Título: Fresh Out Of Shout
Pairing: Derek/Stiles (Allison/Scott, Boyd/Erica, Danny/Isaac)
Rating: NC-13, por lenguaje, uso de drogas recreativas, referencias sexuales
Prompt: Para
kate_angel en el AI de
esteenwolf, con todo el cariño del mundo.
Notas: Título sacado de 'New York I Love You' de LCD Soundsystem. Muchas gracias a mi soulmate
littlegelen por las ideas, la paciencia y el beteo.
Stiles no es el secretario de nadie. No se cansa de repetirlo y, aún así, parece que es el único que tiene esa opinión. Stiles no es el secretario de Derek en asuntos lobunos, pero es el que escribe los emails para concertar las horas de las reuniones de la manada, a los que nunca nadie contesta, así que acaba teniendo que llamarles uno a uno.
Y cuando Isaac le dice que el jueves a las cuatro es imposible porque tiene turno en la galería de arte le toca volver a llamar a Boyd para avisarle de que mejor quedan el martes. A Erica el martes no le viene bien, pero es el único día que Scott tiene libre en la clínica veterinaria.
-No puedo hablar ahora mismo -dice Lydia, que estará resolviendo teoremas matemáticos mientras se pinta las uñas de los pies, o algo así-. ¿Por qué no me mandas un email con la hora definitiva? Pero ni el lunes ni el jueves por la tarde; ni el miércoles todo el día. Y nada de fines de semana, ya sabes.
Si Stiles fuera un maldito secretario sería uno muy eficiente, porque acaba haciendo que funcione el viernes a la hora de comer, y se reúnen todos en casa de Derek. La casa de Isaac, para ser precisos, a la que Derek accedió a irse a vivir temporalmente hace casi un año.
Danny y Scott tienen entrenamiento de lacrosse en una hora, Allison tiene que marcharse a una reunión del anuario del instituto y Erica tiene cita para retocarse el tatuaje. Isaac pone la cafetera en marcha y le lanza una mirada comprensiva a Stiles que no le hace sentirse mejor en absoluto.
-Vamos a acelerar todo esto para que podáis seguir con vuestra agitada vida -dice, girando el bolígrafo nerviosamente entre los dedos, y mira sus notas-. Gracias a un humano muy diligente ya tenemos acordadas las entrevistas con los decanos de admisiones en Nueva York. Y ese humano soy yo, gracias -aclara, esperando un poco más de entusiasmo, dado que ha tenido que pelearse para concertar citas en seis universidades distintas en tres estados y ha conseguido agruparlas todas en una semana. Se merece al menos una tarta y una bailarina exótica, pero sólo recibe miradas de las que uno esperaría en el mostrador de la pescadería-. Gracias. Empezamos el diez de enero, acabamos el dieciséis. Tenéis los horarios de las entrevistas en el email que os mandé ayer, pero obviamente nadie lo ha leído.
-Yo lo he leído -musita Danny, mordiendo la esquina de una galleta de mantequilla.
-Gracias a Dios. Bien. Necesitaremos billetes de avión, hotel, todas esas cosas, así que os avisaré cuando lo organice. Marcadlo en el calendario, avisad en el trabajo.
-¿Podemos ir en coche? -pregunta Erica, levantando la mano.
-Podemos si salimos una semana antes.
-No -zanja Derek, ajeno al tono sarcástico de Stiles-. Y no necesitamos hotel. Tengo alojamiento allí.
-¿Para nueve personas?
-Sí -contesta, en ese tono que usa para dar una conversación por terminada.
-Bien, vale. Cuando quieras amplías la información -sugiere, poniendo los ojos en blanco-. ¿Alguna otra cuestión?
Todos comienzan a hablar a la vez. Allison quiere ir a ver un musical, Lydia espera que en el MoMA aún siga la exposición de Chagall en enero, Boyd y Scott se enzarzan en una discusión sobre si Spiderman vivía en Nueva York, y Isaac le confiesa a Danny que nunca ha volado en avión. Stiles se bebe su café y se levanta a aclarar la taza, mientras unos y otros van poniendo excusas para marcharse a hacer todas esas cosas mucho más importantes que su futuro académico o su manada o el esfuerzo que Stiles ha puesto en que nada de eso se vaya a la mierda.
-Te estás dejando crecer el pelo.
Stiles se seca las manos en el pantalón y se da la vuelta, apoyándose en la encimera desconchada.
-Haces las preguntas más extrañas, Derek. En los momentos más inesperados.
-No era tanto una pregunta como una afirmación -contesta, mirando fijamente su cabeza como si pudiera ver el pelo crecer micra a micra. Quién sabe, a lo mejor puede.
-No he tenido tiempo de raparme últimamente -dice, pasándose la mano por la coronilla y sintiendo el pelo entre sus dedos. No recuerda exactamente la última vez que se lo cortó, pero hace más de un mes, y empieza a dejar de sentirse duro y áspero. Es sorprendente-. He estado bastante ocupado, no sé si te has dado cuenta.
-Me he dado cuenta -responde Derek, apartándole del fregadero para seguir aclarando los platos que la manada ha dejado allí abandonados-. Ellos también.
-Nadie lo diría.
-Aprecian todo lo que haces por ellos, aunque a veces no sean los más hábiles demostrándolo.
-Tienen al mejor maestro.
Derek le mira con su cara de 'soy el Alfa' y Stiles le contesta con la suya de 'me da igual, sigues siendo un inadaptado social'. Eso dura un rato. Suele hacerlo, cuando se meten en esa espiral.
-Eh. ¿Derek? -dice Isaac, asomando la cabeza por la puerta de la cocina, y él tiene que apartar la mirada para fijarse en su Beta. Stiles lo considera una victoria, y hace una nueva marca en su lista de batallas mentales ganadas a Derek Hale.
-¿Te vas?
Isaac sujeta su bloc de dibujo debajo del brazo.
-Debería tener algo bueno que llevar a Nueva York.
-Esas acuarelas que me enseñaste el otro día están muy bien -dice Stiles, porque no se resigna a dejar que le consuman las inseguridades.
