Meds

Aug 08, 2011 22:23



Este también fue para el reto de TWCKaulitz.com. Ambas partes obtuvieron mención especial en el concurso.

Categoría: Tokio Hotel

Pairing: Bill/Tom

Genero: Drama

Clasificación: R




Meds

Por Lanthir

-Vamos Tom, se que puedes subir más alto- dijo Bill retando a su hermano, quien se hallaba en las primeras ramas del nogal que crecía en el enorme jardín de su abuela. El pequeño estaba trepando cada vez más alto, con total confianza y riéndose a carcajadas.

-Bill, baja ya, mamá nos va a regañar- le reprochó Tom, aferrado al rugoso tronco y sin animarse a mover un sólo músculo.

-¡Eres un gallina Tom! ¡No te va a pasar nada, anda!- gritó su hermano, cuando vio a Simone, su madre, venir corriendo hacia ellos con expresión enojada.

-¡Bill! ¡Baja de ahí en este instante!

-¡No mamá! ¡Sólo déjame quedarme un momento más, por favor!- suplicó éste, pero vio que su madre no se inmutó y empezó a trepar al árbol, tomando a Tom por la cintura y ayudándolo a bajar.

-¡Contigo hablo luego!- le dijo Simone. -¡Y tú, baja si no quieres que vaya por ti!

El pequeño rostro de Bill enrojeció mientras se aferraba más al tronco del que estaba sujeto.

-¡No quiero bajar! ¡No quiero! ¡Tom, eres un tonto, tú la llamaste!- empezó a gritar, saltando con enojo sobre la endeble rama sobre la que estaba parado. El corazón de Simone dio un vuelco.

-¡Bill, ten cuidado por favor! ¡Baja cariño, te vas a hacer daño!

Sin embargo, el niño empezó a golpear el tronco del árbol, gritando y dando saltos en el mismo sitio, haciendo una enorme rabieta.

Simone se apresuró a tratar de subir por su hijo, pero antes de que pudiera llegar a él la rama donde estaba se venció y rebotando entre algunas ramas cayó sobre el césped.

-¡Bill!- gritaron Simone y Tom al mismo tiempo; la mujer prácticamente se lanzó del árbol y encontró al niño pataleando y revolcándose sobre el suelo; lo trató de levantar pero Bill se revolvió entre sus brazos, gritando aún con rabia.

-¡No, déjame, suéltame! ¡Tom, te odio! ¡Tú la llamaste, te odio! ¡Suéltame!

Simone batalló para levantar al niño del suelo pero finalmente lo logro; sin embargo, un grito de dolor la hizo percatarse de la extraña forma que había adquirido el pequeño brazo de su hijo. Lo tenía roto. Y sin embargo seguía gritando. No de dolor, sino de ira.

Sin detenerse a pensar mucho sobre ello, Simone corrió hacia la casa, gritándole a su madre por ayuda.

Tom, con el rostro surcado de lágrimas, se quedó paralizado en el lugar donde había caído su hermano.

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-¿No te parece raro el comportamiento de Bill, querida?- preguntó Anna a su hija, mientras tomaban una taza de té en la mesa de la cocina. El sol entraba a raudales por la ventana abierta mientras Simone observaba a sus hijos jugando en la sala. Bill, con el brazo enyesado, parecía haber olvidado por completo el incidente del día anterior. Ahora estaba haciendo chocar sus carritos de juguete contra los de Tom, quien no se veía tan entusiasmado por el juego como normalmente lo estaría. El pequeño se veía receloso, como si esperara que su gemelo volviera a gritarle.

-Claro que no mamá- respondió Simone en voz baja. -Sabes que siempre ha sido hiperactivo. Fue sólo un accidente.

-Cariño, Bill no sólo es hiperactivo. Siempre se ha comportado distinto de Tom… demasiado cambiante, diría yo. No es normal que siga teniendo esas rabietas a los 7 años- insistió la mujer mayor.

-Sólo es más impetuoso que su hermano… Nada más. También sabes que estamos pasando por una situación difícil en estos momentos. Jörg viene a visitar a los niños cada vez menos.

