Fic: Del caos al orden. Capítulo 1: Regalo para Rohoshi

Apr 20, 2013 19:00

b>Título: Del caos al orden
Nombre: Anónimo
Reto: # - 19
Reto proporcionado por: rohoshi
Número de palabras: 27.500 aprox.
Rating: PG-13
Betas: Mi preciosa beta D. a quien le debo que el texto quede infinitamente mejor. Gracias.
Resumen:Harry y Draco reciben una impactante noticia: sus amigos Ron y Pansy van a contraer matrimonio y quieren que ellos, en un alarde de generosidad, sean sus padrinos y se hagan amigos.
Notas: Querida anónima, creo que sé quién eres, y me alegra mucho escribir para ti. He respetado tus peticiones, pero me he permitido inventar algunas cosas, personajes secundarios, otras escenas que quizá no estaban en tus planes, que han hecho el fic más largo. De todos modos, espero que te gusten.
caos.
(Del lat. Schaos, y este del gr. Sχάος, abertura).
1. m. Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos.
2. m. Confusión, desorden.

Episodio 1: El famoso baile de San Valentín

Harry Potter estiró el cuello, parcialmente ahogado en ese nudo Windsor que ahora Hermione, muy amablemente, le ajustaba con cariño. A su lado, un Ron Weasley vestido con túnica de mago y sin corbata le echaba miradas burlonas mientras se perfumaba. Apenas cabían los tres en el pequeño baño de Grimmauld Place, actual casa de soltero de Harry, donde él y Ron se reunían a menudo para charlar, jugar al ajedrez mágico y contarse sus penas y alegrías. Ese día precisamente planeaban emborracharse mientras jugaban a Snap Explosivo, pero Hermione, salida de no se sabe dónde y pendiente siempre de ellos, les había obligado descaradamente a acudir a la fiesta de San Valentín que ya se organizaba en el mundo mágico desde hace seis años. Después de la guerra, muchos magos habían quedado sin esposa o esposo, sin hijos, sin hermanos. Algunos hasta habían conocido la orfandad. Fue difícil sobreponerse a algo así y con la presión de buscarse un buen trabajo para asegurar su futuro, muchos jóvenes dejaron la diversión como algo secundario. Hubo cuatro años donde no se registró ningún nacimiento de magos, y el Ministerio ideó un encuentro anual para dar la posibilidad de encontrar pareja y para desviar cualquier sensación de pérdida y tristeza, tratando de dejar el tema Voldemort lo más lejos posible y de animar a los jóvenes magos a conocerse entre ellos.

Por ello organizó esa fiesta donde acudían magos europeos para darse a conocer entre sus semejantes, con objeto de formar parejas duraderas y así perpetuar la especie. Hermione Granger había conocido a su actual esposo en una de estas fiestas; bueno, ya lo conocía desde Hogwarts, pero ese día comenzaron a conocerse un poco más, y meses después se hicieron novios. La joven aseguraba que esa fiesta daba buena suerte y que, al menos, una vez al año salía un compromiso serio de aquella cita.

-Por favor, Hermione, deja de apretarlo. No puedo respirar -se quejó Harry, cuyo cabello, ahora más largo que antes, miraba en todas direcciones.
-No seas quejica. Has llevado corbata durante muchos años en Hogwarts, no entiendo por qué te quejas ahora.
-Precisamente recordarás que no la llevaba muy ajustada.
-Bueno, Harry, haz lo que quieras. Yo solo te ayudo a que te veas apetecible -sonrió la chica, ataviada con un ajustado vestido de seda color rojo vino que se difuminaba en blanco en las mangas y el bajo.
-A Harry no le hace falta estar bien vestido -advirtió Ron, muy contento con el resultado, mirándose al espejo-, siempre liga.
-Con chicas, Ron -advirtió Hermione-. Lo cual no nos lleva a ninguna parte.
-¡Eh! -se defendió Harry-. Algunos chicos se me han acercado a veces.
Hermione se puso en jarras.
-Oh. A los antros esos de magos que visitas, donde echas un polvo y ya está, ¿no?
-Hermione... no somos como los heteros. No le damos tanta importancia al compromiso.
Hermione alcanzó el perfume de la mesita y se lo entregó a Harry.
-Vamos. Tú y yo sabemos muy bien que siempre has querido una familia, Harry. No me vendas ahora que estás a gusto yendo de flor en flor.
-Más bien de cardo en cardo -bromeó Ron a su lado, y Harry le lanzó un puñetazo al hombro-. ¡Tío! Ese último que te ligaste era bien feo.