Isaac se encoge de hombros y aprieta el bloc contra su pecho, saliendo por la puerta al aire frío de diciembre.
-Eso de ahí ha sido su manera de agradecértelo -dice Derek tras un momento, cuando Isaac está ya probablemente demasiado lejos para oírle.
-¿Crees que ha ido a ver el entrenamiento de lacrosse?
-Desde luego -contesta, y Stiles sonríe.
-Bueno. Tendría que irme si quiero llegar a casa antes de que llame Melissa. Los intentos de ser sutil de mi padre son mi parte favorita del día.
Derek sólo asiente con la cabeza y estruja el estropajo en su mano hasta que hace espuma.
-Luego hablamos -murmura, restregando restos secos de café de las tazas de loza.
Stiles se cierra la sudadera y estira las mangas hasta que le cubren las manos. Mira por la ventana y se da cuenta de que va a llover.
-¿Me vas a decir cómo pretendes que durmamos allí? -pregunta al fin, no porque esté preocupado por organizar un viaje del que no tendría por qué ser responsable, sino por simple curiosidad-. Una semana, nueve personas, cuatro de ellas humanas con necesidades de espacio personal.
-Mi apartamento.
-¿Qué apartamento?
-El apartamento en el que vivía en Brooklyn -contesta sencillamente, como si fuera de conocimiento general. Como si en algún momento hubiera llegado a decir más de dos palabras sobre su vida antes de volver a Beacon Hills-. Nunca avisé al casero de que me iba.
-Eso fue hace dos años -dice, mirándole con los ojos muy abiertos-. Llevas dos años pagando un alquiler en Brooklyn.
-Tengo algunas cosas que recoger allí -le informa Derek, evitando dar alguna explicación coherente a su comportamiento, como es normal en él.
-Me niego a seguir sorprendiéndome por estas cosas -resuelve Stiles, cogiendo su mochila-. Eres un desequilibrado mental y me da igual. ¿Qué dice eso de mí? ¿Es esto lo que se siente al tirar la toalla?
-Hasta mañana, Stiles -dice, señalándole la puerta.
-Lamento todas y cada una de las decisiones vitales que he tomado en los últimos dos años -musita él quejumbrosamente, hundiendo los hombros.
-¿Te das cuenta de que aún puedo oír cuándo mientes? -se burla, colocándose el trapo de cocina sobre el hombro-. Hasta mañana, Stiles.
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Llegan al aeropuerto con tiempo suficiente, milagrosamente, en el coche de Melissa y en el monovolumen del padre de Boyd. Hay un par de minutos de despedidas y buenos deseos, y muchas promesas de que van a ser buenos en Nueva York y no van a intentar comprar relojes falsos en Chinatown, y de que llamarán a casa para contar qué tal las entrevistas. Melissa le da a Stiles un abrazo un poco demasiado fuerte, y se queda en la puerta mirando a Scott como si no fuera a verle en poco más de una semana. Es todo exageradamente emocional.
Su padre estaba en el trabajo cuando Stiles salió de casa esa mañana, pero la noche anterior tuvieron una de sus charlas. Él aseguró que todo iba a ir maravillosamente, el Sheriff hizo lo que pudo por convencerse de ello. Entre las palmadas en el hombro y las miradas orgullosas hubo recordatorios sutiles de que su neurólogo le había permitido volver al Adderall temporalmente si lo necesitaba, y de que en opinión de todos los médicos podía haber continuado con el tratamiento algún año más. Hubo súplicas silenciosas y un poco culpables para que Stiles hiciera caso y no llegara a las entrevistas como un demonio de Tasmania verborréico. El botecito naranja acaba en su neceser, sólo por si acaso, y el Sheriff respira más tranquilo.
-Mi madre es increíble -se queja Scott mientras esperan en fila para pasar el control de equipajes-. No me estoy yendo a la guerra.
-Te vas al otro lado del país a tratar de convencer a la gente de allí para que te dejen quedarte cuatro años -dice Danny, siempre tan razonable, de cuclillas en el suelo para sacar el portátil de la maleta.
Erica está a su lado desabrochándose las botas cuando echa un vistazo al interior de la bolsa y se muerde una sonrisa.
-Alguien es muy optimista.
-Ya sé que no tengo muchas oportunidades de entrar a Princeton -gruñe Scott, lanzándole una mirada dolida, que ella ignora para meter la mano en uno de los bolsillos laterales de la maleta de Danny.
-¿Qué haces? -pregunta él, y se queda lívido cuando la ve sacar de allí una caja gigante de preservativos. La caja más grande que Stiles ha visto en su vida-. Oh Dios mío.
-¿Veinticuatro, Danny?
-Oh, Dios. ¿Qué...? ¡Eso no lo he metido yo! -susurra furiosamente, mirando alrededor con nerviosismo-. ¡Mi madre, ha sido mi madre!
-Extra fuertes, claro -sigue burlándose Erica-. Tu madre es muy considerada.
-Para -suplica Danny. Y Stiles no necesita ser hombre lobo para darse cuenta de que tiene el corazón a punto de salírsele del pecho y la cara le acaba de subir diez grados de temperatura-. Devuélvemelos.
-Creí que no eran tuyos.
-Erica -dice Derek sin mirarla siquiera, mientras se quita la cazadora. Es lo suficientemente severo como para congelarla un segundo en el sitio.
-No hay nada de qué avergonzarse -dice ella, lanzándoselos con una mueca-. Sois todos una panda de mojigatos.
-Cállate -masculla Isaac, dejando el cinturón de sus pantalones en una bandeja.
-Tú eres el peor de todos.
Stiles coloca sus cosas en la cinta transportadora con un suspiro y cruza bajo los arcos metálicos, decidiendo que no es el padre de nadie y que no va a intervenir. Y que odia la seguridad de los aeropuertos como pocas cosas en la vida.
-No tenemos todo el día -dice, volviendo a ponerse las zapatillas. Guarda el desodorante y la pasta de dientes en el neceser de nuevo y espera a que la comitiva se decida a moverse.
