Parte del universo “Olympians”. Non-related scene que nació en respuesta a
Una Llamada en la Madrugada, por
esciam ^^ se trata de una escena en tres actos donde Licaón de Acadia piensa en lo mucho que detesta a Prometeo, un "ex" de Atenea, pero no puede hacer nada para odiarlo, por más que desee hacerlo... un poco de humor, para amenizar la tarde xDDD ¡Con la participación de Hermes! :D
El Teorema del Ex
Licaón salió del baño, soñoliento, con el cepillo de dientes en la boca. Se empezó a cepillar, en toalla y con el cuerpo aún mojado por la ducha rápida, mientras miraba a Atenea dormir. Ella nunca había dormido tanto como ahora, que estaban ya a pocos meses de tener a su bebé. Los últimos tiempos habían sido duros, y los que vendrían lo serían aún más, pero había valido la pena; que ella depusiera de su poder divino para criar en su seno a un hijo de él era sumamente… era fabuloso, increíble, le provocaba deseos de caer de rodillas frente a ella y darle cualquier cosa que ella deseara. Se sonrió sin querer en lo que movía el cepillo dentro de su boca, sin mucho interés en la tarea.
Las mañanas, especialmente cuando Atenea dormía tan pacíficamente y podía verla unos minutos, le ponían así de dulce. Menos mal que nadie lo estaba mirando, o le habría dado un poco de vergüenza. Casi tanta como le daba a ella que la vieran besándolo públicamente.
Un aleteo le llamó la atención, y al volverse hacia la ventana, gruñó.
Se sacó el cepillo de dientes de la boca, y comentó:
-... ¿Por qué hay un búho en mi ventana?
Apartó rápidamente la cortina semitransparente, y abrió el postigo. El búho colorado aleteó y se acercó por el alféizar, perezosamente. Llevaba un rollito de papel en el pico, sellado con una cinta gris. Era la “firma” de los acólitos de Atenea, y ése uno de sus búhos mensajeros, a falta de Hermes, que seguro andaba ocupado en algún bar de tango de Buenos Aires, mientras allá era de noche. Sabía que no tendría que haberlo abierto, pero ya qué…
“Felicidades, Prometeo, por tu renacimiento. Todos esperamos ansiosamente volver a verte, se te extraña mu…”
Abolló el papel en su mano, reprimiendo un gruñido lleno de espuma de pasta de dientes.
Prometeo.
Prometeo esto, Prometeo lo otro.
Los últimos cinco días, ¡Todo había sido un incesante desfile de Prometeo! ¡Ese sujeto! ¡El ex de su mujer! ¡El que dormía en su cuarto de huéspedes! Y daba un poco de ira hasta pensar que la habitación que Hermes había preparado con su poder (anexada mágicamente en una esquina del edificio) era mucho más lujosa que cualquier otra de su departamento. No se había quejado ni una palabra al respecto, pero en sus ojos cualquier ser divino podía leer el hastío que le colmaba. Menos mal que Atenea ya no percibía sus emociones como antes, ni podía leer su mente… o para entonces, estarían divorciados, quizá.
No le molestaba particularmente Prometeo. Era un tipo agradable, un socialista nato.
Siempre haciendo el bien, para todos en el panteón. Luchando por la verdad, la justicia, la adaptación, la aceptación y el bienestar de los más necesitados. Pero antes, la ecuación cuajaba: Dios del Olimpo + Ex de Atenea + Amante pasado de Atenea + Un viejo de 70 años = Prometeo. Nada atractivo.
Ahora, la ecuación no le gustaba: Dios del Olimpo + Ex de Atenea + Amante pasado de Atenea + ¡UN TIPO TAN ATRACTIVO Y JOVEN COMO BRAD PITT! = Prometeo.
Era frustrante, Eris realmente debía traerla contra él.
O Zeus.
Dejó el papelito en la mesita de luz, al alcance de la mano de Atenea, y volvió al baño para escupir la pasta de dientes, terminar de secarse y vestirse. Volvió a salir un rato después, y se acercó a la cama a controlar que ella durmiera bien. La arropó mejor, y puso su mano sobre el vientre de cinco meses, con un gesto profundamente amoroso. Por todos los dioses del Olimpo, ¡Cómo la amaba! A ella y a ese bebé, cuyo sexo ella no quería saber aún. Le dejó un beso en la sien, y le hizo unos cariños a la barriga, que respondió con unas pataditas muy suaves.
