Sus ojos estaban inyectados en sangre. Todo se desarrollaba en el más absoluto silencio, como siempre. La presa cruzaba en estos momentos bajo su captor, sobre una balconada. Había poca luz. El hombre se alejó unos pasos. La sombra que iba a matarlo se dejó caer a su espalda, amortiguando cualquier sonido que pudiese producir la caída. Nada más
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