Anna suspiró y sirvió más té en su taza.

-Simone, Bill siempre ha sido huraño, incluso contigo que eres su madre. El único que parecía calmarlo era Tom, pero últimamente pelea incluso con él. ¿Cuántas veces lo has visto hacer esas pataletas, cuando parece que ni él mismo sabe lo que quiere? ¿Y cuantas veces no lo has podido levantar de la cama cuando se pone a llorar por horas? No puedes ignorar las quejas que llegan de la escuela sobre lo que le hace a los otros niños. ¿Tú no… no has considerado llevarlo al psicólogo?

Simone apretó los labios y desvió la vista, con expresión preocupada.

-¿Para hacer qué, mamá? ¿Llenarlo de pastillas? No quiero que Bill deje de ser quien es. Es sólo un niño, por Dios…

-Hija, lo que hizo ayer lo puso en peligro. Y estaba poniendo en peligro a Tom también; sabes que tiene una gran influencia sobre él. Por favor, dime que al menos lo vas a considerar.- dijo Anna, apretando la mano de su hija. Simone sólo asintió, no muy segura de si tomar en cuenta el consejo de su madre, puesto que eso sería admitir que efectivamente había algo malo con su hijo.

No quería pensarlo siquiera; sus dos hijos eran su vida, y ella los amaba independientemente de cualquier berrinche o travesura. Sus ojos se fijaron en Bill, quien en esos momentos comenzó a saltar sobre el sofá con una radiante sonrisa en el rostro.

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Tom tenía una pesadilla. En sus sueños, había unos pavorosos árboles de ramas descarnadas que lo sujetaban al suelo y él no podía gritar. Trataba desesperadamente de hacer que entrara aire a sus pulmones, pero sentía que algo se lo impedía.

El niño abrió los ojos y se encontró con el rostro de Bill a un palmo del suyo.

-Tomi, Tomi, ¡¿Porqué llamaste a mamá?!- le dijo su hermano en un susurró afligido, con lágrimas humedeciendo sus mejillas. Se subió a horcajadas sobre él y le clavó las uñas en los brazos. - ¡Estábamos juntos y tú lo arruinaste!

-Qué… ¿Qué estás haciendo?- murmuró Tom, asustado por el semblante descompuesto de su gemelo, pero antes de que pudiera decir otra cosa Bill le puso las manos sobre la boca.

-¡Shhh, cállate! ¡Si no te va a escuchar!- dijo, mirando con aprehensión hacia la puerta y presionando con todas sus fuerzas la boca de Tom, quien empezó a revolverse tratando de liberarse. No podía respirar; trató de quitárselo de encima pero su hermano era más fuerte de lo que parecía, así que en un acto desesperado, logró mover un poco la cabeza y le mordió la mano. Bill dio un chillido de dolor, al mismo tiempo que Tom jalaba aire y gritaba “¡Mamá!” lo más fuerte que podía.

Simone entró a la habitación atropelladamente y encontró a Bill tratando de sujetar a Tom, quien intentaba escapar de la cama con expresión aterrada.

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-Simone, después de haber observado a Bill durante este tiempo, me temo que las noticias que tengo no son alentadoras - dijo el doctor Weller. Estaban en un pequeño consultorio del segundo piso del hospital de especialidades pediátricas en Magdeburgo.

La madre de los gemelos tragó saliva, sintiendo sus fuertes latidos retumbar en sus oídos.

-Mi diagnóstico es que Bill sufre de trastorno bipolar; es muy poco frecuente en niños tan pequeños y aún hay controversia respecto a dicho diagnóstico, pero las conductas que presenta son clásicas de este tipo de enfermedad.

Simone pestañeo, quedándose pasmada por un momento.