Eran algunas de sus primeras patadas. Eso le puso muy feliz.
Tanto, que momentáneamente olvidó al ex.
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-Eh, Lassie… ¿Por qué estás tan molesto?
La pregunta de Hermes fue ridícula.
Él no estaba molesto. ¡No, no estaba molesto! Sólo frustrado, porque el inyector de la Toyota se había descompuesto justo cuando más necesitaba el vehículo, y tenía que repararlo rápido. Un mecánico querría cobrarle una fortuna, y no podía perder tanto tiempo con un sujeto de ésos, menos con su carácter.
-No pasa nada. -contestó, y tomó la llave inglesa pequeña para buscar la maldita tuerca que…
Hermes flotó en el aire, por encima del capó levantado, y asomó sus ojos azules por el borde, mirando con poco interés la tarea que Licaón llevaba a cabo con las manos y la camisa de trabajo engrasadas por igual. La mecánica no era lo suyo, pero al parecer, al lobo se le daba bien por demás. Bueno, estaba tratando con un sujeto que había vivido tres milenios mezclándose con los humanos, podía decirse que había aprendido a hacer un poco de todo en ese ínterin, y más en los últimos cien años con todos los maravillosos avances de la tecnología.
-Hombre, que lo puedo sentir en cada fibra de mi cuerpo. Soy tu patrono. -le dijo, casi en tono acusador- Lo percibo como si me lo estuvieras gritando, ¡Si te pudiera leer la mente, ya me habrías dejado sordo!
- ¡Un carajo! ¡Y aléjate, que me tapas la luz! -le ladró.
Hermes desapareció rápidamente de su lugar cuando la llave inglesa voló hacia él.
La herramienta se estrelló con un “¡CLANGGG!!!” muy sonoro en la pared, y terminó en el piso de mosaico grasiento, después de rebotar varias veces. Hermes asomó por el costado del vehículo, por delante de un faro, como si temiera que algo más le pasara raspando por sobre los rizos castaños.
- ¡Eh, eh! ¡Con calma! ¡Tranquilo, muchacho! ¡Perro malo! -se burló, entre risas.
- ¿Por qué no te vas a molestar a Prometeo, eh? -respondió Licaón, con un gruñido. Se inclinó sobre el borde del capó para alcanzar el fondo, la maldita tuerca herrumbrada que no se quería mover- Estaba haciendo galletas con Atenea la última vez que me fijé. Tal vez necesiten a alguien que se las coma todas.
-… oh, pero, ¿Ése no eras tú? -bromeó Hermes, irguiéndose con confianza.
Licaón lo miró sobre su hombro, con ojos azul profundo empequeñecidos de molestia. Tenía más cosas que podía tirarle, y esa vez podía empeñarse en no fallar con un alto porcentaje de darle a la cabeza de Hermes.
El otro soltó una carcajada, evidentemente divertido.
-… ¿Ves cómo sí estás molesto? Cuéntale al tío Hermes qué te pasa, cachorrito. -convino, y flotó hasta sentarse en el capó abierto, al lado del codo de su acólito y principal Héroe- Anda, soy bueno escuchando, y sé guardar secretos.
El licántropo destrabó el último seguro del bendito inyector y tras tirar un poco, lo extrajo. Las manos le quedaron bañadas en aceite, y la cosa negra fluyó hacia el piso de mosaico, también, atravesando todo el capó. Goteando, sacó la pieza y la puso al lado de otras partes del motor, en el suelo. Se limpió la grasa en el delantal de trabajo, y se volvió a mirar a Hermes con un poco de consternación. Nunca le había secreteado nada a él, ¿Estaba seguro de que podía confiar en que el patrono de los viajantes, mensajeros y ladrones no haría nada con esa información?
-Si le dices a alguien… -empezó, indeciso.
-Me harás una vasectomía con un hierro caliente, lo sé. -bufó Hermes, aburrido- ¡Anda! Me lo puedes contar, soy como… un sacerdote. Todo lo que tú me digas, si pides que sea secreto de patronato, ¡No saldrá de aquí!
-Está bien, es secreto de patronato. Tu palabra me pertenece ahora, Hermes.
- ¡Cuenta, cuenta, cuenta!
-… no estoy molesto. Estoy algo inquieto desde que Prometeo vino a la casa. Atenea pasa mucho tiempo con él, hablan como si se conocieran de años…
-Pues, se conocen de años. De cientos de años.
Licaón lo miró con cierta irritación, otra vez, y Hermes hizo ademán de cerrarse la boca.
