Aug 05, 2008 03:00
Pese a que odiase su condición con todo su ser, Rosalie no podía negar que desde que se había transformado los colores eran más intensos, los olores más penetrantes y los sonidos más ricos y variados en su tonalidad. Pese a ello, odiaba ser un vampiro.
Desearía estar muerta. Porque era más fácil morir que convivir con los recuerdos, aunque sea a su manera. Pero ser un vampiro significaba convivir con los recuerdos por toda una eternidad. Y sus recuerdos amenazaban con dejarla cada vez más vacía, con drenar todo atisbo de felicidad que pudiese tener en aquel estado.
Si. Era todavía más hermosa que estando viva, su piel más blanca, su cabello más rubio y sedoso. Pero estaba más vacía. Le habían arrebatado todo cuando había tenido. Su inocencia a groseras puñaladas de dolor. Su vida en medio de una hoguera de veneno.
Era prácticamente perfecta. Pero estaba más vacía.
Había salido a cazar y a buscar un poco de tranquilidad, un poco de sí misma en los frondosos bosques de Tenneseee. Se había apartado mucho de casa; una licencia que Carlisle le permitía tomarse, porque su etapa como neonato había terminado, y se había adaptado a la frugal dieta de los Cullen con más facilidad de lo que ninguno de ellos había esperado.
Había partido al amanecer, desde su casita situada justo en la esquina donde coinciden los estados de Tennessee, Kentucky y Missouri, y en una feroz carrera, había llegado a cerca de la frontera con Arkansas, donde abundaban los gatos monteses y los mapaches, las debilidades de Rosalie.
El bosque era enorme y casi podría resultar amenazador para un humano; pero Rosalie se sentía en paz. Un pequeño arroyo corría cantarín por entre un par de árboles, y el sol se ponía sobre Akansas. En aquel lugar casi podía olvidar que era un vampiro y que jamás nadie la querría, porque era un monstruo hermoso y perfecto, pero vacío y sucio.
Inspiró el apaciguador olor del bosque. La clorofila que emanaban algunas hojas que, en la penumbra del ocaso empezaban a alimentarse, el penetrante olor a tierra húmeda y a vida. Olor a madera. A fuego. A sangre. Humana.
Ella ya había superado su necesidad. Se apaciguaba con un pequeño mapache, un gato montés o cualquier animalillo pequeño. Y sin embargo en olor de esa sangre logró que la ponzoña corriese frenética por sus venas.
Y casi como si su cuerpo actuase de forma independiente a su mente, echó a correr hacia el lugar de donde procedía esa sangre. Derribó un árbol joven que se interponía en su camino, y saltó un enorme montón de piedras para llegar a un claro en medio del bosque.
Un enorme oso pardo atacaba a un humano hecho un ovillo, del que sólo se distinguía su pelo, negro y rizado, bajo las zarpas del oso. Rosalie sintió como la ponzoña le latía con fuerza bajo las orejas y en la base de la garganta. De repente necesitaba saciarse con aquel humano y cometer la mayor atrocidad que había cometido nunca. Asesinar a su prometido y sus amigos no significaba lo mismo que beber sangre humana. Jamás.
El oso retrocedió para atacar con más énfasis y entonces Rosalie pudo observar al humano, que se arqueaba sobre la espalda con el pecho desgarrado y sangrando. En el momento en el que vio su rostro, descompuesto en una mueca del más absoluto dolor pero que dejaba ver unos hoyuelos que daban ganas de besarlos, sintió como todos los recuerdos y su conciencia humana parecían aplastarla.
Como si fuese secuencias de imágenes pasando por su mente, vio a Vera, vio al hijo de ésta que también tenía el pelo negro y rizado, y tenía hoyuelos también la última vez que ella lo vio.
En aquel instante, algo en su interior se rompió para siempre, al tiempo que dos piezas inconexas encajaban en el fondo de su alma, si es que la tenía. Y a la velocidad del rayo decidió que aquel humano no podía morir.
Y como si de pronto toda conciencia racional o relativamente humana la hubiese abandonado arremetió contra el oso para apartarlo del humano. Nunca antes se había enfrentando a una criatura de esa envergadura, pero sorprendentemente logra arrancarlo de encima del humano. Y ya no era Rosalie, la criatura de aspecto frío y angelical que rayaba la perfección. Ahora era Rosalie, con los colmillos fuera, convertida en máquina de matar.
El enorme oso atacó a su nuevo oponente, y Rosalie lo rechazó de un empujón, al tiempo que hundía los afilados colmillos en la garganta del oso, como si en lugar de estar luchando por la vida de un competo desconocido estuviese luchando por la vida del hijo de Vera.
