Aug 06, 2008 15:52
Bajó las escaleras despacio, mientras su larga melena rubia goteaba todavía por la espalda de la blusa que se había puesto. Pudo ver a Esme en el salón, sentada en el sofá con la mirada fija en la pared. Se dijo a sí misma que podía hacerlo.
Se acercó a Edward, que estaba apoyado en frente a la puerta tras la que Carlisle había acomodado a Emmett. Había un desagradable olor en el ambiente, que automáticamente reconoció como morfina. También olía a sangre. Olía a la apetecible sangre de Emmett, y Rosalie se sintió terriblemente mareada. Aunque no fuese más que una reminiscencia de sus sentimientos y sensaciones humanas.
Abrió la puerta con cuidado. Todavía tenía demasiado presente el lacerante dolor de la transformación, y no quería perturbar a Emmett en su dolor. Vio a Carlisle apoyado en la pared, y creyó distinguir un brillo de compasión en sus ojos dorados cuando miraba a Emmett.
Rosalie se acercó a él y lo miró con intensidad, buscando en el hombre que se había convertido en su padre las respuestas a todas las preguntas que la atormentaban. Había un pequeño sonido, como un repiqueteo, que no lograba identificar, pese a que cada vez iba en aumento.
- ¿Está sufriendo? -preguntó, sorprendiéndose a sí misma de que la voz le sonase rota. No se perdonaría jamás que Emmett sufriese. No cuando ella era quien lo había llevado a eso.
- He intentado paliar el dolor con morfina -explicó Carlisle.- Pero desde que le mordí su corazón ha adquirido fuerza y vitalidad. Incluso se le han cerrado las heridas -añadió.- Pero si, Rosalie. Yo diría que está sufriendo.
La chica vampiro sintió como si algo se retorciese en lo más hondo de sus entrañas. No quería que Emmett muriese. Eso lo supo desde el momento en que lo vio bajo las zarpas del oso. Pero en esos momentos, mientras notaba los latidos de lo que ella acababa de identificar como su corazón, se sentía como la criatura más miserable de la faz de la tierra, porque lo había salvado de la muerte para enterrarlo en un pozo de dolor. La mayor y más exquisita tortura jamás diseñada por la naturaleza.
- Voy con Esme -dijo Carlisle poniéndole una tranquilizadora mano en el hombro. -Ella está un poco inquieta, ya sabes… su instinto maternal se incrementa cada vez que ve sufriendo a una criatura.
Rosalie asintió. Lo entendía. Lo entendía mejor que nadie, porque ella misma sufría al notar como el corazón de Emmett adquiría un ritmo imposible, que iría en aumento hasta pararse.
- Le diré a Edward que entre, por si necesitas algo -dijo su padre saliendo por la puerta.
Rosalie se acercó a la improvisada cama sobre la que yacía Emmett. Estaba mucho más pálido de lo que lo recordaba, y su rostro estaba húmedo debido al sudor provocado por el calor de la ponzoña.
Se sentó en la silla que había al lado de la cabecera y se acercó a él lo máximo posible. Su cuerpo se estremecía de forma violenta, pero casi imperceptible. A Rosalie le sorprendía que no soltase un solo quejido, cuando ella había chillado intentando mitigar su dolor. Pero, al mirar a Emmett a la cara, entendió que él poseía una fortaleza que ella no poseería jamás.
Sabía que Emmett estaba sintiendo un calor abrasante, porque ella notaba el calor que desprendía, y recordaba el calor que ella misma había sentido en aquella agónica madrugada.
Rozó la frente de Emmett con los dedos, y vio como, en respuesta, él entreabría los labios, intentando respirar. Rosalie sabía que eso le había causado cierto alivio entre la hoguera de dolor. Porque sus dedos eran fríos como témpanos de hielo y Emmett estaba ardiendo como el sol sobre un desierto.
Rosalie se quedó mirando al joven, y notó que estaba ya más pálido que cuando ella había entrado en la habitación. Entonces Emmett abrió levemente los ojos y ladeó levemente la cabeza para mirarla. La mirada de absoluta veneración que él le estaba dedicando logró resquebrajar algo dentro de ella y rozó su mejilla con los dedos, logrando que los labios del joven temblasen levemente.
- ¿Duele tanto el cielo, ángel Rosalie? -preguntó con la voz quebrada, como si no le llegase el aire a los pulmones.
- No -musitó ella con suavidad, al lado de su oreja‑Solo va a ser un momento, y luego te pondrás bien‑aseguró.
- ¿Me lo prometes? -preguntó él, mirándola con esos ojitos oscuros nublados por la fiebre.
