Título: 44 hours from UCLA
Autor:
hoomygothFandom Gossip Girl
Personajes: Chuck Bass, Dan Humphrey, Nate Archibald
Longitud: 20.500~
Rating | Advertencias: R | Sexo explícito, drogas blandas.
Notas: Para el
baby_bang_es, con art de la maravillosa e infinitamente paciente
cloe2gs, que aparte de hacer la cabecera y los separadores que veréis a lo largo del fic ha hecho unos iconos estupendos que podéis encontrar en
su journal. Agradecimiento infinito a #thegurls por sus ánimos y sus consejos, y por soportarme.
Notas (bis): Situado en un futuro cercano en el que todo el mundo se lleva relativamente bien y sus vidas no son un melodrama constante. Considero canon los eventos hasta mediados de la temporada 5, que es cuando dejé de ver la serie, lamentablemente.
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Chuck nunca creyó que fuera a hacerlo realmente, ni siquiera cuando llegó la carta de UCLA informándole de que había sido aceptado. Ni siquiera mientras le ayudaba a cargar las cajas en el maletero del coche. Al final, lo que más le sorprende no es que su mejor amigo se marche a California; es haber accedido a hacer con ellos ese viaje de costa a costa, más de cuarenta horas de carretera con Nate y Dan, de moteles en las afueras de Des Moines y bares de tortitas en Utah y chupitos de tequila en Nebraska. Y vuelve a ofrecerse a pagar la mudanza y los billetes de avión, porque no se cree capaz de salir vivo de esa.
El coche de Nate es de niño rico. Un BMW M3, según sus palabras. Para Chuck, que lo único que necesita de su coche es que lleve chofer, es un capricho estúpido que su madre le permitió cuando metieron al Capitán en la cárcel. Se pasa todo el año en un garaje hasta que recuerda que lo tiene y decide cogerlo para hacerle una visita a Anne en Los Hamptons. Aún así, es su pequeño bebé, la única cosa que Nate siente realmente suya, y lo necesita en Los Angeles.
El viaje se le antoja insoportable. Es un coche exageradamente deportivo, casi de carreras. Es inútil en Nueva York y será aún más inútil en LA, que es un atasco perpetuo, y no puede entender cómo va a ser capaz de llevarles de costa a costa. Es una idea estúpida a todas luces, pero a veces es lo que hay que hacer por los amigos, arriesgarse a quedarse tirado en un arcén en el medio Oeste sólo para que él tenga su gran aventura americana.
Llevan poco más de una hora en el coche, escuchando la deprimente lista de reproducción que Dan ha preparado para el viaje, que consiste en un montón de rock clásico mezclado con música acústica y soporífera. Él va en el asiento de atrás, rodeado de las bolsas que no han entrado en el maletero, mientras Nate tamborilea los dedos sobre el volante. Es demasiado pronto para estar nervioso, definitivamente, y si pretende pasarse así todo el maldito viaje a lo mejor necesita que le corten las manos.
-Siempre he creído que California era un sitio más ‘yo’. Mucho más que Nueva York -le dice a Dan, que no ha dejado de preguntarle sobre sus clases y el campus y la residencia, y a Chuck le parece que trata de convencerse de que no está haciendo algo muy grande muy mal.
-Un niño blanco, anglosajón y protestante -interviene él al fin, sonando casi despectivo-. Rubio y bronceado como un modelo de Tommy Hilfiger -se burla, sabiendo que eso le va a tranquilizar aunque sea mínimamente-. Vas a estar bien. Acabarás aprendiendo a hacer surf y volviéndote vegano de nivel cuatro.
-Esos son los que no comen nada que arroje sombra -apunta Dan, y se sorprende de que haya pillado la referencia.
-Muy graciosos.
-Y, Chuck, ni que tú fueras muy distinto -le dice Dan, girándose para asomarse entre los asientos y mirarle-. Blanco, anglosajón, supongo que protestante si tu dios no fuera el dólar.
-Yo soy una nueva fortuna, hijo de inmigrantes católicos de primera generación -le corrige, poniendo los ojos en blanco un segundo. ¿Acaso tiene cara de llevar en el país desde la guerra de secesión?-. Y no hay nada más Nueva York que eso.
-Sí. Puedes ser un escritor judío -se ríe Nate, dándole un codazo a Dan en las costillas.
-Mi abuelo se casó con una gentil, eso nos invalida a todos ante los ojos de Yaveh, o lo que sea -trata de aclarar él-. Nacidos de vientre no judío, así que lo único que nos llevamos del trato es el pelo del pueblo elegido. Muchas gracias por eso, abuelo -suspira-. ¿Tu padre era inmigrante? -dice, girándose hacia Chuck de nuevo.
-Mi madre -contesta fríamente-. Mitad inglesa, mitad griega.
-No tenía ni idea.
-Y aún así te atreves a hacer conjeturas. ¿Qué podemos aprender de este momento?
Dan aprieta la boca y respira hondo por la nariz, como si necesitara toda la presencia de ánimo del mundo para soportarle.
-Estamos en un coche -apunta Nate, como si no fuera suficientemente obvio.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que o nos llevamos bien o alguien va a acabar en la cuneta en medio de Pennsylvania. Y no voy a ser yo porque el coche es mío. -Le mira por el retrovisor, como dándole un aviso, pero las amenazas de Nate nunca han sido muy creíbles para Chuck. -Voy a parar en la próxima gasolinera. Necesito Mountain Dew y Oreos.
-¿Estás colocado? -pregunta Dan.
-Ojala lo estuviera.
Paran a apenas unas millas del límite del estado, aún en Nueva Jersey. Mientras Nate echa gasolina, Dan y Chuck entran al supermercado a por las cosas de picar. Lo que ha pedido Nate, algunas latas de Pringles, varias botellas de agua, chocolatinas de todo tipo y un paquete de cigarrillos.
-Deberíamos hacer una especie de bote, para este tipo de cosas. Aunque no pienso pagarte el tabaco.
-Vale -le ignora Chuck, sacando un par de billetes de la cartera y deslizándolos sobre el mostrador, mientras Dan mete las cosas en una bolsa de plástico.
-Lo digo en serio. Va a ser más fácil que ir haciendo cuentas luego.
-Daniel, la última vez que lo comprobé, no tenías trabajo.
-Tengo trabajo. Ocasionalmente -musita-. Sigo haciendo de camarero de catering algunos fines de semana. Y tengo los royalties de la novela.
-Ya. ¿Cuánto dirías que ganas con eso al mes?
-¿Qué clase de pregunta es esa? -dice, arrugando la frente.
-Sólo a título informativo. No voy a usarlo para nada, lo borraré de mi mente. Ya lo estoy borrando de mi mente, y ni siquiera lo conozco aún. ¿Cuánto ganas?
-No sé, Chuck, depende de... -suspira, dándose por vencido-. Pongamos que cuatrocientos, en un buen mes.
-Espera -dice, levantando la muñeca y fijándose en su reloj de pulsera. Que cuesta treinta y cinco mil dólares, ya que hablamos de dinero.
-¿Qué haces?
-Un momento. Seis segundos más.
Dan se revuelve incómodo en el sitio. Hay gente esperando a que se quiten de en medio para pagar, y eso sólo lo hace más divertido.
-Ya está. Bass Industries acaba de ganar más dinero en estos quince segundos que tú en un mes.
-Eres un capullo.
-Quédate con el cambio -le dice a la cajera, que le tiende algunos billetes pequeños con cara de querer matarle o querer casarse con él, no está muy seguro. Arranca la bolsa de las manos de Dan y sale afuera de nuevo. Tiene que morderse las mejillas para no reírse. Las cuentas han sido un poco apresuradas, y es probable que, dada la situación actual de los mercados, se haya pasado un par de segundos, pero mantenerse fiel a la realidad no era su objetivo principal.