Casi era consciente de cómo su ropa se teñía de sangre, al tiempo que sentía el calor que le daba. Era vida apagándose entre sus brazos, fuertes como el acero, y se sintió inexplicablemente bien. Porque acababa de salvarle la vida a un humano.
Dejó el cadáver del oso a un lado y corrió junto al humano. Vio que tenía el pecho desgarrado y sangraba profusamente. Se le inundó la boca de ponzoña y casi deseó beber su sangre pese a haber matado un oso tres segundos antes.
Pese a tener el pecho prácticamente abierto y el cuerpo ensangrentado, el humano logró abrir los ojos y miró a Rosalie, que estaba absolutamente llena de sangre y tierra húmeda. En aquel momento ella se dio cuenta de que jamás podría hacerle daño a aquel humano que tenía sonrisa de niño, esbozada nada más verla.
Y sintió algo en su interior más grande que su propio odio hacia su condición de vampiro. Ese algo que más tarde llamaría amor fue lo que tomó la decisión por ella. Necesitaba que ese humano fuese salvado. Que fuese un vampiro. Porque con solo una mirada entendió que quería pasar con él el resto de la eternidad.
Ya había caído la noche pero Rosalie todavía se debatía entre transformarlo ella misma o llevárselo a Carlisle. Lo más seguro sería lo último, pero ella no confiaba en poder llevarlo hasta su casa sin matarlo. De haber tenido lágrimas se habría echado a llorar; pero como la decisión estaba tomada y ella no podía hacer nada por cambiarlo, tomó al humano en brazos y dejando de respirar, empezó a correr a toda velocidad por el bosque, esquivando árboles y rocas para hacer el camino lo más suave posible para el humano moribundo que llevaba en brazos.
Intentaba no mirarlo por todos los medios. Intentaba también no cuestionarse por qué lo estaba haciendo. Solo sabía que en su interior había algo que quería hacerlo. Y decidió no dudar más.
La luna apareció en el cielo y Rosalie sentía como el corazón de humano palpitaba cada vez más despacio. Ya faltaba relativamente poco para llegar a su hogar. Ya faltaba poco para que se salvase.
Se arriesgó a mirarlo y vio que él la miraba con un gesto extraño. Tenía un par de rizos cayéndole sobre los ojos oscuros y la expresión con que la miraba le recordaba a como la miraban los empleados de su padre cuando estaba viva.
Lo vio separar los labios, de los que caía un fino hilillo de sangre.
-¿Eres un ángel?-a Rosalie casi le fallaron los brazos al oír aquella voz. Pese a estar débil y casi muerto, el humano tenía una voz ronca con una leve cadencia sensual que lograba que la chica vampiro temblase levemente.
-Me llamo Rosalie.-respondió ella con suavidad.
-Dime, Rosalie.-casi pareció degustar el nombre con devoción.-¿Eres el ángel que me va a llevar al cielo?-preguntó luego.
Si cualquier otro hombre le hubiese dicho eso, Rosalie lo habría ahorcado en el árbol más cercano; pero viniendo de él no le molestaba en absoluto.
-Te voy a llevar a casa.-respondió con suavidad.
El humano esbozó una sonrisa, que marcó unos hoyuelos en su rostro, y cerró los ojos, respirando con dificultad.
-Me llamo Emmett.-dijo luego, antes de perder la conciencia.
Rosalie sintió la desesperación en lo más hondo de sí misma cuando notó que el corazón de Emmett latía cada vez más despacio. Si hubiese tenido lágrimas se habría echado a llorar, pero como no podía hacerlo, simplemente corrió todavía más rápido, intentando llegar a Carlisle. A la salvación.
Cuando el alba rompió el horizonte ella divisó su casa a lo lejos, y eso fue como si la hubiese atravesado un rayo de esperanza.
La casita se encontraba medio enterrada en un bosquecillo, y Rosalie no se detuvo en consideraciones de saltar la valla o llamar a la puerta. Rompió la valla blanca que Esme y ella habían pintado cuando se mudaron allí tres meses atrás, y derribó la puerta de una patada nada más llegar a ella.
Cuando entró por el umbral, notó las miradas de su familia clavadas en ella, y fue consciente de que Esme dejaba de respirar en el momento en que la vio llena de sangre.
-¿Qué has hecho, Rosalie?-preguntó Carlisle acercándose temeroso.
-Se lo ha encontrado en el bosque. Un oso lo estaba atacando. Necesita que lo salvemos.-dijo Edward, cuya capacidad para leer los pensamientos ajenos jamás le había parecido a Rosalie tan de agradecer como en ese momento.
