Título: For Good.
Capítulo: 2: Tensión [Rachel]
Personajes: Kurt Hummel. Rachel Berry. Menciones de Blaine Anderson y Finn Hudson.
Parejas: HummelBerry. Menciones de Klaine y Finnchel.
Extensión: 1793 palabras
Advertencias: ¿OoC? Si, estoy segura de que sí.
Notas: Este capítulo y el anterior nacieron casi en pack, así que no se acostumbren a estas actualizaciones así de rápidas. Ahora me tengo que dedicar a mi Klaine, que es el amor de mi vida, y a mi CrissColfer, que lo tengo tan abandonado que da pena.
Dedicatoria: A
michan_kitamura . Porque mis historias en general son todas suyas. Pero esta es más suya que ninguna.
Capítulo 1: Por un rato [Kurt] Maldito, maldito Finn Hudson.
No era la primera vez, y Rachel estaba segura de que tampoco sería la última.
Dejó salir un par de lágrimas, y sonrió apenas al sentir los brazos de Kurt rodear su espalda y atraerla hacia su pecho. Rachel adoraba a Blaine, pero nunca había estado tan agradecida de que el moreno no se hubiese quedado a pasar la noche con Kurt. Porque de haber estado Blaine, Rachel se hubiera compuesto, y simplemente les hubiera pedido que la llevaran a su casa, y hubiera terminado la noche llorando abrazada a su almohada. O no se hubiera compuesto, y hubiera terminado tomando cocoa caliente, cálidamente arropada entre los brazos de Blaine -porque por algún motivo siempre era Blaine el que la tocaba cuando estaban los tres-, viendo una película, jugando algún juego de mesa y despellejando a Finn a voz en cuello, a cuál de los tres más elocuente.
Pero jamás, jamás, hubiese terminado en la cama con ellos dos, ni Rachel tampoco lo hubiese querido, porque era como meterse- físicamente hablando- en medio de una pareja fuerte, sólida, constituida. La pareja de dos de sus mejores amigos, por si fuera poco. Y nada, ni siquiera una de sus épicas peleas de no-quiero-verte-nunca-más-pero-en-dos-semanas-volveré-a-morirme-por-tus-huesos con Finn podía cambiar eso.
Por eso, aunque Rachel adoraba a Blaine, estaba agradecida de que, al menos por esa vez, fuesen solo ella y Kurt. Tenían una relación preciosa los tres, pero la dinámica cambiaba cuando eran solo ella y Kurt. Había una energía distinta en el aire, una complicidad y un entendimiento distintos. Rachel lo atribuía a las similitudes innegables entre ellos, a los cientos de situaciones y momentos que habían compartido solo ellos dos, y que nadie más podría entender. Pero, la mayoría del tiempo, no se molestaba en entender los por qué y se dejaba estar en la satisfacción de alguien que la entendía y la conocía mejor que nadie, en alguien que se reía de ella, pero no se reía de sus sueños, no se reía de sus miedos. Se dejaba llevar por la satisfacción de los brazos fuertes de Kurt, sus manos suaves, su pecho cálido.
Rachel estaba segura de que no habría podido pedir un mejor amigo que Kurt.
Esos eran todos los motivos que Rachel podía llegar a contarle a alguien si la presionaban demasiado, y que tanto Blaine como Finn conocían y respetaban, aunque parecía que era un tema tabú, y no se hablaba de ello.
Había muchos más motivos que Rachel no confesaría, porque le costaba aceptárselos a si misma, incluso le costaba aceptar su existencia, porque la mayoría de las veces eran percepciones que estaban en el umbral de sus sentidos, y que tenía pánico de estar alucinando.
Había una tensión innegable en el aire cada vez que Kurt y ella estaban solos. Rachel no solía usar esa clase de palabras para nombrar a las cosas, pero de todos modos no la hubiera llamado una tensión sexual. Si una tensión atractiva, tal vez.
Era una tensión que le hacía cosquillas en las palmas de las manos, era una tensión que no le impedía reírse con Kurt, y contarle todos sus secretos, llorar en su hombro, mostrarse vulnerable. Era una tensión que, sí, la obligaba a tener alertas los seis sentidos, porque era esa tensión la que la mantenía consciente de que estaba jugando con un igual, que Kurt no era Finn, pero tampoco era Quinn ni Santana. Que si Kurt quisiera destrozarla, la lucha sería encarnizada, y las heridas tardarían años en sanar, porque Kurt sabría exactamente dónde golpear y con qué intensidad.
Era una tensión que le decía que lo imprudente sería no tener apenas una pizquita de miedo en el fondo de todos los sentimientos que tenía por él, y debía admitir que ese miedo le daba un poco de placer.
Porque esa tensión estaba presente en la consciencia del brazo fuerte de Kurt alrededor de su pequeña espalda, en los dientes que estaban ocultos por los labios que respiraban cerca de su oreja. No era solo una consciencia de la masculinidad de Kurt, y por ende de su evidente desventaja ante cualquier altercado físico, porque nunca había sentido esa tensión ni con Puck, ni con Jesse. No la sentía ni con Finn, aunque Finn le sacase más de medio metro y pudiese rodear su cintura con un solo brazo. Con todos ellos, Rachel había sentido siempre, en cierta forma, que tenía el control- aunque con Jesse el tiro le hubiese salido por la culata; quizás precisamente por eso había sentido tanto el golpe, porque no estaba esperándolo en lo absoluto. Con Kurt era distinto, completamente distinto, porque Rachel tampoco se sentía en pánico constante, como si el control estuviese cien por ciento en las manos de Kurt. El control era algo intangible entre ellos dos, y Rachel sentía que, de un extraño modo, siempre estaban haciendo malabares para que estuviese en el aire, y ninguno de los dos pudiese poseerlo por completo.
