(Estoy desaparecida, lo sé. Sólo aparezco por mi cabezonería de seguir publicando en la Dotación. Realmente estoy agotada por mi Real Life, y pido perdón a todas esas personas a las que les debo coments y que me mandan cosas y no les contesto. En cuanto me sienta con fuerzas, tendréis noticias mías)
Dotación Anual de Crack
Comunidad:
crack_and_roll Reto:
DeseoFandom: Kuroshitsuji
Claim: Bard/Finny
Título: Incordiante Navidad
Palabras: 3.199
Summary: Por ser tan gruñón en Navidad, Bard no lo pasará demasiado bien estas fiestas.
Advertencias: Basado en el mangaverso, no en el anime. Aunque no tiene spoilers.
Incordiante Navidad
-¡Finny, ¿es qué quieres matarme?!
El grito de Bard resonó por toda la entrada, y seguramente por toda la mansión. Finny lo miró con aprensión, encogido sobre sí mismo.
-No lo hice a propósito- Lloriqueó, mirándolo con congoja. Pero sus grandes ojos llorosos no doblegaron el enfado del cocinero.
-¡Casi me partes la cabeza con esa estatua!
-Yo solo quería apartarla para dejar sitio al árbol.
Maylene se acercó tambaleándose entre los escombros de lo que fue antes una magnífica obra de arte, intentado arreglar las cosas.
-Vamos, Bard, sabes que Finny no sabe controlar su fuerza.
-¡Pues entonces que se quede fuera, en el jardín, sin hacer nada!
-Está situación debe terminar ya- Intervino Sebastian, bajando por las escaleras con su elegancia habitual. -Dentro de seis días será Navidad y tenemos que tener la casa decorada para cuando el Joven Señor reciba a sus invitados para la cena de Nochebuena. Finny, recoge todo lo que has roto y Maylene, sigue trayendo las cajas con los adornos navideños.
-Sí, señor Sebastian.
-Y usted, Bard, por favor, vaya a la ciudad a comprar lo necesario para preparar el banquete.
El cocinero lanzó una mirada furibunda a sus compañeros y lanzó un gruñido.
-De acuerdo. Mejor desaparezco un rato de la casa, antes de que me arranquen la cabeza.
Y refunfuñando, salió por la puerta.
-De verdad que no quería hacerle daño- Murmuró tristemente el más joven, viendo como se iba.
-No le dé importancia, jovencito- Habló por primera vez Tanaka, bebiendo tranquilamente su taza de té. -Es que a Bard no le gusta la Navidad.
Pero Finny no parecía aliviado por la explicación.
[-----------------------]
La ciudad era un autentico caos, en opinión de Bard. Mirara donde mirara, estaba lleno de personas comprando regalos o víveres, atareadas y sonrientes sin ni siquiera fijarse a su alrededor. Las calles estaban adornadas con guirnaldas verdes y rojas y en cada establecimiento se escuchaba el tintineo de los cascabeles y los villancicos.
Todo le parecía una gran y reverenda estupidez. Desde hacía muchos años, había llegado a aborrecer esas fiestas. Toda la hipocresía que la rodeaba, donde la gente decidía que una vez al año se comportarían de forma cívica y desinteresada, quedándose con la conciencia tranquila para seguir siendo el resto del tiempo unos bastardos egoístas.
La pasada Navidad el Joven Señor la celebró en Londres, por lo que en la mansión no hicieron gran cosa. Maylene, Finny y Tanaka intercambiaron pequeños detalles como regalos y él, vencido por el buen humor de sus compañeros, horneo una tarta que sirviera de postre para todos. Y apenas se le chamuscó.
Pero este año el Señor Ciel la pasaba en la mansión. Y aunque él tampoco era demasiado devoto a las celebraciones, como la Señorita Elisabeth y su tía, además del Príncipe Soma y Agni, se vio obligado a preparar una fiesta. Y aunque Bard generalmente se sentía cómodo entre el bullicio y el alboroto, el que estaba generando la navidad en la casa de los Phantomhive lo ponía de un humor terrible.
Así que se dirigía hacia la carnicería, su primera parada, de bastante mal humor y desentonando mucho con el ambiente festivo.