Hermione suspiró, derrotada, echó una última mirada a los chicos, los adecentó por enésima vez e ignorando sus miradas en blanco, cogió su bolso, su abrigo y se dirigieron hacia El Complejo.
El Complejo era una nave enorme situada en un polígono industrial de Londres, no muy lejos de San Mungo, que el mismo Ministerio había acondicionado para el evento. Los techos tenían más de ocho metros de alto y enormes ventanales situados en la parte más alta le daban el punto exacto de luz, ayudado después por la multitud de farolillos situados en las paredes y anchas columnas a los lados. Muchos estaban convencidos de que la idea había sido de alguna redactora de Corazón de bruja para darse material de documentación, porque llevaban años sin escribir artículos decentes.
Cuando llegaron al lugar, mediante aparición, toda una horda de magos y brujas estaban en la entrada, guardando su turno. Harry vio a varios conocidos, y él y Ron se entretuvieron saludando a algunos antiguos camaradas de Hogwarts. Dean Thomas había ido allí con su novia, una chica muy agradable también de color, y las gemelas Patil acompañaban a otra compañera, desconocida para ambos. Harry dio un codazo a su amigo.
-La chica que está con las Patil es tu tipo, Ron -advirtió el mago, aflojándose la corbata.
Ron se sonrojó y miró para otro lado.
-Cállate, se dará cuenta.
-¿Por qué no te quedas con ellas? Voy a ver si veo a Hermione -ante la mención del nombre de su amiga, Ron sonrió.
-Sí, a Hermione. Venga, hombre. Quieres ver a su esposo. Déjame decirte, Harry, que Anthony es hetero. No puedes ligar con él.
Harry negó con la cabeza, molesto.
-No vengo a ligar con nadie, te acompaño a que lo hagas tú. Como ves, todo está lleno de chicas, sexo que ya sabrás, no me interesa.
-Estoy seguro de que también vendrán rubios y podrás disfrutar -ante la cara de estupefacción de su amigo, Ron añadió-. Sí. Te pasa algo con los rubios. No lo niegues.
Harry ignoró a su amigo, que siempre quería fastidiarlo, y localizó a Hermione un poco más allá a la entrada del edificio, junto a Anthony Goldstein. Anthony era un antiguo estudiante de Hogwarts, del Ejército de Dumbledore, sorteado en Ravenclaw. A Harry le apenó mucho que la relación entre Ron y Hermione llegara a su fin dos años después de haber compartido muchos momentos juntos. Ahora, sin embargo, Hermione estaba felizmente casada con ese tipo, Anthony, un rubio caliente que la trataba muy bien. En Hogwarts había tenido muchos noviazgos, no tantos como su amigo Michael Corner, pero sí lo suficiente como para llamar la atención del sexo femenino. Ahora, muchas jovencitas envidiaban a Hermione, y él también. Anthony era delgado y educado, un poco tímido pero con un sentido del humor especial y Harry se encontraba bien en su compañía.
-Anthony -saludó, estrechándole la mano. El joven le sonrió, con la mano en la cintura de Hermione. Desde que ambos salían, no se habían perdido la fiesta de San Valentín, aunque estuviera preparada precisamente para solteros.
-Oh, Harry, otra vez -se quejó la chica arreglando su corbata. Ambos rieron y ella le besó en la mejilla-. Eres un desastre.
-Pero me quieres, Hermione.
-No es a mí a quien tienes que impresionar.
Una campanilla anunció la entrada. Era un sonido suave pero intermitente, anunciaba a los magos que podían entrar. Solo eran admitidos magos mayores de edad, y la campanilla cambiaba de sonido al detectar a algún visitante que no lo fuera. La cola fue desvaneciéndose rápidamente, y pronto los magos quedaron rodeados de luces, globos de colores en forma de corazón apostados en el techo y pompas de jabón cayendo mediante un hechizo imperecedero. Un enorme escenario al fondo, lleno de instrumentos musicales, anunciaba la orquesta de esa noche. Las mesas con alcohol se situaban a los lados, con adornos de orquídeas, muérdago y velas. Harry se dirigió inmediatamente allí y se sirvió un poco de ron de grosella. Al tocar el vaso, apareció su nombre en el cristal. Harry sonrió. Esos detalles tan increíbles de la magia siempre le aturdían, fascinándolo.
-No te vas a quedar ahí toda la noche, espero -sonrió Hermione a su lado. Anthony la llevaba de la mano.