A veces se replantea sus decisiones. Durante un momento muy corto y no demasiado seriamente, porque tiene miedo de pararse a pensar en ello de verdad y darse cuenta de que no hay demasiadas cosas atándole a ese grupo de desequilibrados mentales con problemas crónicos de exceso de vello corporal. O que, al contrario, hay demasiadas cosas. No sabe qué le da más miedo.
Las cosas llevan algún tiempo estando más tranquilas. No hay Alfas sangrientos tratando de aprovecharse de una manada llena de críos y liderada por un inepto incapaz de pedir ayuda, ni seduciendo humanos para conseguir información. No hay lagartos venenosos ni psicópatas controlándolos, ni ataques de animales extraños por los que tenga que seguir mintiendo a su padre. No es todo un jardín de rosas, claro. Erica y Boyd volvieron a la manada pero nunca han llegado a formar parte de la familia como los demás, aunque lo hacen poco a poco, y los problemas de confianza de Derek siguen coleando después de la última y definitiva jugarreta de Peter; Allison sigue siendo una Argent, Jackson ahora es un Omega que avisa de que sigue vivo de pascuas a ramos y Danny y Lydia se dan demasiada cuenta de que hay pocas cosas que les aten ya a un grupo de gente potencialmente mortal. Aún así, hay cierta ilusión de estabilidad. Stiles tiene un sitio entre todo eso, y es un sitio bastante importante, si le preguntan. Derek le respeta y los Betas aceptan sus consejos, aunque a veces le llamen 'mamá' y él lo odie. Está bien, teniendo en cuenta lo jodida que es la situación. Está bien y es la primera vez en mucho tiempo que algo está realmente bien en su vida.
Encuentran la puerta de embarque tras alguna dificultad, y se sientan a esperar que llamen a su vuelo mientras Lydia y Erica prueban perfumes en una tienda. Scott se deja caer en la incómoda silla de plástico junto a Stiles, con una especie de quejido lamentable. Es un consuelo que, pese a todo, Scott siga siendo el mismo idiota que era antes del mordisco.
-¿Qué te pasa, colega? -pregunta, porque sabe que esa era la intención detrás de su melodramatismo.
-Nada.
-Estupendo, entonces.
-Es que... -dice inmediatamente. Stiles se gira a mirarle apoyando la barbilla sobre la palma de la mano-. ¿Crees que estoy perdiendo el tiempo?
-Depende de con qué -replica-, porque si tu madre ha vuelto a darte la charla sobre el WoW...
-No, quiero decir en este viaje. Porque no tengo esperanzas de entrar en ninguna de esas universidades a las que vais los demás -se lamenta, hundiendo los hombros-. Universidades importantes -añade amargamente.
-¿Es por lo que ha dicho Erica? Porque ni siquiera estaba hablando contigo.
-No. Puede que en parte. Es que, no sé, Lydia es un genio, y Danny acabará reclutado por la CIA o en la cárcel tras hackear el Pentágono...
-¿Es eso un plan real? -interrumpe Stiles.
-Y Ally y tú sacáis muy buenas notas, y Boyd también, más o menos -añade-. Y yo no estoy ni en una sola clase avanzada y apenas me las apaño para aprobar los exámenes.
Stiles mira a su alrededor, porque está bastante seguro de que le pidió a Derek que tuviera esa conversación con Scott, pero él está convenientemente desaparecido.
-Bueno, Isaac también tiene problemas con eso -sugiere, evitando mirar hacia donde él se sienta leyendo un libro mientras espía su conversación sin disimulo alguno, y se acuerda de la manera en la que sus notas cayeron en picado desde que su padre dejó de aterrorizarle.
-Pero él es un artista -dice, como si eso fuera algo mágico-. A nadie le importa si un artista sabe hacer integrales.
Stiles se da cuenta de que él tampoco recuerda cómo se integra, porque lo olvidó aproximadamente diez segundos después de su último examen de matemáticas.
-Hay otras mil cosas que puedes hacer, aparte de ir a la universidad.
-Pero no se me ocurre ninguna. Todos estáis tan seguros de lo que queréis...
-Hace un par de años yo estaba muy seguro de que no existían los seres sobrenaturales -le recuerda-, y ahora estoy haciendo planes para vivir en una comuna lupina en Nueva York con mi mejor amigo y su manada. Las cosas cambian, las personas cambian...
-¿Tú vas a cambiar de opinión sobre lo que quieres hacer?
-No -contesta demasiado rápido-. Quiero decir...
-Ya lo sé. Es lo que has querido siempre. Tú tienes un Plan -y lo dice de tal manera que Stiles es capaz de oír las mayúsculas-. Y yo no sé si voy a entrar en la uni, y si sabré en qué especializarme si entro. A lo mejor debería buscar trabajo en un Starbucks y dejarme el pelo largo y llevar sombrero.
-¿Sombrero?
-No sé, es Nueva York.
-¿Hay que llevar sombrero en Nueva York? Porque no sé si puedo permitírmelo, tengo la cabeza muy redonda -dice, palpándose el cráneo con las dos manos.
-Stiles.
-¿Qué tal una gorra de béisbol? Puedo llevar gorra.
-Supongo que hemos dejado de hablar de mí.
-Scott, vas a estar bien -insiste, pasándole un brazo sobre los hombros-. Va a salir bien. No podemos ir a Nueva York sin ti, tú eres el Alfa de repuesto. -Scott se ríe inesperadamente, tratando de contener una carcajada y convirtiéndolo en una especie de bufido. -¿Qué...?
-Derek...
-¿Qué ha dicho?
-No puedo repetirlo.
Stiles mira alrededor, buscándole entre la gente, pero sólo ve a Isaac tapándose la cara con el libro y a Erica sonriendo con malevolencia.
-¿En esas estamos? Pues voy a ir a pasarme notitas con Allison, a ver qué tal os sienta. Abusones.
-¿Qué me he perdido? -pregunta Danny, que aparece por allí con un Toblerone de un kilo en la mano. Stiles se levanta y le agarra del brazo.
-¿Nos sentamos juntos en el avión?
-Uh -musita él, probablemente buscando una excusa convincente, porque después de todo ese tiempo aún no ha conseguido que Danny le encuentre tan encantador como todos los demás-. ¿Qué?