-¿Ya estamos? -pregunta Nate-. ¿Habéis ido al baño? Porque no quiero ir parando cada veinte minutos. Querría llegar a California antes de que acabe el primer semestre.
Nate sigue conduciendo, separando las capas de las Oreo con una mano mientras con la otra lleva el volante, para la consternación de Dan. Suena Arcade Fire y él se descubre mirando por la ventana pensativamente, como si eso fuera la escena inicial de una película mediocre. El día se ha ido nublando, está plomizo y húmedo. No exactamente frío, pero desapacible.
-Nate, por el amor de Dios -gime Dan, lleno de pánico-. Deja que te abra yo las galletas, por lo menos. Vas a conseguir que nos matemos.
-Dan, tengo dos manos. Podría conducir este coche con las cejas.
-No veo cómo es eso físicamente posible.
-No sé, tío, con alguna especie de... máquina -sugiere, mirando alternativamente a la calzada y a Dan a su lado-. Como la pajita que tienen los tetrapléjicos para mover la silla de ruedas. Podría conducir este coche con una pajita, pero entonces no podría comer Oreos.
-¿De verdad que no estás colocado?
Nate se ríe, masticando con la boca abierta. Dan saca una chocolatina de coco de la bolsa y le pasa el resto a Chuck. Uno manda callar, el otro le da un puñetazo en el hombro; él simplemente les mira desde el asiento de atrás, como un extraño ante toda esa familiaridad.
Nate es su mejor amigo porque no tiene muchos más, pero empieza a ser obvio que él sigue siendo el mejor amigo de Nate sólo a título simbólico. Porque lleva allí desde los seis años y ninguno de los dos tenía a dónde ir.
Es infantil y es estúpido, Chuck se da perfecta cuenta, pero eso no hace que sea más fácil de digerir. Hace tiempo que no tienen nada en común, es tan sencillo como eso. Chuck tiene Bass Industries, inversores y comités; Nate tiene exámenes finales y trabajos que escribir y fiestas de fraternidades. Con dieciséis tampoco había tanto que les uniera, aparte de su desdén de niños ricos, pero entonces lo parecía todo. Y a veces se pregunta cuánto tiempo puede seguir fingiendo que la máquina funciona.
Pennsylvania es un estado aburrido, con más parques nacionales que personas. No hay más que árboles y árboles, verde sobre verde, con el cielo grisáceo y pesado encima como una lápida. Son las tres de la tarde cuando Nate decide que ya ha conducido suficiente y que tiene hambre, así que paran en el primer lugar que parece civilizado, siguiendo las señales del Walmart desde la carretera interestatal. Encuentran un restaurante que aún tiene la cocina abierta y se dejan caer en un reservado como si las piernas ya no les sostuvieran.
-Estoy muerto y no he hecho más que estar sentado todo el día, ¿cómo es esto posible? -gruñe Humphrey, estirando la espalda.
-No lo sé, pero te toca conducir a ti ahora.
-Voy a comer tortitas y patatas fritas, me da igual todo -resuelve, sacando una pequeña libreta y un bolígrafo. Pasa algunas páginas llenas de letra apresurada y sucia hasta encontrar una en blanco.
-¿Daniel? -dice Chuck, con fingida cautela.
-¿Sí?
-¿Cuántas novelas de carretera has leído en el último mes?
Dan le mira con mucho odio de repente, cubriendo su libreta con un brazo.
-Déjame en paz.
Nate no levanta la mirada del menú.
-Sabes que esto no va a ser como En el camino, ¿verdad? -insiste Chuck, determinado a quitarle la idea de la cabeza.
-¿Esto? ¿Qué es esto?
-Esta excursión de costa a costa -dice, haciendo un gesto desdeñoso con la mano-. Vamos a pasarnos unos días en un coche, vamos a parar en pueblos de mala muerte...
Dan se estira, como si tratara de parecer más grande, o más amenazante.
-Vale, como no voy a ser la primera persona en el mundo en documentar su viaje a través del país...
-¿Estás hablando en serio?
-...no tengo derecho a...
-¿La primera persona? -repite, incrédulo-. Es todo un género literario.
-...plasmar mi visión -sigue Dan, ajeno a sus argumentos-. ¡Mis vivencias!
-¿Qué puedes contar que no hayan contado mil veces?
-¿Te has leído todas las novelas de viajes del mundo? -le replica, cruzándose de brazos con obstinación.
-Ni siquiera me he acabado En el camino, me pareció infumable.
-Tan típico.
-Pero entiendo que tú te sientas tan fascinado -dice, con condescendencia-. Supongo que si no puedes experimentar algo personalmente...
-No me hables de literatura, ¿vale? -le pide Dan, encendiéndose, vibrando de rabia-. Yo no te hablo de... del Dow Jones. No me hables de literatura.
-Que tú no entiendas de economía no hace tu argumento más legítimo.
-¿Dices que entiendes de literatura? -se ríe, señalándole con una mano casi con violencia-. ¿Tú?
-Estás bastante pagado de ti mismo.
-Eres imposible.
-Tengo tanto derecho a hablar de libros como tú, porque estoy alfabetizado -resuelve Chuck, manteniendo la calma-. Eso simplemente me da el derecho.
-Cállate.
-Me voy a pedir la hamburguesa con guacamole -dice Nate al fin, cerrando la carta. Les mira a los dos alternativamente, muy serio durante un momento antes de que los rasgos se le vuelvan a suavizar, como si se hubiera cansado de hacer de persona responsable-. ¿Habéis decidido? Porque me muero de hambre.
Comen sus hamburguesas grasientas, y puede que estén muy hambrientos o que estén realmente buenas, porque ninguno dice nada hasta que no quedan más que cuatro patatas en los platos y unos sorbos de refresco en los vasos de medio litro. Se toman un café para reponer fuerzas y remolonean un rato en la tienda de la gasolinera de enfrente hasta que Nate elige una postal feísima que llevarse de recuerdo.
Dan saca su guía y la abre por una de las páginas que tiene marcadas con etiquetas de colores.
-No llegamos a Fort Wayne esta noche ni de coña.
-¿Qué hay en Fort Wayne?
-Esta semana es el festival de Johnny Appleseed.
Chuck levanta la vista de su Blackberry.
-Suena absolutamente fascinante. ¿Quién es ese tipo?
-¿Nunca has oído la historia? ¿Jonathan Chapman?
-No sé por qué me da la impresión de que me la vas a contar.
Y así lo hace, según entran en el estado de Ohio. Le cuenta cómo plantaba huertos de manzanos a través de las colonias, le habla de su labor como misionero, de su respeto por los animales y su extraña relación con las mujeres. Es una historia que no habría tenido interés ni aunque el tipo hubiera sido zoofílico.
-Así que en Fort Wayne, donde está enterrado, se conmemora su legado cada año con sidra casera y tartas de manzana y sombreros de hojalata.
-Es aún menos emocionante de lo que había imaginado. Estoy seguro de que será una experiencia muy enriquecedora, claro. Un capítulo apasionante en tu novela.
-A mí me haría gracia verlo -dice Nate arrellanado en el asiento del copiloto, y Dan le mira desde el retrovisor con jactancia.
-Tenemos que cruzar Ohio de lado a lado en menos de cuatro horas si queremos encontrar un sitio en el que dormir.
-Pues písale más y habla menos -sugiere Nate, gesticulando como si así fuera a hacerle correr-. Conduces como una abuelita.
-Seguridad ante todo.