Fue entonces cuando escuchó el sonido. Como una especie de risa divertida, ahogada, y la incesante sensación de ser vigilado, taladrándole la nuca. Venía de una callejuela transversal a su camino
Bien, si era algún posible enemigo de la Casa de los Phantomhive que estaba espiándole, iba a encargarse de él.
Entró al sucio callejón con cautela, examinando cada posible sombra sospechosa, pero estaba completamente vacío aparte de ratas y basura. Su pie golpeó algo e, instintivamente, bajó la vista para ver que era. Se sorprendió un poco, la verdad. Al lado de un sucio charco de agua sucia había una bonita caja envuelta en papel de alegres colores y coronado con un vistoso lazo.
Un regalo con una etiqueta que ponía, en una hermosa y elaborada caligrafía, “Ábreme”.
Al parecer alguien quería jugar con él. Y no iba a decepcionarlo.
Bard abrió el paquete, no sabiendo que encontraría, cuando una nube de humo salió del interior. Un humo espeso, que olía a mazapan, que se le metió por la garganta. Le provocó una sensación muy extraña, de calor y vértigo. Casi pierde la conciencia y se arrastró, intentando salir de la nube que lo rodeada. Pero su cuerpo se sentía extrañó, y no le respondía bien.
Cuando la visión se aclaró, entendió el porqué. Sus manos se habían trasformado en pequeñas garras blancas. Asustado, se acercó al charco de agua para ver su propio reflejo, y se horrorizó.
Se había convertido en un hurón blanco.
¡¿Pero que demonios estaba pasando?! ¡¿Y ahora que iba a hacer?!
Se giró de nuevo hacia el paquete, golpeándolo con el morro esperando encontrar algo. Entonces se fijo en una tarjeta, que juraría que antes no estaba allí. La leyó atentamente, mientras un virulento enfado lo invadía por completo.
“Eres demasiado gruñón en una época de felicidad, así que vas a tener que pasar por una pequeña prueba. Encuentra a alguien que te eche de menos con sinceridad antes de Navidad y volverás a la normalidad.
Pero recuerda, tú tiempo límite es hasta el día de Navidad
¡Felices fiestas!”
De verdad, como odiaba la estúpida y maldita Navidad.
[-----------------------]
Llegar a la Mansión Phantomhive no fue nada sencillo para Bard. Tuvo que salir de la ciudad, serpenteando entre crueles zapatos sin misericordia por su peluda cola, y agarrarse al primer carruaje que cogiera el camino hacía sus tierras. Luego tuvo que hacer el resto del trayecto corriendo en sus nuevas cuatro patas.
Al cruzar las verjas de la mansión, lo primero que vio fue a Finny subido a los hombros de Agni para decorar los árboles del jardín con brillantes telas de colores pálidos. Era una imagen que se repetía bastante últimamente.
Corrió hacia ellos con determinación, chillando para llamar la atención. Finny lo vio y se le iluminó la cara.
-¡Un gatito!- Gritó, saltando de los hombros del moreno al suelo de un salto. Bard se asustó al ver a la persona más fuerte que conocía yendo directo hacia él con intenciones de darle un abrazo, pero otro lo sacó del camino agarrándole del rabo y tirando hacia arriba.
Sebastian.
El intenso dolor en su cola le hizo debatirse y contonearse como un contorsionista, pero eso no consiguió ablandar al impertérrito mayordomo.
-No es un gato, Finny, es hurón. Por favor, no confundas animales tan hermosos con otros tan desagradables.
-¡Ahwn! ¿Me lo puedo quedar?- Preguntó el joven, mirando a Bard con ilusión. El cocinero se sintió terriblemente nervioso.
-Por supuesto que no. Tener un hurón por aquí podría arruinar el jardín. Debes deshacerte de él- Ordenó el mayordomo dejándoselo entre los brazos.
-Pe-pero…
-¿No queremos que el hermoso jardín en el que has trabajado tanto sea destrozado por un animalito, verdad Finian?- Preguntó Sebastian amablemente, con una sonrisa que puso a todos los pelos de punta.
-N-no.
-Entonces, encárgate del hurón.
El pequeño lo observó irse con Bard entre las manos, terriblemente triste. Agni le pasó una mano por la cabeza, en señal de apoyo.
-Llévalo al bosque. Seguro que ahí puede vivir perfectamente.
