Tabla de Libros: 010

Nov 29, 2010 23:50

Tabla de Libros
Fandom: Harry Potter
Personajes: Walburga Black, Sirius, Regulus

 Las sombras y las mujeres
El día en que murió Orion Black, su esposa no pudo derramar ni una lágrima.
Fue Kreacher quien se encargó de todo. Kreacher, como siempre, rezongando en voz baja pero manteniendo el respeto. El joven Regulus no hizo más que sentarse junto a su madre, y esperar.
Sirius Black no apareció. Ninguno dijo nada.
El día en que murió Orion Black, un sacerdote lujosamente vestido rogó por su alma, y a Walburga se le ocurrió que, en realidad, tendría que haber pedido por la suya, la de ella. Recorrió con la mirada a los invitados, uno a uno, y no vio dolor en rostro alguno. Los amigos de su marido habían sido escasos y estaban ya muertos; la fortuna y la fama de los Black sólo atrajo a carroñeros al sepelio.
Qué importaba.
Se dejó caer de nuevo en un sillón, al volver a casa; Regulus hizo de anfitrión, justo como se esperaba. Buen muchacho, se dijo, aunque ella siempre quiso más a Sirius. Una lástima.
Kreacher le llevó una bandeja cargada de pastas. Ella no pudo comer.
Cuando todos se marcharon, Walburga recorrió lentamente la casa.
Regulus la visitó a menudo, a partir de entonces. Pidió permisos en Hogwarts cada dos fines de semana; quería hacerte compañía, madre, solía decirle. Un chico bueno, Regulus, complaciente y siempre dispuesto a obedecer.
Nunca supo en qué momento dejó de serlo.
Jamás encontraron el cuerpo del joven Regulus Arcturus Black, llamado así en honor a antepasados que nunca llegó a conocer. Jamás encontraron el cuerpo, pero Walburga no lo necesitaba; supo enseguida que estaba muerto.
Kreacher no quiso contarle nada.
Y ella se sintió furiosa, con el elfo y el mundo y consigo misma. Por haberle convencido de unirse al Lord, de tatuarse el brazo; por no entenderle, por dejarle marchar. Por parir dos serpientes con sangre de león y no darse cuenta hasta que fue tarde.
Esa vez no hubo funeral.
El número 12 de Grimmauld Place se fue volviendo más y más grande, extraño, amenazador. Walburga recorrió cada pasillo, buscó en cada habitación. No derramó, de nuevo, ni una sola lágrima. ¿Por qué iba a hacerlo?
A veces se sentaba en el estudio de su marido; dejaba que sus ojos vagasen por las estanterías, repletas de libros que nunca consiguió entender. Dudaba que Orion lo hubiese hecho, pero, seguramente, se sentía a salvo entre tantas letras. A salvo del mundo y de su familia. De ella.
Una mañana, Walburga Black encontró los álbumes de fotos. Los abrió y desgarró las páginas, una a una; los momentos falsamente felices quedaron olvidados, rotos. Sólo conservó una instantánea, un retrato de sus hijos, cuando aún eran hermanos. En la foto, el pequeño Sirius, de ocho o nueve años, sacaba la lengua y hacía gestos obscenos; un Regulus diminuto y con un diente de menos se limitaba a sonreír, indeciso, deseoso de unirse a su hermano mayor pero temiendo, quizás, un reproche.
¿Qué fue lo que hice mal?, les preguntó. La foto permaneció en silencio.
El tiempo pasaba muy despacio para Walburga. Se le acumulaban días, meses, años; la sombra frente al espejo era toda arrugas y pelo alborotado. Las noticias del mundo exterior no le importaban -aunque sintió una malsana satisfacción al oír hablar, en algún momento, de la derrota del asesino de su hijo menor.
Kreacher, de nuevo, se encargaba de todo. Compraba comida y mantenía unos horarios, limpiaba, le daba conversación. Y Walburga cerraba todas las ventanas, cada mañana, corría las cortinas para no ver la luz del sol.
No la necesitamos, le dijo al elfo. Ciérralo todo.
Kreacher obedeció.
Walburga se deslizaba entre las sombras, se fundía con ellas, se convertía en una más. Jugaba a olvidarse a sí misma -como en las noches con Orion, exactamente igual, cuando cerraba los ojos y pensaba que eran otras manos, más suaves y más finas, que eran otras manos las que la recorrían y otra boca la que la besaba, imaginaba pelo largo y ojos dulces, pechos grandes y no, no, eso de ahí abajo no está pasando-, jugaba a dejar de existir.
Cucú, recordaba, ¿dónde está mamá? El Sirius bebé siempre rió con esas cosas. El Sirius bebé solía reír mucho, pero los años le fueron robando las risas. Como a ella.
Regulus fue más tranquilo, recordaba. Regulus había sido un bebé dormilón, un niño obeediente, un chico apocado e inseguro que trataba de no caer y no lo logró. Se odiaba por no haberle ayudado, Walburga, por no haber extendido jamás una mano donde él pudiera asisrse. Se odiaba por haber visto a Orion en sus ojos, cada vez.
Quiero un retrato mío, dijo una mañana, y contrató a un pintor. El hombre, un tipo menudo y con bigote fino y bien cuidado, quiso retratarla de joven, y pidió una foto. Ella se negó.
Retrátame, ordenó, en ese tono chillón y peligroso. El hobre tuvo que obedecer y, como Dorian Gray, Walburga se encontró frente a frente consigo misma, con cada minuto y cada pecado, y rió.
Así que esta soy yo, murmuró, y soltó otra carcajada. El pintor prácticamente salió corriendo.
Cuélgalo en la entrada, ordenó a Kreacher, y se perdió en las sombras de su habitación.
No volvió a salir.

f: harry potter, fanfiction, walburga, tabla de libros, fandom_insano

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