Haunted

Aug 09, 2011 00:10


Este fue el último fic que escribir para el rally de TWCKaulitz.com, y con el que gane la categoría del día :) Es un AU.

Categoría: Tokio Hotel

Pairing: Bill/Tom

Genero: Romance/Drama/Misterio

Clasificación: G


Haunted

Por Lanthir

Tom manejaba su camioneta lentamente a través de la tranquila calle de un suburbio a las afueras de Berlín, fijándose en los pequeños números apostados en los buzones del correo. Consultó de nuevo el pedazo de papel en su bolsillo, donde se leía “Friedrichshain 46. Casa café con cerca blanca”. El joven observó la calle; todas las casitas parecían tener la misma descripción, sólo variando en el arreglo de los diminutos jardines frente a ellas. Tom se quitó las gafas de sol, escudriñando más estrechamente los números, hasta que dio con el indicado.

Cuando se apeo del auto, observó la fachada de la vieja casa; la pintura estaba escarapelada y opaca, y la cerca de madera se hallaba podrida casi en su totalidad. El jardín tenía abundancia de pequeños arbustos y macetas, pero se veía descuidado, con mucha hierba mala apareciendo entre los macizos de flores. Parecía que nadie lo había cuidado en mucho tiempo.

Tom tocó el timbre, y una diminuta anciana se asomó por una rendija de la puerta.

-¿Quién es?

-Buenas tardes, Sra. Eichel, soy Tom Kaulitz. Hablamos por teléfono acerca del escritorio Boulle que tiene a la venta.

-¡Oh, sí señor Kaulitz! Pase por favor, pase…

Tom atravesó el camino en medio del jardín y entró a la casa, seguido de la anciana.

-Disculpe el desorden señor, pero a mi edad ya no puedo hacer lo que solía hacer antes- dijo la mujer, cerrando la puerta tras de ella. Los ojos de Tom tardaron un poco en ajustarse a la penumbra que reinaba en el interior; la estancia estaba atestada de pequeños muebles ornamentados, sobre los que había carpetas de ganchillo y adornos de cerámica. Una ligera capa de polvo cubría todas las cosas, incluidas las fotografías amarillentas que colgaban de las paredes. Un aroma a especias y un atisbo de humedad llenaron su nariz, mientras la anciana le ofrecía asiento en un destartalado sofá que Tom identificó de inmediato como un estropeado Luis XVI.

-¿Le puedo ofrecer algo de tomar? ¿Un té, un café? Pero por favor, hábleme en voz alta, ya casi no escucho-dijo la mujer.

-Un té estaría bien, Sra. Eichel. Es usted muy amable.- contestó Tom. La anciana se alejó con una sonrisa en el rostro.

Tom observó a su alrededor. La mayoría de los muebles de la casa eran antiguos y valiosos, de no haber estado tan deteriorados. Sin embargo, tenía la esperanza de que el escritorio que había ido a adquirir no estuviera arruinado. Estaba dispuesto a pagar lo necesario para restaurarlo, pero como un experto coleccionista de muebles antiguos, sabía que si la raíz de la madera estaba mal no podría hacer nada para solucionarlo.

Tom suspiró, paseando la vista por la habitación. A pesar de ser muy joven, siempre había sentido un profundo apego hacia las cosas antiguas; lo hacían sentir tranquilo y en paz, y le recordaban la vieja casa de su abuela, donde pasaba los veranos cuando era niño. Aún podía verla sentada en el majestuoso comedor victoriano del que se sentía tan orgullosa, heredado a través de varias generaciones y que era lo único que la guerra le dejó de la vieja fortuna familiar. Cuando murió se lo pasó a Tom, y esa fue la primera pieza de una basta colección que fue acumulando primero su padre y después él mismo. Los padres de Tom habían fallecido en un accidente cuando tenía 18 años, y con ello heredó las acciones mayoritarias de una cadena de restaurantes de comida rápida que le proveían una buena cantidad de dinero sin hacer realmente nada. Había decidido estudiar historia del arte, y en sus ratos libres se dedicaba a buscar más muebles antiguos, rodeándose de ellos en su apartamento y decidido a restaurar la casa de su abuela a su antiguo esplendor. Así fue como llegó a aquel lugar del que le había hablado su agente; una anciana con varios tesoros antiguos y con necesidad de dinero.

