Título: (I've got you) under my skin
Personajes / ship: Anderson, Kaidan, Doctora. Totalmente Shenko.
Tipo: angst más que ninguna otra cosa.
Extensión: 7923 palabras. Sí, yo tampoco me lo creo.
Notas: Bueno, esta criatura es lo primero que escribo en más de medio año y mi primer fic de Mass Effect EVER. Tengo la costumbre de no escribir nunca de los fandoms a los que respeto mucho pero con ME no he podido evitarlo, porque es un mundo demasiado maravilloso como para permanecer alejada mucho tiempo de él, así que mis disculpas por atreverme a mancillarlo con mis manazas. Este fic es mi visión de por lo que pasó Kaidan inmediatamente después del encuentro de Horizonte; me parecía que había un abismo entre las cosas casi crueles que le dice a Shepard y el mail que le manda más tarde, así que éste es mi pequeño esfuerzo por llenar ese espacio en blanco.
Notas 2: Va especialmente dedicado a
dryadeh, que ha aguantado mis mails cada vez que escribía veinte palabras más y que, aparte de animarme lo que no está escrito, ha hecho grandísimas sugerencias que han ayudado a que esto sea un poquito mejor de lo que habría sido sin ella. Gracias, preciosa ♥
El consejero Anderson estaba teniendo un día terriblemente malo.
Como si el repentino silencio por radio de la SSV Leipzig en su misión por el sistema Argos Rho no fuera suficiente motivo de preocupación, también tenía que lidiar con los cargos por fraude a dos altos mandos de la Alianza, encargarse de desmentir varios rumores sobre un supuesto abuso de privilegios de allegados al Consejo y esquivar al ejército de reporteros que Westerlund News había apostado en las zonas públicas del Presidium, justo en el punto de acceso a la zona de embajadas.
Se dejó caer en su asiento, con un suspiro. Demasiados frentes abiertos para alguien que ya debería estar pensando en jubilarse, se dijo con ironía. La vida de consejero estaba resultando mucho más dura de lo que había pensado inicialmente, y en los momentos más complicados, como cada vez que se daba de bruces contra el Consejo y su estrechez de miras en todo lo relativo a la humanidad, sentía unas ganas enormes de renunciar en favor de alguien a quien el contacto diario con la clase política no le provocara urticaria.
Seguro que Udina se ofrecería voluntario.
Su omniherramienta le avisó de un mensaje entrante del Comandante Alenko, enviado a su cuenta personal de extranet. Frunció el entrecejo; llevaba varios días esperando noticias suyas, pero el hecho de que Alenko no hubiera utilizado los canales habituales de comunicación de la Alianza y, en su lugar, hubiera decidido contactar con él de forma privada venía a decir que lo que el Comandante quería hablar con él era un tema de índole personal que no debía ser tratado por cualquiera.
Y, teniendo en cuenta las circunstancias, no había demasiadas dudas respecto al motivo de su exceso de celo.
Su mano quedó suspendida en el aire, en un breve momento de duda antes de modificar ciertas opciones del protocolo de comunicaciones, lo que le permitiría escuchar el mensaje bajo una encriptación segura. Se echó hacia atrás en su asiento mientras la voz de Kaidan Alenko empezaba a informar, con un cierto tono de urgencia, de los hechos acontecidos en la colonia humana de Horizonte en las últimas horas.
Habló de la nave y del ataque de los recolectores, del secuestro de los colonos, de los enjambres de insectos y el éstasis simulado en el que cayeron los que fueron víctimas de su picadura, él incluido. Explicó que sólo se pudo liberar de ese estado una vez que la nave abandonó la colonia - algún tipo de mecanismo de control con limitación de distancia, supuso Anderson - y después hizo una breve pausa, como si estuviera intentando ordenar sus pensamientos.
Cuando volvió a hablar había abandonado el tono de urgencia y adoptado uno distinto, más pausado y controlado. Le explicó su encuentro con Shepard, el intercambio de palabras, su abierta admisión de estar trabajando con Cerberus.
Anderson se tensó inmediatamente. La verdad era que no sabía bien qué hacer respecto a este tema. Ya había sido bastante problemático explicar por qué no había ordenado que la detuvieran cuando fue a verle a la Ciudadela (nos salvó del ataque geth y es la primera espectro humana, dijo en su momento, tiene derecho a explicarse) pero convencer al Consejo de que no interviniera iba a ser otro tema bien distinto.
Mientras el mensaje de Alenko llegaba a su fin su mirada se posó sobre el pad de datos que había en su mesa, a unos centímetros de su mano. Contuvo un escalofrío, intentando no pensar en su contenido, y suspiró, mientras debatía en su fuero interno sobre el mejor curso de acción.
Finalmente se decidió. Lo primero que hizo fue responder al mensaje de Alenko, diciéndole que asegurara la colonia y luego se reuniera con él en la Ciudadela lo antes posible. Después contactó con Steven Hackett.
Si, de momento al menos, iban a darle a la comandante Shepard el beneficio de la duda, tenían que hacerlo bien.
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Alenko se presentó en su despacho dos días después de que respondiera a su mensaje. Cargaba una bolsa con sus efectos personales; su expresión era una de cansancio y preocupación que Anderson suponía que se debía parecer bastante a la suya propia, y cuando le saludó con un apretón de manos la sonrisa tirante que le dirigió dijo mucho de su estado de ánimo.
- Bienvenido, comandante.
- Gracias, señor - miró a su alrededor mientras se sentaba y dejó la bolsa en el suelo, a su lado - Está bien estar de vuelta.
- Imagino. Sobre todo teniendo en cuenta lo movidos que parecen haber sido los últimos días de tu estancia en Horizonte - Alenko asintió levemente, con la vista fija en algún punto indeterminado de la pared. Anderson se sentó también y apoyó los brazos sobre la mesa, echándose hacia delante y decidiéndose a ir al grano - Entonces, ