FIIIIC TIMEEEEZ, justo antes de la deadline!!!! yeih!
Nombre: "Las Sombras y Las Mujeres" para la
tabla de libros de
fandom_insano . Hecho para el reto "
Flashback" de
crack_and_roll Fandom: Merlin
Categoría: One-Shot
Palabras: 1991
Género: Angst, drama.
Personajes: Uther Pendragon y Morgana Le Fay, un poco Uther/Morgana.
Advertencias: Ninguna, sólo spoilers de las dos temporadas. Y... que está sin revisar y sin betear, pero que lo haré dentro de poco xD. Y... pareja crack.
Notas: Escrito un poco apurada, cumpliendo las reglas del reto, a explicarse más adelante.
Pautas del reto:
-Todo debe de transcurrir en el pasado, con ninguna escena a presente.
-Debe de estar narrado en sólo una escena.
-Entre 1700 y 2000 palabras.
-Debe de incluir una pareja crack.
-Debe de ser una escena que transcurra antes del canon de la serie.
-El relato debe de estar basado en la canción 'Kryptonite" de 3 Doors Down.
Y... me tomé la libertad de interpretar la canción de una forma un poco más oscura xD.
Me imagino a la relación de Uther/Morgana como una atrapante, insana, perturbada y llena de sombras. Por eso me pareció la más adecuada para la canción, a la que ví como una descripción de una relación disfuncional, donde sólo se da para recibir, y hablando desde el punto de vista de Uther, la canción describe a la perfección el sentimiento de posesión y en el caso de Morgana, el de dependencia.
Otra cosa, soy una canon-sucker total, así que intento que los personajes estén lo más in-character posible, por lo tanto... bueno, este reto se me hizo difícil pero hice lo posible por hacerlo creíble. Tan sólo les pido y les vuelvo a pedir con mucho amor y muchas galletas a repartir, que si hay algo que no cuadre con las personalidades de los dos, o cualquier cosita, por mínimo que sea, me lo digan para poder... mejorar :).
Y ya me callo. Muchas gracias xD.
"Las Sombras y Las Mujeres"
Aquel día llovía.
Aquel día el barro llenaba las últimas zapatillas que su padre le había regalado, los caballos piafaban quejándose por los relámpagos, y ella corría, sin darse mucha cuenta de lo que estaba pasando todavía, entre los escalones de aquel enorme castillo que le había quitado el aliento de su corazón acongojado.
Aquel día, Uther Pendragon la conoció por primera vez.
La puerta del salón del trono se abrió y la pequeña Morgana cerró los ojos, como para huír de lo que fuese que fuese a aparecer por detrás de aquella puerta, aquella cosa que vociferaba contra los guardias de su padre que la habían guiado hasta allí. El silencio se sepultó entre ellos con facilidad, un trueno hizo tintinear las lámparas de cristales de colores de la cámara del rey.
El rey se quedó parado en seco ante ella, mientras se mordía el labio y su ceño fruncido desaparecía poco a poco de sus facciones fuertes.
Sus ojos llorosos se levantaron en una especie de mirada retadora, la última que podía extraer de sus fuerzas. Y se encontró con los ojos refulgentes del rey que intentaban no dejar ni un detalle de por fuera.
Y no pensaba en cuando la había visto por primera vez, porque la había visto. Y mucho. La había visto nacer, la había visto crecer. ¿Pero qué era un bebé más un bebé menos? ¿Qué importancia podía tener para el rey de Camelot aquella niña silenciosa que se sentaba en una esquina en los banquetes, observándolo todo con una sonrisa enigmática, conociendo secretos, leyendo labios, cautivando miradas? ¿Qué podía querer él con la hija del mejor de sus amigos, con cara simple, voz baja y siempre eclipsada por los éxitos de su padre o el recuerdo de su madre muerta? ¿Qué podía haber pensado él de aquella pequeña dama que una noche de tormenta le cambiaría la vida por eventualidades del destino?
El rey Uther contempló sus ojos verdes llenos de dolor, la mueca retadora de sus labios, su piel tersa de poco más que una niña, sus brazos gráciles, su vestido de colores apagados, su espíritu de luto, y aún así, el inmenso coraje que emanaba lo amilanó.
En aquel futuro que parecía lejano en el que sus facciones se irían borrando con el pasar de los días de su memoria y que su presencia desaparecería por completo, el recuerdo de cuando la conoció por primera vez adquiriría más claridad en su mente y en sus sueños. En aquellas noches en las que la extrañaría como hija, como amiga, como compañera y como algo más que no estaba muy definido, en aquellos momentos de desesperación en los que se daría cuenta que la magia, de nuevo, se había llevado a la que quería con pasión, recordaba aquel instante lejano en el que la había conocido y se había sentido cautivado por su inhóspita belleza y cautivadora ferocidad.
-No llores, niña.- Fue lo primero que dijo, sin saber cómo empezar.-Es lo que la gente adulta hace.
Un silenciosa lágrima se deslizó por la mejilla pálida de Morgana. No estaba acostumbrado a aquello, no estaba acostumbrado a hablar en voz suave, a tratar a alguien de manera distinta, a tratar a alguien que no fuese un súbdito. Tampoco estaba acostumbrado a las lágrimas de una niña ni a intentar pararlas. Tampoco, había descubierto, estaba acostumbrado a sentirse de aquella manera, como si el corazón le doliese, su espíritu se hiciese mucho más viejo y sintiese aquella extraña compasión en el pecho, única consecuencia de la compenetración que su figura frágil y sus lágrimas habían provocado en él.
-Tu padre no hubiese querido verte llorar, ¿sabes?- Lo intentó de la mejor manera que pudo. Con resultados vanos. Pero es verdad que él no hubiese querido, ¿quién lo hubiese?
Un relámpago se agitó en su interior e iluminó momentáneamente la habitación, dándole una sensación de ensueño, mientras aquella pequeña dama levantaba la cabeza y lo hacía suyo de inmediato.
Uther había visto realeza. Se había jactado de conocerla profundamente, de verla, de vivirla, de serla. Pero supo que jamás había conocido una majestuosidad tal, ni un valor parecido, hasta aquel momento.
La niña levantó la cabeza con un gesto adquirido de una madre que nunca había conocido, con un semblante de frustración, de rabia contra el mundo, de ganas de ser aceptada, de ganas de ser querida y de ser acogida.
-Él no me está viendo llorar.-Fue lo único que dijo, como un suspiro, como el único sonido que hace un corazón desgarrándose, como un único intento de mantener la compostura y enseñarle a Uther con lo que se estaba enfrentando.
De alguna manera Uther Pendragon siempre se había sentido atraído hacia las sombras, a la magia, a lo desconocido, tal como las mujeres, eran su inevitable punto débil y era lo que al final, le traería la destrucción. Y en Morgana, aquellos atractivos tan seductores como peligrosos hacían conjunción. Era apenas una niña, lo sabía, se odiaba por ello. Pero era algo que no podía evitar. Había en su mirada algo más que una inocencia interrumpida, había un verdadero esbozo de misterio, de la mujer que era y la que sería, cargada de una personalidad implacable, una dulzura matadora y una capacidad para mantenerlo a raya que sólo había tenido una persona antes que ella.
- Las lágrimas no lo van a traer de vuelta.- Intentó decir de la manera más suave posible, fallando en el proceso. Un deje de amargura se traslució en su voz. Había aprendido por experiencia, y lo decía lleno de certeza, pero a la misma vez lleno de dolor, la única cosa en común que ahora tenía con ella.
-Ya lo sé.- Oyó decir a aquella voz de niña, intentando resultar muy digna, intentando no dejar escapar los sollozos que purgaban por salir de su garganta. Era una imagen que se quedaría grabada en su memoria por siempre.
Muchas veces, llegaría a descubrir, sus labios color de grana, sus ojos verdes llenos de reproche y sus dulces entonaciones llenas de un afecto que no sabía él fingido le hacían recordarse de Igraine. Y era una comparación horrible. Horrible, pero inevitable.
La vería en cada gesto, en cada mirada. En cada palabra en su contra, en cada momento de afecto compartido. La vería a cada hora, en cada momento, como un recuerdo de lo que había perdido, de lo que había amado. Como un fantasma del pasado volviendo para torturarle a él, y a su corazón cada vez haciéndose más viejo, mientras el tiempo seguía, las facciones de su esposa se iban desvaneciendo y sólo quedaba ella, regalo del cielo para él, para su amor, para su vida, y para su felicidad. Llegaría a desearla como a nadie, a quererla sólo para sí. Llegaría a amarla como nunca había amado, a celarla como nunca había pensado posible. Llegaría a no querer dejarla escapar, a quererla siempre junto a sí. No era más que una ley de dar y recibir, la había rescatado, ahora lo único que quería era que ella lo rescatase a él. Quería ser un héroe para que ella nunca lo dejase, para que el recuerdo de su esposa jamás se desvaneciese.