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Chuck debe de haberse dormido un buen rato, porque no se le hace tan largo el viaje. Lo pasa contestando emails en su Blackberry y mirando el paisaje pasar, horas y horas de campos amarillentos por una carretera estrecha y mal asfaltada, terriblemente recta y aburrida. Nate cabecea sin pudor, roncando suavemente de vez en cuando, y Dan sólo tararea al ritmo de la música, con las dos manos en el volante
Cuando se quiere dar cuenta ya ha anochecido. Separa la cabeza de la ventana y se estira, desentumeciendo los músculos.
-Creí que te habías muerto -dice Dan, mirándole brevemente por el espejo-. ¿Me pasas el agua?
Él la busca en el asiento a su lado, desenrosca el tapón y se la alcanza. Y si le observa con demasiada atención mientras bebe sólo es porque aún no está despierto del todo.
-¿Dónde estamos? -pregunta, con la voz rasposa.
-Casi hemos llegado.
No sabe cuánto tiempo ha dormido, pero el reloj marca las nueve de la noche. Por el parabrisas ve las luces de la ciudad cada vez más cerca.
-En el primer sitio decente que vea, paramos. Meternos al centro a buscar dónde dormir va a ser un lío. Y yo estoy a punto de morirme, así que... Nate -dice, dándole unos golpecitos en la pierna-. Despìerta.
-Huh -gruñe él, manoteando al aire-. No estoy dormido.
-Ya. No llevas dormido casi cuatro horas -ironiza Dan, poniendo el intermitente para cambiar de carril-. No pienso volver a conducir de noche, sois lo peor.
-Lo siento -contesta Nate, sonriendo angelicalmente, como si no fuera a hacerlo exactamente igual la próxima vez.
-¿Hometown Inn o Wayne Motel? -pregunta Dan, señalando los dos carteles, a cada lado de la calle-. Ese parece más limpio, ¿verdad?
Vuelve a poner el intermitente y entra al aparcamiento del motel sin esperar una segunda opinión. Es un sitio pequeño, un edificio bajo en forma de U, doce o trece habitaciones y la oficina en un lateral. Dan para el coche en frente y se deja caer sobre el asiento, hundiendo los hombros. Chuck sale del coche y Nate le sigue, piden dos habitaciones y las pagan en efectivo. El chico de la recepción ni siquiera les mira mientras rellena sus datos.
-Tres y cuatro -dice, dándoles las llaves-. Al otro lado del parking. Check-out a las doce.
Le hacen una seña a Dan para que aparque frente a la puerta y ellos caminan. Puede que Chuck aún no se haya despertado del todo, porque ni siquiera ha puesto ninguna pega aún.
-Esto no es el Empire, ¿eh? -se ríe Nate, dándole un golpe en el hombro, y Chuck bufa sin muchas ganas.
-Yo me quedo con la habitación que tenga la cama menos repugnante.
Son pequeñas y espartanas, pero parecen limpias y tienen wifi, que a Chuck le soluciona muchos problemas. El colchón de su cama de matrimonio no parece demasiado viejo, y aún es bastante firme. Realmente no podría pedir mucho más por los cuarenta dólares que le ha costado la noche. Abre su maleta y cuelga un par de camisas en el armario para que se estiren un poco, aunque ya sabe que va a ser imposible que dejen de estar arrugadas. Se da una ducha y enciende su tablet, dispuesto a repasar los informes que ha recibido esa tarde, cuando llaman a la puerta.
-Dijimos que nada de trabajar -dice Nate, entrando en la habitación y dejándose caer en la cama como un peso muerto.
-Humphrey ha estado escribiendo. Eso es trabajo.
-Ya sabes lo que quiero decir -musita, entrelazando los dedos bajo su cabeza, estirado en la cama de lado a lado-. ¿Estás listo? Nos vamos en cuanto Dan se duche.
Chuck le echa a un lado para sentarse a los pies de la cama, donde estaba antes de que viniera a interrumpirle.
-¿Está cabreado?
-¿Por qué iba a estarlo?
-Porque se ha pasado cinco horas conduciendo mientras nosotros dormíamos.
-Ah. No -contesta, como si fuera imposible que Dan se enfadara por algo como eso-. Está cansado, pero se le pasará en cuanto se tome un par de cervezas y un... lo que sea que se coma en este pueblo.
-Manzanas, tengo entendido.
-Deja de ser tan capullo -le reprocha Nate, con cierto humor.
Dan tarda casi media hora en llamar a la puerta, y parece como si hubiera salido de la ducha apenas veinte segundos antes. El pelo aún está empapado, y la piel entre su cuello y su hombro, antes de desaparecer bajo la camiseta gris, sigue húmeda, brillando bajo la luz azul del neón que indica que quedan plazas libres en el hotel.
Chuck es fuerte y no bromea sobre lo que ha hecho tanto tiempo en la ducha. Incluso él sabe cuándo no es el momento.
-Menos mal, empiezo a tener hambre -exclama Nate, levantándose de la cama de un salto-. He estado leyendo unos folletos que he cogido en recepción -dice, sacando los papeles arrugados del bolsillo-, y hay un autobús que pasa cada media hora por aquí y te lleva al centro, a la feria. Si bebes no conduzcas, ya sabes.
-Vaya.
Nate le mira con una advertencia implícita en sus ojos.
-¿Cuándo fue la última vez que fuiste en autobús? -le pregunta, arrastrándole a través de la puerta.
-La última vez que me obligaste.
Nate se ríe y pasa un brazo en torno a sus hombros, la otra alrededor de los de Dan.
-Esto va a ser divertido.
La feria resulta no estar demasiado lejos, apenas tardan diez minutos en estar rodeados de gente vestida de época y barriles de sidra y el olor de las brasas y las manzanas caramelizadas. En cuanto se internan entre las casetas se dan cuenta de que es un asunto mucho más serio de lo que esperaban. La comida se sirve en platos de madera o de hojalata, o en conos de papel de estraza, y Nate les explica lo que ha leído.
-No pueden usar nada que no existiera a mediados del siglo XIX. Nada de tenedores de plástico ni electricidad ni Twinkies.
-Esto es una pasada -dice Dan, mirando alrededor con los ojos brillantes.
-Es lo más friki que he hecho en mi vida -musita Chuck, aunque no puede evitar observarlo todo con fascinación. Es como una película mala que no pudiera evitar estar disfrutando. Es el efecto Desafío Total-. ¿Aceptan billetes de dólar con la cara de algún presidente posterior a Lincoln? Apuesto a que sí. Para eso no son tan quisquillosos.
Recorren la feria de arriba abajo un par de veces, Dan y Nate delante emocionados como colegialas, haciendo fotos a todo; él un par de pasos más atrás, sintiéndose terriblemente estúpido. Compran varias botellas de sidra en un puestecillo, y un plato de pollo a la brasa en otro, algo de jamón asado y patatas, y se sientan en una de las mesas de madera. En algún lugar hay un grupo tocando música de la época, y por todas partes hay familias enteras disfrazadas, desde los abuelos hasta los niños pequeños que aún no saben ni andar.
Y Chuck se siente fuera de lugar.
-Tengo que comprarle a mi padre unos de esos zuecos de madera en miniatura -le dice Dan a Nate, entre cucharadas llenas de patata asada con mantequilla.
-¿Para qué quiere eso tu padre?
-¿Para qué lo querría nadie? Pero es que son adorables.
Se acaban la sidra demasiado pronto, antes de darse cuenta de que se la han bebido, así que van a por más y también se la beben, mientras Dan les habla, con las mejillas sonrojadas, del libro que se leyó hace unos meses, en el que se exploraba la teoría de que Abraham Lincoln pudiera haber sido homosexual.
