Título: Dr. Goldsmith is dead
Fandom | Personajes: RPS | Jesse Eisenberg, Andrew Garfield
Resumen: Cuando se muere el viejo doctor Goldsmith, Jesse se ve obligado a buscar un nuevo terapeuta. Pero encuentra algo más.
N/A: Escrito para el amigo invisible de
laredsocial para
raintofall con todo mi amor y mi frustración. Post-TSN pero pre-Asuncion (aunque el tiempo se estira y se encoge como me da la gana) y en un mundo en el que Anna nunca se ha cruzado en el camino de Jesse. Perdona el desconocimiento absoluto sobre temas psiquiátricos, el OOC y lo deprisa y corriendo que está escrito. Me habría hecho falta mucho más tiempo para escribirte lo que me hubiera gustado regalarte. Y aparte de a ti, reina, se lo dedico al resto de locas que espero que sepan quiénes son.
pequeño fanmix para acompañar el fic ---
Jesse no era muy aficionado a los cambios. En realidad, no era muy aficionado a casi nada en el mundo. El rap, los coches que se le pegaban al culo en la autopista, el tráfico de Los Angeles, Los Angeles en general, los periodistas, ponerse en evidencia en las entrevistas, los deportes de contacto, la arena de playa, las personas que tratan mal a los animales. Muchas cosas, en definitiva, pero especialmente el cambio.
Cuando murió el doctor Goldsmith no fue una experiencia tan dolorosa como habría cabido esperar. Sí, se había pasado cincuenta minutos a la semana con ese hombre desde hacía una eternidad, abriendo para él su cerebro y descubriéndole sus miedos, y cuando le llamó la secretaria para comunicárselo, lo único que fue capaz de pensar fue 'ahora tendré que encontrar a otro psiquiatra'. Y luego se sintió una persona despreciable.
Llamó a amigos, a compañeros de trabajo y a cualquier persona que hubiera tenido a bien darle su número de teléfono en la última década. Finalmente, le pasaron un nombre. El psiquiatra del amigo de un operador de cámara de Holy Rollers con el que había conectado gracias a su desagrado mutuo por todas las opciones vegetarianas en el carrito del catering. Juró que era muy bueno. "Un poco europeo, pero muy bueno", fueron las palabras exactas, y Jesse supuso que Europa estaba bien.
Llamó para pedir cita en el primer hueco que tuviera. Llevaba un par de semanas muy duras. El doctor Goldsmith se había muerto y él estaba sintiendo cierto complejo de abandono, y ni siquiera tenía a nadie a quien contárselo.
Una vez más, no se sentía como la mejor persona del mundo.
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Cuando llegó allí el miércoles lo primero que notó fue que era una consulta muy poco corriente. Él estaba acostumbrado a la madera oscura y el sillón de cuero verde y las estanterías repletas de libros viejos. Aquello era muy distinto. Cuando la puerta se abrió ante él, en lo primero que se fijó fue en ese chico joven y cuidadosamente despeinado. Luego, tras un instante, en el interior de la consulta. Las paredes eran claras y estaban desnudas excepto por un par de láminas abstractas que casi parecían tests de Rorschach. El mobiliario, o lo que podía ver de él, era sencillo y moderno, probablemente de estilo nórdico, aunque no es que Jesse supiese distinguirlo.
-Hola -dijo el chico despeinado. Tenía los ojos muy expresivos. De alguna manera muy sonrientes.
-Hola. Tenía una cita con... Uhm. El doctor Garfield.
-¿Jesse?
-Sí.
-Pasa. Enseguida estoy contigo, siéntate un momento -le pidió, y Jesse se fijó en que tenía un acento inglés muy marcado. Y llevaba una camisa de cuadros y un cárdigan.
-¿Eres tú...?
-Sí.
-Oh. Perdón. Creí que sería alguien más...
-¿Más viejo? Me pasa a menudo. Siéntate, por favor.
-Claro. Perdón.
Él sonrió con calidez y entró en el despacho, dejando a Jesse en la diminuta sala de espera que consistía apenas en un sofá y una mesita llena de revistas.
El doctor Garfield parecía un tipo agradable. No parecía un psiquiatra. No era viejo y canoso, ni le salían pelos de las orejas, pero aún así le ponía nervioso. Más incluso que el doctor Goldsmith cuando le miraba por encima de sus gafas sin pestañear. Le ponía nervioso porque le había pillado desprevenido.
-Ya estoy -dijo él asomándose por la puerta, sonriente otra vez-. Perdona, es que has llegado pronto.
-Lo siento. Suelo tener ese problema.
-No tienes por qué disculparte. Pasa, pasa -le pidió, aguantándole la puerta, y Jesse trató de que no se diera cuenta de cómo apoyaba todo el pie sobre la madera de la sala de espera antes de pasar a la moqueta del despacho.