-No tengo muchas esperanzas puestas en esta fiesta -dijo Harry-. Al menos el licor está bueno. ¿Una copa, chicos?
Hermione asintió y aceptó la misma bebida que Harry, mientras Anthony se decantaba por un poco de jerez.
-¿Dónde ha ido Ron?
Harry lo buscó con la mirada, pero fue Anthony quien lo encontró.
-Ahí está, con las hermanas Patil y esa jovencita.
-Bueno, por lo menos no pierde el tiempo -Hermione apuró su bebida y tiró de la mano de Anthony en cuanto sonó una música más movida-. Vamos a bailar.
Harry contempló la decoración de ese año. Siempre le había parecido excesiva y cargante, pero ese año parecía algo más sencilla. ¿Quién la habría elegido? Los farolillos portadores de luz estaban coloreados de plata, al igual que muchos de los globos que danzaban sobre ellos. Las pompas de jabón no estaban ahí intermitentemente, alguien las había creado para aparecer cada cierto tiempo, apareciendo y desapareciendo a voluntad.
La nave no tenía balcones. Sí había, sin embargo, una puerta que daba a un porche un poco más íntimo, donde los jóvenes también salían a bailar, aunque en pleno febrero, solía estar desierto; la música tampoco sonaba excesivamente alta, y podían hablar perfectamente sin gritarse.
Harry bailó con algunas compañeras de Hogwarts, la mayoría de su año, y otras tantas que lo admiraban profundamente y querían un baile con él. Al regresar a la mesa de ponche se encontró con Ron.
-¿Cómo lo pasas, compañero? -preguntó el pelirrojo, dando un buen trago de whisky de fuego.
-Eso es muy fuerte para empezar, Ron -rió Harry-. Cuida de no beber mucho que no quisiera ser un estorbo para tu pareja de hoy.
-¿Por qué piensas eso? ¿Me encuentras deseable? -Ron se pavoneó, con su túnica azul marino con unos gemelos brillantes. Sí, Harry lo encontraba muy elegante, desde luego esa compra había sido todo un acierto. Aún recordaba la noche en que le había contado su orientación sexual. Ron había abierto y cerrado la boca, temeroso de decir algo inadecuado, para luego explotar en un “vaya, hombre, espero que no me tires los trastos, tío. No quisiera rechazarte”. Sin embargo, su amistad, en lugar de quebrarse, se había solidificado. Harry no podía estar más alegre por ello; Ron era una persona muy importante en su vida, y valoraba su amistad.
El moreno rió la broma y observó entonces su rostro cambiante.
-Ahí viene la horda de sangrepuras -Harry se volvió. Una comitiva con ropajes elegantes y cabellos salidos de la peluquería entraron por la puerta principal. Reconoció a Blaise Zabini, que iba liderando el grupo del brazo de una joven bruja también morena, con el cabello largo ondulado y facciones duras: Pansy Parkinson. Detrás de ella dos jovencitas muy enjoyadas reían y se enseñaban los anillos; una de ellas parecía Astoria Greengrass. Harry la había visto a menudo en compañía de Draco Malfoy en los lugares habituales de los magos. La otra, no la reconocía. Cerrando el grupo y con el paso algo menos ligero dos rubios charlaban. Uno tenía una sonrisa ladina y Harry lo identificó enseguida, y el otro creyó recordarlo como Audrey Pucey. Todos habían estudiado en Hogwarts, Slytherin.
Varios magos y brujas se volvieron al notar su presencia. Si bien no eran muy queridos por la sociedad mágica, ya no existían esos prejuicios de antaño y ellos habían dejado de alardear constantemente; aún así, solían atender actos públicos sin ningún pudor y con esa elegancia aristocrática característica.
-Espero que hayan venido a ligar entre ellos -dijo Ron, pero paseó los ojos por los cuerpos de las jovencitas como si fueran mercancía prohibida.
Harry no respondió. Los hombres se veían espectaculares, todos delgados y tan excesivamente cuidados, seguro que se hacían la manicura y se echaban multitud de cremas para aparentar ser jóvenes para siempre, una enfermedad extendida en los sangrepuras.
-A lo mejor solo vienen a divertirse -rió Harry, consciente de que los sangrepuras se casaban entre ellos, a veces había habido casos de bodas entre primos hermanos solo para no perder la pureza de la sangre. Qué tontería. Harry no comulgaba mucho con esas ideas; los reyes y reinas muggles resultantes de esas uniones siempre habían sido nefastos. Además, le recordaban al tapiz de los Black, y a la forma en que los deshechaban quemándolos de ese árbol genealógico para que todos supieran quiénes habían sido repudiados.