Al oír eso, Bard se revolvió entre los fuertes brazo con nerviosismo. No había hecho un camino tan largo para que lo echaran ahora. Logró escaparse y, a toda la velocidad que podía, corrió hacia la mansión.
-¡No, vuelve! ¡El señor Sebastian me regañará!- Gritó el rubio, siguiéndolo. Bard lo ignoró, entrando por un ventanuco cercano al suelo y colándose por fin dentro de la casa. Había pasado lo más difícil, o al menos eso creía él. Ahora solamente tenía que buscar por la casa pendiente de que alguien lo echara de menos. Hacía horas que debería de haber vuelto de los recados.
Lógicamente, los primeros en notar esa falta de puntualidad serían el Joven Señor y Sebastian. Así que el primer destino fue el despacho del amo Ciel.
Por supuesto, el joven señor se encontraba detrás de su escritorio, leyendo atentamente unos contratos de venta o algo parecido. Bard se escabulló sin ser visto, espiando toda la habitación detrás de uno de los cómodos sillones.
Sebastian enseguida cruzó las puertas entreabiertas con el carrito del té.
-Joven Señor, hoy para merendar tenemos tarta de grosellas y té rojo- anunció con una cáustica sonrisa mientras lo servía todo en caras tazas de porcelana.
-¿Cómo va la preparación de la cena de Navidad?- Pregunta el chico sin apartar la vista de los documentos.
-Avanzando correctamente, Señor. Aunque Bard aun no ha llegado de la ciudad.
Ciel levantó la vista, con el interrogante pintado en sus ojos. El ahora pequeño animal pudo apreciarlo, la leve chispa de preocupación.
-Aunque seguramente se habrá entretenido, ya lo conoce. No creo que haya motivo para preocuparse.
Y ahí estaba Sebastian, matando la ligera chispa con su implacable y cruel lógica.
Y quizás sonara extraño, pero juraría que había mirado donde estaba escondido y había sonreído malignamente.
[-----------------------]
El día no había ido demasiado bien para Bard. Prácticamente lo dividió en corretear por la mansión intentando encontrar a alguien que notara su ausencia y escapar de Finny, que estaba decidido a capturar al pequeño hurón.
El hombre (o bueno, el animal) había intentado por todos los medios que sus compañeros se percataran de su ausencia. Llevó su gorro de las cocinas a los pies de Maylene.
La chica se tropezó con él por no verlo.
Luego se lo llevó a Tanaka, que bebía té al lado del árbol recién decorado, y se lo puso en el regazo. Después de diez desesperantes minutos de espera, Bard se dio por vencido de que el anciano se percatara de algo y se largó.
Con el príncipe Soma y Agni no obtuvo más suerte. En cuanto lo vieron aparecer el más joven, que no había visto un animal así en su vida, corrió a intentar cazarlo y tuvo que abandonar su intento para ponerse a salvo.
Así que el pobre cocinero, desesperado en su intento y maldiciendo a cualquier deidad que le había provocado su desgracia, deambuló por la mansión hasta el anochecer intentando descubrir una forma de comunicarse con sus compañeros. Todos estaban demasiado ocupados con los preparativos de la fiesta como para notar su ausencia.
Si tan sólo pudiera escribir…
-¡Te encontré!- El gritó de Finny le hizo dar un brinco. Buscó una manera de escapar, pero por desgracia estaba en un corredor sin salida. Definitivamente, no era su día de suerte. -¡Ven aquí, pequeñajo!
El pequeño se acercó a él hasta acorralarlo. Indefenso, lo único que pudo hacer fue erizar el vello de su lomo y bufar, a pesar de tener aun el sombrero en su boca. Finny no se amedrentó por eso, pero cuando se acercó hacía él dudo un momento, como si buscara la posición correcta para cogerlo entre sus manos. Cuando lo alzó en el aire, tuvo mucho cuidado y sonrió con orgullo, contento consigo mismo.
Bard no pudo evitar pensar que era un niño muy extraño.
-¿Qué tienes aquí?- Preguntó quitándole el trozo de tela blanca -¡El sombrero de Bard! Bicho malo, cuando vuelva de la ciudad va a enfadarse aun más.- Le regañó. Bard rió internamente ante la ironía de enfadarse consigo mismo.