Era un sitio más grande de lo que había imaginado desde fuera, con muchas ventanas al exterior por las que se veían las copas de los árboles plantados en la calle, que empezaban ya a amarillear con el frío del otoño. El doctor se sentó a un lado del amplio escritorio de madera teñida, y Jesse se fijó en la carpeta que quedó ante él, con su nombre en la solapa marrón en letras mayúsculas redondas.
Miró la silla al otro lado del escritorio, y luego el sofá gris a un par de pasos de allí, en el centro de la habitación.
-¿Dónde prefiere que me siente?
-Donde estés más cómodo, Jesse. Aunque, al ser la primera sesión casi es preferible tenerte aquí cerquita.
-Claro -dijo, acercándose y quitándose la chaqueta para colgarla del respaldo de la silla. Al doctor Goldsmith le gustaba que se tumbara en su diván. Jesse lo odiaba. Estar allí tumbado sólo le tensaba, le hacía sentirse indefenso y débil.
-Así que... tu anterior terapeuta -dijo, mirando las notas en la carpeta.
-El doctor Goldsmith.
-Siéntate, por favor -repitió, y le observó mientras lo hacía-. En su oficina me pasaron tu ficha. La he leído por encima, no he querido crearme ninguna idea preconcebida antes de verte yo mismo.
-Vale.
Jesse entrelazó los dedos sobre su regazo, tratando por todos los medios de controlarlos. Cuando estaba especialmente nervioso sus manos se volvían locas.
-Y esto quiere decir que vas a tener que contármelo todo desde el principio. Así que háblame de ti. ¿Quién es Jesse Eisenberg?
-Uhm. Bueno. Pues tengo veintiocho años, soy padre de acogida de cinco gatos, actualmente, pero pueden ser más esta misma noche, dependiendo de cómo salga esto -y lo puntuó con una sonrisa nerviosa-, y llevo en terapia desde los doce años. Por problemas de ansiedad, y de depresión ocasionalmente. Pero principalmente ansiedad.
-Vale, vale. Para -le frenó, mientras garabateaba algo en su libreta de hojas amarillas-. ¿Sabes lo que suele contestar la gente a esa pregunta?
-No -respondió, temiendo haberlo hecho mal ya nada más empezar.
-Soy abogado, o soy dentista.
-Oh. Soy actor. De películas y de teatro.
-Ya lo sé. Voy al cine -contestó él con buen humor-. Lo que quiero decir es que los actores no suelen decirlo porque dan por supuesto que les conozco, aunque no hayan salido más que en un anuncio de detergente. Y si lo dicen es como con condescendencia. Soy actor, obviamente -imitó, con mucha pompa.
-Oh. Yo no...
-Ya, tranquilo. Lo que me ha sorprendido es que no pareces sentir que tu profesión sea algo relevante. O más relevante que tus gatos.
-Supongo que no.
-¿Por qué? -preguntó, y por primera vez le miró con cara de psiquiatra, y a Jesse le dio un poco de miedo.
-No sé. Porque sólo es lo que hago.
-Pero no es como si fueras cajero en un Walgreens. Eres una estrella de Hollywood.
-No soy una estrella.
-Eres un actor reconocido. Has estado nominado al Oscar. Es imposible que tu profesión no marque tu vida. Marca la mía, que soy un simple terapeuta, porque es lo que hago ocho horas al día, cinco días a la semana -le dijo, haciendo clic dos o tres veces con su bolígrafo-. Tú eres una estrella de cine todos los días, aunque estés fuera del estudio o del teatro. Vas a cenar a un restaurante y sigues siendo una estrella de cine.
-Pero no es eso lo que me define -contestó Jesse sencillamente-. Ser actor no me define, porque cuando soy actor no soy yo mismo, y cuando soy Jesse no soy actor. ¿Entiende? Ser famoso me marca, pero tampoco me definiría como una persona famosa.
-Porque no te gusta serlo.
-Evidentemente.
-¿Por qué es eso evidente? -preguntó riendo.
-Porque no me siento cómodo alrededor de la gente. Y supongo que eso sí es evidente.
-Sí.
-Y la gente tiene cierta manera de acercarse a las personas famosas, como si estuvieran allí simplemente para su disfrute. A veces está bien, cuando es alguien que ha leído algo sobre mí y es consciente de que no me resulta especialmente cómodo que lo hagan -puntualizó, y tuvo que cerrar la mano en un puño para dejar de tocar el borde de la mesa y la costura lateral de su pantalón nerviosamente-, pero sienten esa especie de impulso irrefrenable por decir que Adventureland es su película favorita, o que La red social... Lo que sea. Y supongo que si fuera capaz de aceptar los cumplidos sería maravilloso que se me acercaran de esa manera. Pero luego están los otros, los que sacan el móvil y me hacen una foto mientras cruzo un paso de cebra en mi bici y el pelo sale por los agujeros del casco y estoy ridículo, y a las dos horas está en internet en todas partes.