-Espere… ¿No se supone que eso sólo afecta a adultos? ¡En nuestra familia nunca ha existido ningún caso de enfermedades mentales! Debe haber algún error…

-Señora, se que es difícil. Pero es mi opinión profesional. Estas enfermedades se pueden llegar a desarrollar sin importar la herencia genética, y lamentablemente se están descubriendo casos en niños pequeños como su hijo con cada vez mayor frecuencia. Sin embargo, con un tratamiento integral adecuado Bill puede llevar una vida normal. Tendrá que acudir a terapia; le recetaré un estabilizador del ánimo, y probablemente también antidepresivos. Tendremos que trabajar para encontrar la dosis adecuada de medicamentos para Bill, ya que no hay un estándar en estos casos. Cada persona es diferente. También tendrán que hacer algunos cambios en las rutinas del niño a partir de hoy, para ayudarlo a estabilizarse…

Simone veía al doctor hablar, pero ya no lo escuchaba. Las lágrimas se agolparon en sus ojos y supo que el nudo que se había alojado en su garganta hacía dos meses jamás se volvería a ir.

Segunda Parte

-Bill, ya es hora- dijo Tom tocando a la puerta del baño. David había dado el anuncio de diez minutos para salir al escenario, pero su hermano no había aparecido aún. Georg y Gustav ya se encontraban en el pasillo junto al escenario, listos y nerviosos como antes de cada presentación a pesar de todos los años que habían estado actuando ante el público. El cantante no respondió.

Tom apoyó la cabeza contra la fría madera de la puerta, suspirando en la soledad del camerino. El ruido que provenía del teatro donde iban a tocar semejaba al del zumbido ronco de un avión; sentía las vibraciones de los gritos de los fans sobre la superficie de su piel, empezando a taparle un poco los oídos. Hacía dos horas que había comenzado a sentirse inquieto, con esa sensación de ansiedad que primero le engarrotaba las piernas, para después subir por sus brazos y anidar en su cerebro, con la idea esperando pacientemente pero sin alejarse de su mente, casi acechándolo. Apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos; le picaban las palmas de las manos.

Pero se resistió. Bill o él, alguno de los dos tenía que estar lúcido para variar. Y considerando que escuchaba el trajín que su hermano estaba haciendo en el baño, sabía que esa noche la responsabilidad iba a recaer en él.

Tom sabía exactamente qué estaba haciendo Bill; llevaba ya cuatro días sin tomar sus medicinas, y estaba cayendo en otro episodio depresivo. A Tom le había dolido más de lo que estaba dispuesto a admitir el que su hermano lo hubiera acusado esa mañana de tratar de anularlo por medio de los medicamentos para quedarse con el control del grupo. Tom jamás habría hecho algo así; sabía que Bill era el alma y corazón de Tokio Hotel, y que sin su presencia la banda se habría acabado hacía años. Por otra parte, a Tom le importaban una mierda los discos, los fans, el management. Si por él hubiera sido habría mandado al diablo todo después del Humanoid, pero sabía que la banda era lo único que mantenía a Bill sobre sus propios pies. El fracaso comercial del disco que siguió al Best Of y la correspondiente presión de la disquera habían hecho que el cantante estuviera a punto de derrumbarse, aunque con la ayuda de Tom, su máscara ante el mundo se mantuvo firme. Por eso el guitarrista seguía adelante, cuidando de su hermano; lo tranquilizaba cuando estaba eufórico y las palabras salían atropelladamente de su boca, y lo sacaba de la cama cuando estaba deprimido. Lo hacía tomar sus medicamentos con la infinita paciencia que sólo se puede tener para alguien que se ama.

Y Tom amaba a Bill, en más sentidos que el del simple amor fraternal que se supone deberían tenerse. Desde que eran niños y a pesar de los arrebatos de su hermano, Tom había sido sumamente unido a él. Los primeros años después del diagnóstico habían sido duros; el costoso tratamiento y los intentos fallidos de encontrar las dosis adecuadas para estabilizarlo habían quebrantado a su madre a tal punto que estaba dándose por vencida. Sin embargo, Gordon llegó a sus vidas, y fue el sostén que Simone necesitaba para seguir adelante. Su padrastro les enseño a interesarse por la música, y ese fue el mejor paliativo que Bill pudo tener. El tratamiento avanzo y comenzó a ser fructífero; de igual manera, la habilidad innata del niño para cantar y componer era evidente, y contra todo pronóstico, empezó a ganar en concursos de talento locales y a llamar la atención con su personalidad única. El lado maniaco de Bill lo hacía absorber como esponja el conocimiento, al mismo tiempo que le daba una chispeante energía; y cuando se deprimía usaba como válvula de escape la música, componiendo letras profundas y significativas a pesar de su corta edad. Tom lo admiraba, y Bill fue quien lo impulsó para que desarrollara su talento con la guitarra.