-No es que quiera echarte- Se disculpo Finian, situando su hocico a la altura de sus ojos. Grandes ojos verdes que lo miraban triste. -Pero Sebastian lo ordenó.
Bard no podía permitir que Finny lo llevará al bosque, o perdería la oportunidad de recuperar su autentica forma. Tenía que hacer algo, cualquier cosa que ablandará el corazón del niño. Tenía que tomar medidas desesperadas.
Bard le lamió la punta de la nariz y restregó su hocico en la mejilla.
-¡Ohw, eres tan mono!- Lloriqueó Finny, encandilado con sus carantoñas. -¡No puedo dejar que duermas afuera con el frío que hace!
Bard sabía como ganarse a alguien cuando se lo proponía.
Finny lo llevó a escondidas al cuarto que compartía con Tanaka y con él mismo. El anciano ya estaba acostado, roncando suavemente. Finny lo dejo sobre su propia cama mientras disponía a cambiarse detrás de un viejo biombo de paja. En todo el tiempo que Bard y Finny habían compartido cuarto, nunca lo había visto desnudo ni una sola vez. El pequeño era demasiado vergonzoso.
Finny reapareció con su camisola de dormir y se arrebujó bajo las sábanas con Bard hecho un ovillo en la almohada.
El rubio lanzó una mirada a la cama vacía contigua a la suya antes de apagar la luz.
[-----------------------]
Los días pasaban demasiado rápido para el gusto del cocinero. Esa misma noche sería Nochebuena aun seguía atrapado en la forma de hurón blanco. Finny lo alimentaba y lo mantenía escondido en su habitación, aunque eso no era un gran problema para él. Era muy fácil escabullirse y merodear por el gran caserón sin ser visto.
Por supuesto, su larga ausencia ya había sido notada por sus compañeros, pero en vez de saltar la alarma y la preocupación sólo se vio una apática curiosidad por saber donde estaba y deseos de que volviera pronto para que ayudara en las faenas.
Bard realmente no podía enfadarse por ese comportamiento. Al fin y al cabo, eso solo demostraba la confianza que tenían en sus habilidades. Seguro que todos creían tácitamente que estaba encargándose de algún asunto turbio que podría afectar a la Casa de los Phantomhive y que volvería en cuanto acabase.
A la hora de la comida, mientras Sebastian atendía al joven amo en el comedor principal, se escabulló hasta las cocinas, donde Maylene terminaba de abastecer el carrito de los postres bajo la mirada glotona de Finny, que se balanceaba juguetón en un taburete.
-Maylene, ¿Bard aun no ha llegado?- Le preguntó de repente el rubio, con un mohín de disgusto en la cara.
-No, Finny. El Señor Sebastian ha dicho que si después de la Navidad no ha vuelto, iremos a buscarle. No te preocupes, estoy segura de que está bien.
-Ya sé que está bien- Refunfuñó, mientras la veía irse atareada. Suspiró, mirando tristemente al suelo. Bard se sintió tentado a acercarse y consolarle, haciéndole cosquillas con su cola en el cuello como a veces hacía cuando lo cogía en brazos.
Se había acostumbrado a estar en los brazos de Finny, fuertes y delgados, que lo cogían con miedo de hacerle daño. Había visto las largas miradas que el más joven le daba a sus manos, como si viera en ellas armas en lugar de dedos.
Iba a salir de su escondite y saltar a sus rodillas cuando Finny se levantó y fue hacía la encimera donde sus gafas de aviador estaban olvidadas desde hacía días. Las cogió y suspiró de nuevo.
-Ya sé que estas bien- Repitió a nadie en realidad, hablando consigo mismo. -Pero quería celebrar la Navidad todos juntos por primera vez. Nunca había celebrado la Navidad hasta que llegue a la mansión.
Bard se quedó quieto, sintiéndose terriblemente mal. Había estado demasiado molesto por que celebraran las fiestas que no se dio cuenta de que para los demás era una época especial. Había sido algo egoísta mostrando su amargura y estropeando las celebraciones.
-Ojala vuelvas hoy- Susurró colocándose las gafas alrededor del cuello, donde usualmente Bard solía llevarlas, y dirigiéndose hacia la puerta. -Te hecho de menos.
Las cuatro últimas palabras las dijo antes de salir y cerrar a sus espaldas. Las cuatro palabras que Bard había estado esperando con más ansia en toda su vida.