-A lo mejor es demasiado ambicioso, pero he estado pensando en, a lo mejor, escribir algo... Una novelización de la historia -dice, jugando con el borde del vaso nerviosamente-. Si han permitido usar su nombre en un libro de vampiros... ¿No? Quiero decir... Es probablemente el presidente más universalmente respetado, y era gay. Ahora mismo sería impensable un presidente con una relación marital poco menos que ejemplar, ya no te digo gay.
-Suena interesante -reconoce Nate-. Me esperaré a la película, de todas maneras.
Dan sonríe, dándole un par de palmadas en la espalda.
-Así que estás entre eso y la historia de los tres neoyorquinos en una feria en Pennsylvania -le dice Chuck, clavando los codos en la mesa, y hasta a él mismo se le antoja irritante.
-Eres muy gracioso.
-Indiana -corrige Nate innecesariamente-. Estamos en Indiana ya.
-Voy a por más sidra -replica Dan, levantándose un poco tambaleante.
Chuck persigue un guisante por su plato hasta que Nate le da un manotazo en el brazo.
-¿Tanto te cuesta ser un poco más agradable? -le echa en cara en voz baja, mirando de refilón hacia las casetas.
-Soy agradable -contesta con obstinación, consciente de estar mintiendo-. Ha sido una broma.
-Ya. No sé si a Dan le sientan demasiado bien.
-Eso no es problema mío.
-Sí que lo es, joder. Sois mis mejores amigos, y no necesito que seáis súper colegas, ni que quedéis para jugar al fútbol en el parque -dice, arrugando la frente-, pero estaría bien que fuerais, no sé, civilizados el uno con el otro. Y él lo es cuando tú eres un gilipollas constantemente. Aún no sé cómo no te ha partido la cara.
-Es cierto que tiene una fuerte inclinación hacia la violencia.
-¿Ves? -exclama, echando los brazos al aire-. A eso me refiero.
-Nate, eso es lo que yo hago -contesta, como si fuera una verdad inmutable.
-Vale, pues deja de hacerlo. Deja de reírte de él, deja de reírte de las cosas que escribe...
-No me río de él ni de sus historias.
-Chuck, por Dios, no me hagas enfadar a mí también.
-La verdad es que me parece un gran escritor.
-¿Estás tomándome el pelo?
-No. Y estoy bastante seguro de que no necesita que le defiendas, como si él fuera una princesita y yo el malvado dragón.
-No le des la vuelta a esto.
Chuck quiere contestar, pero Dan aparece de nuevo allí, trepando torpemente por el banco para sentarse a la mesa, con una botella abierta en una mano y un pedazo de tarta en la otra.
-Bien, manzanas. Me estaba apeteciendo una manzana, pero no sabía dónde encontrarla.
-Oh, por el amor de Dios -suspira Dan, dejando el plato ruidosamente en la mesa. Sirve la sidra y se bebe su primer vaso sin parar a respirar.
Chuck coge su vaso y lo vacía de un trago. Es demasiado fácil de beber, entra sin que se de cuenta, y no sabe cuándo ha empezado a estar tan borracho, él que desayuna whiskey.
-Ahora en serio, ¿qué tienen las manzanas de emocionante? -dice, porque se siente estúpido y quiere que Nate tenga una auténtica razón para regañarle como a un niño pequeño-. Ni siquiera son tan difíciles de cultivar. Crecen todo el año, en todo el mundo. -Mira a Dan para asegurarse de que está calando. Es un argumento tonto, pero él también ha bebido, y puede notar su paciencia agotándose como si fuera algo físico allí frente a sus ojos. Y es incapaz de callarse-. No es como si hubiera reproducido osos panda. Eso habría sido un acontecimiento digno de ser celebrado.
-Te encanta oír el sonido de tu propia voz, ¿verdad? -le espeta.
-Tengo una entonación agradable.
-Te gusta pensar que eres tan ingenioso, tan ocurrente -sigue él, y Chuck sabe que diga lo que diga no lo va a oír, ya está demasiado metido en la espiral de cabreo-. No te creas que engañas a nadie con tus palabras rimbombantes y esa actitud de que todo te da igual y todo está por debajo de ti. A lo mejor yo soy el idiota aquí, porque me hace feliz hacer un viaje con mis amigos y parar en Fort Wayne a probar doce tartas de manzana distintas. A lo mejor no es suficientemente elevado y decadente para ser digno de ti, pero me da igual. -Le señala con el dedo. -Es tu problema, ¿sabes? Si ya sólo te emociona esnifar cocaína sobre el culo de una puta transexual de lujo en Kuala Lumpur, es tu problema. No es el mío por disfrutar de las cosas sencillas, ni por atreverme a expresar algún sentimiento aparte de la desidia y el desprecio.
-¿Ves? -dice, mirando a Nate-. No necesita que le defiendas, sabe hacerlo él solo.
-Lo lamento muchísimo -se disculpa Dan, girándose hacia las familias de alrededor. Aunque a esas horas ya no hay demasiados niños pequeños, los adultos están igualmente escandalizados-. Soy de Nueva York, somos terriblemente maleducados e irrespetuosos. ¡Mira lo que me has hecho hacer! -le bufa a Chuck-.Me voy a comer esta tarta y me voy a ir al motel, porque si no puede que acabe mordiéndote hoy.
-Eso no tiene que ser necesariamente malo.
-Chuck, en serio -dice Nate, lanzándole una mirada temible.
Hacen todo el camino de vuelta andando, y parece mucho más largo que a la ida, pero es enteramente posible que acaben dando un rodeo innecesario en su estupor alcohólico. La primera parte Nate se la pasa dándole una charla a Dan, que Chuck sólo escucha a trozos. Le pide paciencia, le asegura que en el fondo es un buen tipo, y él se hace una idea de lo que están hablando. El último tramo Nate lo dedica a darle la charla inversa a él, diciéndole que deje de ser tan niño, que ponga algo de su parte. Es totalmente innecesario y ni siquiera mínimamente convincente. Cuando entra en su habitación y se deja caer en la cama ni siquiera recuerda la mitad de las cosas que le ha dicho.
Desayunan en una cafetería cerca del motel. El edificio de al lado es un Wendy's, y el olor a patatas fritas le revuelve el estómago. Entre el tercer café y la segunda fuente de tortitas Dan saca el mapa de carreteras mal doblado y pintado en varios colores y se lo tiende a Chuck.
-Hoy empiezas conduciendo tú.
-¿Cómo sabes que tengo carné?
-Correré el riesgo. ¿Si te explico dónde tienes que tomar la I-80 me harás caso, o estaré hablando en vano?
Chuck echa un vistazo al mapa y suspira.
-A ver, dime.
Nate sonríe y coge otra tortita.
Lleva conduciendo un par de horas sin ni siquiera girar el volante ni diez grados. A cada lado campos verdes, vacíos hasta donde alcanza la vista excepto cuando pasan tangencialmente algún pueblo deprimente. Nate dormita en el asiento de atrás y Dan, con el pie apoyado en el salpicadero, garabatea en una libreta sobre su rodilla.
-¿Qué escribes?
-No lo hagas -masculla.
-¿Qué?
-No te interesa, no finjas que te interesa sólo porque Nate te ha dicho esto o lo otro.
-Vale. ¿Qué escribes?
Dan deja descansar la cabeza sobre el respaldo y mira por la ventana un momento, rascándose el hombro por debajo de la camiseta.