-Como decía, -continuó el otro, con un suspiro- Prometeo no es un mal sujeto, pero él y Atenea tuvieron lo suyo. Y no sé qué es lo que me molesta más, si el hecho de que ella se lleve tan bien con él, o…
- ¿O que ahora sea tan digna competencia? -interrumpió Hermes, adivinando.
- ¡No dije eso!
- ¡Pero lo pensaste! ¡Estás molesto por eso!
- ¡Dije que no estoy molesto! Sólo pensaba... que si Atenea tuvo a esos semejantes tipos como sus parejas, ¿Qué pretende entonces de mí? ¿Qué le puedo ofrecer yo? -replicó Licaón, un poco decaído ahora. Se limpió de nuevo las manos en el delantal grasiento, despacio- Y entonces me di cuenta. Puede que ella lo pase bien conmigo, pero también discrepamos mucho en nuestras opiniones... y sin embargo se queda aquí y se ha sometido a todo esto, porque quiere tener a nuestro hijo. ¿Quién me asegura que no está conmigo sólo porque yo puedo darle lo que quiere? No tengo nada más para ella, no soy un dios, no soy un Héroe verdadero... ni siquiera soy un rey, ¡Por los Dioses! ¡Tengo que pagar la hipoteca de mi casa!
Hermes sintió que se estaba perdiendo el punto, y se quedó mirándolo con confusión:
-... ¿Y qué crees que mi hermana quiere?
A Licaón le dio un poco de miedo decir aquello, pero…
-Un bebé que no muera al nacer, y pueda criar. -soltó, y se sintió grosero.
-... eso fue duro. Hasta a mí me ofende. -se quejó el otro, normalmente despreocupado y sincero. Pero las palabras de su Héroe le habían golpeado duramente, como si lo hubiera acusado de ser el padre del hijo de Atenea- ¡Conoces a Atenea mejor que esto, Licaón! ¡Ella no elige a sus parejas arbitrariamente! ¿Sabes por qué creo que está contigo? Porque no eres como nadie que haya conocido antes… eres… como esos huevos de pascua que traen sorpresitas dentro. Los niños se vuelven locos. ¡Mi hermana se volvió loca cuando descubrió el tesoro que tienes dentro!
-Pésima analogía.
-Muérdeme.
Licaón levantó una llave inglesa más grande, y Hermes una llave combinada de más de un kilo de peso, y se miraron fieramente armas en mano.
-Estás celoso. -remató el joven de los rizos castaños, definiéndolo en una palabra.
-No, ¡No puedo estar celoso! ¡Ya gané! ¡Atenea está conmigo, tendremos un bebé! Pero no puedo… no puedo evitar sentir que soy poca cosa para ella, cuando tuvo a hombres de la talla de Prometeo y Hefesto en su vida.
-Pero ninguno de los dos le dio la felicidad que tú le das. Es un gran punto a tu favor.
Con un gesto derrotado, Licaón dejó la llave inglesa en el piso y se trepó al capó abierto, para sentarse junto a su patrono. Hermes apareció para ellos unas cervezas de medio litro bien frías y ya destapadas, y se bebieron unos tragos antes de que el licántropo dijera:
-La amo, Hermes. Como jamás pensé que podría amar a nadie. Y a mi hijo también.
-Entonces olvida a Prometeo, y concéntrate en eso. Si la amas, deja que ella lo vea. Mi hermana es lista, Atenea siempre se da cuenta de todo primero… pero la “humanidad” la ha hecho un poco lenta. Muéstrale tu amor como siempre, con esos pequeños gestos que tienes, ella aprecia mucho todo eso. -le sugirió Hermes, levantando su cerveza a contraluz, la mirada perdida en el sudor de la botella- Que sientas celos de Prometeo está bien, hasta yo me siento celoso de que las mujeres y los hombres lo miren más que a mí. Pero no importa, al final… Atenea es tu esposa, la marcaste con la firma de tu clan, y se pertenecen mutuamente a un nivel que pocos Dioses entenderían. ¿Crees que ella desecharía tu compromiso? Es más feliz aquí contigo, sin lujos de ninguna clase, de lo que jamás fue con Prometeo o Hefesto. Y va a tener un bebé, su sueño no puede ser más perfecto. Atenea te ama porque le diste la oportunidad de ser feliz en todas sus dimensiones, Licaón… no pierdas tiempo pensando en los celos.