Cuando llegaron a la adolescencia, las cosas se tornaron extrañas entre ellos; los conflictos de personalidad de Bill lo hicieron un excluido en la escuela, y Tom comenzó a pelear frecuentemente por defender a su hermano, con lo cual él también quedó relegado. Debido a esto se unieron cada vez más, hasta el punto en el que no dejaron entrar a nadie a su pequeño mundo. Conforme fueron creciendo, empezaron a experimentar con situaciones sexuales entre ellos, primero de forma vacilante, pero con el paso del tiempo con la seguridad de que lo que sentían iba más allá de un incidente hormonal.

Nunca le dijeron nada a nadie, y lo guardaron celosamente como el más íntimo de sus secretos. La experimentación dio paso a profundas emociones, y para cuando lanzaron su primer disco oficial había un acuerdo tácito entre los dos de que jamás se separarían. A pesar de la fama de la banda y de todas las oportunidades que esto representaba con las mujeres, siguieron estando sólo el uno para el otro. Montaron teatros con algunas chicas de vez en cuando para acallar los rumores sobre una supuesta homosexualidad y las increpaciones de la disquera sobre la imagen de la banda, pero para cuando se iban acercando a los treinta años era evidente que ninguno de los dos tenía interés en nadie que no fuera el otro. Ahora, como una banda madura y sin tener que rendir cuentas para las fanáticas adolescentes que antes eran sus seguidoras, el estatus de los gemelos pasó a ser simplemente el de raros solteros empedernidos.

Sin embargo, a sus treinta y dos años, el sello discográfico aún no sabía de la enfermedad de Bill; sólo un puñado de personas, los más allegados, estaban enterados. Ni siquiera David lo supo hasta la promoción de Scream, cuando las cosas iban marchando realmente bien; en ese entonces, Bill presentó un grave episodio de manía justo antes de un concierto, y el representante acusó al chico de consumir drogas. Tom tuvo que decirle la verdad y salir a dar la cara al público junto a Gustav y Georg, alegando que su hermano estaba enfermo. David no era tonto; sabía que la banda estaba generando más dinero que el de cualquier grupo alemán por aquel entonces, así que no divulgó nada y todo el asunto fue tapado con una supuesta operación de las cuerdas vocales del cantante. Georg y Gustav siempre habían mantenido un silencio sepulcral en torno al asunto, comportándose como buenos amigos pero sin involucrarse demasiado cada vez que Bill se desestabilizaba.

Pero el cantante se había convertido en un actor profesional respecto a mantener su mascara de normalidad y los episodios de manía y depresión se habían mantenido en relativo control.

Hasta hacía un año.

La primera recaída grave de Bill había sido tras la muerte de Gordon en un accidente automovilístico. Fue un terrible shock para ambos el tener que hacer el funeral con el ataúd cerrado debido a los daños que había sufrido el cuerpo en el accidente. Ni siquiera pudieron despedirse del hombre que tanto había hecho por ellos; Simone estaba destruida, y el ver a su madre así aunado al repentino fallecimiento de Gordon lastimó a Bill a tal grado, que se sumió en una profunda depresión. Dejó de tomar sus medicamentos, y sólo con ayuda de Tom pudo levantarse de nuevo. Sin embargo, después de eso Bill empezó a tener compulsiones extrañas, como el despertar a su hermano en medio de la noche para asegurarse de que seguía respirando. Después se obsesionó con el libro de Dante, “La Divina Comedia”, y constantemente le decía a Tom que tenía miedo de morir e ir al infierno. Comenzó a estar receloso de las fans que se acercaban a pedirles un autógrafo y se rodeó de más guardaespaldas de los que hubieran tenido jamás.