Cuando la orquesta comenzó a tocar baladas, el salón se llenó de parejas que al danzar, se rozaban entre ellas. Ron bailaba con Padma Patil, pero había cambiado de pareja durante las últimas tres baladas. Parecía estar teniendo mucho éxito. Harry se paseó por la sala, tratando de localizar a algún mago interesante que pudiera compartir sus gustos. Chocó fuertemente con otro mago vestido de blanco. La copa de Harry aterrizó directamente en su traje impoluto.
-Oh, joder, perdona -el moreno fue a sacar su varita para arreglarlo, pero una mano lo paró.
-Ya lo hago yo, Potter -una varita muy familiar apareció ante sus ojos. El moreno la reconoció antes que a su propio dueño-. Recuérdame que no me vista de blanco a un acontecimiento que vayas a frecuentar.
Draco Malfoy. Fríos ojos de acero y cabello con brillos color platino. Sílabas arrastradas y una sonrisa burlona. Llevaba una camisa azul bajo su excelente traje. A Harry le impresionó verlo vestido de etiqueta muggle y no como un mago.
-Lo... lo siento -apuró el líquido para no tener más problemas y trató de sonreírle al otro.
-¿Captando más fans, Potter? -el moreno abrió la boca, extrañado de no escuchar una retahíla de ofensas por parte del rubio por ocurrírsele mancharle el traje. Aunque ya no había ni rastro de la mancha, Malfoy debía saberse esos hechizos de memoria.
Draco entró al Ministerio por su excelencia en Relaciones Públicas, y aunque aspiraba a entrar en temas políticos, de momento llevaba tres años en el Séptimo piso, trabajando en el Consejo de Asuntos Exteriores y Departamento de Deportes, organizando eventos deportivos de diversa índole, todos relacionados con el quidditch. Harry solía encontrárselo en el ascensor cuando subía a la Oficina de Aurores. Su trato era cordial, limitado únicamente a saludos en zonas de trabajo. Encontrárselo en la fiesta lo sorprendió.
-Supongo que es lo único que puedo captar, en un ambiente tan hetero -bromeó.
Draco ladeó la cabeza y se encogió de hombros.
-No creerás que aquí solo vienen hombres y mujeres interesado en el sexo opuesto -oteó el ambiente-. Algunos deben ser del otro equipo, Potter.
Cuando Harry anunció su preferencia sexual no quiso que ningún periódico se hiciera eco de ello, pero los rumores se extendieron, Corazón de Bruja escribió un artículo -el último de su explosión de chismes- y pronto las jovencitas dejaron de insistir. Harry se relajó y salió a divertirse por mundo muggle, donde no era tan conocido y podía pasar desapercibido. En el mundo mágico no había conocido a nadie con quien pudiese tener un acercamiento sexual ni tampoco conocía el pensamiento de los magos ante esa situación. Se encontró con que era más normal de lo que creía.
-¿Tú crees? -dijo Harry vagamente, sosteniendo la copa, mientras sus ojos repasaban a algunas parejas, reconociendo a antiguos alumnos de Hogwarts.
-Supuestamente esta es una fiesta para solteros, pero también hay parejas casadas -añadió el joven-. Tu amiga Granger, Dean Thomas...
Harry clavó los ojos en él. Si Draco Malfoy estaba ahí, ¿pensaba ligar también?
-¿Y tú por qué has venido?
La respuesta pareció ser más sencilla aún.
-Pansy. Ella quiere ligar hoy a toda costa -Draco fue empujado y Harry propuso retirarse junto a las mesas de ponche. Se sirvió otro ron con grosella-. He venido por ella. No me interesan las fiestas de solteros. No son mi estilo.
El moreno pestañeó, evidentemente, el rubio aún tenía la autoestima intacta; no debía de costarle nada tener a chicas tras él, aunque a él le parecía tan desagradable como una patada en el culo. Había oído rumores de que últimamente miraba más al público masculino, pero no podía importarle menos. Puso los ojos en blanco y se concentró en su bebida.
-A mí tampoco. Hermione me obligó.
-¿Quieres decir que estamos sometidos por nuestras amigas? -bromeó Draco, sirviéndose un whisky de fuego. La mirada de Harry se perdió en el modo en cómo el rubio agarraba el vaso. El vaso de cristal con su nombre, ahora tapado por la mano blanca y con las uñas cuidadas.