Se quedaron un momento en silencio, y al final, Licaón habló, irónico:
-… anda, no sabía que dieras tan buenos consejos.
-… cállate. -retrucó Hermes, poniéndose colorado, y volvió a su botella.
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Anocheció sin que Licaón dijera nada más sobre el asunto, después de esa conversación tan esclarecedora con Hermes. Después de reparar la camioneta y quedar conforme con el resultado, disfrutó de una cena deliciosa que Atenea había cocinado: su plato favorito especial, un estofado de carne con algunos ingredientes secretos que sólo se preparaban en el Olimpo. Sólo por el excelente y reconfortante sabor de la comida, aguantó sin decir nada las historias que Prometeo contó una detrás de la otra, de sus aventuras en distintas partes del mundo, viajando y recorriendo otros panteones, haciendo sus investigaciones.
Y se tragó las ganas de decir algo cuando Prometeo insistió en ayudar a lavar los platos.
No era un mal tipo, trató de concentrarse en eso.
Prometeo no era un mal tipo, para nada, y lo de él con Atenea estaba terminado. Ella lo quería mucho por las experiencias vividas y el gran amor que habían compartido, y… no, ya sólo el hecho de RECORDAR el “gran amor” que hubo entre ellos alguna vez, le puso los pelos de punta mientras guardaba los platos en su lugar. La ecuación parecía desbalanceada de nuevo, y sentía que los números se ponían más y más en su contra a cada segundo que pasaba.
Una vez terminados los quehaceres, Prometeo se excusó para ir a leer algo a su habitación, y Atenea dijo que tenía que revisar algunos detalles de su diseño del cuarto de Bebé. Licaón se quedó sin mucho para hacer, excepto ver televisión por un par de horas.
Estaba a la mitad de una vieja película de cowboys con Burt Lancaster, cuando sintió la presencia de Prometeo moverse cerca suyo. Se volvió sobre el respaldo, y lo siguió con la mirada hasta que el alto, esbelto y atractivo joven de cabellos rubios y rizados rodeó el sofá, y se sentó en la otra punta, con una pequeña sonrisa.
- ¿Qué tal la lectura? -preguntó Licaón, irónico.
- ¿Qué tal la película? -retrucó Prometeo, con la misma ironía.
El licántropo se encogió de hombros, sin mucho interés.
-… regular. El héroe sacrificado se queda con la chica guapa. -contestó.
-Como en tu caso, debo decir. -soltó el otro, y cuando Licaón le dirigió una mirada de advertencia, sonrió más ampliamente para continuar- Licaón, ¿Hay algo de lo que quieras hablar conmigo, precisamente?
La primera reacción involuntaria del aludido fue contraer los puños, un poco asustado y otro poco enfurecido. ¡Ese mocoso, le había prometido que no iba a…!
-… Hermes. -susurró, entre dientes, muy enfadado- Él te lo dijo, ¿Cierto?
- ¿Qué cosa? ¿Que te comportas como un animal enfermo de celos, pero lo aguantas en silencio porque no quieres que Atenea se sienta mal? No, Hermes no tenía que decirme nada. Aún soy un Dios del Olimpo, lo he notado yo solo. -le explicó, con tranquilidad. No dejó de mirar al lobo a los ojos hasta que no sintió que su enojo desaparecía- Lo puedo sentir, en la forma en que me miras, en que observas todo cuando Atenea y yo hablamos, lo percibo en lo inquieto que estás todo el tiempo, y esa inquietud crece cuando más me acerco a ella. Pero no te culpo de nada, eres… simple, y tu instinto te lleva a proteger a tu hembra, de cualquier posible amenaza. Plus, Atenea está embarazada y no tiene poderes para defenderse, tu instinto protector está el doble de activo. Eres un macho alfa, tu deber es una obligación.
Licaón lo miró con tensión, impresionado por esas palabras tan profundas.
- ¿Y tú que sabes de eso?
-Tu hijo, Acontes, me ha permitido estudiar de cerca los comportamientos de su manada. Está bien, no intento reducirte a un simple espécimen, pero entiendo que estés celoso de mí. Sé que nunca te caí bien, por lo menos… no tan bien como Hefesto. Pero si Atenea te ha hablado de mi relación con ella, entonces sabes que la quise mucho, aún la quiero mucho. -hizo una pausa, cuando escuchó un gruñido feroz subiendo por la garganta de Licaón- Y quiero que sea feliz. Nos dejamos por una buena razón. Así como ella y Hefesto también se dejaron por una razón muy importante. Pero contigo es distinto… dudo que Atenea pueda o quiera dejarte algún día. La necesidad del otro que ustedes dos experimentan, hoy, es… incomparable. Además, está el otro vínculo.
