Memorias

Aug 08, 2011 22:18



Otro reto más del rally de www.twckaulitz.com, con este me gane una mención especial :)

Categoría: Tokio Hotel

Pairing: Bill/Tom

Genero: Romance/humor

Clasificación: R


Memorias

Por Lanthir

-No se ve nada bien, ¿verdad?- dijo Bill, mientras miraba a través de la vidriera de la sala de espera en el aeropuerto. El enorme armazón del avión casi no se distinguía en medio de la cortina de agua y viento del exterior.

No le contesté; estaba cabreado de que nos hubieran sacado del hotel con tanto tiempo de anticipación solo para que el vuelo se demorara más de dos horas debido a la jodida tormenta. Lo único bueno era que a las dos de la mañana la sala estaba casi vacía y los pocos pasajeros a esa hora estaban tan somnolientos que ni siquiera se habían dado cuenta de que estábamos ahí. Teníamos un poco de paz y silencio, para variar, antes de meternos de lleno en la gira de promoción de Scream por Estados Unidos.

Un fuerte relámpago hizo que Georg casi se cayera del asiento en el que dormía junto a mí; sin embargo, cerró los ojos de nuevo y volvió a iniciar su concierto de ronquidos. Siempre me pregunté como diablos era capaz de dormir en cualquier lugar y circunstancia; el mundo se podía estar cayendo y él simplemente se acomodaba donde fuera y se dormía de inmediato, cosa que los demás nunca podíamos hacer. Cuando le pregunté como lo lograba, simplemente me dijo que era producto de una conciencia limpia.

Hum… si eso fuera cierto, seguramente yo hubiera muerto de insomnio antes de los quince años… Y Bill también.

David apareció, ojeroso y con mala cara.

-Van a dar la orden de abordar en diez minutos. ¿Dónde coño está Gustav?- preguntó, dirigiéndose hacia los sanitarios.

Me levanté del asiento mientras zarandeaba a Georg, quien al parecer había caído en coma. No me hacía gracia el tener que volar con semejante clima; de repente la sala de espera no se veía tan mal.

Una hora después el avión oscilaba en el aire. Decidí que era mejor no ver los relámpagos y el aguacero del exterior, así que tratando de no despertar a Bill, quien viajaba junto a la ventanilla, bajé la persiana. Estaba muy nervioso por el hecho de tener que atravesar el océano en semejantes circunstancias. Bill estaba acurrucado en el asiento, dándome la espalda. Un escalofrío me recorrió al recordar la sonrisa que me había lanzado sobre el hombro esa tarde en los camerinos, mientras trataba de meter el pie en su ajustado pantalón. Solamente vestía unos boxers negros; yo sabía que esa sonrisa estaba pintada con un matiz de burla, pues me pilló viéndolo con cara de total idiota. Lo único que atine a hacer fue carraspear un poco y voltear a otro lado mientras seguía tomando de la botella de agua, esperando que algún milagro hiciera que me ahogara con ella.

El avión estaba casi a oscuras, por lo que la aeromoza se sobresaltó cuando le pedí un whisky, pero volvió enseguida con mi trago y con una frazada. Ni siquiera se inmutó al ver que era un muchacho menor de edad; al parecer quería que me durmiera y la dejara en paz, pero era imposible; el vacío que sentía en el estómago cada vez que el avión pasaba por una bolsa de aire me hacía aferrarme al asiento como un completo imbecil. Volteé a ver a los demás, pero Georg seguía dormido y Gustav estaba discutiendo acaloradamente con alguien por el celular. Seguramente otra riña más de perros y gatos con su extraña amante que nunca lo dejaba en paz.

Me hundí en el asiento y unos minutos después pedí otro trago. Y otro. Y después uno más. Volví a abrir la persiana, y ahora apenas se veía la negrura huracanada del mar miles de metros bajo nosotros, entre el resplandor de los relámpagos. Empecé a imaginarme que uno de los truenos nos daba y el avión se caía. La turbulencia no ayudaba al hecho de que estuviera empezando a ponerme ebrio, y me empecé a preguntar que sería peor, si morir electrocutado por un rayo o ahogado en medio del océano. Había viajado un millón de veces, pero aquel era el peor vuelo que había tenido en mi vida. ¿Acaso la puta tormenta no se acabaría jamás?

