Jul 01, 2009 18:19
Sunflowers
El día de San Valentín, supone muchos apuros para todas las naciones. Francia es quien más se beneficia de esto, ya que Francis recibe muchas visitas por sus famosas Rosas Rojas.
Yao se encontraba caminando, solo observaba aquellas extrañas costumbres occidentales, las cuales fueron adoptadas tanto por él, como por sus hermanos Japón y Corea.
A lo lejos, escuchó una de tantas peleas que mantenían Inglaterra y Francia. Ya acostumbrado y hasta un poco cansado, se acercó, más con intensiones de ver las rosas que Francia tenía.
-¡Cara de vino! ¡No diré que eres mejor que yo sólo porque vayas a venderme rosas!
-¡Si solo es eso! ¡Además que si no lo dices, no tendrás rosas para regalarle a Amer…
No pudo terminar puesto que Arthur se encontraba ahorcándolo mientras su rostro se coloraba.
-¿Cómo sabes que es para él?!
-¡Sencillo! ¡Tú no tienes más amigos! ¡Estas igual a Rusia!
Yao, quien ahora se encontraba observando una bella rosa blanca con bordes rojos, escuchó el comentario y el silencio que se hizo a continuación. Iván se encontraba parado cerca de ellos. De seguro los había escuchado.
-¡Aaaah! ¡Pero si es Rusia! ¡Disculpa! De verdad no quería…- empezó a disculparse Francia.
-Ah… si… tranquilo…- le contestó Iván con su acostumbrada sonrisa. Yao notó que los ojos violáceos de éste se ensombrecían mientras se marchaba.
-Ahora sí que estoy muerto… ¡va a invadirme!
-Te lo has buscado tú, idiota.
-Disculpen-aru…- dijo China interrumpiendo a ambos europeos.- Quisiera llevar ésta rosa-aru…
Iván, sentado en un banco en la plaza parisina, observaba las palomas picotear en el suelo algunas semillas, y pensaba en lo que le habían dicho rato antes. Entonces algo lo sacó de sus pensamientos.
-Para ti Rusia-aru…- lo sorprendió China tendiéndole la rosa blanca que le había comprado- feliz día de… San Valentín-aru…
-¿China?
-Si me dices Yao está bien-aru.
-Uhm… gracias- dijo recibiendo la rosa- Si tú me llamas Iván… también esta muy bien por mí…
China se sentó a su lado. Iván contempló la rosa.
-Él no… quería decirte eso-aru…
-No es así… lo que él no quería… era disculparse…- le dijo Iván, frustrando los intentos de Yao de hacerlo sentir mejor. - todos… solo pueden temerme…
-¿Temerte?
-Toda mi vida ha sido eso… las únicas personas que he tenido son mis hermanas, Ucrania y Bielorrusia. Pero incluso a ellas… - se detuvo. Yao lo miró largamente.
-Pero Yao es distinto… Yao me dio una rosa sin… motivo alguno… gracias…
Yao le miró. El más grande de todas las naciones, el más temido… y sin embargo en ese momento no le temía en absoluto. A su vez, Iván le regalaba una gran sonrisa, que nunca nadie antes había visto. No eran las sonrisas forzadas ni doble filo que les mostraba a otros. Ésta era sincera.
“Ese día… me salvaste como nadie pudo hacerlo en tantos años…”
Iván abrió los ojos y enderezó la cabeza. Miró fijamente al hombre vestido de uniforme militar blanco frente a él. Todo era blanco a su alrededor, a excepción de…
-Te lo pediré por las buenas- dijo sonriéndole a Japón.- Déjale… es mío. China me pertenece ahora.
Kiku le observó con sus ojos de por sí apagados. Él podía ser muy frío y calculador, pero sabía que Iván, además de frío y calculador, era cruel. Sádico era el término más apropiado.
Al final se dio vuelta. No se encontraba en condiciones de atacar a Iván. Guardó su katana y se retiró.
Iván, aún saboreando su impune victoria, fijó sus ojos en el cuerpo que tenía en frente, era Yao que gracias a las heridas que tenía, manchaba la blanca alfombra de nieve con su sangre. Iván se acercó a él, se agachó y lo levantó delicadamente.
-Eres tan hermoso - le susurró al oído. Sintió cómo Yao se encogía en sus brazos, buscando un poco de calor. No le importó cuánto frío hacía, él ya estaba acostumbrado. Iván se sentó manteniendo a Yao en su regazo, al tiempo que se sacaba el enorme abrigo que le cubría de esa condición extrema de frío. En poco tiempo, el cuerpo de Yao dejó de temblar.