-¿Crees que es una estupidez escribir el libro de Lincoln? Porque ya sé que, después de Inside... -suspira, cerrando su libreta-. No te puedes hacer una idea de lo que odio esa novela ahora mismo, joder. Hablo con mi agente y lo único que quiere es una secuela, porque Dylan es ese personaje tan humano y tan identificable -dice entre dientes-... Me dan ganas de gritar. Tenía dieciséis años, nunca debí acceder a que lo publicaran.
-No es un mal libro.
-Es una novela para chicas adolescentes, algo que leen en la playa mientras esperan a que algún idota llamado Chad les invite a una fiesta.
-¿Y eso es malo?
-No es lo que yo... No es quien soy. Y no quiero que mi nombre se relacione con eso dentro de veinte años. Cuando haya ganado un Pulitzer.
Chuck no se ríe.
-Cámbiate el nombre.
-Me gusta el que tengo. Dan Humphrey es un buen nombre. Y llevo desde los cuatro años perfeccionando mi firma, no puedo empezar ahora desde cero.
-Consigue un nuevo agente.
-Porque crecen en los árboles.
-Dan, escribe el puto libro sobre Lincoln. Escribe el del viaje, si encuentras la manera de que no sea la historia más aburrida del universo. Eres un escritor decente y hay miles de escritores de mierda que consiguen ser publicados sin tener ni tu talento ni tus contactos.
-Yo no tengo contactos.
-¿Y yo qué soy?
-¿En serio?
-Puedo hacer una llamada y tener a los jefazos de cuatro editoriales desayunando contigo mañana en una cafetería en Mitad de la Nada, Iowa.
Dan le mira un momento muy largo, y Chuck hace un esfuerzo por mantener los ojos fijos en la carretera. Están cruzando el borde entre Indiana y Illinois cuando empieza a sonarle el móvil.
-Eso ha sido rápido -dice, medio en broma, medio asustado-. No has necesitado ni llamar.
Chuck lo saca del bolsillo y mira el nombre en la pantalla.
-Es mi secretaria, ¿te importa cogerlo?
-Claro -contesta, descolgando-. Hola. No, uhm, está conduciendo -dice, rascándose la barbilla.
-¿Es importante? ¿Vida o muerte?
-Me dice que... ¿Lo has oído? Sí -le responde a Chuck.
-Me estoy meando -farfulla Nate desde el asiento de atrás, y Chuck decide que tienen que parar en la próxima gasolinera.
-La llamo en diez minutos. Paramos, echamos gasolina, el narcoléptico de ahí atrás va al baño y yo soluciono una crisis financiera internacional.
No es tan grave como eso, pero implica a su gabinete de abogados y a los socios en Tokio en conferencia por satélite, así que cuando Nate sale del baño y Dan ha pagado la gasolina y las chocolatinas él apenas ha empezado, esperando al traductor.
-Vale. Yo conduzco -resuelve Dan, masticando un Twix.
La cosa se alarga ridículamente, y hora y media más tarde sigue peleándose con las cifras, que siguen sin cuadrar. Los vicepresidentes, todos reunidos en Manhattan, no dejan de darle números y datos que no casan, y empieza a desesperarse. No tiene los papeles en frente, ni la inclinación de sacar el ordenador para buscarlos. Y, honestamente, está cansado de que esos seis adultos y sus equipos no sepan ponerse de acuerdo sobre cómo se usa una calculadora. Así que pone una excusa que nadie se cree y cuelga, pidiendo que le manden toda la información en un email.
-¿Todo bien? -pregunta Dan, lanzándole una mirada breve.
-Para en el arcén y nos cambiamos -dice, haciendo un gesto entre los asientos.
-No te preocupes. Haz lo que tengas que hacer, después de comer sigues tú.
Chuck debería insistir, pero sabe que si no hace esas cuentas él mismo no se va a quedar tranquilo. Saca la Blackberry y busca los emails de la última semana.
-¿Tienes un boli?
Dan señala la libreta en el salpicadero y sube el volumen de la música.
Paran a comer en las afueras de Rock Island, algo más de una hora más tarde, en una cafetería frente al cementerio municipal. Es muy tarde para comer, así que sólo les sirven sándwiches fríos y batidos, pero tienen tanta hambre que cualquier cosa vale.
-Estamos a punto de cruzar el Mississippi -dice Dan mirando su mapa.
-¿En serio? -pregunta Nate, estirándose a mirarlo-. Creí que estaría más... Más adelante. Ni siquiera hemos recorrido la mitad. Cuando se dice eso de 'a este lado del Mississippi...', bueno. No es justo, porque hay menos cosas a este lado que a aquél.
-Nathaniel Archibald -se ríe Chuck-, desafiando cientos de años de tradición americana.
-Sólo digo que no tiene mucho sentido.
-Vale.
Cruzan el río por la autopista, y aún así es impresionante. Si miran hacia la derecha hay una isla en medio del cauce, una auténtica isla, y es básicamente una decisión unánime el parar a dar una vuelta. Entran a Davenport, que ya es del estado de Iowa, y aparcan el coche en la ribera del río. Nate saca la cámara.
Hay un viento helado que se le cuela por debajo de la ropa.
Compran un café en un puestecillo y dan un paseo por la isla en el centro del río, en la que han construido un parque. Todo es terriblemente tranquilo y calmado y cívico, y Nate parece agradecérselo en silencio a cada paso.
-A lo mejor es Nueva York, que te hace ser más... ya sabes. A lo mejor es el estrés -le dice a Chuck, tan cerca que él teme que le pase una mano por encima de los hombros y se le abrace como un koala.
-¿Estás achacando su horrible personalidad al estrés de Nueva York? -pregunta Dan, burlándose de él sin verdadera intención.
-Humphrey, no tientes a la suerte.
-Voy a pedir que nos hagan una foto -dice Nate, sacando la pequeña cámara digital y acercándose a una pareja mayor.
-¿Con qué propósito? -se queja Dan, peinándose con los dedos, aunque el aire le vuelve a desordenar el pelo-. Ni siquiera tenemos un Facebook en las que verlas.
-Vosotros dos, que vivís en la edad de piedra -le bufa, correteando de vuelta hacia ellos para posar-. Y pensaba ponerla en mi habitación en California, si no te importa. -Salta el flash, y Nate pega un respingo. -¡No! ¡No estaba preparado!
-Cállate, Nathaniel -masculla Chuck-. Siempre sales perfecto.
Son más de las ocho cuando cruzan el límite de Des Moines, la ciudad más grande de Iowa, desesperados por encontrar un motel en el que hacer noche.
-Háblanos de Des Moines, Daniel -le pide Chuck, mientras se acercan a la recepción del primer sitio que encuentran en la carretera.
-Gran lugar para hacer negocios, el décimo mejor de Estados Unidos según Forbes. Empresas aseguradoras y servicios financieros, principalmente.
-Deberías trasladar aquí Bass Industries, Chuck.
-Dato curioso: el grupo Slipknot es originario de aquí.
-¿Cómo sabes todas esas cosas? -se interesa Nate, realmente sorprendido.
-Estudio enciclopedias mientras dormís. Hola -le dice a la chica de recepción-. ¿Dos habitaciones para esta noche?
-¿Tienen reserva?
Des Moines está tomada por una horda de agentes de seguros. Recorren la carretera que rodea la ciudad, parando en todos los que no tienen un cartel indicando que está completo, pero esos tampoco tienen plazas.
-Tiene que haber alguna solución -dice Chuck, señalando la pantalla del ordenador del último sitio en el que han parado, un motel anticuado y gris-. Este es el quinto sitio en el que estamos esta noche.
-Hay una convención...
-Lo sé, lo sé. Una convención de aseguradoras en Des Moines. Suena fascinante, entiendo que nadie quiera perdérsela.