- Claro, Emmett. Ahora descansa, ¿vale?-murmuró ella rozando su rostro con los dedos suavemente.
- Duele…‑musitó él cerrando los ojos y moviendo levemente la cabeza para que la mano de Rosalie abarcase más superficie en su piel.
Rosalie colocó la palma de su mano contra la mejilla de Emmett y lo acarició con suavidad. No podía dejar de sentirse culpable. En el exterior el sol brillaba sobre el mundo, y al mismo tiempo, allí, sobre aquella improvisada cama, el humano a quien ella había salvado la vida, agonizaría en el dolor hasta morir. Para luego renacer.
‑‑‑
Todo dolía. Dolía de una forma enfermiza, que casi prefería ignorar para poder seguir adelante. Su cuerpo estaba sepultado en una hoguera de calor y dolor, y sabía que nada podía salvarle en ese momento.
Todo había empezado cuando había salido de caza. En medio de la hoguera de dolor, a duras penas lograba recordar la pequeña granja en la que vivía con su familia. En su cabeza, cada vez más embotada, no lograba distinguir los rostros de sus padres o sus tres hermanas. Cada vez que parecía que vislumbraba sus rasgos familiares en la memoria, se le superponía la imagen del precioso ángel salvador que lo había sacado de las garras del oso que había matado su ganado.
No terminaba de creerse su suerte. Un ángel tan hermoso que casi se le había parado el corazón al verlo, lo había salvado a él, un granjero de caza, de la muerte. Aunque ahora estaba enterrado en un dolor peor que el que le producían las zarpas del oso.
Todo ardía. Todo quemaba. Y hacía calor. Demasiado calor como para poder sobrevivir, y él lo sabía. Tan solo la piel del hermoso ángel que lo había salvado le proporcionaba alivio. Abrir los ojos, aunque le costase mitad de la poca vida que le quedaba, valía la pena con tal de verla a ella.
Pero ni siquiera eso lograba que pudiese respirar mejor. Si ella había prometido que se pondría bien, debía tener razón. Emmett sabía que podía confiar en ella. Al fin y al cabo los ángeles eran criaturas bondadosas y de corazón noble. Sabía que el ángel Rosalie jamás le mentiría.
Conforme el calor se extendía por su cuerpo, se le secaba la boca, poco a poco, y sin embargo, se le aguzó el oído hasta el punto de oír los frenéticos latidos de su propio corazón. También notaba un olor desagradable que parecía emanar de sí mismo, algo que olía a morfina y a algo como oxidado, que no lograba identificar.
Notaba los pálpitos desbocados de su corazón, hasta que notó un dolor punzante en él. Y, sin entender nada más, Emmett creyó que le estaba dando un infarto. Ya ni su ángel podía salvarlo. Era el fin.
‑‑‑
Caía ya la tarde cuando el olor a morfina y sangre empezaron a desaparecer. Rosalie, que no había podido apartar la mirada de Emmett en todo el tiempo que llevaba allí, se sobresaltó cuando el corazón del joven se detuvo. Jadeó asustada, al tiempo que Edward y Carlisle entraban en la habitación.
Rosalie sabía que ahora debía dejar que Emmett se recuperase del trance de haber sido transformado, y luego ella y Carlisle debían explicárselo todo. Pero ahora necesitaba descansar.
Casi ni se estremeció cuando su padre le pasó un brazo por los hombros al tiempo que la conducía al exterior de la habitación. Rosalie se encontró a sí misma sentada en un sillón tapizado de verde, al lado de Esme. La mirada de Carlisle era seria.
- ¿Está bien? -preguntó abruptamente mirando a su padre casi desesperada. Si le pasase algo malo a Emmett por su culpa, Rosalie simplemente no podría existir con esa culpa.
Oyó a su hermano Edward soltar un resoplido burlón por la nariz, y ella lo fulminó con la mirada.
- Eso creo, Rosalie. Sabes que ahora tenemos que dejarlo descansar -explicó Carlisle con suavidad.
Ella asintió, mientras Carlisle se sentaba sobre la mesa camilla del centro de la sala y tomaba las temblorosas manos de Rosalie entre las suyas.
- Necesita unos minutos, para que su cuerpo se estabilice, ¿lo entiendes, verdad, Rosalie? -dijo Carlisle con dulzura, mirando preocupado a su hija‑ Luego iremos a hablar con él y le explicaremos cómo están las cosas.
Rosalie asintió con la cabeza. Entendía que Emmett necesitaba descasar. Pero ella necesitaba saber que estaba bien, que no se había sometido al dolor y al sufrimiento de la ponzoña para nada.