El muchacho estaba sumergido en sus pensamientos, cuando vio una sombra con el rabillo del ojo. Al fondo del pasillo que daba a las habitaciones de atrás, vio la alta y delgada silueta de alguien entre la penumbra, observándolo. Tom no lograba enfocarlo bien.

-Hola- saludó, achicando los ojos para tratar de distinguir. La figura se empezó a acercar, hasta que la luz iluminó a un muchacho joven, probablemente de su misma edad. Llevaba un anticuado traje negro, que contrastaba con la blanca piel de su rostro y sus manos; Tom pudo ver una pátina de polvo sobre los hombros del chico, como si el traje hubiera estado colgado por mucho tiempo. Sin embargo, su cara se veía reluciente, al igual que el largo cabello negro y lacio que le tocaba los hombros, peinado con una sencilla raya al lado. A Tom le admiró de inmediato; tenía un rostro de facciones delicadas y esculpidas, con grandes ojos amielados, orlados por unas pestañas tupidas y oscuras. El chico lo miró con curiosidad, ladeando un poco la cabeza.

-Hacía mucho tiempo que nadie venía aquí- dijo con una voz bonita y joven, un par de tonos más aguda que la de Tom y con un peculiar acento que el otro no pudo identificar. Se acercó con pasos mesurados a él, y se apoyó sobre una mesita llena de figurillas de porcelana. Había algo en el chico que hacía que no le pudiera quitar la vista de encima; Tom se quedó en silencio por un momento, estudiándolo. El muchacho le sonrió, mostrándole dos filas de blancos dientes perfectamente alineados.

-Oh, lo siento…- dijo Tom, saliendo de su estupor y sintiéndose un poco avergonzado. -Soy Tom Kaulitz. Vengo a comprar uno de los muebles de tu abuela.

-Helena no es mi abuela- dijo el muchacho.

-Ahhh… ¿no?- preguntó Tom, confundido. Tenía la impresión de que había visto al chico en alguna parte. Se le hacía muy familiar, pero no encontraba de donde.

-No, sólo vive aquí- le dijo, mirando a Tom tan estrechamente como lo estaba viendo él. -¿Qué es lo que te gusta? Aquí hay muchos muebles.

-Estoy interesado por el escritorio Boulle- dijo Tom.

-Frances, de 1890. Es muy bonito. Y tiene mucha historia- El chico sonrió.

Tom escuchó el silbido de la tetera en la cocina. Casi había olvidado que la anciana seguía ahí.

-Hum… aún no me has dicho tu nombre- pregunto.

-Soy William- dijo el muchacho, parpadeando como si la pregunta le hubiera sorprendido.

-Bill… Mucho gusto- le dijo Tom, extendiéndole la mano. El muchacho vio la mano de Tom un momento, como si lo hubiera pillado desprevenido. Después, con una gran sonrisa, la estrechó. Tom notó que su mano estaba helada, pero era suave y delicada.

-Bill- repitió, pensativo. - Me gusta como suena. Es un placer conocerte; sé que te va a agradar el escritorio. Helena lo aprecia mucho.

La anciana apareció con una bandeja y un pequeño juego de té; Bill se sentó en una butaca de orejas en la esquina de la habitación, un poco alejado de ellos, observando a Tom con interés. La anciana empezó a decirle cuanto apreciaba que estuviera interesado en sus muebles, puesto que realmente necesitaba el dinero. Sirvió dos tazas de té, y cuando Tom iba a decirle a Bill si él quería algo, el chico le hizo una señal de negación con una mano. Luego se quedó observándolos plácidamente, mientras la anciana le relataba a Tom los pormenores de su vida. Bill sonreía cada vez que la mujer pasaba de un tema a otro sin recordar que aún no había terminado de contar el primero, viéndola con cariño y moviendo la cabeza.

