Jul 01, 2009 18:36
Separation
Esa mañana le pareció especialmente fría. Tino observó los suaves rayos del sol filtrarse por su ventana y quiso pensar que ése sería un día más.
No era así.
Se sentó en la cama, con la vista fija en la ventana, el torso desnudo y el corazón doliéndole. Aunque solo fueron segundos en los que se entregó al dolor de sus pensamientos, él los sintió como siglos. El nudo en su garganta y el verdugo en su pecho se hicieron aún más evidentes al sentir que Berwald pesadamente lo abrazaba por la espalda y lo cubría con su cuerpo, a su vez enfundado en una manta.
“Si algo empieza… algún día terminará. No hay necesidad de excusas.”
-¿Su-san?- dijo girándose, con el semblante sombrío y los hermosos ojos liláceos apagados. Apoyó su cabeza en el hombro de Berwald y cerró los ojos. No quería llorar, no quería que esa persona, tan especial para él, se contagiara de su tristeza.
Habían tratado de aceptarlo por todos los medios posibles. Trataron de acostumbrarse a la idea de la inminente separación. Pero no pudieron.
-Creo que te amo más de lo que creía. - dijo finalmente Tino, a quien las lágrimas se le derramaron al terminar la oración. Berwald no era bueno con las palabras, a pesar que en un segundo cruzaron por su mente un montón de declaraciones amorosas y palabras de aliento. Pero se sabía incapaz de pronunciarlas así que sólo optó por limpiar las lágrimas que Tino derramaba, con sus labios.
Sintió los tibios dedos de Tino tomar los suyos, fríos cual el más crudo invierno, y prometerle en un susurro que sería muy fuerte y que a pesar de que se separaran, siempre iba a amarlo. Que iba a ser poco tiempo.
“Un poco más de tiempo…”
-Tengo que partir…- dijo finalmente Tino, ya vestido y con la bolsa al hombro. Ambos tenían la vista baja y las manos unidas. No se atrevían a romper ese profundo lazo que los unía en ese momento y no dudaba en herirles.
Sus manos empezaron a separarse, Tino se apartó ligeramente de Berwald, cruzando la puerta de su hogar. El brazo de Berwald se estiró junto con el de Tino, buscando retrasar el momento en que sus dedos dejarían de rozarse.
Dado el momento en que dejaron de sentirse, Tino giró y emprendió una frenética carrera, sintiendo que si no lo hacía, que si no se alejaba de la persona que más amaba en ese momento, no lo haría nunca. Las lágrimas le nublaban la vista y más de una vez se tropezó y estuvo a punto de caer.
Berwald solamente le miró. Sintiendo cómo la vista se le empañaba y cómo el corazón le escapaba por los ojos.
“Sólo la memoria de ti inunda mi corazón creando un mar profundo… y me ahogo ahí…”
La bella sonrisa de aquel niño podía alejar los tormentos más grandes de su alma, de eso estaba seguro. Las memorias de los dos, todo lo que habían compartido, se convertían en agudas agujas que se clavaban en el corazón de Berwald. Quizá su corazón ya estuviera quebrado. Podía sentirlo, en las noches de soledad los pedazos de éste se le incrustaban en el costado.
-“No puedes quebrarte”- le decía una y otra vez a su corazón- “Le perteneces a Tino… él no querrá un corazón roto y destrozado…”
Tino secó sus ojos por milésima vez. Quizás ya fuera por costumbre, ya que no tenía más lágrimas por derramar. Giró la cabeza y observó a su ejército, miró al frente y vio a aquel hombre aterrador dirigirse a él. “Hombre aterrador”, así llamaba Estonia a Rusia.
Comparó a aquel hombre, de “inocente” sonrisa con Berwald. No… Berwald podía no sonreír o hacerlo muy de vez en cuando, pero ni de lejos se comparaba con la persona que tenía al frente.
-Su-san…te amo…- logró articular suavemente al viento antes de lanzar el grito de guerra que guiaría a sus soldados contra Rusia.
Suecia no estaba ya seguro si su ejército lo seguía o no. No le interesaba si pensaban que él estaba loco o algo por el estilo. Los había llamado a todos por una emergencia, sin prepararlos para nada. Sólo necesitó saber la terrible noticia para salir disparado.
-Finlandia está en problemas. En serios problemas.- decía Dinamarca a Suecia, Noruega e Islandia.- Y bueno, no fue buena idea meterse con Rusia sólo por ayudar a Estonia…
Berwald dejó de escuchar. Sintió que el corazón en verdad iba a rompérsele. Salió corriendo preocupado a llamar a su ejército.
Tino abrió los ojos. Como esa última mañana con Suecia, los rayos de sol le dieron de lleno en esos ojos violáceos. Pero ahora lo herían. Tenía más frío que ese día y una punzada se le clavó en el pecho al comprender que Suecia no estaba para cubrirlo y abrazarlo.
De pié, y de espaldas a él se encontraba Iván. Todo el ejército finlandés completamente derrotado.
Y entonces lo notó, a su alrededor, mezclado con su ejército, tenía a otros cuyo uniforme pertenecía a Suecia. Dirigió su mirada a Iván, quien se dirigía a lo que parecía ser Suecia, parado enfrentándolo.
No supo qué pasó, no iba a poder entenderlo, pero a pesar de estar completamente derrotado, su cuerpo sacó fuerzas de donde sólo había cansancio y un corazón llorando y clamando el nombre de su amado Berwald.
-¡Su-san!- gritó con los ojos empañados en lágrimas. No pasó mucho tiempo en que acortara su distancia con la del sueco y se aferrara de él. No le importó nada, el hecho de estar frente a miles de soldados moribundos ni mucho menos frente a la persona que más miedo le infundía.
Berwald sintió una gran alegría y alivio al reconocer a aquel niño que siempre tendría una sonrisa para él. Pero una gran pena acompañada de un agudo dolor atravesó su corazón al notar lo dañado que estaba.
Otra vez, como aquel día, el mundo se detuvo para ellos, la tormenta cesó y la nieve se derritió, mientras el viento cantaba una canción apenas audible para ellos dos. Tino pasó sus brazos por el cuello de Berwald, manchando la ropa de éste con su sangre, alzándose cuan alto podía ser y atrayendo su rostro para besarlo con ansias, entrelazando sus labios, pasando a un beso mucho más profundo donde ya no podían estar seguros de dónde empezaban los labios del uno y terminaban los del otro.
Iván no dijo nada, simplemente se retiró, dejando a los dos amantes solos, disfrutando de la felicidad que los embargaba en ese momento. Su ejército se preguntaba porqué actuaba de esa forma, pero nadie se animó a preguntar.
Los ladridos de Hanatamago despertaron a Berwald, quien pesadamente abría los ojos para luego restregarlos ligeramente con el dorso de la muñeca y sentarse en la cama, sintiendo un ligero dolor en las múltiples heridas que llevaba. Nada a comparación de las heridas que día antes había tratado con Tino. Deseaba poder dormir un poco más.
Sintió esos dedos que tanto conocía recorrer tímidamente los suyos para luego entrelazarlos. La fresca primavera de la piel de Tino derritiendo su crudo invierno, los labios de éste haciendo brotar una dulce sonrisa y su cuerpo temblando ligeramente bajo la necesidad del calor del otro.
Estaba seguro de algo: nunca iba a permitirle a ese chiquillo de dulce sonrisa separarse de él otra vez.
hetalia,
finlandia,
aph,
suecia