Carlisle se acercó a Rosalie y le quitó a Emmett de los brazos. Edward se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros, logrando que ella se estremeciese, como siempre que tenía cerca de un varón. El recuerdo de Royce estaba demasiado clavado en su alma, si es que la tenía, como para poder rozar a un hombre. Su hermano le dedicó una sonrisa y se soltó de ella.
-Sálvalo, por favor.-pidió mirando a Carlisle a los ojos.
-¿Estas segura, Rosalie?-preguntó su padre mirándola más serio que nunca.
-Por favor…-Rosalie no tenía a penas voz.
-¿Odias nuestra condición y quieres arrastrarlo a ella?-preguntó.-Esto no es como comprarse una mascota, Rosalie. Si lo salvo tú serás la responsable si sufre o es feliz por toda la eternidad. Tú serás la responsable si mata a algún ser humano. Decide ahora.
-Carlisle, sé que tal vez suene tan egoísta como todo lo que he hecho hasta ahora.-dijo Rosalie con la voz quebrada.-Pero no puede morir… por favor. No quiero que se muera.
Carlisle esbozó una sonrisa comprensiva y Esme, que se había acercado, miraba la cara de Emmett con una expresión de ternura. Miró a Rosalie con una sonrisa y luego se volvió hacia su marido.
-Sálvale, querido.-dijo con su voz suave.-Mi niña lo ama, y él la ama a ella, aun que todavía no sabe cuánto.
Carlisle se acercó al humano, que yacía sobre la mesa de comedor de los Cullen y echó un último vistazo a Rosalie.
-Ve a darte un baño, Rosalie.-dijo con gravedad.- Luego podrás estar con él.-añadió.-Pero esto va a ser desagradable.
La chica vampiro asintió con la cabeza, antes de acercarse a Emmett y acariciarle la mejilla con suavidad. El humano abrió los ojos y la miró fijamente.
-¿Me he muerto ya?-preguntó con voz débil.
-No, pero tranquilo…-susurró ella delineándole la nariz con delicadeza.-Te vas a poner bien.
Emmett esbozó una sonrisa que habría partido el corazón de Rosalie si éste siguiese funcionando. Y ella, haciendo algo que jamás creyó que haría, depositó un suave beso en su frente llena de sangre, sintiendo como la ponzoña se aceleraba en su garganta.
Luego se separó de él y subió por las escaleras. Edward subió tras ella y le dedicó una larga y profunda mirada, apoyado en el umbral de la puerta, mientras ella se hundía en las profundidades de su armario, buscando algo que ponerse.
-¿Así que su sangre es lo que te ha vuelto tan loca, no, Rosalie?-preguntó con una sonrisa burlona en los labios.
Ella lo ignoró, como hacía todo el tiempo, y cerró las puertas de su armario.
-Apostaría a que te morías de ganas de matarlo cuando lo traías en brazos.-dijo luego.-Debió ser terrible para alguien que, como tú, se regodea en su propia belleza, sin preocuparse por los demás. Odias ser un vampiro y lo arrastraste a él a ser esto. Porque eres egoísta, Rosalie.
Ella se giró, haciendo que su melena del color del sol horadase el aire.
-Sé que soy egoísta, Edward. Sé que tal vez no me merezca tener un compañero, como Emmett lo será para mí.-dijo con furia.-Pero te aseguro de que cuando encuentres a alguien cuya sangre te atraiga de esa forma, Edward, sufrirás si intentas resistirte a ti mismo.-terminó, con rabia.
Y pasó por delante de su hermano, para encerrarse en el baño y mirarse al espejo de marco de caoba que tenía. Tenía el rostro cubierto de sangre desde la nariz hasta la barbilla. Los ojos, de ese peculiar color dorado que combinaba a la perfección con el de su pelo, parecían más tristes y más profundos que nunca.
Sabía que había elegido lo correcto. Y no solo porque los hoyuelos de Emmett se habían clavado en lo más hondo de sí misma, sino porque había algo en él, que no le inspiraba el mismo recelo que cualquier otro hombre.
Sabía que él sería capaz de llenar la eternidad vacía que ella tanto odiaba. Pero una duda la asaltó, y Rosalie entendió que era la misma que albergaba Edward. ¿Sería ella capaz de llenar la eternidad de Emmett estando vacía en sí misma y sucia como ningún otro?
pairing: emmett/rosalie,
longitud: historia larga,
fandom: crepúsculo,
~ escrito: fanfic,
comunidad: fandom_insano,
· fuente: tabla