-Podemos hacer cosas humanas juntos. Tener ataques de asma, rompernos huesos y tardar meses en soldarlos, sucumbir a una rápida degeneración celular... Ese tipo de cosas.
-No sé qué estás tratando de hacer, pero no creo que esté funcionando.
-Ya lo sé.
Danny mira a Scott en busca de ayuda, pero él solo se encoge de hombros.
-Van a abrir -dice Derek, que aparece a su lado como salido de la nada-. Id poniéndoos a la cola.
-Lydia, ¿te sientas conmigo? -pregunta Stiles cuando la ve acercarse junto con Erica y Boyd.
-No me importa con quién os sentéis -gruñe Derek, cogiendo la mochila de Stiles y lanzándosela-, pero al primero que intente cambiarle el sitio a alguien en mitad del vuelo le abro la garganta.
-Ahora no eres tan gracioso, ¿eh? -canturrea él-. Ya sé lo que pasa. Cuando yo te oigo te cohíbes. Es normal, mis estándares de comedia son tan altos -dice, y silba-. Puedes hacer reír a Scott, incluso a Lydia, pero al viejo Stiles... Ah. Sigue entrenando, tipo duro.
-Isaac, siéntate con Stiles -le ordena Derek-. Lejos de mí.
El avión es más grande de lo que se esperaba, mucho más grande que los que le llevan a ver a su tía Margaret a Ohio todos los veranos. Elige el asiento del pasillo y deja que Isaac se quede con la ventanilla para que pueda apreciar las vistas. Le informa de que es un buen sitio encima de las alas, y de que va a poder ver en movimiento los alerones y los flaps y los spoilers. Y le jura que le explicará qué significa todo eso cuando despeguen.
Erica, un par de filas más atrás, se queja de que el olor metálico y artificial le está dando dolor de cabeza, y le dice a Boyd que como siga agarrando el reposabrazos con tanta fuerza lo va a arrancar. Derek suspira, Lydia le lee el horóscopo de alguna revista a Danny y Scott y Allison hacen manitas. Antes de darse cuenta han despegado y ya están a altura de crucero.
-Te lo voy a decir ahora que ya ha pasado el peligro. La mayor parte de los accidentes de avión suceden en el despegue.
-Vaya. Gracias, Stiles -musita Isaac, bajando la persiana de su ventanilla-. Eso va a hacer la vuelta muy divertida.
-Vivo para servir.
Ponen una comedia romántica infumable que Stiles no es capaz de estomagar, y Lydia le presta su Vogue para que pase el rato, pero eso tampoco es mucho mejor.
Isaac acaba durmiéndose en su hombro mientras él juega al Scrabble de viaje con Danny a través del pasillo. Lleva ganada una partida y ha perdido por lo menos tres cuando avisan de que están aproximándose a LaGuardia, y él tiene una palabra de más de cuarenta puntos que no le dejan poner.
El aterrizaje es muy suave, casi perfecto, y no tardan nada en llegar hasta la terminal. Está anocheciendo pero hay una luminosidad rara en el cielo, y a Stiles le gusta pensar que es Manhattan brillando en el horizonte.
-¿Qué hora es? -pregunta, mirando su reloj y contando husos horarios-. ¿Es normal tener hambre?
Mientras los demás recogen las dos maletas que han facturado, Stiles y Scott van al baño. Se miran en el espejo y se peinan con los dedos y se ríen sin una buena razón para hacerlo. A lo mejor es por estar en Nueva York, sin el Sheriff y sin Melissa por primera vez. Claro que con doce años fueron aquella vez al campamento en el que se vestían de indios y vaqueros y a nadie le importaba que fuera apropiación cultural, y el año pasado fueron con la manada a Sacramento un fin de semana largo a hacer un pacto de no-agresión con un aquelarre local; pero esto es la costa Este. Es Nueva York. Y si todo sale bien van a estar viviendo allí el otoño que viene. Es increíble.
-Vale, guay -dice Scott, secándose las manos en la camiseta-. Vámonos.
Cuando salen Derek ya les ha organizado en dos grupos para coger los taxis, y Stiles se ofende no muy sutilmente por no haber sido elegido capitán de su expedición, con toda la capacidad de liderazgo que él tiene.
-Sólo es llevar el dinero y la dirección, Stiles -dice Boyd-. Me da igual si lo haces tú, honestamente.
-No, no. El daño ya está hecho.
-Stiles, coge tu maleta y métete en el puñetero taxi -le gruñe Derek, señalándole el coche amarillo en el que Erica trata de encajar su monstruosa Dansonite. Acaba casi sentado sobre ella, con el codo de Danny clavado en su estómago al otro lado y el brazo de Boyd sobre los hombros, extendiéndose a través del respaldo. Recuerda con cariño aquellos tiempos en los que se respetaba su espacio personal.
El aeropuerto es perfectamente genérico y la carretera por la que salen de él no es más emocionante. Suburbios de casas bajas y sucias, como los alrededores de todos los aeropuertos del mundo, gasolineras y tiendas de 24 horas. Por alguna razón esperaba encontrarse el Empire Estate en medio de la pista de aterrizaje. Los edificios crecen cuando llegan a una autopista complicadísima con túneles y elevaciones y mil carriles que hacen que parezca un Scalextric. Eso no es Beacon Hills, donde la calle más ancha es simplemente de doble dirección, y a Stiles empieza a llenársele el estómago de nudos. Cogen una salida y aparecen en una calle pequeña y ruidosa bajo las vías del tren, rodeada de restaurantes cutres y licorerías, y enseguida aparecen de nuevo en la autopista.
-O este tío nos está timando o esta ciudad la urbanizaron un grupo de monos -susurra, seguro de que van a oírle perfectamente.
-Derek va un par de coches por delante. Confío en que no se atrevan a timarle a él también -contesta Boyd.
Lydia, en el asiento de delante, da un pequeño bote y señala su ventana.
-¡Mirad!
No hay edificios de ladrillo rojo ni muros de hormigón gigantescos que les obstruyan el paisaje. Hay un cementerio, el más descomunal que Stiles haya visto nunca, granado de lápidas y cruces de mármol, y al fondo, en el horizonte, Manhattan. Brillando desde dentro, amarilla y blanca.
