Ese que no se escucha, pero se conoce

Sep 15, 2011 13:31

Autor: Kirscheh
Fandom: Assassin's Creed
Título: Ese que no se escucha, pero se conoce
Reto: Ice and Fire
Promt: "When you tear out a man's tongue, you are not proving him a liar, you’re only telling the world that you fear what he might say." - Tyrion Lannister.
Claim: Sibrand/Robert de Sablé+Maria Thorpe
Extensión: 2081.
Advertencias: Shonen-ai, Bi-curious?
Resumen: Esto era la guerra, no había tiempo para actos piadosos ni para los débiles, ganar era lo único que podían hacer, aunque eso implicara perder parte de sí en el camino.


Bebió de su copa de vino con tranquilidad, el calor seco de desierto le hacía sentir que quizás estaría mejor desnudo ante el sol que en la tienda con su armadura. Volvió a beber del vino frío antes de leer la carta que tenía entre sus manos. Desde que Talal había muerto, conseguir las personas necesarias para venderlas como esclavas se había vuelto complicado. Las autoridades se habían puesto en guardia, a Saladino no le convenía dejar que el asesino anduviera a sus anchas, eso demostraba lo vulnerable que era la Ciudad Santa, con ello la entrada y salida de personas estaba siendo vigilado hasta el hastío. Majd Addin podía hacer algo con sus hombres, pero no con aquellos que le seguían siendo fieles a Saladino, matarlos era una opción, pero que de pronto los aliados del sultán kurdo desaparecieran poco a poco, no era algo bueno. No, Majd Addin aún necesitaba contar con la confianza ciega de Saladino. Quizás debería traer los esclavos de Chipre, Richard era mucho más manejable que el dirigente sarraceno, siendo Robert el lugarteniente del Rey inglés, había muchas cosas que podía ocultarle con facilidad.

-Marie -llamó la atención de la mujer que escribía cartas para los comendadores, ella alzó la vista de su labor, ya se había acostumbrado a escuchar su nombre alterado por el idioma y el acento. Él nunca le vio la razón para intentar pronunciar su nombre con el acento inglés, Maria era Marie y punto, además su nombre sonaba más elegante en francés-. Quiero que le envíes un mensaje a Bouchard. -Ella no asintió con la cabeza, se limitó a parpadear, estaba esperando una explicación. Con ese semblante tan suyo, siempre con la cabeza en alto, manteniendo esa invisible pared entre ella y el mundo-. Es urgente.

-Responderle a los comendadores también es urgente… -farfulló mientras la pluma de águila seguía deslizándose sobre el pergamino con letras delgadas, inclinadas hacia adelante y con unas curvas sinuosas. No importa qué hiciera, la nobleza de su sangre emergía por cada uno de sus poros, sólo alguien de su alcurnia podría enfrentarle de manera tan descarada.

-Marie, yo te ordeno, tú obedeces -le cortó tajantemente, le gustaba tener alguien que tuviera sentido común, pero cuestionarle por instinto y a veces creía que por placer le irritaba. La inglesa alzó la ceja, torciendo los labios de mala gana. Podría clamar ser el dueño de las acciones de ella, pero nunca el dueño de su esencia. Le pertenecía y a la vez era imposible alcanzarla.

-¿Y qué debo decirle? Por favor, la próxima vez que nos vemos recuerda quien manda…

Robert no quería a Bouchard, pero que Maria le recordara ciertos detalles tampoco le agradaba.

-Nadie ha pedido tu opinión, mujer -recalcó la última palabra con inquina-, tú escribes y te callas -gruñó golpeando el suelo con las botas haciendo rechinar su armadura-, recuerda tu lugar antes de que te lo tenga que recordar.

Sus ojos grises pretendieron perforarle la armadura, sin embargo, su nariz se alzó con arrogancia antes de girar su cabeza para no verle, podía vestir como hombre, pero muy dentro de sí seguía perteneciendo al género femenino. Invencible, podría tirarla al suelo y arrastrarla en el polvo pero ella seguiría levantándose con la cabeza en alto, renegando haber caído. Spunky en la lengua inglesa dirían, si tan solo pudiera encontrar la manera perfecta en la que pudiera meter la mano en su fuego y no salir quemado, si pudiera estar seguro de no encender su furia hasta incinerarlos. Desde que la vio en el campo de batalla admiró su arrojo en los momentos de adrenalina, deseó poseer la pasión con la que se entregaba a sus ideales.

Pero cada vez que lo intentaba, sus emociones le apabullaban y lo cansaban, como los potros pura sangre que a pesar de su belleza, su naturaleza salvaje los rebajaba a simples bestias molestas que costaban más de lo que podrían retribuir.