El terapeuta asintió con la cabeza, animándole a continuar. Él se dio cuenta de que ya volvía a gesticular.
-Y supongo que eso es la fama -siguió, tratando de controlarlo-. Y tener éxito en mi trabajo acarrea ese tipo de consecuencias, pero no es para lo que yo firmé cuando me metí en esto. Está bien tener éxito, porque significa que estoy haciendo bien mi trabajo. En la mayoría de los casos, quiero decir, porque también hay gente que es conocida y nunca ha hecho nada de provecho en su vida -añadió, hablando tan rápido que casi se trababa-. Pero.
-¿Por qué elegiste esa profesión, entonces? La mayoría de los actores tienen algo de exhibicionista.
-Interpretar a otras personas me permite dejar de ser yo mismo durante un rato -contestó, negando con la cabeza como si que pensara que le gustaba ser visto fuera ofensivo-. No me gusto especialmente.
-No hace falta tener un título para darse cuenta de ello. Y supongo que sabes que el problema para aceptar cumplidos tiene la misma fuente.
-No es aceptarlos, es creérmelos.
-¿Simplemente piensas que toda esa gente que te admira y admira tu trabajo está terriblemente equivocada?
-Suena estúpido si lo dice así.
-¿Que estás engañándolos a todos -siguió- y en algún momento se darán cuenta de ello y...?
-Sí -reconoció.
Él volvió a hacer un par de anotaciones en su bloc.
-¿Alguna vez has recibido una mala crítica?
-Claro.
-¿Y esa te la has creído?
-Sí.
-Pero las buenas no te las crees. Y son muchas más que las malas. Te han nominado a un Oscar, y a ningún Razzie del que yo tenga constancia.
-Pero...
-¿Y de qué tipo son las críticas negativas que recibes? -le cortó.
-Dicen que siempre interpreto el mismo papel -respondió a media voz-. Que me interpreto a mí mismo.
-¿Y por qué lo haces?
-No lo hago.
-Así que es una crítica infundada.
-Es su opinión...
-¿Si eres actor para dejar de ser tú mismo, por qué te interpretas a ti mismo? -volvió a interrumpirle con brusquedad.
-¿Qué está haciendo? -preguntó Jesse, un poco acobardado.
-Estoy probando una cosa.
-¿Trata de hacerme sentir incómodo?
-Sí.
-No hace falta que lo intente, estoy incómodo la mayor parte del tiempo.
-Porque te incomodas tú mismo. Ahora soy yo el que te incomoda. Has parado de hacer esas cosas con las manos -notó, señalándolas sobre su regazo. Él las escondió bajo sus piernas-. No trates de dejar de hacerlo, porque esa es la mejor indicación de lo que realmente pasa por tu cabeza.
-Se supone que tiene que hacerme sentir seguro.
-No. Soy un terapeuta, no un golden retriever. Lo que tengo que hacer es que te enfrentes a lo que te bloquea y lo superes. A veces es necesario ser un poco duro -añadió, y su tono sonó a disculpa-. ¿Por qué te interpretas a ti mismo?
Jesse estaba aún más confuso que antes. Él era bueno con las primeras impresiones, y la que el doctor Garfield le había dado no estaba resultando ser acertada en absoluto. Cuando le había visto por primera vez había imaginado que sería amable, que se reiría mucho y que sería el tipo de persona que usa muchos diminutivos. Y entonces se habían sentado frente a frente y había aparecido el psiquiatra psicópata a fusilarle con preguntas para las que no tenía una respuesta acertada.
-¿Jesse?
-No lo hago -contestó a regañadientes-. Interpreto a personajes socialmente ineptos porque no doy el perfil para ser James Bond.
-Tienes que ser inglés para hacer de James Bond.
-Tiene gracia -ironizó.
-También interpretas personajes terriblemente inteligentes. Tanto que muchas veces su inteligencia se interpone en sus relaciones sociales. -Apoyó la barbilla en una mano y le miró con interés-. ¿Es así como te sientes?
-No lo sé. No lo creo.
-¿Te consideras inteligente?
-Sí, supongo.
-Yo también lo creo. Que eres inteligente, quiero decir -aclaró con una sonrisa-. ¿Crees que si fueras menos inteligente serías más feliz? Es una idea muy generalizada -le tranquilizó, al ver su reticencia a contestar-. Y muchas veces acertada.
-No lo sé. No creo que el problema sea que mi inteligencia me separe del resto de mortales.
-Pero hay algo que te separa -notó.
-Supongo.
-¿Te sientes solo?
-Me gusta estar solo.
-No es eso lo que te he preguntado. No hace falta estar solo para sentirse solo. Puedes hacerlo en una habitación llena de gente, y esa es la peor de todas las soledades.