De repente, un gato atigrado amarillo y blanco entró en la sala y se empezó a frotar en las piernas de Helena. Bill de inmediato se puso a llamarlo, haciendo ruidos y expresiones que hicieron que Tom se riera entre dientes, pero el gato lo miró con sus ojos ambarinos un momento y lo ignoró olímpicamente; sin embargo, de un salto se subió encima de Tom y se restregó contra él.

-Gato tonto, nunca me hace caso- se quejó Bill, mientras la anciana se sorprendía.

-¡Vaya! Maddie nunca se acerca a nadie de esa forma. Debe ser usted un buen muchacho-

Un rato después, Tom salía con el pequeño escritorio de la casa de la mujer, más algunos otros objetos que le interesaron. El mueble estaba en suficientemente buenas condiciones como para que se pudiera restaurar a su estado original sin problema; había pagado más de lo que tenía planeado, no por que la anciana se lo hubiera pedido, sino por que él así lo quiso. Metió las piezas en la parte de atrás de su camioneta y aseguró todo; después se despidió de Helena en la puerta, y le sonrió a Bill, quien lo observaba desde la ventana del segundo piso. Cuando acabaron el té se había disculpado y dejó a Tom y a la anciana haciendo el negocio, y no había vuelto a aparecer. El chico agitó la mano y le lanzó una sonrisa esplendorosa a Tom, quien sintió un extraño vuelco en el corazón. Mientras manejaba, no pudo sacárselo de la cabeza, y se preguntó si lo volvería a ver.

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Había pasado un mes. Tom se hallaba en su departamento, admirando el escritorio ya restaurado. Era una hermosa pieza de marquetería de bronce e incrustaciones de madreperla, sobre una fina madera de roble con barniz color cereza. Tom lo estudió desde todos los ángulos, enamorándose de las sirenas que adornaban las patas curveadas, y del rostro adusto de Poseidón empotrado en ambos lados del mueble. Acarició la cálida y fuerte madera, hasta que cayó en cuenta de que el grosor del escritorio era demasiado para lo liviano que se sentía. Le dio unos golpecitos en todo alrededor, hasta que oyó algo distinto. Hueco.

Se emocionó; sabía que los muebles antiguos en algunas ocasiones tenían pequeños compartimientos que no estaban a la vista, y que generalmente los solicitaban los dueños originales para salvaguardar algo importante. Una de las placas de Poseidón parecía ser la cerradura, pero no tenía ninguna pieza movible. Después de un rato de tratar de abrirlo, Tom se dio cuenta de que justo en medio de la imagen, entre el revuelto cabello del personaje, había un minúsculo agujero. El chico corrió hacia su habitación y volvió con una aguja, que insertó en la pieza. De inmediato, un pequeño compartimiento hábilmente oculto entre los adornos saltó de debajo de la placa.

Tom lo abrió con cuidado, y descubrió un relicario de oro labrado, oscurecido por el paso del tiempo. Dentro había una pequeña pintura al óleo, con la imagen borrosa de un muchacho de cabello negro y ojos castaños; Tom lo vio más de cerca, tratando de obtener más detalles. Un estremecimiento lo recorrió cuando se dio cuenta del parecido de la pintura con Bill. Demasiado parecido. La expresión del joven del relicario era igual de plácida que la del rostro del extraño muchacho que había conocido y no podía olvidar.

Después, como si siempre lo hubiera sabido, se dio cuenta de que Bill era realmente parecido a él mismo. Tom se sentó en el suelo… era imposible. El sabía que tenía un rostro de facciones finas, con la piel clara y el cabello oscuro herencia de su madre, pero no era tan delicado como Bill, ni tenía la misma sonrisa ni la profundidad de la mirada del otro chico. No… sólo era una coincidencia. Igual que la pintura que acababa de encontrar.

De repente, alguien llamó a su puerta, dándole un susto de muerte. Bufando, se secó el sudor que repentinamente había aparecido en su cara y se dirigió a la puerta, dispuesto a echar a quien fuera con cajas destempladas. Pero cuando abrió se quedó atónito. Era Bill. Iba vestido con su viejo traje negro, y en cuanto vio a Tom su rostro se ilumino.