-Maestro, Meister Sibrand -anunció uno de los soldados que vigilaban la entrada de su tienda.

-Monsieur De Sablé -le saludó el teutón, con eso el soldado se retiró en silencio. Maria soltó un bufido, ganándose una reprimenda por parte de Robert.

-Ignora los malos modales de mi mayordomo, Sibrand, parece ser que hay cosas que esa dura cabeza aún no logra asimilar. -El rubio ni siquiera le dedicó una mirada a la mujer que amenazaba con dar rienda suelta a su enojo-. Parece ser que después de todo, las mujeres no fueron hechas para este tipo de trabajos. -La inglesa le lanzó una mirada de advertencia, Robert supo que tendría que vigilar lo que comiera en las siguientes semanas.

-Lo que sea -dijo Sibrand. Robert y Maria dejaron de mirarse para prestar atención al invitado. Sus ojos tenían profundas ojeras, se encontraba más delgado y pálido de lo que recordaban.

-¿Qué sucede, Sibrand? -preguntó el maestro de los Templarios, no era bueno esperando.

-Él… él… acaba de matar a Majd Addin -dijo como su fuera el fin del mundo- ¡Soy el siguiente! -clamó de manera desesperada.

-Quizás primero vaya por Jubbair -murmuró Maria como quien no quiere la cosa.

-¡Te burlas porque no es tu vida la que está en peligro! -gritó furibundo el hombre de la cruz negra-. ¡Él me va a matar! -aseveró agarrándola por los hombres y zarandeándola.

Ella lo aventó de mala gana.

-¡Ten pelotas! Enfréntalo Sibrand que de algo te sirva la cosa que tienes entre las piernas -bramó irritada mientras se levantaba.

-¡Ha matado a todos! -insistió el hombre volviendo a zarandearla.

-¡Pues que te joda por cobarde!

-¡Basta! -bramó-. Sibrand eres el maestro de los caballeros teutones, no puedes comportarte de esa manera, Maria… tú y yo hablaremos después. -Ella dio un resoplido antes de volver a sentarse para continuar con sus deberes. Cada día se estaba volviendo más difícil tratar con ella-. Ya sabíamos que el asesino está tras nosotros.

-¡Dijiste que lo detendrías! -le reclamó. Robert frunció el ceño, la intención era detener al perro de Al Mualim, el que los otros templarios fueran inútiles no era culpa suya, él no podía encargarse de todo personalmente, no cuando tenía a Richard pidiéndole apoyo y consejo constantemente. Mediar entre su orden, los asesinos, los francos y los sarracenos no era algo sencillo.

-¿Y qué crees que estoy haciendo, Sibrand? -le replicó de mala gana-, comprobando si la mascota de Al Mualim es eficaz.

El rubio abrió la boca varias veces, pero su voz no encontró por dónde salir.

-Quizás en vez de venir aquí a chillar como damisela en apuros deberías fortificar Acre, controla a tus hombres, que lo busquen, que lo encuentren y que acaben con él ¡Deberías preocuparte por eso!

-Seis de los nuestros no han logrado evadirlo. ¡Asesinó a William, Robert! Lo hizo dentro de su propia Fortaleza en donde cada uno de sus hombres eran de su confianza.

-Quizás no tanto como él lo esperaba -terció el francés.

-¡Conocí a sus hombres! Ninguno lo hubiera traicionado.

-¡Prepárate entonces! Él vendrá a ti, toma eso como ventaja y tiéndele una trampa, hazlo caer en tus redes, guíalo a su muerte. Usa la cabeza.

El germano negó tajantemente.

-No es tan simple y lo sabes muy bien, no estamos ante un vulgar mercenario -afirmó dejando entrever su miedo-, William tenía razón, no debimos confiar en los sarracenos, son engendros del mal. -Aliarse con Al Mualim había sido un error, Robert lo aceptaba, pero Sibrand lo estaba llevando al extremo-. Esto está mal, hay cosas con las que los humanos no pueden jugar… Dios…

-¡Por favor! -estalló el Maestro de los Templarios-. Es sólo un hombre -remarcó mientras se cruzaba de brazos-, así que deja de temerle.

-Puedes controlar a los demás, pero no a él -declaró Sibrand-, tampoco Al Mualim lo ha logrado. Esa idea de un mundo ordenado es errónea… no es así, no como tú lo estás haciendo…

-¡Suficiente! Vete a Acre, prepárate para enfrentar al asesino o enciérrate en un calabozo hasta que se olviden de ti, no me importa, ¡largo!