No tienen nada que decir. Stiles sabe que es una tontería, que no son más que torres de metal y cemento y cristal, que no es nada más especial que el Ayuntamiento en Beacon Hills, o la comisaría de policía o la iglesia, pero le deja sin aliento un segundo.
Saca su teléfono y le lanza un mensaje rápidamente a Scott.
mira a la derecha. puedo llevar sombrero por esto
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Williamsburg no parece gran cosa de noche. El taxi para frente a un edificio de ladrillo de cuatro o cinco plantas, estrecho y funcional. El arquitecto no se dejó la cabeza tratando de hacerlo bonito, pero hay algo elegante en su sencillez.
Los demás ya están sacando sus cosas del otro taxi, y Derek empieza a empujarles hacia el portal.
-Es el último piso. No hay ascensor.
Cuando ha entrado el último cierra la puerta tras él y comienza a subir las escaleras de dos en dos, adelantándoles a todos con su bolsa de viaje al hombro.
Stiles llega el último, un poco por detrás de Lydia y casi sin aliento tras subir cinco pisos andando. Derek ya está abriendo una de las dos puertas del descansillo con la llave pequeña y genérica que Stiles recuerda haber visto enganchada en su llavero miles de veces, y se aparta para dejarles pasar.
No es un sitio grande, pero es amplio, con la cocina abierta hacia el salón y varias puertas cerradas que supone que son las habitaciones. Es increíblemente normal y lleno de vida, como el decorado de una obra de teatro congelado en el tiempo. Está algo polvoriento, pero sorprendentemente limpio para haber sido abandonado a toda prisa dos años antes. Nada de platos sucios en la cocina ni ropa tirada por los suelos. A lo mejor eso es lo que le falta, porque hay algo frío en el aire, algo triste. Y puede que solo sea el polvo en las ventanas que tamiza la luz de las farolas, pero es extraño y desapacible.
-El sofá se hace cama -empieza a decir Derek, cerrando la puerta con suavidad tras de sí y encendiendo luces-. Hay dos camas grandes y un colchón hinchable...
Stiles deja la maleta en el suelo, aún con el corazón latiéndole en los tímpanos por el esfuerzo de arrastrarla con obcecación por las escaleras.
-Scott y Allison, podéis quedaros en la habitación... -dice, señalando una puerta blanca a la derecha, con unas flores pintadas burdamente en el marco. La habitación de Laura, se da cuenta, y se fija en la manera en la que Derek aprieta los puños y tensa los hombros. Todo debe de oler a ella, debe de ser un infierno-. Os buscaré unas sábanas.
-No te preocupes, ya nos organizamos -salta Allison, que debe de haberse dado cuenta también.
Hay algo encogido y tenso en el fondo del estómago de Stiles cuando mira a Derek. Se acuerda de aquél noviembre en el que su padre tuvo que sacar del altillo del armario las cajas llenas de ropa de invierno, y encontró todas las chaquetas y los jerséis de lana de su madre doblados con cuidado por ella misma el año anterior, no mucho antes de morir. Y fue lo inesperado del recuerdo, cuando creía que todos estaban ya controlados y etiquetados, lo que le golpeó en el pecho como una maza. Stiles recuerda lo torpe e inadecuado que se sintió en ese momento por no saber decirle a su padre que estaba allí con él, mientras el Sheriff se sentaba en el suelo de la habitación y apretaba los dientes y trataba de ser fuerte. Eso mismo siente con Derek. Es incapaz de acercarse y ponerle una simple mano en el hombro, aunque vaya a ser en vano y no le vaya a hacer recuperar a Laura. Y se odia por ello, por ese terror que le agarrota los músculos y le cierra la garganta.
Isaac está allí en un segundo, salido de la nada, y se coloca junto a Derek, suficientemente cerca como para tocarle pero sin hacerlo. Hay un pequeño nudo de tensión en su nuca que le recuerda que él sabe del dolor y la pérdida, de sentirse solo y culpable y aterrorizado; pero que ya no lo está. Ninguno de los dos recuperará a su familia, pero se tienen el uno al otro, tienen la manada. Nunca será lo mismo pero es lo que les queda, y Derek necesita saber que para ellos también significa algo. Erica se acerca a su otro lado y ella sí se atreve tocarle tentativamente, a pasar una mano alrededor de su brazo, a hacer una broma que Stiles no llega a oír pero que hace que Scott se ría bajito.
Mientras los demás se organizan, Danny y Boyd bajan a comprar paquetes de macarrones con queso al supermercado que han visto en la esquina, y Lydia encuentra una peli en la tele que todos acceden a ver sin demasiado entusiasmo. Derek se sienta en el centro del sofá marrón y todos acaban a su alrededor, cenando macarrones mediocres en cuencos y platos desparejados, sentados en la alfombra polvorienta. Stiles no puede evitar quedarse dormido, y cuando se despierta lo hace con el sonido de la teletienda y de Danny fregando cacharros, y la marca de los pantalones de Isaac en la mejilla. Scott ronca suavemente en el sofá entre Derek y Lydia, con Allison descansando la cabeza en su regazo. Al otro lado, Erica y Boyd se acurrucan bajo el brazo de Derek en una postura que es imposible que sea cómoda. Stiles se levanta con cuidado de no despertarles y se acerca hasta Danny, cogiendo un trapo y secando los platos que él le va pasando.
No hablan de lo irónico que es que sean ellos los bichos raros, pero cuando acaban de limpiar la cocina deciden ponerse el pijama y compartir la cama en la habitación de Derek, con sus sábanas y sus mantas y su ilusión de normalidad. Y si los demás se levantan con el cuerpo echo un nudo no va a ser su problema.
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Cuando Stiles abre un ojo se encuentra la cara de Erica a diez centímetros de la suya, con sonrisa roja brillante como una cuchillada.
-¡Joder! -exclama. Danny a su lado se despierta con un sobresalto.
-¿Qué...?
-Estamos todos listos -dice ella, con cara de tramar algo.