Estaba a punto de ponerme a gimotear como un niño, cuando escuché a Bill susurrar:

-Ya duérmete.

Ni siquiera me había dado cuenta de que mi hermano estaba despierto, pero en el estado de nervios en el que me encontraba me fastidió lo que dijo.

-No estoy haciendo ruido.

-No es eso, es que… estoy sintiendo tu miedo y me estás poniendo mal- dijo Bill en voz baja, mientras se daba la vuelta. -Ya, trata de calmarte. Tenemos que dormir un poco, mañana tenemos mucho que hacer. Y deja de tomar. Sabes que te pones imprudente cuando te embriagas.

Lo miré con cara de pocos amigos, pero él me dedico su mejor sonrisa de niño bueno, esa con la que siempre terminaba convenciéndome de hacer lo que él quería, así que acomodándome mejor en el asiento cerré los ojos. Bill volvió a su posición, dándome la espalda. Todo me daba vueltas, pero traté de tranquilizar los rápidos latidos de mi corazón y de pensar en cualquier otra cosa que no fuera el que iba a estar atrapado en aquel armatoste durante las siguientes diez horas.

Pensar en cualquier cosa… Por supuesto, lo primero que se me vino a la mente fue Bill y el episodio en el camerino.

No era que nunca hubiera visto a Bill desnudo. Lo había visto muchas veces desde que éramos niños. Solíamos dormir juntos, e inclusive cuando fuimos mayores y tuvimos habitaciones separadas, aún había noches en que nos escabullíamos al cuarto del otro. El paso de niños a adolescentes lo hicimos juntos, y llegamos a experimentar más cosas de lo que se supone tendríamos que haber hecho como hermanos. Sin embargo, no lo vimos como algo malo. Era sólo curiosidad, o así lo llamábamos nosotros. Lo más osado que habíamos hecho había terminado abruptamente, cuando David llegó al estudio mientras grabábamos material para el Zimmer a mediados del 2006, y estábamos besándonos en el baño. Bill se puso pálido como la cera, pero recuperando rápidamente el aplomo, salió como si nada hubiera pasado, y se llevó a David a otra habitación para que pudiera salir yo.

Ninguno de los dos habló sobre ello, pero sabíamos que esa ocasión había sido diferente. Durante mucho tiempo, no me pude sacar de la mente la forma en que la piel de Bill se erizó cuando me atreví a besar su cuello, como el aroma limpio de su cabello llenaba mi nariz. Sentí los latidos acelerados de su corazón cuando nos besamos por primera vez no con un casto beso de niños, sino con ardor, acariciándonos con fruición por sobre las ropas, apretujados en el pequeño espacio entre la pared y el lavamanos. Sin poder evitarlo había tenido una erección, y casi perdí el aliento cuando sentí la misma reacción en mi hermano, quien besándome fuertemente se empezó a frotar contra mí. Mi cabeza volaba; sin pensar en las consecuencias, introduje las manos bajo su playera, sintiendo su ardiente piel, y me apreté más contra él, mientras el movimiento de sus caderas me estaba haciendo llegar a un punto sin retorno. De repente, Bill se separó de mí, y empezó a abrir la hebilla de mi pantalón.

Fue entonces cuando oímos a David llamándonos.

Otra bolsa de aire hizo que casi se me cayera el vaso de whiskey sobre Bill, quien adormilado, se volteó hacia mi y se ovilló aún más sobre el asiento. Su largo cabello oscuro caía sobre sus ojos; dando un suspiro, se volvió a dormir. Aún pensando en aquella ocasión, me tomé la libertad de observarlo entre la penumbra de la cabina; yo sabía que la mayoría de las personas relacionaban a mi hermano con una especie de andrógino afeminado sólo por la belleza de su rostro y su chispeante personalidad, pero él no era así en lo absoluto. Bill era física y mentalmente más fuerte de lo que nadie se imaginaba, totalmente testarudo y dominante cuando se lo proponía. También tenía las facciones más delicadas que yo hubiera visto; a veces me costaba creer que éramos idénticos, pues yo jamás me sentí tan atractivo como Bill podía llegar a ser. Observé su cuerpo delgado y engañosamente frágil, y recordé algo que no le había dicho.

