que oí tu voz aquella primera mañana de vacaciones, y ni aun sabiendo que te vería en cuanto llegase a la iglesia, podía tocar aquella realidad, darle color en mi mente. Fue una sucesión extraña, parar el coche, bajar y entrar a la iglesia, sentarnos en las banquetas de la primera fila. Esperar a que mi madre me dijese algo sobre ir a consolar al primo Christopher y que no estuvieses. Lo que más raro se me hizo fue que tampoco estaba mi madre y que no sabía, de hecho, en qué momento se había ido, pues yo había entrado a la iglesia acompañada tan solo de Evan.

Caí cuando vi en entrar el ataúd. Seis pares de hombros. Y tres pares eran los de papá, mamá y los tuyos. Cuando el cofre de madera fue depositado con cuidado en el suelo, yo estaba demasiado crispada por el brillo del barniz en su superficie y no me pude dar cuenta de que saliste por la puerta lateral. Hasta que Evan me dio un codazo y me susurró.

-Eh, Charlotte. ¿Has visto eso?

-No, ¿qué?

-Chris, se ha ido, vamos.

-Quédate. Alguno de los dos tiene que hacer bulto y tú ya le viste ayer.

Evan rechistó, pero se quedó y yo salí tras de ti. Estabas en los escalones de la entrada de la iglesia. Ni siquiera ibas de negro. Tenías el pelo húmedo y llevabas unos vaqueros rotos, una camiseta gris y gafas de sol. Estabas sentado, dándole caladas pensativas a un Chester y yo me senté a tu lado, agarrándome con las manos a los bordes de los escalones.

-Chris…

-Charlotte. Pensaba que mamá tampoco te dejaría venir. ¿Uno? -ofreciste, pasándome el piti. Yo lo tomé y di una larga calada, devolviéndotelo y apoyando la cabeza en tu hombro. -¿Cómo está?

-Fatal.

-Ya, bueno.

-Quería llamarte. Le pedí a papá que me llevase a las seis de la mañana, me dijo que no. Creo que me ve demasiado pequeña para aguantar la presión… De estar en una casa donde acaban de perder un padre y un marido -te aclaré, exponiendo mi punto de vista.

-Pero tu madre acaba de perder a su hermano. ¿Acaso no está ella igual o peor que nosotros?

Touché.

Te quitaste las gafas de sol, pero yo no quise mirarte directamente a los ojos. Si te los cubrías sería por algo, y no estaba en condiciones para nada en el momento. No podía darte guerra, pero tampoco quería ofrecerte una rendición, así que opté por ver, oír y callar. Sobre todo, callar.

Creo que el día que te vi por primera vez en todos esos años, también fue la primera vez que te vi llorar, y de las únicas, debo añadir.

Al principio sólo era un temblor de manos. Después empezaron a ser leves gimoteos. Y luego te convulsionabas suavemente y derramabas lágrimas mezcladas con largas cadenas de palabras soeces. Sólo pude abrazarte y enredar mis manos en tu pelo y derramar mis labios en tu frente y tus mejillas.

Ya sé que antes he dicho que recordaba poca cosa, pero sobre lo que viene después recuerdo aún menos.

Estuvimos así horas y horas. Sé que en algún momento dejaste de llorar y luego mamá nos levantó del suelo y yo estaba llorando también. Y me diste la mano y luego papá dijo que podías pasar la noche en casa, que prepararíamos la cama que sobraba en mi habitación. Porque quizá no estabas del todo listo para volver a casa y saber que después del funeral todo había acabado, que después del entierro la realidad acaecía sobre ti y ya era verdad, ya era definitivo que el tío William jamás volvería a entrar por la puerta o a regañarte o a decirte que encargases comida china para dos las noches que la tía Claire hacía turnos.

Al final me metí en tu cama y dormí abrazada a ti toda la noche. Tú no pudiste conciliar el sueño llorando y a las seis me despertaste sin querer, yéndote a la cocina a preparar café. Me quedé un cuarto de hora revolviéndome en la cama y finalmente me levanté.