-¡No es verdad! -grita Scott desde fuera, antes de asomar la cabeza por la puerta. Ni siquiera lleva camiseta, y tiene el pelo aún mojado de la ducha.
-¿Qué hora es? -pregunta Stiles, enfocando la vista sobre su reloj. Las diez, casi. Con todas las cosas que tienen que hacer. Si no recuerda mal, Boyd y Lydia tienen entrevistas por la tarde; además deberían ir a hacer la compra, y al apartamento no le vendría mal una limpieza.
-Vamos a ir en metro hasta Manhattan. Pero antes vamos a desayunar en un diner grasiento.
Vale, a lo mejor todo eso puede esperar a que él se haya comprado una camiseta de I ♥ NY y se haya hecho fotos con la Estatua de la Libertad.
-Vale. Me estoy levantando.
-Yo no -masculla Danny, con la cara pegada a la almohada.
Entrar al baño es más difícil que salir de IKEA. Isaac y Allison se lavan los dientes mientras Derek se ducha, porque es un ser impúdico. Boyd ha acabado por afeitarse en la cocina y Lydia se está secando el pelo en medio del salón. Stiles se plantea salir a la escalera de incendios a hacer pis.
-Esto está muy bien pensado -ironiza, gritando sobre el sonido del agua corriendo-. Nueve adolescentes en un apartamento con un solo baño. Muy bien pensado.
De detrás de la cortina de ducha aparece un brazo que tantea la pared hasta encontrar la toalla colgada allí. Un momento después sale Derek, con la toalla enrollada alrededor de las caderas y el cuerpo cubierto de gotas de agua.
-Ocho.
-¿Qué?
-Yo hace tiempo que no soy un adolescente -dice, pasándose los dedos entre el pelo.
-Ya, no hace falta que lo jures -masculla él, viéndole moverse hacia la habitación-. Gracias por esto, por cierto. Acabo de ganar tanta confianza en mí mismo que hoy tendré que llevar cuatro camisetas.
-Oh, Stiles -dice Allison, poniéndole una cara compasiva en el espejo-. No te hagas eso, tú eres muy mono.
Isaac se ríe, con la boca llena de espuma de la pasta de dientes.
-Fuera de aquí, los dos. Fuera ahora mismo o mearé sobre todo lo que amáis.
Tardan tres cuartos de hora en estar preparados para salir por la puerta. Danny ni siquiera ha abierto la boca en lo que va de mañana, pero Erica no se ha callado, para compensar. Derek cierra la puerta y Scott recuerda que no ha cogido la cámara de fotos, así que tardan otros diez minutos en bajar a la calle.
Es una mañana brillante y el cielo está de un color azul increíble, sin una sola nube. Hace un frío insoportable, y todos se ciñen al cuerpo las bufandas y los gorros de lana que se regalaron mutuamente en Navidad. Derek les dirige por una calle estrecha con la determinación de alguien que ha andado ese camino muchas veces, y Stiles no puede evitar mirarle. Derek nunca ha encajado en Beacon Hills. No le recuerda antes del incendio lo suficiente como para hacerse una imagen de él de niño, pero apuesta a que tampoco entonces lo hacía. En Brooklyn es distinto, porque allí nadie parece encajar. Son un grupo de gente ridícula, y en casa levantan todo tipo de sospechas, pero allí ni siquiera se giran a mirarles, porque a nadie le interesa quiénes son. Y puede entender que eso sea el infierno para gente como Jackson o como Lydia, que se alimentan de la admiración que despiertan siendo los peces más gordos en un estanque diminuto, pero para Stiles es liberador. Es la mejor sensación del mundo.
Se cruzan a unos cuantos chavales con pantalones diez tallas más grandes y camisetas que les llegan por las rodillas, a algunos judíos ortodoxos con sus sombreros y sus patillas rizadas, y a muchos tíos con camisas de cuadros y gafas de pasta. Y supone que ellos también parecen algo, con las chupas de cuero y las botas, Stiles correteando detrás como si no hubiera recibido el memorando con el código de vestimenta.
La cafetería es un sitio grasiento, como Erica le había prometido, y está bastante lleno. Justo cuando llegan se marcha un grupo de una de las cabinas, y ellos se lanzan hacia allí y se sientan casi los unos sobre los otros en el banco de falso cuero azul. Piden tortitas y huevos revueltos y toneladas de salchichas, y vuelan los manotazos cuando alguien trata de robar una loncha de bacon que no le pertenece.
Scott está haciendo su numerito de la morsa con dos pajitas, que por alguna razón no deja de tener gracia, cuando Stiles se da cuenta de que Derek ni siquiera está prestando atención. Se ha echado hacia atrás en el asiento, y Lydia y Isaac a cada lado le han sacado del círculo y se están comiendo sus patatas fritas.
-Derek, deja la maquinita -le dice, apoyando los codos sobre la espalda de Isaac y asomándose para ver la pantalla de su teléfono móvil del Jurásico, en el que lleva inmerso un buen rato-. ¿A qué juegas?
-Estoy mandando un mensaje.
-¿A quién? -se interesa, porque todos están allí, alrededor de la mesa.
-Un amigo.
Stiles se ríe.
-Claro -dice con sarcasmo sangrante.
-Yo tenía amigos, ¿sabes? -contesta él, dando un trago a su zumo de naranja. No hay mala intención en su tono, es neutro y meramente informativo, pero Stiles de repente se siente muy mala persona.
-¿Aquí?
-Sí.
-¿Les vamos a conocer? -interviene Lydia, muy interesada de repente.
-No si puedo evitarlo. Acabad, que nos vamos.
Stiles no es capaz de dejarlo estar. Salen de la cafetería y enfilan hacia el metro, con Derek dirigiendo. Él se pone a su altura y le pasa un brazo por los hombros, porque puede hacerlo y a Derek le revienta. Trata de escabullirse, de hecho, pero Stiles sabe que sólo es para conservar su imagen de tipo duro, porque si quisiera apartarle ya le habría lanzado al otro lado de la calle.
-Así que, estos amigos tuyos... -empieza a decir, y él bufa- ¿de dónde han salido?
-Viví aquí seis años, Stiles.
