Atenea

Feb 27, 2010 21:00

Siguiendo el camino desde el templo de Apolo hacia el este, Sakura llegó a la cima de una colina a la que los árboles del bosque no subieron. Parándose en la cúspide de la elevación, Sakura pudo contemplar la verdadera enormidad de aquel valle de árboles desconocidos para ella que se extendía más allá del horizonte, abrazando el mundo con la espesura verdosa que parecía no tener fin.

Un poco más adelante, sobre la colina, había una construcción rocosa con varios pilares. Sakura sabía que había visto ese edificio en sus libros de la escuela, pero no recordaba el nombre. Se acercó hasta éste, sintiendo que los pies le pesaban toneladas. Subió los primeros escalones de la construcción y se sentó junto a uno de los pilares, donde recargó la espalda con la firme convicción de descansar un momento antes de entrar y saludar a Atenea. Desde el día anterior no había dormido nada, ni comido, ni bebido. Estaba muerta de cansancio, si llegaba así a donde quiera que tuvieran a Kei, seguramente la derrotarían sin dificultad alguna.

- Cinco minutos nada más. -se dijo en un susurro. Sabía que Kei no disponía de mucho tiempo y tenía que apresurarse, por eso sólo cerraría los ojos cinco minutos e intentaría reponer fuerzas.

El sol completó su ciclo a través del cielo y la luna ocupó su lugar, tan inmensa y majestuosa como en la noche anterior, bañando con su pálida luz todo en aquel mundo de dioses. Era una lástima que Sakura se perdiera aquel espectáculo de luz bañando las copas de los árboles, pero necesitaba el descanso y Atenea lo sabía, por eso permitió que la chica durmiera, a pesar de que ella misma sabía que el tiempo en esta carrera era crucial para Kei.

Sakura despertó cuando el sol comenzaba a emerger sobre las copas de los árboles del este, acariciándole el rostro con invisibles dedos radiantes de calidez, con los que el sueño fue apartado para dar paso a la realidad. Una realidad plagada de dolores. Sakura parpadeó un par de veces, identificando el lugar en el que estaba. Le dolía la espalda, le dolían las nalgas, le dolían las piernas, los brazos, el estómago gritaba de hambre y tenía la boca seca.

Intentó estirar los brazos como hacía cada mañana hacia el cielo raso de su habitación, pero la energía la había abandonado por completo, necesitaba comer algo, necesitaba líquidos y necesitaba desesperadamente un baño.

Delante de ella, como en respuesta de las silenciosas plegarias de su cuerpo y los gruñidos de su estómago, había una charola de plata con algunos alimentos; leche, jugo, frutas, asados, cereales, pan tortillas papas. Sin poder controlarlo, Sakura comenzó a babear al percibir el aroma de los alimentos frente a ella. Sus manos se convirtieron en garras y sació su hambre y sed como si de un Saiyajin se tratara y no de una muchacha humana.

La bandeja, los platos y los vasos quedaron vacíos, casi limpios. Disfrutando de la sensación de saciedad, una voz en la mente de Sakura le reprochó el haber comido como lo hizo, que no había sabido si la comida estaba envenenada o no. Había sido demasiado irresponsable en ese aspecto.

La voz tenía razón, no podía ser tan confiada en un mundo tan desconocido para ella. No lo volvería a hacer. Afortunadamente, esta vez no había sucedido una tragedia.

Se puso de pie y sacudió sus ropas distraídamente antes de entrar al recinto.

El pasillo por el que caminaba no contaba con adorno alguno, de hecho, allí adentro no había otra cosa más que los pilares que sostenían el cielo raso en su lugar. Los pilares eran muy altos, se alzaban a 18 metros del suelo.

Llegó hasta la cámara principal donde había un enorme trono y en él, la figura enorme de una mujer muy hermosa, ataviada con una larga toga que le cubría los pies. Sakura se asombró, exclamando un “Wow”, por lo real que parecía aquella escultura inmensa. Sus manos estaban apoyadas en los reposabrazos del trono y en la mano derecha tenía un báculo con una estrella en el interior de un círculo en la punta.

Sakura miró alrededor. A la derecha había una pequeña mesita circular en la que había un morralito y varias piezas de pan. Imaginó que pertenecerían a Atenea y que la diosa estaba a punto de salir a algún viaje.

Pero, ¿dónde estaría la diosa?

- ¡Hola! -gritó, colocando las manos alrededor de la boca para amplificar el sonido.

- No hay necesidad de que grites, Sakura -le dijo una voz que parecía venir de todas partes. De arriba-. Puedo escucharte bien.

- Lo siento -se disculpó Sakura, acercándose al trono, escrutando el lugar, buscando a la diosa-. Hera me envió.

- Ya lo sé -dijo la diosa-. No te acerques tanto a mis pies, así no puedo verte con facilidad.

“Que gracioso,” pensó Sakura, apartándose del trono. “Parece que le gusta mucho la escultura que hicieron de ella.”

- Así está mejor -concedió la diosa-. Ahora dime, ¿qué fue lo que te dijo Hera?