- Carlisle le ha administrado morfina en vena, Rosalie, por eso olía tan mal -explicó Edward a su hermana, leyéndole el pensamiento.
- Pero me temo que no ha servido de nada -explicó Carlisle con pesar.
Rosalie lo miró fijamente, y Carlisle reprimió un suspiro.
- ¿Qué… ¿A qué te refieres? -preguntó con un hilo de voz.
Carlisle le dedicó una mirada cargada de gravedad.
- Su… su corazón, Rosalie, era más fuerte de lo que yo mismo me esperaba. No esperaba que aguantase tanto -explicó su padre.
- ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó Rosalie conteniendo el aliento.
- Que el dolor que ha sufrido es superior al que sufristeis Edward, Esme o tú, Rosalie. Porque vosotros estabais débiles… y aunque Emmett lo estaba también, su corazón o su fuerza vital, como prefieras llamarlo, era superior a la de cualquier humano.
Rosalie asintió con la cabeza. Estaba a punto de preguntar si podía ir a verlo, pues necesitaba comprobar que estaba bien. Pero su hermano Edward dejó escapar una risita entre dientes y ella lo miró, con algo que casi rozaba el odio.
- Está bien, Rosalie -soltó una nueva risita‑ jamás pensé que te vería preocupada por algo que no fueses tú, ¿sabes? -añadió. Rosalie fulminó a su hermano con la mirada‑ Y ese pobre humano cree que eres un ángel. Su ángel -dejó escapar una risita por la nariz. Rosalie deseaba partirle la cabeza a Edward. Pero sabía que no podía. No cuando ya no era un neonato.- Menos mal que no te conoce… todavía‑apuntilló.
Rosalie estaba furiosa. Ella y Edward siempre habían chocado. Él la consideraba superficial e infantil, aunque pudiese conocer sus pensamientos. Ella simplemente lo consideraba un engorro.
- Edward Cullen. Deja en paz a tu hermana -dijo Esme secamente. Y sorprendentemente, Edward paró. Rosalie sabía que respetaba mucho a Esme y Carlisle, ya que ambos eran sus padres en esa vida eterna.
Edward asintió con la cabeza, sorprendentemente sumiso. Se volvió hacia Rosalie y la miró con un brillo extraño en sus ojos dorados.
- Emmett te necesita -dijo con la voz enronquecida.
- Ve con él -le susurró Carlisle soltándole las manos.- Yo iré en un momento, para que podamos explicarle cómo están las cosas.
Rosalie asintió, levantándose de junto a su madre y su padre, y caminó despacio hasta la habitación en la que estaba Emmett. Respiró hondo antes de entrar. Se sintió más segura al abrir la puerta. No sabía como reaccionaría Emmett, ni como reaccionaría ella al tenerlo cerca y convertido en vampiro. No se sentía preparada para enfrentarse a un neonato.
Emmett la miraba desde la cama. Los rizos negros le caían sobre la frente, y estaba espectralmente pálido. Rosalie casi sintió un escalofrío cuando él centró en ella sus ojos rojos. Se acercó a él vacilante y se sentó al borde de su cama. Él esbozó una sonrisa al verla tan cerca. En sus pupilas Rosalie distinguía un brillo similar a como la miraban los hombres cuando estaba viva.
- ¿Cómo te sientes? -preguntó con suavidad, sentada a su lado pero sin tocarlo.
Emmett pareció reflexionar la respuesta, como si no tuviese lógica para él.
- Sediento -dijo. Rosalie lo entendió. En realidad entendía que debería haber dicho hambriento, pero la sensación de opresión a los lados de la garganta que les provocaba la necesidad de sangre se parecía más a la sed que a nada.
Ella no pudo reprimir una sonrisa. Oyó como la puerta se abría con suavidad a su espalda e identificó a Carlisle por el olor.
- ¿Qué me ha pasado? -preguntó Emmett luego, rozando la mano de Rosalie con sus dedos. La chica vampiro sintió el roce casi electrizante y con suavidad, entrelazó los dedos con los de él. Había algo en Emmett que no le causaba el mismo rechazo que el resto de los hombres. Algo parecido a su instinto le decía que él no le haría daño.
Tampoco se estremeció cuando Carlisle le puso una mano en el hombro, animándola a decírselo. En ese momento, Rosalie supo que Emmett estaba atado a ella por toda la eternidad.
Cuando, mirándolo a sus ojos rojos dijo:
- Te has transformado -susurró con suavidad, casi con miedo.- Ahora eres un vampiro.
pairing: emmett/rosalie,
longitud: historia larga,
fandom: crepúsculo,
~ escrito: fanfic,
comunidad: fandom_insano,
# periodo: quinesob,
· fuente: tabla