-¿Les encontraste debajo de una piedra? ¿Son... son hombres-topo que viven en las alcantarillas? ¿Por qué nunca han venido a Beacon Hills? ¿Saben de tu condición?
-Haces muchas preguntas -es todo lo que dice él.
-Porque nunca las contestas, Derek.
-A lo mejor no las contesto por eso mismo.
-No entremos a discutir paradojas; ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? -canturrea-. ¿Dónde conociste a tus amigos los hombres-topo?
-Stiles, aunque te parezca increíble, hubo un tiempo en el que mi vida no consistía en ser el Alfa de una manada de adolescentes irritantes. Iba a la universidad, conocía a gente normal y, no, no les involucraba en asuntos sobrenaturales.
-Hm... -murmura él.
-¿Por qué te parece tan sorprendente?
-No es eso. Bueno -dice tentativamente, soltándole y metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo-. Quiero decir, nosotros somos amigos, ¿verdad?
-¿Es una pregunta retórica?
-Sí, no la contestes -dice, porque tiene miedo de que su primer instinto sea mentir y decir que no-. Lo que pasa es que nunca me has hablado de ellos.
No hace la pregunta que realmente le preocupa. ¿Les hablas de nosotros?
-Nunca me has preguntado.
-Hay millones de cosas que tú no preguntas y yo te cuento de todas maneras.
-Lo sé -dice con retintín-. Créeme.
-Ya sabes lo que quiero decir, no te pongas graciosillo -le reprocha Stiles arrugando la boca.
-¿Así que reconoces que soy gracioso?
-Oh, no, no abras esa puerta.
Derek sonríe de medio lado, y Stiles lo odia porque significa que ha vuelto a perder. Pero lo odia menos que cuando no sonreía, así que tampoco va a quejarse.
Andan en silencio un rato, porque es algo que son capaces de hacer, de un tiempo a esta parte. Es una buena sensación. Un par de metros por detrás les siguen todos los demás, charlando y riendo y fijándose en todas las cosas en las que Brooklyn es distinto de Beacon Hills. Se imagina a Derek con su edad paseando por allí, puede que con Laura. Se lo imagina rodeado de gente, riéndose a carcajadas a veces, sonriendo tímidamente otras, yendo a clase y saliendo los jueves por la noche a tomarse una cerveza o cinco al pub de la esquina. Se imagina hacerlo él cuando llegue el otoño y se le pone la piel de gallina.
-Me habría gustado conocerte antes de... bueno… En otras circunstancias, supongo -se atreve a decir tras un momento, con la mirada clavada en el semáforo al otro lado de la calle-. ¿Crees que habríamos sido amigos?
-No -contesta Derek demasiado rápido. Y es probablemente cierto, pero lo dice con cariño.
-Ya sé que Scott puso el listón muy alto, pero no seas tan duro contigo mismo, hombre -le contesta, dándole un golpe cariñoso en el hombro-. Tampoco estás tan mal.
-No creo que fuera ese…
-Ya he dejado de escucharte -zanja Stiles, y le lanza una sonrisa enorme de satisfacción-. ¿Es eso el Empire State?
-Es una oficina de Correos. Y no hemos salido de Brooklyn aún.
-Súper interesante.
El semáforo se pone en verde y Stiles comienza a cruzar. Derek tarda un segundo en seguirle.
-Eres un idiota.
Coger el metro es una odisea. La mitad no llevan suelto para pagarlo en las máquinas, y no hicieron caso a Stiles cuando sugirió crear un fondo común para ese tipo de cosas. La mujer de la ventanilla tiene un acento jamaicano indescifrable y Allison acaba diciéndole a todo que sí y comprando los billetes a lo loco, y cuando llegan al andén y se montan en el tren en dirección a Manhattan parece como si acabaran de superar las doce pruebas de Hércules.
-No debería dejar que me vieran con vosotros -dice Lydia, sentándose en un asiento libre-. Lleváis un cartel en la frente con la palabra ‘pueblerinos’.
-Disculpe, Miss Beacon Hills 2010, si hemos ofendido su delicada sensibilidad -replica Erica-. Esto no es sencillo para algunos de nosotros -dice, haciendo un gesto significativo.
-Hay mucha gente, muchos olores, mucho ruido -explica Boyd.
-Ya os avisé, os acostumbraréis enseguida -les tranquiliza Derek-. Aprenderéis a filtrar la información innecesaria. ¿Estáis todos bien? ¿Isaac?
Stiles se gira a mirarle y se da cuenta de que está más pálido que de costumbre. Danny está a su lado, muy cerca, con la mano sobre su hombro y rozándole el cuello con los nudillos.
-Sí, estoy bien. Sólo… no me gustan los sitios cerrados -contesta, haciendo lo posible por sonreír-. Pero estoy bien.
Erica entrelaza los dedos con los suyos y le aprieta la mano con fuerza, y él parece que respira un poco mejor.
El metro, una vez superada la emoción inicial, no es especialmente interesante. Los neoyorquinos sí, a cambio. Es curioso ver lo desconectados que están unos de otros, lo fácil que es olvidarles tres segundos después de conocerles. Hay un chico pelirrojo, no será mayor que ellos, que escucha música en unos auriculares gigantescos y marca el ritmo con los hombros, sin preocuparse de parecer un loco. Nadie se fija, a nadie le resulta extraño, y él, cuando baje del vagón, nunca volverá a cruzarse con ninguno de ellos.
Stiles quiere eso. Quiere dejar de ser el hijo del Sheriff y que todo el pueblo le conozca, que dejen de decirle lo mucho que ha crecido cada vez que le ven y que paren de recordarle lo importante que era su madre en la comunidad y lo mucho que todos la querían. No es capaz de aguantarlo ni un día más.
-Esta es nuestra parada -dice Derek.
-¿Calle 49? ¿Qué es esto?
-Ya lo veréis.
Hay cientos de personas en la estación, saliendo del tren y tratando de entrar, bajando las escaleras a toda prisa para llegar antes de que cierren las puertas. Ellos se lo toman con calma, y Stiles aprovecha para contarles mentalmente, asegurándose de que ninguno se ha quedado atrás. Atraviesan los tornos de salida y suben el último tramo de escaleras hacia la calle y el sol amarillo y frío que ilumina Manhattan. Boyd es el primero en salir, y suelta una carcajada y le tiende la mano a Erica para que le acompañe.