-Normalmente no hacemos esto, pero podemos... mirar hacia otro lado y dejar que ocupen los tres una habitación para dos. Es lo más que podemos hacer, es la única habitación que tenemos libre...
-¿Tenemos cara de ir a compartir dos camas entre tres personas?
-Chuck...
-Des Moines -gruñe, y la mujer de la recepción se encoge como si la hubiera insultado a ella personalmente.
-No quiero tener que entrar al centro de la ciudad a seguir buscando -le dice Nate-. Nos quedamos aquí y mañana por la mañana salimos directamente a la carretera y nos ahorramos una hora.
-La cogemos, muchas gracias -intercede Dan, sacando su carné de conducir para dejar una identificación-. Esta noche ha sido una locura.
-Es una habitación con cama de matrimonio.
-Estupendo.
-No hay problema -le asegura Dan, sonriendo-. Dormiré en el suelo si así consigo que te calles, Chuck -dice con los labios apretados, girándose hacia él.
Firman los papeles y Dan paga la noche con el dinero del bote antes de recibir la llave de la habitación. Les explica cómo llegar hasta ella y les sugiere un par de sitios para cenar y desayunar por la zona, obviando las señales inequívocas de que quieren que cierre el pico y les deje ir a darse una ducha.
-Gracias a Dios -dice Nate, sacando su bolsa del maletero del coche y arrastrándola hacia la habitación-. Creí que este día no se iba a acabar nunca.
-Sigo sin entender cómo esperáis que durmamos esta noche.
Dan abre la puerta, que chirría ligeramente.
-Deja de quejarte, Chuck. No va a ser la primera vez que compartas cama con dos personas.
-Las circunstancias no van a ser las mismas.
-Depende de las cervezas que me tome esta noche -bromea Nate, dejando la maleta en el suelo de moqueta grisácea-. Esta es la cama de matrimonio más diminuta que he visto en mi vida -musita, y Dan suelta un gruñido frustrado, dejándose caer sobre ella como un peso muerto.
-La noche no deja de mejorar -dice él, mirando alrededor, estudiando la habitación. Los muebles de aglomerado, las cortinas estampadas que se notan grasientas incluso desde lejos, las láminas enmarcadas en la pared, siempre un detalle tan innecesario. Dan vuelve a gruñir y se revuelve en la cama para quitar la colcha. Las sábanas blancas parecen limpias y nuevas, y algo es algo.
-Vale, vamos a hacer una cosa -sugiere Nate, sentándose junto a los pies de Dan, que cuelgan por el extremo del colchón-. No podemos dormir aquí los tres.
-De eso creo que somos todos conscientes.
Nate tiene a bien ignorarle.
-Alguno de los tres tendrá que ligar esta noche -dice, sin poder evitar una sonrisa pícara, como si siguiera siendo ese chico inocente y virginal que era con dieciséis años-. Hay una convención de aseguradoras, no sé si os habéis enterado.
-Nunca he conocido a una agente de seguros de menos de cincuenta años.
-Bueno, encontraremos a alguien interesante. ¿Cuál es la población de Des Moines?
-Doscientos y pico mil -contesta Dan, con la cara aún aplastada contra las sábanas.
-Hay al menos cien mil mujeres en esta ciudad, alguna nos dejará dormir en su cama.
-Suena como una idea de mierda -dice Humphrey, y Chuck tiene que estar de acuerdo con él.
-Vamos, va a ser divertido.
Apenas una hora después, cuando están en el bar al otro lado de la carretera comarcal mirando cómo Nate se deja ganar al billar por un grupo de mujeres bastante borrachas, Chuck advierte el fallo en los cimientos de ese plan. A veces se le olvida lo atractivo que es su mejor amigo.
Dan lo intenta también, durante aproximadamente dos segundos, antes de dejar que esa estudiante de la universidad de Chicago le arrastre a la conversación sobre Kerouac que Chuck se había negado a tener con él. Y habría sido una técnica perfectamente válida para llevarla a la cama si ella no hablara de su novio cada vez que se presenta la oportunidad. Es evidente que Dan no va a intentar nada con ella y que el plan ha quedado apartado. Y eso le hace la vida muy complicada. Mira a su alrededor y busca algo que le llame la atención, pero sabe de antemano que esa no es su audiencia, que la gente de Iowa no aprecia especialmente a los billonarios de Manhattan con trajes de sport que cuestan más que sus coches. Y que, aunque alguien lo hiciera, no va a irse a casa con nadie esa noche. Algo en su filosofía se lo impide, en Des Moines y en Nueva York y en Tokio. Chuck no lo hace en lugares desconocidos, por principios. Le hace un gesto al camarero y pide otro whiskey.
-¡Chuck! -le grita Nate, con un brazo alrededor de los hombros de Dan, acercándose hacia él haciendo eses-. Tequila -y levanta tres dedos en el aire.
Así que él pide los tres chupitos y no dice nada cuando el camarero les coloca encima una rodaja de limón y le deja el salero al lado. No dice que no es así como se bebe, porque esa es la típica cosa que haría Dan si lo supiera, si hubiera tomado suficiente tequila en México como para reflotar la economía de todo el país, como ha hecho él. Lamen la sal de sus manos y se beben el vaso de un trago, sin pensar. Chuck nunca puede evitar el escalofrío que le recorre la nuca cuando lo hace, y sabe que Nate tampoco, y por eso mira a Dan, que apenas encoge un poco la nariz antes de meterse el limón en la boca y chupar.
-Bebéis como niñas -dice con engreimiento, dejando la piel del limón dentro del vaso y chupándose dos dedos. Él aún tiene el sabor punzante del alcohol en la garganta, la quemazón bajándole hasta el estómago como si fuera a romper en llamas en cualquier momento. Es el tequila, nunca se le ha dado especialmente bien.
-Tres más -le dice al camarero, sólo para que Dan no se lleve la satisfacción de saber que lleva razón.
-No, no. Yo me retiro -le corta Nate-. Yo sólo había venido a por dos cervezas. No puedo estar más borracho yo que... -dice, haciendo un gesto vago hacia la mesa de billar.
-Tu presa.
Nate sólo sonríe de medio lado y coge los botellines que el camarero deja sobre la barra.
-¿Dos tequilas? -pregunta él, girándose hacia Chuck.
-Cuatro.
Se los beben uno detrás de otro, y Dan sigue haciéndolo sin pestañear. Él, que no es capaz de oler whiskey sin marearse. Chuck se lo toma como una afrenta personal.
Cuando intenta pedir otros dos Dan le para, con una mano en el hombro. Se conforma con dos cervezas, y se las beben en un silencio cómodo, observando a Nate y a los clientes del bar. Chuck no puede evitar fijarse en la manera en la que sus labios se aferran al botellín, en cómo su lengua persigue las gotas de cerveza que se escapan.
-Otro chupito -dice, porque necesita excusas para estar pensando esas cosas.
La música en este sitio es horrible, como si hubieran comprado una caja de cartón llena de singles en una venta de garaje en el 98 y hubieran decidido que eso cubría todas las necesidades de entretenimiento del bar lo que quedaba de vida. Deja a Dan apoyado contra la barra, diciéndole con un gesto que enseguida vuelve, y se acerca a la gramola, buscando algún tema decente. Juega con la moneda entre sus dedos mientras repasa todos los títulos, hasta que da con una canción tan perfecta que le cuesta mantener la calma cuando vuelve hacia donde está Humphrey pidiendo otras dos cervezas. Chuck se siente más borracho de lo que ha estado en años, porque por un instante está a punto de pasarle un brazo por encima de los hombros y chocar el botellín con el suyo.