-Buenos días- lo saludó con una radiante sonrisa.

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Helena había muerto hacía pocos días. Bill había encontrado la tarjeta de Tom y quería que los preciados muebles de la anciana quedaran en buenas manos. Se los iba a regalar.

-Pero… Bill, dijiste que Helena no era tu familia. No puedes hacer algo así sin consultarlo antes con sus hijos, sus nietos o que sé yo- dijo Tom, dubitativo. Estaban sentados a la mesa del comedor, una pequeña obra de arte renacentista de la colección de Tom.

-Ella no tenía familia alguna. Amaba a sus muebles y no conozco a nadie que los pudiera apreciar más que tú.

Tom lo observó con cierto recelo, pero parecía que cada vez que le ponía los ojos encima más lo hechizaba hasta con el más mínimo de sus gestos. Se aclaró la garganta, tratando de pensar con claridad.

-Bueno, al menos déjame pagarte…

-No será necesario- contestó Bill. -Tengo todo lo que necesito. Me harás un favor al cuidar de las cosas de Helena.

Bill paseó la mirada por el departamento, al parecer deleitándose con la bella decoración; Tom sintió que traía algo en las manos. El relicario. Había olvidado que aún lo sujetaba.

-Bill… Encontré esto en el escritorio- le dijo al otro chico, mostrando la pequeña pieza. El joven no cambió su expresión cuando tomó el relicario de las manos de Tom y lo abrió. -¿Quién es?

Bill dio un pequeño, casi imperceptible suspiro.

-Creo que era alguien anterior a mí. Un antepasado, supongo- dijo.

-Pero dijiste que Helena no era de tu familia.

-Ella vivía conmigo, y muchos de sus muebles vienen de la casa donde yo estaba antes- comentó, observando con detenimiento la pintura del relicario con una pequeña sonrisa. Después lo cerró y lo depositó en las manos de Tom. -Consérvalo. Es tuyo ahora, junto con todo lo que desees de esa casa.

Tom lo observó. Había sólo una cosa que deseaba en realidad, y estaba justo frente a él. Tom siempre había sido sumamente reservado y cauteloso, pero en esa ocasión ni siquiera lo pensó.

-Bill… ¿Te gustaría salir a tomar un café o algo?

Las mejillas del otro chico adquirieron un suave tono rosado. Sonrió tímidamente.

-Sí, ¿pero podría ser aquí? No estoy muy acostumbrado a salir…

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Todo había pasado muy rápido, sucediéndose en capítulos que la mente de Tom había sentido como un torbellino. En sólo quince días su tranquilo y solitario mundo había sufrido un cambio de 360º. El día que Bill apareció fue cuando todo empezó; el café dio paso a la comida y a una cena tardía. Hablaron toda la noche; Tom descubrió lo fácil que era charlar con Bill, como si siempre se hubieran conocido. Le dijo cosas que ni siquiera sabía que pensaba, detalles sobre su vida, reflexiones sobre sus padres y su sensación de estar roto, incompleto. Nunca había tenido una mala vida, pero siendo hijo único y sin mucha habilidad social lo habían retraído en cierto sentido. Tom nunca le había expresado esto a nadie, ni siquiera a sí mismo, pero se encontró hablando con Bill mientras este lo escuchaba atentamente, con una mirada tranquila y sólo haciendo preguntas ocasionales. Bill se retiró al amanecer del departamento, indicándole a Tom donde estaba escondida la llave de la casa de Helena para que fuera a recoger las cosas. Se disculpó por no estar presente y se despidió de Tom con un abrazo que lo sobrecogió, como si nunca hubiera sentido la cercanía de otra persona como en esa ocasión.

