Título: Ser merecedor (parte 2)
Personajes: Yuri Plisetsky (Yurio) y Otabek Atlin.
Resumen: Yurio no está satisfecho con su medalla de oro, aunque no es algo que vaya a decir en voz alta. Sin embargo, Otabek se acaba dando cuenta inintencionadamente.
Ranting: PG.
Palabras: 1110.
Notas: Continua justo donde termina la primera parte de
Ser merecedor, pero ambos fics se pueden leer independientemente. Desarrollo un poco más mi canon sobre la relación de Otabek y JJ.
―No sabía que tenías esa rivalidad con JJ ―pronunció Yuri cuando encontraron un balcón desocupado.
―Quiero superarle ―respondió Otabek con simpleza, en lo que se apoyaba en la barandilla para contemplar el paisaje urbanístico nocturno de Barcelona.
Yuri ya lo había notado durante su tarde en Barcelona el día anterior al programa corto; Otabek era un hombre de pocas palabras, pero lo que decía siempre resultaba lo suficientemente intrigante como para despertar su interés y su curiosidad. Cada vez que tenía un momento con él, era como ver un nuevo capítulo de la serie de Otabek en el que le revelaba nueva información que no hacía sino incrementar sus ganas de querer saber más sobre él.
―Entiendo ―contestó, y en realidad lo hacía. Él también tenía alguien a quien quería superar: Yuuri Katsuki.― Pero ten cuidado, JJ es un monstruo. Su programa era una locura. El tuyo en cambio rebosaba originalidad.
―Gracias ―dijo Otabek, mirándolo de reojo con cierta sorpresa―, pero tengo que añadir más dificultad. Saltos más complejos.
―Sí, bueno, todos tenemos que hacerlo, aunque eso no garantiza la victoria. ―Yuri se ajustó la chaqueta de su traje; se suponía que España era cálida, no entendía de dónde había salido todo ese frío.― Además, mira al amigo del cerdo: ha quedado sexto del mundo y sólo tenía un cuádruple.
―Phichit nunca deja de sorprenderme ―reveló con una pequeña sonrisa mientras miraba las luces nocturnas―. Pero si Jean hubiera hecho bien su programa corto, nos habría ganado a todos.
Yuri chistó molesto. Metió las manos en los bolsillos y se giró para contemplar la ciudad y dejar de observar la fiesta que continuaba sin ellos en el interior.
―¿Te crees que no lo sé? Es igual que el cerdo: sacaron más de dos cientos puntos en el programa libre. Si hubieran hecho bien su programa corto, yo no tendría el oro ahora mismo.
Otabek se incorporó y clavó su mirada en él, Yuri podía sentirlo. No quería girar el rostro y descubrir compasión en sus ojos, por lo que continuó observando el horizonte.
―Tu oro es muy merecido, Yuri. Lo siento si te he hecho sentir lo contrario, no era mi intención.
―Bah, no estoy molesto por eso.
―¿Entonces?
―Estoy molesto porque antes de salir a patinar me dijeron algo que me enfadó tanto que no pude dejar de pensar en ello. El programa corto me salió perfecto porque dejé la mente en blanco. Pero en el libre no pude. Al menos ese tema se ha resuelto, pero me jode que me afecte tanto.
―Lo entiendo perfectamente ―dijo Otabek con tal solemnidad, que esta vez sí se giró a mirarlo―. Jean me lo advirtió. Da igual cuán original sea mi programa si de base llevo menos puntuación que mis rivales. Yuuri Katsuki y Christopher Giacometti lo sabían y cambiaron el suyo. Yo me obcequé. No me pasaba como a ti, que no podía sacármelo de la cabeza durante la actuación, pero en cuanto salía del hielo, me venía la voz de Jean advirtiéndomelo y me molestaba mucho.
Esa confesión lo tomó totalmente por sorpresa. Yuri sabía mejor que nadie cuan irritante podía resultar JJ, especialmente cuando daba consejos que nadie le había pedido. Yakov solía repetirle que no lo hacía con mala intención y que debería escucharle, pero Yuri no podía evitar que cualquier cosa que saliera de la boca del canadiense le sentara como una patada en el trasero.
―Ya, bueno, el cerdo y el exhibicionista son el cerdo y el exhibicionista. No te compares con los demás. Tus programas han sido los más interesantes con diferencia y deberían haberlo valorado más.
Otabek le regaló una sonrisa genuina.
―Si mis programas han sido los más interesantes, entonces los tuyos han sido los más embriagadores ―respondió con sinceridad incuestionable―. No sólo tengo que esforzarme más por Jean, sino por ti. Ahora que estás aquí, no puedo dormirme en los laureles. Este año me he quedado fuera del pódium, pero el que viene os echaré a patadas.
Yuri soltó una carcajada nacida en lo más profundo de su ser.
―¡Me gusta esa actitud! ―exclamó, y le dio una palmada amistosa en la espalda, con la suficiente fuerza como para hacer que Otabek se tambaleaba.
Tras esa conversación, Yuri se sentía mucho mejor. De algún modo, se había quitado el mal sabor de boca que había tenido desde que le habían colgado la medalla de oro. En ese momento se prometió a sí mismo que la próxima vez que ganara el oro lo haría con un programa corto y uno libre impecables.
A su lado, Otabek se movió para buscar algo en sus bolsillos.
―¿Quieres probarlo? Aunque sólo tengo una ―dijo, mostrándoselo.
Yuri se fijó bien y no supo cómo interpretar que alguien como Otabek llevara algo como eso en el bolsillo.
―¿Es eso una piruleta?
―Sí, me pareció curiosa.
―Tiene forma de corazón…
―Por eso me pareció curiosa ―dijo acentuando la obviedad. Le retiró el envoltorio a la piruleta y la saboreó.― Mmm, sabe a fresa.
Otabek se había concentrado en el sabor antes de hablar y había acabado asintiendo con aprobación.
―Dame ―ordenó, más que pidió, Yuri. Otabek se la tendió para que la cogiera, pero Yuri tenía demasiado frío en las manos como para querer sacarlas de los bolsillos, así que abrió la boca a la espera; si a Otabek le pareció raro o le resultó incómodo introducir la piruleta en su boca, no lo manifestó.― Mmm, no está mal ―declaró, asintiendo también―. Oye, ¿por qué le llamas Jean? ―preguntó repentinamente, hablando con la piruleta todavía en la boca.
―Porque es su nombre.
Yuri se le quedó mirando y alzó una ceja cargada de ironía.
―No me digas, ¿en serio?
Otabek volvió a mostrar una pequeña sonrisa y se movió en el sitio.
―No me siento cómodo llamándole JJ. No soy cercano a él.
―Estabais en la misma pista en Canadá, ¿no?
―Sí, pero cada uno iba a lo suyo.
Yuri soltó un pequeño resoplido que llevaba implícito su sospecha de no estar contándole toda la verdad.
―¿Qué? ―cuestionó Otabek, girándose a mirarlo.
―Nada.
Le tendió la piruleta de vuelta pero en lugar de cogerla, Otabek abrió la boca imitando su gesto anterior. Yuri mostró una pequeña sonrisa, que se cargó de malicia al nacerle una idea maliciosa de manera espontánea: llegó al punto de rozar sus labios con la piruleta y, con un rápido movimiento, se la llevó de vuelta a su boca y reanudó el camino de vuelta al interior de la fiesta.
―Me estoy congelando ―anunció sin mirar atrás.
Sorprendido por el gesto, Otabek no pudo hacer otra cosa que sonreír y seguirle hacia el interior.