Jesse asintió con la cabeza lentamente y guardó silencio. ¿Era una persona tan transparente? Apenas le conocía y ya sabía dónde tocarle. Eso le daba miedo. Le hacía sentir vulnerable. Más vulnerable de lo normal.
-¿Tienes muchos amigos? -preguntó el doctor Garfield tras esperar un momento muy largo a que él añadiera algo más.
-Tengo buenos amigos -contestó, quizá con demasiada rapidez-. Unos pocos, pero buenos. Actores casi todos, así que no es fácil mantener el contacto.
-¿Y cómo te hace sentir eso?
-Ya tardaba en hacer esa pregunta -dijo Jesse, sin poder evitar reírse.
-Ya sé que es un cliché, pero hay que hacerla -se rió él también-. Así que, ¿cómo te hace sentir?
-¿Que mis amigos tengan vidas a las que atender?
-Que no estén allí cuando les necesitas.
-Sí están.
-¿Sí? Si un día llamas a cualquiera de ellos para ver una peli y comer una pizza, ¿están allí?
-Están para las cosas importantes.
-¿El día a día no es importante?
-Bueno, sí -admitió a regañadientes-. Pero ellos tienen una vida, un trabajo al otro lado del país, tienen cosas que hacer...
-¿Y tú no?
-No estoy diciendo eso.
-Esa también es tu vida, Jesse.
-Ya.
-¿Y bien?
-No sé -musitó.
-Vas a tener que hablar conmigo, Jesse. No te puedo leer la mente. Soy bueno, pero no tan bueno -sonrió, tratando de tranquilizarle.
-A veces... -comenzó él, tentativamente-. A veces me parece que yo, no sé. Que significa más para mí que para ellos. Que yo tengo tres amigos y ellos tienen trescientos, y yo ni siquiera estoy en su top-ten.
-Eso es una putada. Con perdón.
-Supongo que es normal -aventuró, y le miró para asegurarse de que no estaba diciendo ninguna tontería, pero no fue capaz de encontrar la respuesta en su cara-. Haces una película con alguien y creas una relación con él, y si no tienes nada más te aferras a ello. Pero la gente normal tiene otras cosas, y en cuanto acaba la promoción y empiezan a trabajar en otra cosa... Es verdad que tratan de mantener el contacto, pero supongo que por lástima...
-La gente no se acerca a ti por lástima. ¿Es eso lo que sientes de verdad?
-No sé. Supongo que resulto gracioso al principio, cuando todo este... esta especie de auto-menosprecio parece simplemente una manera cómica de expresar modestia. Y para cuando se dan cuenta de que no lo es, de que es una enfermedad mental, les da miedo decir claramente que no les intereso. Se sienten obligados a aguantarme. Por si al no hacerlo me vuelvo loco, o lo que sea.
-¿En serio? -preguntó el doctor con algo que parecía preocupación.
-No debería de mirarme como a un bicho raro cuando digo este tipo de cosas -le dijo, tratando de no parecer demasiado ofendido.
-Sólo me sorprende lo equivocado que estás con respecto a la gente -aclaró-. Porque la compasión no es una fuerza tan poderosa. La gente que sigue a tu lado lo hace por una razón, y yo sólo te conozco desde hace un rato, pero creo poder entender cuál es. Y me atrevo a decir que si sientes que tú estás más implicado que ellos es porque no permites que se impliquen. Porque tienes miedo de parecer necesitado. Pero no por parecer débil, porque eso es algo que no temes hacer y algo bajo lo que te escudas, y me parece una manera muy inteligente de sobrellevarlo. Es sólo que no te gusta importunar. ¿No?
-No sé. ¿Supongo?
-Jesse.
-No veo por qué tienen que llevar el peso de mi ineptitud social -concedió finalmente-. Ya hacen suficiente.
-Y tú lo haces por ellos. Nadie es normal, así que deja de llamar a los demás 'personas normales'. Tú tienes estos problemas, que no son pocos, pero los demás tenemos otros. Algunos tienen auténtico terror a estar solos, o tienen personalidades adictivas, o son codependientes de sus parejas o sus amigos; y no por no estar diagnosticados son problemas menos importantes, y también afectan a su vida, pero la mayoría han conseguido que no sean lo que la rija. Y tus amigos tendrán otras cosas, y estoy seguro de que las vuelcan sobre ti, porque eso es lo que hacemos las personas, apoyarnos los unos en los otros.
-Ya.
-Nadie es normal, y tú no eres un enfermo mental.
-No creí que lo fuera a interpretar literalmente.
-Tú tienes un trastorno por ansiedad que es grave, no nos engañemos, y continuado, lo que ha hecho que afecte a tu desarrollo normal como persona. Nunca vas a poder ser uno de esos que tiene millones de amigos, que es siempre el centro de todas las fiestas, pero es que tampoco es eso lo que quieres. ¿No?