A pesar de no haber dormido en toda la noche, Tom no tenía sueño. Llamó a una mudanza y fue a la casa de la anciana, bajo la mirada curiosa de los vecinos. El lugar estaba tal y como lo recordaba; el personal de la mudanza le ayudó a clasificar y embalar todo. Curiosamente, no encontraron las pertenencias de Bill; al parecer había sacado sus cosas con anterioridad. Ya entrada la noche la casa se encontraba prácticamente vacía. Tom estaba sólo en la sala, observando los montones de revistas viejas y demás cosas que ya no servían, cuando Bill apareció en el umbral de la puerta. Tom no lo pensó demasiado; le preguntó si tenía en donde quedarse y le ofreció pasar unos días con él. El muchacho sonrió y aceptó de buena gana; al día siguiente llamó a la puerta de Tom con sólo una desvencijada maleta.

No se separaron desde ese día. Estando en periodo vacacional en la escuela, Tom se dedicó a pasear con Bill por la ciudad; el chico se asombraba de casi todo, como si efectivamente nunca hubiera salido de la polvorienta casa de Helena. Tom perdió la cuenta de las películas, obras de teatro y museos que fueron a ver, donde Tom le explicaba la historia de las pinturas y los artistas que las habían creado. Bill sentía tanta fascinación por lo antiguo como Tom, y tenía un igual de conocimientos respecto al tema. Pasaron horas charlando en los parques, bajo los cálidos rayos del sol veraniego y seguían las conversaciones en el departamento de Tom, entre juegos de videos para los que Bill era realmente malo.

La sonrisa aniñada del chico tenía loco a Tom. Casi no sabía nada de él, pero estaba irremediablemente enamorándose de su elegante forma de caminar, su tono de voz suave y la sonrisa espontánea que le venía a la cara por cosas por demás comunes. Tom se había aislado en su pequeño mundo con él, y no quería volver a salir de él.

Una noche, después de un espectacular fracaso de Bill en un juego de video, ambos se encontraban carcajeándose en el esponjoso sofá de la sala. Bill le dio una patada juguetona a Tom y salió corriendo cuando este se lanzó contra él buscando venganza; se pusieron a correr como locos por el departamento, riéndose y gritando, hasta que unos golpes provenientes del apartamento de arriba y un grito de “¡Ya cállate!” del vecino los alertaron de que estaban interrumpiendo la paz a las tres de la mañana. Se empezaron a reír entre dientes y Tom por fin pilló a Bill desprevenido, derribándolo sobre la gruesa alfombra de nudo. El chico se debatió, tratando de aguantar la risa, hasta que se percató de la mirada de Tom. Se levantó un poco sobre sus codos, sintiendo el cuerpo del otro presionándolo contra el piso, y capturó sus labios en un tentativo beso.

Tom no se movió; sólo cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación de los suaves labios de Bill sobre los suyos, sintiendo su corazón palpitar y un agradable placer recorrer su cuerpo. Suspiró e intensificó el contacto. El cuerpo de Bill, delgado y fino bajo él se sentía muy bien, muy correcto. Ambos se observaron mientras se deshacían de sus ropas, depositando besos en los rincones adecuados del otro entre suspiros acalorados.

Por la mañana, Tom observó la estrecha espalda de Bill y los movimientos acompasados de su respiración. Los pequeños huesos de su columna se veían a través de su piel; Tom lo abrazó, sintiéndolo tan dúctil como si fuera de aire.

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Tom recibió la llamada de su amigo Andreas, quien le reclamó su falta de interés por responder sus mensajes. Tom conversó cortamente con él mientras veía a Bill comer un pan tostado, con el cabello revuelto y las mejillas sonrosadas de alguien que acaba de despertar. Bill le sonrió cuando el otro invitó a Andreas a cenar para presentarle a alguien especial.

Pasaron el resto de la tarde ocupados con los preparativos de la cena, y Tom estaba poniendo la mesa cuando Bill apareció en la habitación vistiendo un delgado suéter de lana negro, a juego con los jeans y zapatos del mismo color, todos propiedad de Tom. El muchacho pensó que esas ropas se veían mejor en Bill que en él mismo, principalmente por la cualidad elegante de sus movimientos. El rostro de Bill destacaba como una llama y sus ojos eran intensos cuando besó a Tom apasionadamente, acariciando su mejilla con su mano fría y suave como la seda, con una curiosa expresión de abatimiento. Tom se sintió algo mareado, pero colmado de amor por el otro cuando sonó el timbre.