Times Square es aún más impresionante que en las fotos, bullendo de vida y gente y sonido, y es tan grande que parece perderse en el horizonte. Es un poco más sobrecogedor de lo que Stiles puede aguantar, y tiene que pegarse al costado de Scott para estar seguro de que no va a perderse. Hay gente por todas partes, es la mayor cantidad de gente que él haya visto nunca, y todos se mueven frenéticamente de un lado a otro como pequeñas hormigas muy trabajadoras. Stiles se siente a cámara lenta entre todos ellos, torpe y confundido y pequeño. Insignificante, como la primera vez que cayó en la cuenta de que la gente tenía vida y cosas que hacer cuando él no miraba, y entendió que él sólo era una pieza de una máquina enorme, y muchas veces ni siquiera una importante.
En Nueva York es difícil dejar huella. Hay millones de personas simplemente andando sus calles en cualquier momento dado, y si de un día para otro una desapareciera no supondría ningún cambio. Para las diez o veinte personas del círculo más cercano, para puede que cien que dirían ‘ah, sí, él…’ y chascarían la lengua; pero en la gran maquinaria de la ciudad no habría ni un ligero titubeo. Y es terrorífico.
Andan por Broadway, toman alguna calle perpendicular y acaban dando vueltas a las manzanas, empapándose de todo aquello, de las tiendas a rebosar y los puestos de perritos y los turistas gritones, de los hombres disfrazados de Spiderman que bailan en las aceras y los taxis pitando en los semáforos. Erica vibra de emoción ante cada teatro, cada cartel, cada mención de un musical, y jura que va a arrastrarles a ver alguno aunque sea en las peores butacas de la ciudad. Sus sueños de ser la protagonista en Wicked vuelven con fuerza. Derek le tira del gorro hasta taparle los ojos y le recuerda que las ciencias medioambientales son una opción mucho menos arriesgada y más satisfactoria que ser rechazada en audición tras audición para formar parte del coro en una producción de mala muerte. Ella no escucha nada porque en su cabeza sólo suena Defying Gravity a todo volumen.
Comen un par de porciones de pizza en un camión en la calle, y está mucho mejor de lo que podría imaginarse, en esas condiciones.
Isaac lleva toda la mañana hablando de la exposición de Expresionismo ruso en el MoMA de la que hay anuncios enormes colgando de cada farola, y Danny y Allison deciden acompañarle. A Stiles no le interesa demasiado el plan, los museos le aburren sobreranamente, así que propone dar una vuelta alrededor del Empire State y deciden que ya se encontrarán en casa antes de la hora de la cena. Scott está en un estado de euforia en el que le haría ilusión hasta visitar un vertedero tóxico, así que se apunta, y lo hacen también Derek y Erica. Boyd y Lydia tienen un rato antes de su entrevista, así que van andando una parte del camino para hacer tiempo. Incluso andar sin rumbo en Nueva York es fascinante.
No quiere sentirse como un turista. No piensa entrar al Empire State ni llevar el plano todo el rato en el bolsillo ni ponerse a contar calles con los dedos, porque va a vivir allí. No contempla la posibilidad de que no le admitan en ninguna universidad, porque ese es su plan y no puede haber fallos. Va a entrar en NYU y va a estudiar antropología social con especialización en criminología. Va a vivir en Williamsburg con Isaac y Derek, mientras que Scott y Allison se van a vivir juntos a la calle de al lado, y Boyd y Erica dejarán de fingir que lo suyo no va en serio y harán lo mismo. Danny y Lyds probablemente acaben en Nueva Jersey y se pasen los fines de semana para las reuniones de la manada y las cenas familiares. Ese es el plan, y no contempla otra posibilidad.
Por la mañana han acabado subiendo desde Times Square hacia el borde del parque, así que vuelven a bajar por Broadway con todo el bullicio, la mezcla de los turistas y los nativos, los taxis, los coches negros de los ejecutivos y las bicis de los estudiantes. Él tiene claro a qué grupo quiere pertenecer.
Stiles siempre ha sabido lo que quería hacer, y es probablemente lo único que ha tenido claro. La manada le ha dado el cómo, el dónde y el con quién, y él ha dedicado los últimos meses de su vida a hacerlo posible. Tiene la cabeza llena de fechas límite, nombres de decanos de admisiones de medio país y notas de las pruebas de acceso. Sabe qué debe decir Danny en su entrevista para impresionar en Princeton y qué dibujos debe dejar Isaac en casa cuando enseñe el portafolio en Columbia. Y es consciente de que no todo puede salir bien, que es imposible que los ocho sean aceptados en las universidades de sus sueños, que habrá que hacer algún sacrificio por la manada más tarde o más temprano. Eso también lo tiene pensado, ha contado con opciones B y C, con universidades estatales, con años sabáticos trabajando en GAP o de camarero en un diner, con manadas hostiles en el campus o profesores-vampiros. Hasta las opciones más absurdas están contempladas, porque no va a dejar que nada le estropee los años de universidad en los que su madre le decía que él florecería. Piensa florecer a tope.
Paran a tomar un café en un Starbucks para combatir el frío y observan a los neoyorkinos para adoptar sus costumbres, sus manierismos y hasta su acento. Derek ni siquiera lo intenta y es el único que lo tiene dominado. Ese desdén suyo es muy metropolitano, como si la simple existencia del resto del mundo fuera una afrenta contra su persona, pero ha alcanzado un nivel de claridad mental casi mística en el que es capaz de ignorar a todo el resto del mundo a su alrededor. Se mueve como si fuera el único en la ciudad, dejando que choquen contra él y le corten el paso en los semáforos sin apenas arrugar el morro. La vida en la gran manzana es así, y Derek la tiene interiorizada como nunca ha tenido la del pueblo pequeño, con su conversación cortés en la gasolinera y sus miradas curiosas dentro del carrito de la compra en el supermercado.
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parte 2