Título: Perdidos.
Autor: A-lunatica
Pareja: Arthur/Eames
Rating: PG
Disclaimer: Nada de esto me pertenece.
Nota: Para Cari, porque por su culpa ando escribiendo estas cosas en clases. Ah, esto tiene un pasado entre ellos que quizás algún día cuente xD
Perdidos.
Si Arthur no lo notó es porque han pasado años persiguiéndose. Se reconocen. Eames está detrás de él, silencioso y precavido. Pero de nada sirve, porque al sostener el dado entre sus dedos, arrebatándoselo a Arthur en un rápido movimiento, un arma choca entre sus ojos.
―¿Qué haces aquí?
Eames no cede. El dado en su mano se siente frío y extrañamente poderoso. La pistola en su rostro presiona y Eames está seguro que Arthur está cerca de matarlo, cerca de apretar el gatillo o al menos de apretar su cuello hasta dejarlo sin aire. Pero aguanta, porque por eso está ahí. Ha recorrido todos los rincones del mundo en el que está para eso, para sostener a Arthur entre sus manos.
―Dame un poco de crédito, Arthur ―dice Eames, mirando hacia el dado entre sus dedos―. Por los viejos tiempos ―agrega, dudoso, cargando las palabras con algo que parecía olvidado y mira a Arthur a los ojos. Arthur parece pensarlo, Eames puede leerlo en su mirada fija; la duda, el reconocimiento.
Arthur pestañea una vez, lento, y eso es todo lo que Eames necesita. Mueve la mano y deja caer el dado sobre la mesita que está a su lado. El tiempo parece ir más lento mientras el dado va en el aire, cayendo, siendo seguido por la mirada de Arthur, donde hay algo que Eames podría definir como miedo, podría si no lo conociera tan bien.
El sonido del dado chocando contra la mesa resuena en la habitación. Arthur cierra los ojos y baja el arma, Eames aprovecha ese segundo de ventaja y lo sostiene por los brazos.
―Arthur ―murmura, sacudiéndolo ―Arthur ―repite. La pistola cae al suelo y Arthur abre los ojos.
Tres.
Eames vuelve a lanzar el dado. Dos. Arthur no se mueve. Suspira.
―Hazlo ―dice Eames y parece una súplica. Con una mano sostiene la palma de Arthur hacia arriba y con la otra deposita el dado ahí. Espera. Saca el arma que lleva y espera.
Arthur respira hondo y suspira, fuerte, como si hubiese esperado aquel momento, y deja caer el dado. Éste choca con la esquina de la mesa y cae al suelo. Los segundos pasan y no detiene, el dado rueda y Eames desespera. Dos, tres, cuatro segundos.
Eames aguanta la respiración y nunca ha creído en eso, pero hasta podría cruzar los dedos.
Cinco.
Arthur sostiene la muñeca de Eames, donde éste sostiene el arma.
―Viniste a buscarme ―murmura como saliendo de un trance―. Vámonos ―ordena, presionando la muñeca de Eames, mirándolo a los ojos, asintiendo con la cabeza.
Y cuando Eames coloca el arma en la frente de Arthur, encuentra algo más, ahí en sus ojos. Algo que parecía olvidado, algo que Arthur insistía en esconder.
―Eames ―murmura, como saboreando la palabra, y exigiendo con suavidad al mismo tiempo.
Eames cierra los ojos y aprieta el gatillo.
*
Arthur mira hacia su alrededor unos segundos y luego busca a Eames. Éste saca la línea de su brazo con brusquedad y la lanza hacia el suelo.
―No vuelvas a hacerlo ―dice Eames, brusco―. No vuelvas a perderte así ―agrega.
―Yo- no. Eames ―dice, quitándose la línea también, seguramente procesando todo.
Eames ignora sus palabras, se acerca y lo toma desde la chaqueta de su cuidado traje.
―No vuelvas a hacerlo ―lo dice lento, marcando las palabras, sus rostros están cerca, demasiado y Eames tiene el instinto de cerrar los ojos y rendirse. No sabe por qué reacciona así (sí, sí lo sabe, pero, ¿desde cuándo importa?), pero da lo mismo porque no podría perderlo y porque Arthur, Arthur, Arthur.
Arthur lo mira. Entrecierra los ojos y no pestañea. Parece un duelo, entre ellos, ver quien se rinde primero, quien escapa esta vez. Y es Eames, es Eames el que se rinde, el que suelta la ropa de Arthur y lo deja caer sobre la silla. Es Eames quien se aleja esta vez, dándole la espalda y protegiéndose porque si no saldrá herido otra vez. Pero es Arthur quien lo detiene, sujetándole la muñeca, la misma que lo envió de vuelta a la realidad.
―Gracias ―murmura. Eames lo mira, Arthur se levanta.
―No voy a jugar a esto otra vez ―intenta Eames. Arthur lo detiene.
―No volveré a irme ―dice, firme―. No volveré a irme y tú no volverás a escapar ―repite, tan firme que Eames le cree.
Eames presiona la ficha que tiene en el bolsillo y le sonríe.
―¿Así será, cariño? ―pregunta, sintiéndose aliviado.
Arthur rueda los ojos y comienza a caminar hacia la salida.
―No te aproveches ―dice Arthur bajito, pero suficiente para que Eames escuche.
Arthur camina hacia la salida y Eames lo sigue, porque en ese juego que ellos juegan, seguirán escapando y seguirán persiguiéndose, pero ahora ya no volverán a perderse.