Hacía poco, mientras perdía el tiempo en Internet, había encontrado una página donde había un montón de montajes y dibujos de nosotros en las situaciones más explícitas. Pasado el primer shock, empecé a devanarme los sesos pensando en si demostrábamos más de lo que nos dábamos cuenta, preocupado por si esa página sólo era la opinión de un puñado de niñas hormonizadas o si en verdad llegaría a afectar nuestras carreras.

Me fui a la cama pensando en todo aquello. Pero un rato después, mis pensamientos se desviaron hacia las imágenes que había visto, mezclándose con los recuerdos de aquella ocasión en el estudio. Casi sin darme cuenta me había puesto duro, no sólo por los atrevidos dibujos, sino por que yo conocía realmente el cuerpo de Bill, más perfecto y delineado que aquellos montajes. Conocía la textura de su piel, el roce del piercing de su lengua en mis labios, y su cuerpo firme y delgado. También conocía todos los ritmos de su corazón. Mi hermano tenía la curiosa característica de que sus latidos se sentían casi a flor de piel, y era muy fácil sentirlo sobre uno mismo con sólo abrazarlo. Podía saber si estaba excitado, asustado o cansado con sólo poner la mano sobre su pecho. Después de esa vez en el baño no habíamos avanzado, más por falta de tiempo y por estar siempre rodeados de personas que por otra cosa, pero la expectativa hacía que las contadas ocasiones en que estuvimos juntos la situación estuviera a punto de salirse de control. Llevábamos casi un año así.

Esa noche, antes de que me diera cuenta mi mano había avanzado hacia mi pene, que se sentía turgente y cálido. Lo rocé delicadamente sobre el pantalón de mi pijama, sintiendo como una onda de placer se derramaba desde mi vientre hasta mi pecho. Bill. Había tenido sueños con él últimamente, despertando con mi miembro erguido y necesitado, pero me había negado a masturbarme, pensando en que aquella era la última barrera antes de aceptar que estaba loco por mi hermano gemelo.

No obstante, esa noche no pude evitarlo. Sentí mi mano desconectarse de mí y acariciar mi pene lentamente, extendiendo el placer, mientras la visión de Bill aparecía tras mis párpados cerrados y me hacía llegar a un silencioso orgasmo.

Nunca se lo dije a Bill, ni lo de la página de Internet ni lo que había hecho después. Me sentía demasiado avergonzado de mi mismo y confundido, sin saber a donde iba a ir a parar todo aquello. Después de eso traté de poner espacio entre nosotros, cosa que era casi imposible en ocasiones como la de esa tarde. La imagen de la piel casi translúcida de su espalda junto con los vapores del whiskey y todos los recuerdos acumulados a través de los años empezaron a enviar escalofríos por mi cuerpo. Bill seguía dormido junto a mí, con las piernas encogidas sobre el asiento y medio abrazado a sí mismo. Su pequeña camiseta negra se había levantado un poco, dejando al descubierto parte de su cintura. Lo vi encogerse un poco más; seguramente tenía frío.

Mi vaporoso cerebro urdió un plan, de forma tan inmediata como si siempre hubiera estado ahí. Voltee a ver al resto de los pasajeros; todos estaban dormidos ya. Incluso Gustav había dejado su perorata telefónica, y dormía con la boca abierta. No había rastro de la azafata, y la luz era muy tenue, viniendo de un pequeño foco en la puerta de la cabina de los pilotos.

Abrí la frazada y nos tapé a Bill y a mí con cuidado, sólo dejando nuestras cabezas al descubierto. Volví a ver a Georg y a Gustav, profundamente dormidos; no se oía más que el zumbido del avión mezclado con el rumor de la tormenta y algún ocasional relámpago.