Sin saber muy bien de donde salió, una nube de humo volvió a rodearlo. Tosió y escupió, ahogándose y sin poder ver hasta que se disipó. Su alegría fue infinita al ver que estaba de rodillas, con sus dos manos humanas apoyadas en el suelo.
-¡Sí!- Gritó con júbilo, intentando ponerse de pie sin recordar que estaba debajo de la mesa y, por ende, golpeándose contra ella en la cabeza. -¡Joder!
Gateando un poco se incorporó, sin dejar que el dolor arruinara su alegría. En lo único que podía pensar era en gritar a los cuatro vientos que había vuelto y abrazar a Finny por haberle liberado de esa extraña y puñetera maldición.
Pero un pensamiento lo detuvo. Era mejor que nadie se enterara, en realidad, porque no lo creerían.
Además, debería de arreglar algo.
[-----------------------]
-Finny, debemos de volver ya dentro.- Le pidió Maylene por tercera vez -Dentro de una hora empezará la cena y debemos de trabajar. Los invitados ya han llegado y no pueden esperar.
-¡Pero mi hurón ha desaparecido!- Lloriqueó el niño, buscando entre los matorrales del jardín.
-Da gracias a que el Señor Sebastian no notó que lo tenías. Te habría caído una buena.
-¡Pero se porta muy bien y…! ¿Ese no es Bard?- Cambió de tema al ver una figura caminando hacía la entrada. -¡Bard, has vuelto!
Los dos sirvientes corrieron para darle la bienvenida al cocinero, que se paró a los escalones de la mansión para esperarlos.
-¿Dónde estabas? ¿Has tenido problemas?- Le preguntó Maylene.
-Ninguno del que no me haya encargado ya.- Le contestó. Ambos se miraron, dejando claro que el tema estaba más que zanjado y que no había que darle importancia.
-¿Comerás con nosotros?- Preguntó esperanzado Finny, con los ojos brillantes -El Joven Amo Ciel ha dicho que por ser nochebuena cenemos con los invitados.
Bard se encogió de hombros, indiferente.
-Claro, ¿por qué no?
Finny se puso a saltar contento. Maylene suspiró y les dijo que debían todavía de terminar de preparar muchas cosas. Los tres se dirigieron a la entrada, pero Bard detuvo a Finny y lo llevó a un rincón apartado de la entrada, junto a las escaleras.
-Eh, Finny, estabas buscando algo, ¿verdad? Te oí hablar con Maylene- Comentó mientras abría su chaqueta. Agazapado junto a su cuerpo había un pequeño hurón blanco.
-¡Mi hurón!- Contestó alegre, cogiendo al animalito y dando vueltas con él.
Bard no le diría nunca que realmente ese animal no era su hurón, sino un perfectamente amaestrado que venía de una tienda de mascotas en la ciudad.
-Lo encontré por los terrenos. Ten cuidado con él, no creo que Sebastian quiera verlo correteando por ahí.- Y siguiendo un impulso, acarició la cabeza de suave cabello rubio con cariño. -Feliz Navidad, Finny.
-¡Gracias!- Fue su contestación, emocionado, mientras lo abrazaba. Le crujieron un par de huesos, pero ver al pequeño tan feliz valía la pena.
Lo vio salir trotando con el hurón en sus brazos, irradiando felicidad. Bard suspiró con una sonrisa entre sus labios y luego se encendió un cigarro.
-¿Ya ha regresado, Señor Bard?- Escucho a sus espaldas la voz de Sebastian. Casi se le cae el pitillo al suelo del susto. El mayordomo estaba bajando las escaleras y, por algún extraño motivo, parecía divertido -¿Ha tenido algún incidente?
-Ninguno. Debía de encargarme de unos asuntos.
-Bien, me alegra de que haya llegado a unírsenos antes de la fiesta. Hay que tener cuidado estos días- La sonrisa de Sebastian se amplió, volviéndose maliciosa -Los duendes están más revoltosos en está época del año.
Bard decidió que no quería preguntar a que venía eso.
End
No me gusta demasiado como ha quedado la historia, la verdad, pero no puedo sacar más con mi cabeza tan embotada. Seguramente más adelante la retoque, porque llevo dándole vueltas dos días y no se me ocurre nada