-¿Qué te pasa? -dice Dan, con una sonrisa tonta y los párpados pesados, moviéndose como si su cuerpo fuera a cámara lenta. Chuck mira a su alrededor buscando a Nate, y le encuentra en una esquina del local, con los brazos alrededor de una chica rubia no demasiado interesante. Y es desafortunado, porque empieza a sentirse bastante poco responsable de sus actos y necesita que alguien le controle mínimamente.
-He puesto música.
-¿Los Manic Street Preachers, en serio?
Niega con la cabeza, apoyando los codos en la barra.
-Mi canción aún no ha saltado.
-¿Cuál has puesto?
-Lo sabrás, no te preocupes -le asegura, deslizando el botellín sobre la madera pegajosa-. Bebe.
-Parecería que intentas emborracharme.
-No tengas ninguna duda. He descubierto que así eres bastante menos insoportable.
-A lo mejor no es la cantidad de alcohol en mi sangre, sino en la tuya. Porque no estás precisamente sobrio.
-Eso es lamentablemente cierto. Bebe.
Beben durante tres o cuatro canciones más, y Chuck llega a convencerse de que no va a sonar su canción. Y de que puede que sea lo mejor.
Los primeros acordes de guitarra le pillan por sorpresa, porque hace tanto tiempo que no la escucha que ni siquiera la recuerda, aparte del repetitivo estribillo. Pero Dan levanta la cabeza en el primer segundo, en una reacción casi pavloviana.
-Dios mío, qué cabrón eres -dice, golpeándole en el pecho con el puño cerrado-. Qué cabrón.
-¿Quién iba a imaginar que Lincoln Hawk pegaba tan fuerte en Iowa -contesta, encogiéndose de hombros.
-¿Por qué...? ¿Te he hecho algo malo?
-¿Quieres que enumere?
-Chuck, haz que pare.
-Es una canción muy corta. Eso forma parte de su éxito. Cuando acaba te quedas con ganas de ponerla otra vez.
-Como la vuelvas a poner te mato.
Chuck se ríe, sin poder evitarlo más, porque la cara de sufrimiento de Dan es una belleza. Una camarera, con el pelo recogido en una trenza, se acerca a retirar vasos, y Chuck llama su atención.
-¿Sabes que el que canta este hit es su padre? -le dice, y Dan deja caer la cabeza sobre la barra con un golpe que es probable que duela en el futuro cercano.
-Me solía gustar esta canción. Cuando era joven e inocente y creí que estaba dedicada a mi madre, claro.
-Te encanta en secreto.
-En serio que no lo hace, Chuck -contesta, girándose a hablarle sin levantar la cabeza-. Me estoy muriendo de vergüenza.
-Es una buena canción. Pegadiza -dice la camarera, sonriendo de medio lado antes de irse.
-Este es un momento impagable. Nate debería hacer una foto -se le ocurre, buscándole con la mirada por el bar. Pero Nate no aparece por ningún lado. Demasiado había tardado, eso en Nueva York no le habría llevado más de veinte minutos.
El estribillo vuelve a sonar, y hay un par de chicas bastante borrachas que lo cantan a voz en cuello. Dan se cubre la cabeza con los brazos y musita algo inteligible, y Chuck ha bebido suficiente tequila como para pensar que puede que Dan no acabe la noche solo después de todo. No sería la primera vez que intenta que se vaya a la cama con dos mujeres a la vez. La tercera, según un cálculo aproximado y de memoria.
-Daniel, voy a hacerte un favor. Trátalo con el respeto que se merece y no me dejes en ridículo -dice, poniéndose de pie junto a él para agarrarle de los hombros y levantarle del taburete. Él se deja llevar, aunque probablemente sólo porque no conoce sus intenciones.
-Chuck, te prefiero cuando me tratas con desprecio.
-Lo sé.
-No sé qué quieres y eso me confunde. Y Nate quiere que seamos amigos, pero esto es...
-Deja de hablar -le ordena, empujándole hacia las chicas.
-¿A dónde me llevas?
-Estoy intentando que tu noche merezca la pena.
Él parece abrir los ojos, o enfocar la vista lo suficiente como para entender lo que está pasando, y clava los pies en el suelo, haciendo que Chuck choque contra su espalda.
-Mi noche ya merece la pena -dice, dándose la vuelta para mirarle.
-Seguro que sí -contesta él, tratando de ignorar la manera en la que Dan clava la mirada en su boca cuando habla.
-Me lo he pasado bien. Eres... No eres horrible, supongo.
-Gracias.
-¿Recuerdas...? Ayer, en la feria, todas eso que dije. Soy simple, me gustan las cosas sencillas, y tal. No necesito eso -dice, señalando con la cabeza a las chicas-. Me lo he pasado bien hoy.
-Bien. Eso está bien.
-Sí.
Dan sonríe tímidamente, nervioso de repente, y a Chuck le gustaría saber lo que está pasando.
-¿Somos amigos?
-¿Qué?
-Ayer lo dijiste. Hacer un viaje con mis amigos, o algo así.
-Ah. No -contesta, sonriendo con ironía-. Hablaba de Nate y de Pip, mi amigo imaginario. Lo llevo siempre aquí -dice, metiéndose la mano en el bolsillo de los vaqueros-. Es un rinoceronte.
-Eres ridículo.
Dan se ríe, dejándose caer sobre la sucia pared estucada.
-Hemos sido amigos, yo creo -dice tras un momento, mirando hacia algún punto detrás de Chuck-. A veces. Otras veces, las más, hemos sido algo parecido a conocidos que no se soportan.
-Pero eso es porque yo represento todo lo que odias del mundo, y tú...
-Yo no te gusto demasiado.
-Eso no es verdad.
Dan cierra los ojos y se pasa las manos por el pelo, arqueándose contra la pared, cuando acaba la canción de Lincoln Hawk y empieza una nueva. Un solo de saxo inconfundible.
-¿Careless Whisper? ¿Es este sitio en serio? -dice, riéndose con languidez-. Joder, qué borracho estoy.
Chuck también lo está, aunque no lo vaya a reconocer, aunque ni siquiera se permita pensar en ello. Pero es bastante obvio cuando apoya una mano en la pared, peligrosamente cerca del cuerpo de Dan. Él no le aparta, pero tampoco hace nada por acercarle más. Lleva las manos hacia sus hombros, y flotan allí un segundo antes de atreverse a tocarle, apretando con fuerza sus brazos justo por encima del codo. Le mantiene allí, en esa distancia incómoda entre el no significar nada y ser perfectamente obvios.
Chuck mira sus labios, húmedos y brillantes, ligeramente entreabiertos. Tiene la necesidad de besarle, casi irrefrenable. Quiere morderle y hacer que se revuelva contra su cuerpo hasta encontrar esa postura en la que sus esquinas encajan. Sabe que puede hacerlo, que Dan lo está deseando. Sabe que si no lo hace, si da un paso hacia atrás y va a pedirse otra cerveza no se atreverá a echárselo en cara, y todo volverá a ese incómodo y natural estado de las cosas entre ellos dos. Entre los tres.
-Volvamos al hotel -dice en apenas un susurro, enganchando un dedo en una de las trabillas del pantalón de Dan. Él parpadea un par de veces, deliberadamente lento.
-Sí.
Dan tarda una eternidad en conseguir abrir la puerta de la habitación.
-No entiendo por qué soy yo el que se ha quedado la llave. Como si fuera, de los tres, el que menos posibilidades tenía de...
-Daniel.
Consigue meterla en la cerradura al fin y la gira. La puerta se abre con un chirrido hacia la habitación oscura y llena de maletas y zapatos desperdigados por el suelo, y Dan tropieza con algo a cada paso que da.