Observé el perfil de Bill, y movido por la imprudencia, acaricié su tersa mejilla ligeramente, sintiendo una agradable corriente recorrerme con ese simple toque. Bill no se movió y su respiración seguía siendo acompasada y tranquila. Entonces aventuré mi mano sobre su cintura, sobre ese pedacito de piel que aunque no veía sabía que estaba descubierta. Suave. Mis dedos se introdujeron cuidadosamente debajo de su camiseta hasta donde pude alcanzar, sintiendo la piel cálida de su abdomen. Bill apretó los parpados un poco, pero no despertó. Mi miembro empezó a animarse, a querer más; casi sin pensarlo, me acerqué y lo besé levemente, para después acariciar su labio inferior con la punta de mi lengua y volver a atrapar sus labios, esta vez con más fuerza.

Bill suspiró contra mi boca cuando despertó, pero no se separó de mí; sus labios captaron los míos de inmediato, y un segundo después estábamos enzarzados en un beso que empezó a crecer de intensidad demasiado rápido. Sentí sus manos acariciar mi pecho y mis hombros, enredándose entre mis rastas, tratando de acercarme más. Mis manos volaban por su cuerpo a pesar de la incómoda posición, y antes de darme cuenta estaba casi encima de él besando su cuello. Mi mano bajó hacia su erección, que acaricié por encima de su pantalón; Bill gimió audiblemente ante este toque, y le tapé la boca con mi mano.

-Shhh, van a oírnos- susurré en su oído, lamiendo el arco de su pequeña oreja. Como respuesta, sentí la lengua de Bill lamer la palma de mi mano. Mi pene dio un respingo ante la sensación y los ojos oscurecidos de mi hermano.

-Entonces vámonos de aquí- susurró -Te espero en el baño.

Sin más, Bill pasó sobre mi y se dirigió con paso ligero hacia la parte de atrás de la cabina.

-Mierda- murmuré, mientras trataba de tranquilizar mi corazón y me pasaba las manos por el pelo, acomodando mis despeinadas rastas, que traía sueltas en ese momento. Me arreglé la playera y nervioso, eché un vistazo hacia todos los asientos, mirando si alguien se hallaba despierto. Observé el apartado de las azafatas, tratando de oír voces o algo que indicara que estaban al pendiente. Nada. Con el corazón palpitante entre la excitación y el miedo, me levanté con cuidado de no hacer ruido y me dirigí hacia los sanitarios.

Cuando llegué, el baño de hombres se hallaba con el letrero de ocupado. Pegue el oído a la puerta, y susurré el nombre de mi hermano. El cerrojo se abrió y un par de manos me arrastraron al interior del pequeño compartimiento.

-¿No te vio nadie?- dijo Bill en voz baja, echándome los brazos al cuello, viéndome con los ojos brillantes y las mejillas encendidas. Se veía arrebatador, con el pelo desordenado y el rostro libre de su habitual maquillaje. Sus caderas se pegaron a mí, dejándome sentir la dureza de su entrepierna. Un gemido salió de mis labios.

-No, nadie me vio- contesté, tomándolo por la cintura y acercándolo aún más. Lo volví a besar con dureza esta vez, enterrando mis manos en la cascada azabache de su pelo, separándolo de mí sólo para atacar la suave curva de su clavícula. Bill empezó a hacer unos ruiditos de gusto que me estaban volviendo loco, y casi con desesperación le quité la playera, dejando al descubierto su transparente piel.

-Quítatela tú también, quiero sentirte- susurró, batallando para sacarme las dos enormes playeras que traía puestas. Levanté los brazos para dejarlo hacer, y nuestras pieles se encontraron, ardiendo como si tuviéramos fiebre. La mera sensación me hizo gemir, así de bien se sentía. Empezábamos a sudar, y eso hacía que el frotarnos se sintiera aún mejor. Bajé la mano hacia el miembro de Bill y lo empecé a acariciar, deleitándome con su expresión de placer, sus ojos cerrados y los párpados apretados, respirando pesadamente mientras sus labios murmuraban mi nombre casi con dolor.