Una noche, Tom despertó sintiendo que algo andaba mal; se encontraban en su departamento de Manhattan mientras grababan su nuevo disco. Bill no estaba con él, ni tampoco en su propia habitación. Tom se dio cuenta de que había dejado su celular en medio de un desorden de ropa sobre la cama, y ninguno de los frascos de sus medicinas se hallaba en el botiquín del baño. Alarmado, el guitarrista se vistió a toda prisa; el portero del edificio le dijo que Bill había pedido un taxi hacía dos horas y que parecía muy feliz, pero no le dijo a donde iba.

Tom sabía que “feliz” era la palabra amable que el viejo portero usaba para decir que Bill estaba actuando como un maniaco. Tom no tenía idea de donde había ido, así que luchando contra el impulso de llamar a la policía o salir a las calles a gritar su nombre, decidió esperarlo.

Bill apareció cerca de las 5am; iba vestido con un entallado abrigo negro sobre una camisa de diseñador y unos jeans deslavados, con su acostumbrada proliferación de collares y anillos. Cerró la puerta con un estrépito y viendo a Tom en el sillón, se arrojó sobre él con una sonrisa exaltada en los labios.

-¡Tomi! ¡Sabía que estarías despierto! Vamos, vine por ti para que me lleves a desayunar, ¡muero de hambre!- le dijo, mientras regaba besos por toda su cara.

-¿Dónde coño estabas?- contestó Tom, molesto. El aliento de Bill olía a alcohol y sus ojos tenían un extraño brillo. -Bill… ¡¿estás drogado?!

La sonrisa de Bill desapareció y su expresión se tornó fría.

-¿Y qué si así es?- contestó desafiante. -Encontré algo que me hace sentir mucho mejor que la mierda que he tomado todo este tiempo.

Tom se llevó las manos a la cabeza, fastidiado.

-Bill, ¡eres un imbécil! ¿Acaso quieres matarte? ¿Dónde están todas tus medicinas?

-Las boté- dijo Bill con expresión de suficiencia mientras cruzaba una pierna. -¿Por qué no entiendes Tom? Esas cosas hacían que me sintiera en cámara lenta. Ni siquiera soy yo mismo cuando las tomo.

-¡Esas cosas son las que te mantienen lúcido!- contestó Tom, entre preocupado y exasperado. Se levantó del sofá, y mientras se dirigía a su habitación, le dijo a Bill:

-¡Mañana iremos a conseguir tus medicinas de nuevo! ¡¿Me oíste?!

Tom cerró su habitación de un portazo, dejando a Bill con expresión airada.

Un rato después, el vocalista se introdujo a la habitación de su hermano, con expresión atormentada.

-Tom, por favor, entiéndeme… Me he sentido mejor esta noche de lo que me había sentido en años.- le dijo, con sus grandes ojos marrones suplicantes y las pestañas brillantes por las lágrimas.

Bill le pidió disculpas a su gemelo; le prometió que se iba a comportar y que todo estaría bien en adelante. Tom, no sintiéndose capaz de enojarse con él y sin saber como ayudarlo, lo aceptó, y terminaron haciendo el amor casi con desesperación.

Las primeras señales no fueron evidentes considerando los cambiantes estados de ánimo de Bill; no obstante, los frascos de medicamentos al parecer nunca se acababan. El muchacho empezó a hundirse en fuertes depresiones de las que salía de repente; parecía nunca cansarse y trabajaba febrilmente en el cierre del disco, y luego en la planificación de la gira. También empezó a sufrir un insomnio constante y bajó de peso sin razón aparente.

Pero un día, cuando estaban por empezar la gira de promoción del nuevo álbum, Tom lo descubrió con un grave colocón; era evidente que había consumido algo más fuerte. Se puso furioso y la pelea entre los dos fue terrible. Tom quería golpearlo, sacudirlo hasta que entendiera que si algo le pasaba no podría vivir sin él; Bill, eufórico como estaba, le gritó que lo dejara en paz y por poco destruye el departamento en un arranque de ira.