Ahora estoy cabizbaja y sólo puedo entrever la taza de café que me has preparado echando humo y mi sujetador y mis bragas de encaje de color negro -me gustaría que las vieras tú también, pero las tapa la isla de la cocina-. Alzo la mirada y te veo los ojos, hinchados y rojos de tanto llorar, llevas la camiseta gris que se ciñe ligeramente a tu cuerpo y tiene algún estampado en el que ni me he fijado ni me fijaré porque estoy demasiado ocupada en tus ojos, que me gustan aunque sean azules porque son como pies que duelen cuando andas, ruedas que se queman en la carretera, palabras que duelen cuando las dices. Hacen lo que tienen que hacer. No se puede vivir con tanto dolor, Christopher.

Te miro las manos, apoyadas en la isla. Sé que estás ahí. La rodeas y te colocas junto a mí. Me abrazas, apoyas tu cabeza en la mía, me acaricias el brazo, me das las gracias en voz baja. Subes a la habitación y me dejas aquí, desnuda del todo, llorando sin saber por qué, consumiéndome en tristeza renovada. Te escucho trastear con la hebilla de metal de tu cinturón y el cambio en el sonido ahora amortiguado de tus pasos, y sin querer mirar por si me duele demasiado intento escuchar el eco que dejan tus pasos cuando se dirigen hacia la puerta. Te paras ante ella un momento, y por un segundo…

Pero no, no me atrevo a girarme para verte poniéndote la cazadora y cogiendo unas llaves.

-Dile al tío que le espero en el coche.

Subo a la habitación de papá y mamá para avisarles. Han pasado la noche despiertos ellos también. Mamá me obliga a acompañaros a papá y a ti porque no quiere que papá vaya solo, y al llegar al coche, vestida con la misma ropa de ayer y despeinada, con el maquillajhe corrido y descalza, te encuentro en el asiento de atrás, con el codo apoyado en la ventana y la cabeza descansando sobre la palma de la mano. Me siento a tu lado, me abrazas y me das la mano. Susurro tu nombre. No te mueves en todo el camino, y cuando llegas a casa ni siquiera me dices adiós, me meto en el coche y agotada, me duermo en el trayecto. Me despierto en brazos de papá, que me está sacando del coche, y le insisto agradecida en que puedo sola, que él debe estar cansado. Entro a la casa detrás de él y cierro la puerta con suavidad.

Recojo la cocina y después me meto en el baño. Me quito el maquillaje y me recojo el pelo, tirando la ropa por el suelo, y me siento un rato en el borde de la bañera, en un ataque de ansiedad, llorando histérica. Evan me escucha gritar y viene corriendo. Me abraza y me tranquiliza, y me lleva a mi habitación.

Después de recuperar el aliento y deshacerme de mi hermano me encierro y me meto en la cama donde has dormido, intentando embriagarme con tu calor residual, con el poco olor que has dejado, con la humedad desagradable de tus lágrimas. Me cubro con las mantas hasta la nariz y cierro los ojos. De lado en mi cama, intentando calentarme las manos entre los muslos, te recuerdo.

Te recuerdo con una intensidad tal que me duele. Que hace volver todas mis angustias y preocupaciones, incluso las que no sabía que tenía. Es esa sensación de que todo lo malo vuelve. De que todas las cosas malas que has hecho, las mentiras que has contado, las verdades que has ocultado y las responsabilidades con las que has sido negligente vienen para desgarrarte el alma en cachos.

Recuerdo tu primera lágrima. El primer rayo de sol del día en que te escuché hablar. Recuerdo el cambio en tu voz cuando me dijiste que quizá William sí se estaba muriendo. Recuerdo cómo me diste la mano y el abrazo de hace unos minutos. O unas horas, hace tanto que estoy aquí tendida.

Gilipollas.

Al final me he dormido pensando en ti y al despertar había pasado un día y medio. Espero que la próxima vez que me despierte en vez del tiempo por mi cama hayas pasado tú para calentarme las manos. Porque ni recordando se me calientan.

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