Maria les observaba con detenimiento. Robert nunca había perdido la paciencia con Sibrand, había sido mucho más condescendiente con él que con el resto. Quizás su relación con el germano lo había cegado tanto que le impidió formar una mejor aliado. ¿Acaso él tenía la culpa? No Sibrand siempre había sido el más débil de sus amantes, pues dudaba de cada paso que daba, sus caricias habían sido temblorosas y sus besos llenos de culpa. Estaba desesperado por encajar, por encontrarle sentido a la locura que era la guerra en Tierra Santa, había llegado creyendo en un Dios fervoroso que estaba siendo atacado por infieles, sin embargo se había encontrado que el enemigo era tan humano como él y su Dios tan falso como el amor de un prostituta.

-Bien, me voy -espetó-, pero esto lo cambia todo, Robert -lo amenazó, el hombre se retorció las manos nerviosismo, se volvió hacia la mujer que había dejado de escribir-. Te está mintiendo, Maria, él no quiere la libertad…

-¡Sibrand! -Esta vez quien estaba lanzando la advertencia era él.

Iracundo, el hombre salió de la tienda sin dirigirle la palabra a nadie.

-¿No deberías ir tras él? -murmuró Maria sin sarcasmo o enojo.

Al observar su fisonomía notó que ella no tenía nada que ver con Sibrand, su piel blanca se asemejaba al de la nieve y no al del mármol como la del teutón. Su cabellera negra contrastaba con el rubio claro del hombre. Si tan solo se dejara tocar.

-Ya lo has escuchado, está fuera de sí -dijo con total indiferencia.

-Con mayor razón ¿no deberías tranquilizarle? -arguyó la mujer-, cuando está así hace tonterías. Quizás si le recuerdas nuestros objetivos él recapacite. Poner orden en la humanidad es necesario…

-Olvídalo, vuelve a tu trabajo -insistió antes de sentarse en su silla y seguir leyendo las cartas que le enviaban sus comendadores y el Rey de Inglaterra.

-¿Por qué creería que no quieres la libertad? -preguntó.

Robert golpeó la mesa.

-No tengo que explicar las razones de un loco -indicó enfadado. Pero Maria le seguía mirando con cautela-. Vuelve a tu trabajo, hay cosas más importantes que hacer que prestar atención a las ideas de un enfermo.

-Sibrand era… -replicó la inglesa.

-Un aliado, sí, pero acaba de perder la cabeza, Maria.

-Él te quiere, Robert -puntualizó no había odio o resentimiento en sus palabras, tampoco asco o reprobación. Ajena, completamente ajena a la realidad-. No deberías dejarlo ir así, quizás si escuchas sus razones… por muy incongruentes que suenen algo de ver…

-¡Suficiente, mujer! Vuelve a tu trabajo antes de que te mande al lugar en donde deberías estar.

Esta vez le miró con un gran resentimiento. Pero Robert no dijo nada, se puso a leer las cartas como si nada hubiera sucedido, responder a las preguntas de Maria implicaba desvelarle cosas que a ella no le gustarían, cosas que no le convenía a él que ella supiera. No, tildar a Sibrand de loco era la mejor estrategia en ese momento, después… el mundo se detuvo por unos instantes. El calor de Caesarca le estaba sofocando. No necesitaba matar a Sibrand, el asesino de Masyaf lo haría por él, no sería la culpa de Robert, el germano había cavado su tumba él solito, además involucrarse directamente en la muerte de Sibrand no haría otra cosa que aumentar las sospechas de Maria, no, no, así estaba bien. Con la actitud que tenía el Maestro de los teutones, lo más probable era que perdiera ante el chacal de Masyaf. Alguien tan débil no beneficiaba a la orden, se mintió para poder mantener su conciencia tranquila y no permitir ese sentimiento en el pecho que le oprimía creciera. Él no se debía a sus placeres, sino a algo mucho mayor, algo que mejoraría este mundo, aunque muy pocos los apreciaran de esa manera.

Al escuchar la pluma rasgando el pergamino alzó un poco la vista. En cuanto a Maria, no sabía que haría con ella, quizás darle lo que había venido a buscar a estas tierras y enviarla lejos, era lo mejor para los dos. Sería buena comendadora, una excelente aliada, seguiría su causa hasta las últimas consecuencias. Por más que ambos supieran que había algo entre ellos, también sabían sus papeles en esta vida.

Él no era un caballero, ella no era una dama y Sibrand… Sibrand ya no estaba entre ellos.

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