-No me gustan las fiestas -trató de bromear Jesse.
-Toda tu vida vas a ser socialmente inepto a cierto nivel, pero eso no tiene que ser necesariamente malo si aprendes a convivir con ello. El problema es que tienes tu trastorno tan internalizado que crees imposible superarlo, y eso te produce aún más ansiedad. Es una bola de nieve que va creciendo, y está llegando a un punto en el que es tan grande que no puedes ver lo que hay detrás de ella. Pero se puede cambiar, puedes salir de ello. Que lleves viviendo con ello toda tu vida no quiere decir que sea crónico. Se puede cambiar, estoy convencido de ello. Y puedo intentarlo si estás dispuesto.
-Es lo que llevo dieciséis años haciendo.
-Esto no va a ser la consulta del doctor Goldsmith. No voy a dejar que te tumbes en el diván y desvaríes durante cincuenta minutos para luego darte una receta que sólo tratará los síntomas, y hasta la semana que viene. Eso es ser un psiquiatra vago e incluso negligente, y estoy empezando a estar muy enfadado con él.
-Lo noto.
-Yo no trabajo así. Probablemente odies venir aquí cada semana, porque te haré sufrir. Porque sacaré todas esas cosas que te hacen sufrir y te obligaré a hablar de ellas, a estudiarlas hasta que te des cuenta de por qué lo hacen, y de cómo puedes cambiarlo. Probablemente ya lo estés odiando, pero en el fondo espero que sepas que es así como tiene que funcionar.
-Lo sé -dijo, asintiendo con la cabeza.
-Vas a llorar y me hará feliz que llores, porque eso significará que estoy haciendo algo bien. Y odiarás venir, pero cuando salgas sabrás que estás un poquito mejor. -El doctor le miró esperando una respuesta. -¿Sí?
-Vale.
-¿Eso significa que te atreves a volver?
-Sí.
-Guay. Genial.
-¿Guay?
-No soy tan joven como parezco, pero sigo siendo joven. Déjame un poco de margen -rió-. Bien. Voy a mantenerte la medicación que te daba el doctor Goldsmith. No me atrevo a tocarla de momento. ¿Necesitas recetas?
-No.
-Muy bien, ¿entonces la semana que viene a la misma hora? -preguntó, levantándose para coger su agenda-. ¿Te viene bien?
-¿Ya hemos acabado?
-El tiempo pasa volando cuando te diviertes, ¿verdad? -le picó, y Jesse no pudo evitar una sonrisa-. Con cualquier cosa me llamas, ¿vale?
-Vale. Gracias, doctor -dijo, recogiendo su chaqueta del respaldo de la silla.
-Ugh, hazme el favor de llamarme Andrew.
-¿Andrew?
-Es mi nombre.
-Ya, ya supongo -replicó azorado.
-Así que... -Rodeó la mesa y se acercó a él-. Espero que dejes que te de un abrazo.
-Supongo -contestó, nada convencido.
-No lo hago por gusto, Jesse, no te asustes -dijo, mientras le rodeaba con los brazos y le apretaba contra su pecho-. ¿Has estado más incómodo alguna vez en tu vida?
-No que yo recuerde -reconoció Jesse, con los brazos tensos contra sus costados, sabiendo que debería hacer algo, devolverle el abrazo, por ejemplo, y sintiéndose físicamente incapaz. Miraba a la pared y contaba los segundos en su cabeza-. Hueles bien.
-Eres muy amable.
Andrew se separó, pero mantuvo una mano en su hombro. Sonreía afablemente, casi demasiado, como lo había hecho antes de empezar la consulta, y a Jesse le daba la impresión de que había conocido a dos personas distintas esa tarde.
-El contacto físico es importante para el desarrollo emocional. Voy a tocarte un montón, espero que lo tengas en cuenta. -apretó su hombro y le dejó ir con media sonrisa-. Cuídate, ¿vale?
---
Cuando llegó el miércoles por la mañana rezó para ponerse enfermo. El tiempo había pasado muy rápido y ni siquiera había tenido ocasión de que le sucediera nada digno de ser comentado. Sólo había escrito algunas páginas para una obra que tenía en mente, había dado de comer a los gatos y había hecho la colada. No podía ir con eso a su psiquiatra. Le iba a decir que se buscara un puto trabajo y dejara de hacer el vago todo el día, y entonces a lo mejor su vida empezaría a tener sentido y él dejaría de ser un fracaso de ser humano.
-He estado escribiendo -dijo, y aunque no era mentira, sintió que había conseguido que pareciera mucho más de lo que realmente era.
-¿Qué escribes?
-Musicales. Obras de teatro.
-Vaya. ¿Alguna que me pueda sonar?
-Hamlet -contestó, y Andrew soltó una carcajada-. No. No ha llegado a representarse ninguna. No lo hago de forma profe...