-Sí, eso creo -Harry rió torpemente. Todo quedó en la más absoluta oscuridad. Una bola llena de puntitos de luz bajó desde el techo hacia el centro de la sala. Algunos magos y brujas corrieron a buscar una pareja concreta y entonces la bola se rompió. Los puntos de luz se extendieron por todas partes.
-El baile de las luciérnagas, yo paso -Harry fue tironeado del brazo, le dio tiempo a dejar la copa en la mesa y se apresuró a seguir a Malfoy, que lo llevaba sin duda fuera del recinto. Era el baile más especial de la noche, donde se tocaba una canción lenta muy larga y se bailaba a oscuras, mientras miles de luciérnagas se arremolinaban alrededor de los bailarines. Al final de la canción, los bailarines con más luciérnagas alrededor eran coronados reyes del baile y presuntamente estarían juntos a partir de entonces. Harry recordó cuando Hermione y Anthony fueron elegidos; tenía curiosidad de ver quiénes serían entonces, pero él no quería estar en la ecuación. Bastante atención mediática y popular había tenido desde muy pequeño, gracias.
Cuando el frío de la noche los envolvió a ambos, se arrebujaron en la pared de la izquierda, donde el porche apenas los protegía. Fuera sí había farolillos encendidos, y aparte de ellos dos había otras dos parejas y un grupito de cinco personas, charlando.
No supo hasta qué momento, pero el baile las luciérnagas había pasado hace mucho tiempo y él seguía charlando con Malfoy; habían hablado de quidditch, de los profesores de Hogwarts, del estado actual del Ministerio y ambos se sorprendieron del paso del tiempo.
-Potter, no me digas que llevo una hora hablando contigo y no he tenido ganas de cometer suicidio.
-Sin pelearnos -apuntó él, sonriendo ligeramente. En ese lapso de tiempo otras parejas habían entrado y salido del porche. Ahora estaban solos.
-Bueno. Pansy debe estar buscándome como una desesperada -Draco se asomó a la fiesta durante un instante.
-Pensará que has ligado -bromeó Harry, que notaba cómo el alcohol lo ayudaba a soltar la lengua.
-Cuando te vea a ti sabrá que no -Draco alzó el vaso y sonrió-. Nos vemos, Potter.
Harry volvió adentro; el baile de las luciérnagas había coronado a Parvati Patil y a un chico sueco como una posible futura pareja. Ron seguía bailando con jovencitas, la mayoría, antiguas compañeras de Hogwarts. A la una de la madrugada Harry tenía tanto dolor en los pies a causa de los zapatos que decidió retirarse.
-Chicos, nos vemos otro día -Ron expresó su desagrado inmediatamente.
-No te vas, Harry, aún queda mucha juerga. He visto varios rubios que quizá te agraden -Harry sonrió, besando a la acompañante de Ron como despedida; Hermione se había marchado hace una hora con su esposo, al igual que la mayoría de emparejados resultantes de la noche, buscando algún otro lugar más íntimo o quizá descansar para el día siguiente, sábado.
-Insisto, Ron, estos zapatos me están matando…
-Eres un soso, Harry, quédate conmigo. Vamos a beber un poco más. Al fin y al cabo el plan era emborracharnos en tu casa, ¿no?
-Pero si obtienes compañía para hacer algo más interesante, mejor -sin embargo, el moreno aceptó y se quedó otra hora más; después puso rumbo a Grimmauld Place y apenas tuvo tiempo a dejarse caer en su cama sin desvestir antes de quedar profundamente dormido.

Ron Weasley se parapetó tras la mesa de uno de los aurores y lanzó una pajarita hechizada, haciéndola volar hacia el escritorio de Harry, quien miró a uno y otro lado para tratar de captar al intruso. Finalmente, la leyó y se sonrojó. Harry movió la cabeza. Ron no tenía remedio: se dedicaba a tratar de averiguar detalles escabrosos sobre los gustos de su amigo, poniéndole una sencilla frase. La de hoy era “¿con quién tendrías una salvaje sesión de sexo?”. Naturalmente, la pajarita estaba hechizada, cortesía de Sortilegios Weasley y perseguía al moreno hasta que este daba una respuesta con su pluma. Harry, tras pensarlo un poco, garabateó “un slytherin”. Ron quedó mudo al leerlo; en el descanso para la comida se vieron de nuevo y el pelirrojo aprovechó la ocasión.
-Harry. ¿Qué significa esto? -Ron enseñó la pajarita, con cierto rubor camuflado en su rostro lleno de pecas.