- Me dijo que viniera con usted, que necesitaría una buena estrategia para atacar a Dionisio y derrotarlo.

- ¿Ella te dijo que Dionisio fue quien raptó a Kei?

- Sí. -dijo Sakura y pensó en exponerle sus dudas a Atenea respecto a esto, pero no lo haría, no quería perder el tiempo con tontas suposiciones.

- ¿Sabes en dónde está?

- No. Lo único que he hecho hasta el momento es seguir el camino que los dioses me han indicado.

- Haces bien en escuchar los mandatos de los dioses. Sus palabras serán las que te ayuden en este reto. No importa que no hayas conseguido el arma forjada por Hefesto.

- Sí, es una lástima. De todas formas, no desistiré hasta salvar a mi amiga. -hizo saber Sakura, levantando el puño delante de ella.

- Tu valor es admirable, Sakura. Desearía que tuviéramos más tiempo y entonces podría enseñarte algunas cosas -Sakura sonrió-. Ven, vayamos afuera.

La enorme escultura delante de ella comenzó a moverse. Sakura no podía creer lo que estaba sucediendo. El terror la invadió al ver a Atenea delante de ella. Erguida, la diosa medía doce metros. Atenea se inclinó para tomar el morral y el pan que había sobre la mesa y salió del recinto sin hacer caso de la sorpresa de Sakura.

- ¿Qué esperas? No tenemos mucho tiempo. -la llamó desde afuera.

Sakura, todavía asustada, no sabía si salir o no. Aquella mujer enorme podría aplastarla si se lo proponía sin que ella opusiera resistencia alguna. Luego de un rato, pensando en Kei, decidió salir, mirando con desconfianza a la enorme diosa.

- No voy a hacerte daño, Sakura -intentó tranquilizarla-. Viniste a mí buscando ayuda y eso es lo que voy a hacer.

- De… de acuerdo. -dijo Sakura, saliendo de entre los pilares para colocarse a una distancia prudente de Atenea. La diosa sonrió ante el acto de la chica.

- Tienes que ir hacia el noreste -le indicó Atenea, señalando en esa dirección-. Dentro de dos días llegarás al monte Olimpo, es allí donde está tu amiga Kei.

- ¿En el monte Olimpo? -preguntó Sakura, claramente asombrada. ¿Cómo podía ser que Kei estuviera en ese lugar? ¿Y cómo haría ella para entrar allí?

- Sí, a partir de ahora debes de ser muy cuidadosa. La portadora del arma forjada por Hefesto intentará atacarte.

- ¿Quién es? -quiso saber Sakura.

- No lo sé -contestó Atenea-. Pero si le das la oportunidad de matarte, no dudará en aprovecharla. Si es necesario que utilices el poder oscuro dentro de ti, hazlo.

Sakura la miró, no preguntándose cómo era que ella lo sabía, seguramente le respondería lo mismo que Hermes cuando le preguntó cómo sabía su nombre. Sakura no estaba segura de poder controlar ese poder una vez más. Hacía tanto tiempo que ya no peleaba y la lucha no era como andar en bicicleta.

- Toma esto -le dijo Atenea, inclinándose y sujetando el morral con el pan dentro con dos dedos-. Come un trozo de este pan por la mañana y no tendrás que buscar alimento durante el resto del día. Y ahora ve, Sakura. Tu amiga te espera.

- ¿Sólo esto? -preguntó Sakura-. ¿No ibas a darme una estrategia para vencer a Dionisio?

- No puedo ayudarte más de lo que ya te he ayudado, Sakura. No sería justo.

- ¿Por qué?

- Porque a Dionisio no voy a ayudarlo.

- Pero yo no soy una diosa.

- No necesitas ser una diosa para vencerlo a él o a cualquier otro.

- Pero tampoco tengo el arma de Hefesto.

- Tampoco la necesitas.

- Dígame, cómo, ¿cómo puedo derrotar a un dios sin un arma?

Atenea la miró con ternura.

- No puedo decirte eso, Sakura. Sería muy peligroso para mí. Sin embargo, estoy segura de que tú misma podrás descubrirlo. Recuerda las palabras de los dioses que has visto.

- Pero pensé…

- Ve, Sakura. No tienes mucho tiempo. Y ten cuidado. -recomendó Atenea. Sakura la miró sin comprenderla del todo.

“Bueno, al menos me ha dado comida.” Pensó y bajó de aquella colina con dirección hacia el monte Olimpo, preguntándose cómo sería ese lugar e imaginándose qué haría si se encontraba con Zeus.

“¡Oh por todos los dioses!,” pensó. “Cruzar unas palabras con Zeus sería tan genial.”

Se echó el morral al hombro y trotó colina abajo, decidida a darle una lección a Dionisio, una de la que Hera estaría orgullosa y que él jamás olvidaría.

1853hrs

09/01/10

**Dedicado Especialmente A Mi Maldita Zely**

<-(  H.S )->™

Espero que les haya gustado, luego traigo más.

Sweet Dreams!!

retos a la carta, fanfic, dioses del olimpo, retos, sakura kasugano

Previous post Next post
Up