-¿Y de qué va esta? -le interrumpió antes de que pudiera empezar a desacreditarse todo lo que le había gustado.
-Aún no lo sé. Sólo estoy buscando las voces -contestó, encogiéndose ligeramente de hombros.
-¿Y eso cómo se hace? A lo mejor es una pregunta estúpida, pero es que es algo que nunca he comprendido, esto del proceso creativo. ¿Cómo escribes si no tienes una historia?
-La historia va saliendo si encuentras los personajes a los que quieres escribir. Para mí es así, al menos -le explicó, temiendo sonar ridículo. Sólo era un hobby, algo que hacía cuando nadie miraba. Ni siquiera lo hacía demasiado bien-. Supongo que los escritores de verdad lo harán de otra manera.
-Vale. Pues háblame de tus personajes.
-Bueno. Pues siempre hay un chaval judío de veintitantos. Muy inteligente, muy agudo con su humor, pero por lo general incomprendido.
-Ya veo.
-Sale mucho más económico si el escritor y el actor principal son la misma persona -se justificó, con media sonrisa.
Andrew asintió comprensivamente.
-¿Y entonces?
-Pienso en otra persona, algún actor con el que quiera trabajar, porque es mi obra y puedo hacer con ella lo que quiera. No va a representarse nunca, así que trato de pasármelo bien mientras la escribo.
-¿Eres consciente de lo que estás haciendo ahora mismo? -le preguntó, divertido.
-¿Qué estoy haciendo?
Jesse se paró a mirarse, y no necesitó más de una milésima de segundo para percatarse. Estaba sentado en el borde de su sillón, y tenía los brazos sobre el escritorio, el cuerpo inclinado hacia él. Casi con un exceso de confianza. Volvió a encogerse, avergonzado, como el caracol que se esconde en su concha.
-Esto es lo que realmente eres -dijo sonriente-. Mírate.
-¿Qué?
-El otro día me hablaste de ser actor, y lo hacías casi como pidiendo perdón. Y ahora tu cuerpo estaba diciendo todo lo contrario. Estás orgulloso de lo que escribes, de la persona que eres cuando escribes.
-La verdad es que no creo que se me de muy bien.
-¿Y qué? Es lo que más disfrutas haciendo. No estoy diciendo que no te guste actuar, pero creo que no lo disfrutas tanto como esto.
-Yo... Claro que me gusta ser actor -repuso, tensándose-. Es lo único que he querido ser toda mi vida, lo único que sé.
-¿Es lo que te hace feliz?
-Sí.
-No le cuentes mentiras a tu médico, Jesse -le reprendió, como a un niño pequeño-. Los gatos te hacen feliz, escribir te hace feliz. Seguramente, actuar en teatros te hace feliz, y no voy a decir que hacerlo en películas no lo hace, si tú me aseguras que es así. ¿Pero ser una estrella de Hollywood?
-Me permite trabajar con los Finchers y Sorkins y los Woody Harrelsons de ese mundo, así que no voy a quejarme. Puede que no acabe de comprender por qué tengo éxito, pero no voy a tirarlo por la borda sólo porque tenga efectos secundarios.
-¿Realmente no sabes por qué tienes éxito?
-Pero... -empezó a decir. Odiaba cuando cambiaba de tema y le dejaba aún con argumentos en la boca-. Creí que ese era uno de los grandes problemas que me traían a tu consulta.
-Nunca supongas que sé nada sobre ti. Lo que necesito es saber lo que tú crees que sabes de ti mismo.
-Eso ni siquiera tiene sentido.
-Hazlo por mí -insistió, sonriendo demasiado inocentemente-. Explícame por qué te sientes inseguro al hacer lo único que has hecho toda tu vida.
-No lo sé. No puedo explicarlo. En la mayoría de las películas que he hecho he estado convencido, el 90% del tiempo, de que cada vez que el director me llamaba era para decirme que estaba despedido.
-Y te sientes como un fraude constante -concluyó-. Pero cuando escribes...
-Nada de lo que he escrito se ha representado nunca -le cortó-. Ni lo hará, probablemente.
-Y no te importa, ¿verdad? Porque cuando escribes lo haces para ti mismo. Y cuando representas un papel, también. Pero ese es un trabajo para el público, aunque no sea por eso por lo que tú lo haces. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
-¿No soy yo el que tiene que hablar aquí?
-¿Por qué te cabrea que te diga estas cosas? -inquirió.
-No estoy enfadado -dijo entre dientes.
-Puede que no estés acostumbrado a esta sensación, pero esto es estar enfadado, Jess -repuso, casi burlándose de él.
-Claro que me enfado.
-Contigo mismo. ¿Cuándo fue la última vez que te enfadaste con otra persona?