-Eso significa. Tú preguntaste, yo respondí -Harry atacó su filete de ternera con salsa verde preparado amorosamente por Molly Weasley. A pesar de no ser de la familia, la mujer insistía en que comiera sano y cuando cocinaba para Ron, también le guardaba una tartera. Harry no podía estar más agradecido; su cocina no dejaba de ser básica, y aunque pasaba en la cocina mucho más tiempo que su camarada auror, no siempre tenía tiempo ni ganas para pensar en su estómago.
-¿Un slytherin? ¿Y por qué? -Ron ya había terminado su filete y estaba tomando el postre.
-Bueno, no sé. Presumen de ser muy ardientes en la cama, me gustaría saber si no es solo pura palabrería. Ya sabes, ellos siempre se jactan de ser los mejores en todo, y en el sexo en especial.
Ron pareció aliviado.
-Compañero, qué susto. Creí que hablabas por experiencia. ¿En serio te acostarías con un slytherin?
-No veo por qué no -Harry se encogió de hombros. Ron aún seguía con los prejuicios calados desde Hogwarts acerca de los sangrepuras, sus tradiciones y demás. No parecía haber cambiado de opinión, si bien alguna vez comentó que no todas las mujeres en slytherin eran un desperdicio.
El pelirrojo se inclinó, aparentemente inspirado.
-Sabes que hay un rubio en slytherin, ¿no?
Harry no se dejó amedrentar y contestó muy natural.
-Sí, Audrey Pucey, pero es hetero. Nada que hacer.
-Yo hablaba de otro rubio, ya sabes.
-¿Otro rubio apetecible? No conozco ninguno -Harry siguió comiendo y entonces Miley Johanson se acercó a la mesa.
-Eh, Potter, tienes un mensaje de Orseth, es urgente, quiere que vayas a verlo después de las cuatro, tiene una reunión.
Harry elevó la vista y asintió, despidiéndose de la hermosa Miley, una chica de su división que había tratado de tirarle los trastos en más de una ocasión. Ahora, si bien seguía tratándolo, parecía algo rabiosa porque Harry no estuviera disponible para las mujeres, y en especial fuera de su terreno de acción.
-Sigue igual de rancia que siempre, ya veo -comentó Ron-, mándala a la mierda.
Harry terminó su filete y dio un largo trago de agua.
-Me da igual, Ron, que me hable como quiera. No tengo la culpa de que no tenga pene. ¿Qué hay de ti? Sé que conseguiste las direcciones de algunas chicas el día de la fiesta, ¿ya has tenido citas?
Ron se reclinó en el asiento. Sí, había pasado dos semanas saliendo con alguna de ellas, pero después de una tarde con cada una le resultaba suficiente; su retahíla femenina se le hacía insoportable. Le parecían aburridas y quejicas; a veces se arrepentía de que lo suyo con Hermione no hubiese salido bien; claro que ella bien podría estar pensando eso de él.
-Solo hablan de trapos y de manicura. Qué tostón, Harry.
-Ahora ya sabes por qué no tienes novia.
Ron hizo una mueca.
-¿Por qué no podrían ser más… hombres? No sé, podrían hablar de quidditch, o pasar directamente a la acción. Todas son más castas que Filch.
Harry rió ruidosamente.
-A lo mejor necesitas una slytherin.
-Eres idiota.
-Y tú tienes menos sensibilidad que una cucharilla de té.
-Tío, cómo te odio… -Ron recordó aquella famosa frase, oída en Hogwarts por primera vez de boca de Hermione Granger. Sí, Hermione, dedicándose en cuerpo y alma a sus queridos elfos domésticos, comía a veces con ellos en el comedor del Ministerio. Otros compañeros de Hogwarts trabajaban en otros puestos, y en ocasiones ellos mismos se daban cuenta de cuánto había pasado el tiempo.
Para Harry era estupendo encontrarse con ellos allí; se sentía menos solo con sus amigos alrededor, porque él estaba avanzando a pasos agigantados. Un mes después se le asignó un despacho propio y un grupo de aurores para organizar ciertas operaciones, incluso ayudaba a su jefe a organizar los demás grupos. Harry estaba muy orgulloso de su trabajo; le gustaba, no imaginaba la vida de otro modo, ni podría hacer nada mejor que ser auror. En la Oficina de Aurores, aunque la mayoría de los compañeros fuesen mucho mayores que él, parecían respetarlo. Y teniendo a Ron en sus filas, no podría sentirse más querido y apoyado.

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