Tom abrió la puerta, y el rubio Andreas le sonrió mientras lo abrazaba.

-¡Vaya! ¡Hasta que te dejas ver! ¿Dónde te habías metido? Te he estado llamando desde hace días, me preocupaba encontrarte roído por las ratas o algo así…

-He estado algo ocupado Andy- dijo Tom sonriendo. -Pero por muy buenas razones… ven, te quiero presentar a alguien.

Tom hizo pasar a su amigo a la sala, donde Bill estaba sentado en un butacón de cuero oscuro con las manos descansando en las rodillas. Observo a Andreas con expresión inescrutable.

-Andreas, él es Bill- dijo Tom sonriente. Andy observó el espacio con una risita.

-¿Le pusiste Bill a tu sillón?

-¿Qué?- Tom miró con extrañeza a su amigo, quien lo veía como si aquello fuera una broma.

-Tom, deberías salir a conocer chicas en lugar de ponerles nombres tontos a las cosas.- le dijo entre risas Andreas, mientras se dirigía al refrigerador. -¿Tienes cervezas?

Tom miró a su amigo sin comprender; Bill lo observaba con expresión compungida.

-Tom, él no puede verme- susurró.

-¿Qué? No, Andreas, ¡¿Qué te sucede?! ¡Por qué lo ignoras así? Bill, lo siento mucho, yo…

-Tom, ¿de qué hablas?- dijo el rubio, desconcertado.

-¡De Bill! El chico que está frente a ti, ¿Qué diablos…?

-¡Aquí no hay nadie más que nosotros!- replicó Andreas, empezando a enojarse. El muchacho se acercó hacia el asiento donde estaba Bill y pasó la mano a través de su figura como si esta estuviera constituida sólo de humo. -¿Ves? Ya deja la broma Tom. No es gracioso.

Pero entonces, Andreas se acercó a Tom, alarmado ante la repentina oscilación del cuerpo de su amigo. Tom volteó a ver a Bill, sentado en la oscura butaca, con su pálido rostro como una única nota de luz en la oscuridad. Trató de recordar, de poner un poco de coherencia a los momentos vividos con Bill, y se dio cuenta de que siempre estuvo como superpuesto en todo momento, desde el instante mismo en que lo conoció. Nunca lo vio intercambiar palabra con nadie más, y el había estado tan absorto con su sola presencia que no lo había notado. Cristo. ¿Qué era? ¿Una alucinación, un fantasma?

Sus ojos se abrieron mucho; su boca en una demudada expresión de desconcierto mientras veía a Bill acercarse a él con sus andares de gato y echarle los brazos al cuello, con los ojos brillantes por las lágrimas.

-No me dejes por favor. Soy real, real para ti, ¿no es así? No me dejes Tom, no lo hagas…

Tom sintió el frío contacto de las manos de Bill sobre su cuello y los suaves besos que depositaba en su rostro, semejantes al batir de alas de mariposas. De inmediato su corazón se expandió y se lleno de amor, ternura, deseo, todas aquellas sensaciones que pensó no poseer y que Bill saco a flote. Era como si su solo contacto lo transformara en una persona completa finalmente. Era su bálsamo y su cura, y sabía desde el instante en que lo conoció.

Andreas estaba a su lado.

-Tom, ¿estás bien? ¿Qué te sucede? ¿Por qué estas temblando?

Tom no contestó, mientras Bill lo observaba con una expresión dulce en su afilado rostro, moviéndose un poco, como al compás de una música insonora. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, ladeando la cabeza en ese simple gesto que bastaba para llenar de gozo el corazón del otro.

-¿Tom?

-Estoy bien, Andreas. No te preocupes. Estaba bromeando.

Bill era más real que nada para Tom. La vida era mejor ahora que antes de que llegara él, y no lo perdería ahora.

Guardaría el secreto dentro de su corazón.

Bill le sonrió.

FIN

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