Era una tensión atractiva, definitivamente, porque pese a los años, las heridas y los dramas, aún seguía juntos y, contra todo pronóstico, su amistad se volvía más fuerte con el tiempo. Era una tensión atractiva y no una tensión sexual, porque Rachel no hubiera clasificado de sexual la atracción que sentía por Kurt, pero tal vez si de física. Porque aunque pareciese existir una regla implícita de que era Blaine quien la tocaba cuando estaban los tres, Rachel y Kurt apenas se sacaban las manos de encima cuando estaban solo ellos dos. No eran más que caricias y roces inocentes, tomarse de la mano, tomarse de la cintura, besarse la mejilla, dormir abrazados. Nada fuera de lo normal entre una chica y su amigo gay, pero cuando se sumaba a la ecuación esa tensión inasible, el profundo conocimiento mutuo, los cosquilleos, la competencia, el control flotando intangible y la pizca de pánico, el cóctel podía convertirse en tóxico y fatal.
Rachel tenía muy esquematizado su futuro, y Kurt, pero también Blaine, y por supuesto, Finn, ocupaban un lugar determinado en ese futuro hipotético. Pero Rachel Berry nunca se había caracterizado por poder privarse de sus caprichos. Y en ese momento, en el que se había peleado con Finn de manera terminal (aunque ella sabía mejor que nadie que entre ellos dos las cosas nunca eran terminales), y Kurt se sentía tan cálido y tan masculino apretado contra su pecho, con esa tensión que les era tan propia creciéndoles alrededor como un aura, Rachel sintió que no era suficiente con acariciarlo o dejarlo que la abrazara. Necesitaba besarlo, aunque eso jugase en contra de sus planes cuidadosamente armados, porque cuando la invadían sentimientos demasiado intensos, se le nublaba la vista y perdía la perspectiva.
(Y no iba a ser lo suficientemente hipócrita como para negar que el deseo de dañar a Finn no jugaba un papel fundamental en ese deseo. En Blaine no pensaba, porque Blaine y sus ojos hazel, y ese dolor que salía a relucir apenas uno rascaba la superficie, hubieran sido suficientes como para hacerla retorcerse de culpa).
Y Rachel necesitaba besarlo, así que se inclinó y lo beso, porque eso era lo que Rachel Berry sabía hacer: plantarse frente a la vida y tomar las cosas cómo y cuándo las deseaba, porque sabía que se las merecía, porque sabía que no podría haber nadie mejor que ella para tenerlas. Quizás ese había sido el problema desde siempre en su relación con Finn: haber esperado por él, en lugar de proclamarlo como suyo. Rachel Berry ya había caído muchas veces con la misma piedra como para volver a cometer dos veces el mismo error pero con piedras diferentes.
Lo besó con los labios abiertos, pero sin invadirlo, y el brazo de Kurt no se movió de la curva de su cintura en ningún momento. No se sorprendió realmente cuando Kurt le respondió el beso, pero tampoco lo estaba esperando. No era tanto el deseo de ser besada como la necesidad de besarlo. Era un poco seguir el juego, arrebatarle el control de las manos, demostrar que podía ser fuerte y mandar, pese a que no llegaba al metro sesenta y si, Santana quisiese, podría hacerla llorar con dos de cada tres palabras. Allí, en la intimidad de esa relación que eran solo ellos dos, ninguno de los dos mandaba, pero los dos podían jugar a que mandaban.
(Y también era su manera de demostrar que valía, que Finn no delimitaba su vida, que podía desear y ser deseada mas allá de los límites que él pudiera intentar imponerle, y aunque ese desafío solo ocurría en su cabeza, a ella le bastaba para sentirse un poco mejor).
Kurt la besaba de vuelta, y besar a Kurt era como besar una llama. Rachel se dio cuenta de que por eso se complementaba tan bien con Blaine, porque Blaine era agua, Blaine era un bálsamo, Blaine era un mar. A Rachel le ardían los labios, y le ardía el estómago, porque sentía a su propio fuego interior revelándose y luchando dentro de su cuerpo. Rachel tuvo en ese momento una realización; ni Finn, ni Puck, ni Jessie: amaría a otros hombres, sería feliz con otros hombres, pero Kurt Hummel iba a ser siempre la piedra de toque a la que terminase volviendo, porque ningún otro hombre podría ser para ella lo que era Kurt Hummel: la Rachel Berry de Rachel Berry. Kurt Hummel era su perdición, e iba a ser quien la consumiese desde dentro con una pasión incontrolable que más que pasión iba a ser un incendio, porque, como siempre, Kurt Hummel era el que podía tensar las cuerdas al extremo, Kurt Hummel era el que conocía los talones de Aquiles y la intensidad necesaria con la que hacía falta tocarlos. Kurt Hummel podía manejar todos sus hilos en sintonía perfecta, sin siquiera la necesidad de un contacto sexual. Si además se sumaba un componente sexual, el control seguía siendo intangible, pero el poder pasaba a ser infinito. Con esa realización a cuestas, abrió un poco la boca y gimió dentro del beso. En ese momento, Rachel Berry selló para siempre su destino.
Fue Kurt quien rompió el beso, y se separó lo suficiente como para poder mirarla a los ojos.
- Eres la novia de mi hermano.
Y no era un reproche, ni siquiera una reivindicación de la culpa. Era una simple afirmación, pero Rachel entendía desde qué rincón visceral le surgía la necesidad de establecerlo.
- Si, lo soy. Y tú eres gay.
- Si, lo soy.
Se miraron los ojos durante unos minutos, en silencio, midiéndose, compitiendo, evaluándose. Fue Kurt quien finalmente rompió el silencio.
- Eso no cambia nada.
- No, no cambia nada.
- Duérmete, Rachel.