-Tom…-  susurró, y empezó a desabrochar mi cinturón. Yo hice lo mismo sin dejar de verlo, sabiendo que estábamos llegando más lejos de lo que nunca habíamos llegado. Bill me ayudó a quitarme el pantalón sin despegar los ojos de mí, derramando ligeros besos sobre mi pecho y mi estómago. Me sentí totalmente a su merced cuando terminó de sacarme los zapatos y los calcetines y me quedé vistiendo sólo los boxers. Me besó lentamente, acariciando mi lengua con la suya, pasando sus uñas por mi espalda.

-Descúbreme Tomi, por favor…- me dijo acariciando mi mejilla con la suya, restregándose contra mí como si fuera un gato. Me sentí desfallecer cuando lo desvestí, sintiendo su suave piel bajo mis dedos, tan dúctil como la seda pero cálida y vibrante contra mis manos. Ahora sólo nos separaba la ligera tela de la ropa interior, como un último muro a derrumbar para aceptar lo que siempre habíamos sabido.

Que pertenecíamos al otro.

Lo desnudé con delicadeza, mientras él hacía otro tanto conmigo. Nuestros miembros, erguidos y sonrosados, se tocaron, haciendo que el aliento se escapara de mí pecho. Besé a Bill como si la vida se me fuera en ello, sintiendo el contacto de nuestras ardientes pieles, al mismo tiempo que sentía como él nos empezaba a masturbar. El vaivén de sus caderas y sus gemidos ahogados por mis labios me estaban llevando al paraíso; su mano acelerando el ritmo y su pene excitado contra el mío me hacían perder la cabeza. Lo levanté por las caderas y lo senté en el lavamanos, deseando penetrarlo pero sabiendo que no era el lugar ni el momento para eso. Las piernas de Bill se enredaron a mi alrededor, acercándome más a él y sin dejar de acariciarnos, los movimientos más erráticos cada vez, hasta que no pude aguantar más y me vine en su mano, jadeando ruidosamente contra su oído. Noté mi cálido semen entre nosotros, y un momento después sentí a Bill vibrando y liberándose también, mordiendo la piel de mi hombro en su éxtasis.

Nos quedamos ahí, jadeando sobre el hombro del otro, abrazándonos estrechamente hasta que sentí que los latidos del corazón de Bill se normalizaban. Adormilado y satisfecho, tomé algunas toallas de papel y nos limpié.

-Ugh, me dejaste todo pegajoso- dijo Bill con una sonrisita mientras depositaba un beso en mis labios.

-¿Nos dejamos qué?- contesté con sorna.

Nos ayudamos a vestirnos mutuamente y tratamos sin mucho éxito de arreglar el desbarajuste del pequeño baño, y rogándoles a todos los dioses por que nadie hubiera escuchado nada, me aventuré a salir sigilosamente del baño, después de que Bill amenazara con arrojarme del avión si no salía yo primero. Afortunadamente todo estaba igual que como hacía un rato. Llegué de puntillas al asiento y me senté, seguido de Bill, quien no pudo aguantar el suspense y salió casi detrás de mí. Cuando trató de pasar a su asiento y se tropezó con mis pies por poco se cae, y le entró un ataque de risa tonta que hizo que Georg se despertara por un segundo, antes de vernos con ojos adormilados y volver a desmayarse.

Bill y yo nos vimos y nos reímos entre dientes, hasta que volví a extender la manta sobre nosotros y nos acomodamos uno frente al otro.

Era raro. Había pensado que las cosas cambiarían después de algo así, pero al final Bill y yo sólo seguíamos siendo eso, nosotros. Los ríos no se habían tornado rojos, ni el avión había sido fulminado por un rayo. Mientras un placentero sueño me iba inundando, busqué la mano de mi hermano y la apreté. Él me dedicó la sonrisa más tranquila que le había visto en mucho tiempo, y como un cachorro adormilado, sus ojos se fueron cerrando.

Yo también cerré los ojos y sonreí para mis adentros. Seguíamos siendo nosotros mismos. Sólo estábamos más unidos ahora.

FIN



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