Prometeo hizo un sutil gesto de embarazo sobre su propio estómago, como para recordar lo que ya era obvio. Miró a Licaón como esperando que con eso y sus palabras anteriores, no hubiera más necesidad de seguir explicando nada.
El rostro del licántropo, no obstante, seguía siendo serio y poco amable.
-… como dijiste, Prometeo, no me caes tan bien como Hefesto, pero no puedo odiarte. Y no puedo ignorar tampoco el hecho de que una vez estuviste con mi mujer, y fuiste una parte muy importante de su vida. -convino Licaón, en tono grave. Se inclinó para tomar el control remoto, y apagó el televisor con paciencia- Aún eres… importante para ella. Y me alegro que sigas con vida. Pero…
-Entiendo.
El otro lo interrumpió con una sonrisa, y se levantó del sofá.
-Prometeo, no quiero ser… -empezó Licaón, algo nervioso.
-Lo sé. No te preocupes, ya te dije que lo entendía. -volvió a interrumpirlo Prometeo, con la sonrisa aún más amplia, encantadora, y esos ojos brillantes y encantadores empequeñecidos por la alegría- Me tranquiliza saber que Atenea está con alguien como tú, y que es feliz. Probaste ser digno de ella, en lo que a mí respecta. No le digas que me voy, se lo diré yo mismo. ¿Puedo pasar la noche aquí?
Habiendo entendido apenas la mitad de las cosas, el licántropo asintió y también se puso de pie, llevándose las manos a los bolsillos del vaquero.
-Seguro. No tengo problemas con eso.
-Fantástico. Buenas noches.
Prometeo se despidió con una señal de la mano, y desapareció de la sala. Su presencia se hizo fuerte otra vez en el cuarto de huéspedes levantado por Hermes. Licaón aún se quedó unos minutos más en la sala, analizando lo que acababa de ocurrir; y decidió no buscarle explicaciones. Las cosas se habían resuelto sin mucho de su parte, ¿O tal vez, por culpa suya? No. Su situación era una sola, y quizá debería estar preocupándose por ser un buen marido en vez de preguntarse si era suficiente para Atenea. Ella no hubiera aceptado unir sus vidas a la manera del clan si no lo creyera merecedor. Era una realidad.
Hermes se lo había dicho claramente; Atenea no elegía a sus parejas porque sí.
Soltó un suspiro largo, cansado, y miró la hora. Las once. Tenía que ir a acostarse, Atenea sólo se dormía si él estaba a su lado, abrazándola o sosteniéndole la mano. Apagó las luces en la sala y entró despacio a la habitación, donde un débil resplandor ambarino aún brillaba. Una sonrisa enorme se le abrió en la boca cuando la encontró, dormida entre marcadores de colores y hojas de diseño, sobre la mesa de arquitectura. Atenea había caído rendida sobre sus propios sueños, planes y expectativas, y su rostro redondeado se veía tan adorable así, que era casi un crimen despertarla.
Licaón se acercó y miró por encima los bocetos. Ella estaba muy emocionada con la catarata de ideas que tenía para el cuarto de Bebé, y era bastante buena haciendo dibujos. Habían pasado el fin de semana anterior combinando colores y buscando accesorios por internet, arrebujados bajo una gran manta en el sofá, con la notebook sobre las rodillas. Fue divertido. La emoción de ella no parecía tener límites.
Sintió lástima de tener que moverla, pero Atenea debía descansar.
La levantó en sus brazos, sin despertarla, y la llevó a la cama. Le aflojó el pantalón deportivo y le quitó los zapatos. Dio la vuelta y tras cambiarse de ropa, se acostó al lado de ella. Cubrió sus cuerpos con las abrigadas mantas, y la abrazó cuando la mujer buscó su calor para acurrucarse, del mismo modo que hacía siempre. Le besó la sien y la arrulló con una canción en voz baja, hasta que ella se quedó quieta de nuevo, profundamente dormida como un angelito con la mejilla apoyada contra su pecho.
En un momento así, cuando todo era perfecto y su vida por fin tenía sentido…
¿A quién le importaba si la ecuación cuajaba o no?
Atenea estaba con él, era feliz. Lo amaba. Y para Licaón, eso ya era mucho.
FIN!
Enjoy! ^^