-Me gusta ser actor, ¿vale? -le espetó- Y si algo en el mundo me pudiera hacer feliz, actuar sería una de esas cosas. No me gusta la idea de que me vean hacerlo, ni tener que hacer promoción, ni que me reconozcan por la calle. Pero actuar es lo que hago, y es lo que quiero hacer. Y me ofende que pienses lo contrario. Me hace plantearme tu valía como psiquiatra.
-Estás precioso cuando te enfadas -le dijo, como si no hubiera prestado ninguna atención al contenido de su mensaje. Parecía orgulloso-. Médicamente hablando. Es maravilloso. Y sólo es la segunda sesión.
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Las semanas pasaban muy rápido. Finales de septiembre se convirtió en mediados de octubre, finales de noviembre, diciembre, Navidad. Las sesiones cada vez eran más difíciles pero sucedían con más naturalidad. Jesse se pasaba los dos días anteriores pensando en cosas que decirle, en todas las novedades que creía importante comentar con él, y cuando llegaba allí ni siquiera tenía ocasión de hacerlo, porque Andrew siempre encontraba algo. Algo que a Jesse ni siquiera le había parecido importante en su momento, que sólo comentaba de forma anecdótica, pero a lo que él le sacaba punta. Y Jesse se daba cuenta de que realmente era más importante que ese casting que había creído hacer tan mal pero luego había resultado ser un éxito, o ese guión que había llegado para un papel que ya había interpretado cien veces.
Y, en cierta manera, le molestaba que le entendiera tan bien, y que lo hiciera con tanta facilidad. Que empatizara con él de esa manera le irritaba sobremanera. A Jesse le resultaba complicado querer mejorar, sabiendo que había alguien en el mundo como él que era capaz de entenderle tal y como era.
Probablemente, tener un psiquiatra que le resultara encantador fuera contraproducente.
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-Relaciones sentimentales -espetó Andrew de repente, cruzándose de brazos.
-¿Qué?
-¿Cómo que qué? Siempre evitas el tema. Qué hay de ellas.
-Ah. Actualmente, nada -dijo a media voz.
-¿Y antes?
-Bueno. Ya sabes. Nada de importancia.
Él le miró un momento con sus grandes ojos marrones, hasta que Jesse no pudo mantener su mirada y bajó los ojos.
-¿Eres virgen? -preguntó entonces.
-¿Tanto se nota?
-Ha sido una suposición sin mucho fundamento -contestó sonriendo, como si acabara de ganar una apuesta consigo mismo-, pero no la he hecho a la ligera. Si no ha habido una relación significativa no me parecía factible que te hubieras atrevido a dar ese paso con cualquier persona.
-¿Es esa la impresión que doy?
-Soy tu terapeuta. Sería uno muy malo si no me diera cuenta de esas cosas -repuso, con un tono de voz con el que consiguió quitarle hierro al asunto casi sin aparentar intentarlo.
-No es que no haya tenido opciones de hacerlo... Soy actor, he salido en algunas películas conocidas. Hay mujeres que se acercan a cualquiera que haya salido en un cartel.
-Pero...
-Pero no parecía correcto. No es que sea un romántico, pero tampoco quiero irme a la cama con la primera persona que se me ofrezca.
-¿Eres homosexual? -preguntó sin medias tintas.
-Ni siquiera sé si soy sexual -contestó él.
-¿Te sientes atraído hacia alguno de los dos sexos?
-En teoría -dijo, enarcando las cejas cómicamente-, supongo.
-Explícame eso -le pidió, casi riendo.
-No me repugna el sexo per se, con hombres o con mujeres, pero todo lo que lo rodea... No me veo preparado para el romance. Porque no creo que nadie pueda sentirse romántico a mi alrededor, ni atraído por la visión de mi cuerpo desnudo. Y si alguien lo hace, automáticamente me convenzo de que es un desequilibrado mental y dejo de sentirme atraído. ¿Es eso estúpido?
-Mira tus manos.
Las cerró en un puño y apretó los labios.
-Perdona.
-Si quieres convencerte de que eres atractivo deberías meterte en internet diez segundos. Te convencerías enseguida.
-Ya lo sé, ya sé lo que dicen, pero precisamente por eso... No sé qué ve nadie en mí, simplemente.
-Y esa es una de las cosas en las que estamos trabajando. Pero supón que todo el mundo está loco, que realmente hay una persona a la que le gustas y que en un momento dado te invita a un café.
-Me sudan las manos sólo de pensar en ello.
-Sexy -ironizó Andrew.
-¿Ves? Eso es lo que pasa. No sé decir las cosas apropiadas.
-Te voy a poner deberes.
-No -suplicó.
-Hay ciertas cosas que no puedo hacer por ti. Van a ser fáciles, en serio -le aseguró, obligándole a poner una mano sobre la mesa para que él pudiera palmearla tranquilizadoramente-. Quiero que invites a un café a alguien, a quien sea.
-Madre mía.