-Así está mejor, ¿no?- le dijo aún sabiendo que no tendría respuesta. Yao abrió ligeramente los ojos, en los cuales Iván sólo pudo notar el vestigio de una mirada sombría, llena de dolor.
-No, no… no esta bien que te pongas así.- le susurró Iván, besándole suavemente en la mejilla.- el niño malo aquí soy yo, no tú.
Sintió las manos de Yao asirse fuertemente de su bufanda. Casi inmediatamente tomó ambas con una sola mano, y sintió la tibia sangre de Yao manchar las suyas.
Todo le era confuso a Yao. Incluso el estar en los brazos de Iván. En esos momentos, no entendía nada, menos aún cuando sintió que aquel ser, casi hecho de nieve, tenía los labios tan cálidos en esos momentos, ocupando los suyos.
-Nii-chan, nii-chan!- vio que lo llamaba un pequeño Kiku. Yao trató de acercarse a su pequeño hermano para abrazarle, pero entonces…
-No… ya no somos nada.- le dice un Kiku más grande apuntándole con su katana.
Sentía que le arrancaban un pedazo de su corazón, de él mismo.
Abrió los ojos. Se encontró en una habitación que no era conocida para él. En una cama enorme, de sábanas color carmesí. Fijó sus ojos a la ventana y vio que nevaba. Súbitamente sintió mucho frío, lo que lo hizo encogerse y meterse entre las múltiples mantas otra vez. La contracción de sus músculos hizo que sintiera mucho dolor en su cuerpo, y que recordara lo que había pasado.
Reparó en cómo se encontraba. Adolorido, con múltiples vendas en su cuerpo, en sus extremidades, alrededor de su tórax, con el cabello suelto y limpio. Alguien había tenido el cuidado de bañarle.
Éste último pensamiento hizo que se sonrojara y que la vergüenza lo consumiera.
Trató en vano reconocer la habitación. Un detalle fue el que delató donde se encontraba, o más bien dos: Múltiples floreros con girasoles en el cuarto y una rosa blanca ya seca.
Girasoles por todos lados, en el escritorio, en el piso, en los dinteles de las ventanas, en la mesa al lado de su cama. Y la rosa blanca que, sin ser parte de todo esto, no parecía romper con la decoración.
Alargó su mano para tocarla, pero algo le detuvo en medio camino.
-¡Buenos días!- le dijo Iván sonriéndole dulcemente. - al fin despiertas.
-Iván… ¿cuántos días estuve…?
-Cuatro.
-¡Cuatro!- se soltó de agarre de Iván y llevó esa mano a su cabeza, cerrando los ojos.- ya veo-aru… en esos días tú…
-Curé tus heridas y te bañé. Ah si, y de noche dormía contigo.
Yao no dijo nada más. Sentía cómo la sangre se le subía al rostro. ¿Cómo podía Iván decir todo eso tan deliberadamente? Iván sacó un girasol de uno de tantos floreros y lo extendió a Yao. Éste, sin perder de vista el punto fijo frente a sus ojos, tomó la flor que le ofrecía Iván.
-Yao, estás solo… ¿no es cierto?- le dijo Iván mientras levantaba su rostro con una mano y se acercaba a él.
-Si… - le contestó casi en un susurro, inseguro de lo que decía. O más bien, incapaz de aceptar la realidad.
“Ambos… encerrados en la soledad, matamos nuestros corazones…”
-Yo también estaba muy solo, pero desde esa vez, con sólo recordarte… toda esa soledad se iba - le dijo, sonriéndole ampliamente mientras le acariciaba la cabeza. La misma mano que acariciaba su cabeza, pasaba ahora a sostenerle por la nuca. Ya no podría escapar, ni iba a intentarlo.
-¿Quieres seguir así?- le preguntó a pocos milímetros de sus labios. Yao podía sentir el aliento frío de Iván en su piel. Negó con su cabeza y sintió las dos manos de Iván sosteniéndole. Cerró los ojos, sintiendo que esas frías manos eran, en ese momento, el mejor lugar del mundo, y que Iván, quizás no era la persona cruel que parecía ser.
Iván rodeó a Yao por la cintura, atrayéndolo más hacia sí para besarlo. Sus labios, siempre tibios y aún tímidos de besarlo, correspondían con ternura a los besos ligeramente bruscos de Iván.
“…Pero pudimos renacer.”
rusia,
aph,
china