Después de aquel día, Tom se sintió abrumado. Sabía que lo mejor para Bill era internarse en una clínica de rehabilitación, pero su imagen y la gira estaban en juego; sabía que cualquier cosa que dañara a la banda acabaría con el trabajo de la vida de Bill, y por consiguiente, con él. Por ningún motivo permitiría que internaran a su hermano en algún hospital psiquiátrico, y tampoco quería lastimar a Simone haciéndole saber lo que estaba pasando, a tan poco tiempo de fallecido su esposo. El cantante había cambiado unas drogas por otras, y era evidente que se estaba haciendo dependiente de ellas; sin embargo, trabajaba y seguía siendo Bill, su Bill, a quien a pesar de todo amaba por encima de todas las cosas.

Tom no sabía que hacer. Comenzó a beber más de la cuenta; en varios conciertos salió a tocar estando ebrio, y empezó a tener problemas con David. Y luego, un día durante una fiesta alguien le ofreció heroína. Sin saber por qué la aceptó, y en cuanto la sensación de letargo borró todos sus problemas supo que estaba perdido.

Y ahora estaba ahí, menos de un año después, esperando a que Bill terminara de aspirar la droga con la que se automedicaba ahora, y el mismo Tom, muriendo por su siguiente dosis pero tratando de controlarlo hasta el final. Los ojos del guitarrista se llenaron de lágrimas. ¿Cómo habían caído tan bajo? ¿Cómo había permitido que Bill, su amor, cayera de la gracia como un ángel hacia el barro del oscuro lugar donde estaban ahora? Tom siempre había sido el salvador, el protector de Bill, quien lo resguardaba de sí mismo y del mundo entero. Pero ahora, Tom sólo era una débil cáscara de lo que había sido antes, a punto de quebrarse bajo el peso de todos los problemas. Durante tantos años se había mantenido firme, imperturbable, como el ancla de todos y de todo. Pero ahora solo quedaban cenizas de él mismo.

Y se odió por eso.

Un ruido de cristales rotos se oyó en el interior del baño, seguido de un golpe sordo.

-¡¿Bill?!- gritó Tom, tocando la puerta de nuevo. Ninguna respuesta. -¡Bill! ¡¿Qué sucede?!

Tom tiró de la perilla, pero esta no cedía. Desesperado, comenzó a golpear la puerta con el hombro con todas sus fuerzas, hasta que se rompió un pedazo de la madera. Tom se asomó y vio a Bill tirado en el piso, convulsionándose. Su corazón dio un vuelco; metió la mano por el boquete de la puerta, rasgándose la piel con la madera, hasta que logró abrir la manija por dentro.

-¡¡¡Bill!!! ¡¡¡Bill!!! ¡¡Auxilio, alguien ayúdeme!!- gritó Tom, sujetando a su hermano. Pero un instante después, Bill dejó de moverse y fijó sus ojos en Tom. Sus uñas rasguñaron la mano de Tom como si quisiera aferrarse a él, pero con una última respiración, sus ojos se apagaron.

La muerte de Bill golpeó a Tom como si fuera una ráfaga que atravesara su pecho, dejándolo sin aliento y llevándose todo sentimiento y sensación que alguna vez hubiera sentido. Las imágenes de su vida con Bill vinieron a su cerebro superpuestas y en una rápida sucesión hacia atrás, hasta el primer recuerdo que tenía con su gemelo.

-Te quiero Bill-

-Y yo a ti, Tomi. Siempre vamos a estar juntos.

Tom sabía que había muerto con su hermano en el mismo instante en que Bill dejó de respirar.

Escuchó unos pasos apresurados y gritos a lo lejos, como si vinieran de otro mundo, en el mismo instante en que recogía un trozo de vidrio del espejo roto junto a Bill y lo clavaba justo en medio de su pecho.

No hubo dolor. Sólo la sensación de la mano de Bill sujetando la suya y una visión de su rostro sonriente mientras corría frente a él.

Entraron juntos en la noche.

FIN

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