-No tiene que ser esta semana, ni la próxima. Tómate tu tiempo. Simplemente... cuando alguien se acerque a ti para hablar de tus películas, o para preguntarte cómo se va al Madison Square Garden, o cuando se choque contigo en un pasillo del supermercado, si sientes que puede haber conexión, no dejes que pase. -Rió al ver la cara de sufrimiento de Jesse, y apretó su mano con más fuerza. -Es fácil. Sólo tienes que decir, en voz clara: "¿Te puedo invitar a un café?". Y a lo mejor te dicen que no. Es muy probable que te digan que no, porque algunos tendrán pareja, o tendrán sitios en los que estar, o estarán ciegos y no verán que eres un chico encantador y maravilloso. Pero lo importante es que lo intentes.
-¿Y si me rechazan no será incluso peor para mi autoestima?
-¿Eres psiquiatra? ¿Cuándo te has sacado el título, Jess?
-Vale -se dejó ganar. Andrew le soltó, y él volvió a guardar su mano sobre su regazo, donde podía controlarla.
-El autoestima te lo subes y te lo bajas tú mismo, no lo que los demás piensen de ti. Y eso lo sabes, así que no finjas que no lo sabes para escaquearte.
-Perdona.
-¿Lo vas a hacer?
-Lo voy a intentar.
-No me digas que sí si luego no lo vas a hacer.
-Sí, Andrew, sí.
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Llegó un momento en el que ir a la consulta los miércoles era la mejor parte de su semana. No sabía cuándo esa hora se sufrimiento se había convertido en algo distinto, porque aún sufría, aún lloraba de pura frustración a veces, porque seguía sin entender por qué estaba así de defectuoso, pero entonces Andrew le obligaba a darle la mano y a él ya no le costaba dársela. Y cuando levantaba la vista él tenía los ojos húmedos y ni siquiera trataba de ocultarlo. Y le decía que estaba orgulloso, que le encantaba cuando lloraba porque era entonces cuando se daba cuenta de todo lo que había mejorado en esos meses. Y Jesse no sabía si le odiaba o le quería.
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-He recibido algunos guiones -le dijo una tarde-. Creo que debería volver a trabajar.
-Eso está bien. ¿Has leído alguno bueno?
-Creo que voy a ir a un casting. He leído uno que me ha gustado mucho, y el director ha hecho algunas películas interesantes. Lo voy a intentar. Pero, ya sabes -se encogió de hombros-. Es un casting. Hace tiempo que no hago uno.
-Hace tiempo que no trabajas.
-No, pero... Las últimas pelis que he hecho... El papel estaba escrito para alguien como yo, así que el casting fue casi una formalidad -aclaró, evitando decirle todas las ofertas así que había rechazado en los últimos meses-. Pero estoy cansado de hacer siempre el mismo personaje, ¿sabes? A lo mejor tengo que hacer de James Bond -bromeó.
-Eso está genial.
-No de James Bond, porque no soy inglés...
-Y nos tomamos ese tema muy enserio -sonrió-. Tampoco puedes ser Harry Potter.
-Y soy mayor para ser Harry Potter.
-Pero puedes ser el gran héroe romántico. Y en serio, no en plan Zombieland. Un héroe que se crea su papel.
-Puedo ser un soldado americano en Iraq -sugirió, buscando validación.
-Eso sería maravilloso.
-¿De verdad lo crees? -preguntó agitado- Porque no quiero hacer el ridículo.
-Jesse, puedes ser Batman si quieres. Puedes ser... -se le iluminaron los ojos-. Es una pena que ya hayan encontrado a un nuevo Spiderman.
-Deja de reírte de mí.
-Nunca he hablado más en serio. Creo que puedes ser un soldado estupendo.
-Es una peli pequeña. La verdad es que estoy un poco nervioso.
-¿Nervioso, tú? No te creo.
-Ya. Gracias -replicó ácidamente.
-Lo vas a hacer genial.
-¿Sí?
-Estoy seguro.
-Estás mucho más seguro que yo.
-Porque yo te conozco mucho mejor.
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A la mañana siguiente mandó un vídeo hasta Los Ángeles. Eligió una escena casi al final del guión, un monólogo difícil, lleno de emoción, casi al borde del panfleto político pacifista, y sólo necesitó tres tomas para encontrar la manera en la que quería hacerlo. Contenido, sin caer en el dramatismo excesivo pero con rotundidad. Con autoridad. Y hacía tiempo que no le emocionaba conseguir un papel tanto como este.
Sólo después de mandarlo se lo enseñó a su agente, porque sabía perfectamente lo que le iba a decir.
-Jesse, ¿qué es esto? Ese no es el papel para el que contactaron con nosotros.
-Lo sé -contestó, tratando de aparentar tranquilidad-. No me vi especialmente en el de informático.
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Dr Goldsmith is dead, parte ii