-Joder -exclama, cuando sus rodillas chocan contra el marco de la cama. Se da la vuelta y estira los brazos buscando a Chuck, que nunca ha dejado de seguirle de cerca, sus manos suspendidas en torno a sus caderas, esperando que le de permiso para tocar.-. Vamos -dice, clavando los dedos en su nuca y atrayéndole más cerca, dejándose caer sobre el colchón. Chuck cae con él, notando el calor del cuerpo de Dan bajo el suyo, la manera en la se mueve casi con desesperación por buscar su boca. Le besa y algo en Dan parece abrirse, entregarse. Cuando dibuja con la lengua su labio inferior, separa las piernas y tira de Chuck para colocarle entre ellas. Él le desabrocha los pantalones sin preámbulos, y puede que sea eso o su boca en el cuello de Dan lo que le hace soltar un jadeo tembloroso.
No pierden el tiempo con sutilezas. Chuck le baja los vaqueros y se presiona contra él mientras Dan se revuelve para sacar las piernas de ellos. Le levanta la camiseta y ocupa la boca en uno de sus pezones, dejándole a él el trabajo de quitársela del todo y, de paso, quitarle a él la camisa. Es desordenado y frenético, nada elegante, y los sonidos que escapan de la boca de Dan se van haciendo más desesperados, hasta que decide cambiar las tornas. Le empuja para dejarle de espaldas en la cama y trepa sobre él, una rodilla a cada lado de sus caderas. La habitación está oscura, pero la luz de las farolas amarillentas de la calle se cuela por las cortinas y enmarca el cuerpo de Dan, largo y delgado. La luz se engancha como una tela fina en sus pezones y el los huesos de su cadera y en sus clavículas, en los codos huesudos y en los nudillos que se pelean bajo la tela de la ropa interior de Chuck.
-Oh, joder -dice, cuando le toma en sus manos. Se gira para verlo y su espalda se arquea maravillosamente, los músculos de sus costados marcándose bajo la piel. Chuck clava ahí los dedos cuando se dispara su cadera con la necesidad de hundirse en él-. Mierda. Condón. Espera -jadea, estirándose hacia el borde de la cama, rebuscando en la maleta furiosamente. Los sobrecitos vuelan por todas partes, y a Dan se le escapa una risa nerviosa-. Genial -musita, tirándole uno a Chuck y volviendo a buscar en la maleta hasta encontrar el pequeño bote transparente de lubricante-. Vamos. Hazlo -le pide, con la respiración agitada.
El líquido frío y resbaladizo se desliza entre sus dedos cuando los cuela entre las piernas de Dan. Él se estremece al notar la presión, clava los codos en el colchón y la frente en el hombro de Chuck cuando comienza a hundirse en él, despacio y con esfuerzo. El cuerpo de Dan opone resistencia, Chuck sólo ha usado el lubricante justo para que no sea doloroso, no el suficiente para que sea fácil. Quiere que lo sienta, que note cada milímetro que le conquista a su cuerpo. Dan cierra los ojos con fuerza y le muerde el hombro.
-Vamos, Chuck -suplica, empujando contra él hasta que le engulle completamente, y no deja de empujar-. Vamos -repite, rozando sus labios, y él le besa con la boca abierta y hambrienta, moviéndose dentro de él erráticamente. Flexiona las piernas, busca un punto de apoyo, y cuando lo encuentra se clava en Dan y le arranca un gemido de sorpresa, un gruñido satisfecho-. Así, justo así -farfulla, besándole de nuevo torpemente, entre jadeos-. Joder, así.
Todo se desdibuja a su alrededor. Dan se incorpora y le cabalga, esa es la única palabra que le viene a la mente mientras le observa. Cierra los ojos y la lengua le asoma entre los labios mientras musita algo en voz baja, moviendo las caderas frenéticamente, las piernas en tensión. Chuck trata de apartar la mirada de su cara, de la manera en la que su expresión se contrae cada vez que le hunde en su cuerpo, de cómo se muerde los labios, de la manera en la que su nuez se mueve cuando traga saliva antes de gemir una vez más.
El ritmo se vuelve irregular. Dan apoya las manos en el pecho de Chuck, le clava las uñas y se inclina a besarle una vez más.
-Estoy a punto -dice, rozando los labios contra su mandíbula-. Tócame.
Chuck le da la vuelta en un solo movimiento y mete una mano entre sus cuerpos, apretando la base de su erección con fuerza.
-Aún no -le ordena, y Dan suelta un quejido y clava los talones en los riñones de Chuck. Se lo folla despacio, alimentando poco a poco el nudo en su estómago, la presión sorda en la base de la columna. Dan se retuerce y gime y le pide más, más rápido, más fuerte, Chuck se bebe su desesperación, comienza a mover su mano lentamente y Dan deja de respirar. Se hunde en él con un golpe brusco.
-Chuck, te lo digo en serio...
-¿Qué? -gruñe, con otra embestida-. Dime qué quieres.
-Oh, joder. Te odio -dice, estrechando los brazos en torno a su cuerpo, marcando las yemas de los dedos en su espalda-. Quiero que me folles como si me odiaras.
Chuck se ríe, se muerde la lengua para no decirle lo mucho que le gusta oírle hablar así. Le hace levantar las caderas y se hunde en él rápido y duro, y Dan apenas aguanta un momento, se corre casi instantáneamente, arqueándose en un movimiento eléctrico y gritando a través de los dientes apretados. Chuck no necesita mucho más para hacerlo también, con una sacudida, casi un latigazo, temblando con el orgasmo aún enterrado en él, con la boca apretada sobre la de Dan y los dedos dejando marcas rojas en su piel.
La tensión abandona sus cuerpos lánguidos y maleables mientras recuperan el aliento, rozándose perezosos y demasiado sensibles, cubiertos de un sudor caliente y pegajoso.
-Oh, mierda -masculla Dan, apartándole de encima con las manos blandas y torpes-. Esto ha sido una locura.
-No -contesta él, lanzando el condón hacia la papelera, sin preocuparse por si cae dentro. Siente los músculos de gelatina.
-Dijimos que esto no iba a volver a pasar.
-Tú lo dijiste.
-Sí -reconoce, secándose con el dorso de la mano la frente.
-¿Y qué tal resultado te está dando hasta ahora? -dice, limpiándose en las sábanas arrugadas.
-No demasiado bueno, obviamente -contesta Dan, sonriendo con ironía.
-Un problema menos, entonces.
-¿Y qué, vamos a seguir acostándonos cada vez que nos tomemos dos cervezas? -masculla, levantándose de la cama y buscando sus calzoncillos entre el desastre de la habitación.
-No veo por qué no.
-Chuck, por favor, es enfermizo -le reprocha.
-No hay necesidad de ofender, Humphrey.
-¿Por qué sigues haciéndome esto?
-No ha sido sólo culpa mía -le recuerda, agarrándole del brazo y tirando de él para que vuelva a la cama-. Tú estabas bastante...
-Había docenas de personas en el bar -le interrumpe-, podrías haber elegido a cualquiera de ellas.
Chuck hunde la cara en el cuello de Dan y recorre sus tendones con la lengua, arañando con los dientes hasta que le arranca un quejido.
-Sobreestimas mis capacidades de seducción.
-Chuck, joder.
-Tú tienes algo que ellos no. A ti no tengo que pedirte permiso para ser salvaje.
-Deberías -replica, dejando caer la cabeza sobre la almohada-. Es lo elegante.
-Tú eres la persona más inelegante del mundo, ¿te has fijado?
Dan asiente con la cabeza y enreda los dedos entre su pelo.
-No dejes de hacer eso -dice.
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[parte 1][
parte 2]