-Morgana…-Susurró, como si fuese la primera vez. Y le gustó el sonido de su nombre entre sus labios.- Morgana, ese es tu nombre, ¿verdad?
-Tú no eres mi padre.-Murmuró como respuesta mientras el labio le temblaba, como si el único con permiso para pronunciar su nombre de aquella manera hubiese sido su padre.
- Pero podríamos pretender por un tiempo que es así, ¿no lo crees?-Lo intentó Uther de nuevo.
Morgana no dijo lo que estaba pensando, entre sus lágrimas ya secas y sus ojos escociéndole, aquel hombre con ojos que brillaban de una manera extraña , con una corona reluciente sobre su cabello claro y un intento de sonrisa que en verdad no sentía entre los labios, era el rey. Y el rey se suponía que debía de ser honesto y leal, no podía pretender ser quien en verdad no era, y por mucho que lo intentase, Morgana jamás se creería aquel cuento. Pero de todas maneras asintió, porque era la primera vez en mucho tiempo que alguien le dirigía la palabra, la trataba como la mujer que en verdad era y no una niña, y porque después de todo, no tenía nada más en lo que creer.
-Tu padre murió por una razón, murió por una causa noble y justa, defendiendo todo en lo que creía.- Dijo con su voz clara y fuerte, como si fuese una letanía.-Defendiendo a Camelot y defendiéndote a ti.
En el futuro, la pequeña Morgana que ya no sería tan pequeña ataría los cabos de lo que había pasado en la temida batalla de Dunenheim en la que su padre había perdido la vida, en la que ella, de manera indirecta la había perdido también para tener que empezar de nuevo. Había sido una guerra innecesaria como casi todas las guerras, había sido una despedida fugaz, una pelea inútil por una causa en la que su padre no creía, y con sólo un culpable, Uther.
En un futuro, Morgana llegaría a pensar, después de años de observar persecuciones, aprender a leer la mente de su padrino y darse cuenta de cómo funcionaba todo dentro de la mente de Uther, que el rey de Camelot lo había hecho a propósito, todo con el único fin de deshacerse del único hombre que era capaz de cuestionar sus órdenes, de su único amigo que le decía la verdad a la cara en vez de decírselo a sus espaldas, cualidad que ella había heredado. En noches fervientes de odio y ganas de venganza, sumida en la vergüenza y el dolor que le traía aquellas miradas que a veces creía descubrir en los ojos del rey, llegaría a pensar que Uther había matado a su padre sólo para llegar a tenerla en su poder, a ella, su pequeña “florecita salvaje”, a ella, el recuerdo de la única mujer a la que había amado alguna vez.
-Lo sé.-Susurró después de un rato como única respuesta.
-Entonces no tienes por qué llorar.-Pronunció, queriendo ser querido, queriendo ser un héroe, queriendo jamás dejarla- El que haya muerto por ti significa que vales la pena.
La noche se desvaneció en neblina. El mundo flotó de pronto, y el lado oscuro de la luna salió a la luz, la luz que por siempre sólo le traería ella. La luz en la que se había convertido. La luz que querría siempre mantener a su lado, hasta el día de su muerte. Nada importaría ya, sólo tenerla junto a él. Su protegida, su querida. Y para ella jamás le quedaría más opción que quererlo, que soportarlo, que sostener su mano hasta que pudiese liberarse de su encanto, de su personalidad envolvente, de la enorme deuda que ahora pesaba en su corazón.
En el futuro llegaría a odiarlo con toda su alma, llegaría a querer matarlo, su ser lleno de magia rebulliría por una venganza saciada, por la Antigua Religión, por los mártires, por los inocentes, por su padre y por ella. Llegaría a convertirse en la mayor enemiga del régimen de Uther Pendragon, en una bruja poderosa insaciable de restaurar, lo que había descubierto, era su motivo y su destino. Llegaría a vengarse contra aquel que quiso arruinarle la vida con batallas inútiles, miradas de lascivia y la cárcel en la que, en su infancia, se habían convertido las paredes de la siempre digna Camelot.
Sin embargo, aquel día en que lo conoció por primera vez, esos pensamientos no se cruzaron por su virginal mente, el cielo se aclaró, el sol brilló, y la pequeña Morgana pensó y tuvo la certeza de que tal vez, en ese hombre podría confiar por lo menos durante un momento, mientras el recuerdo de su padre hería su corazón inocente, y no tenía otra razón para vivir.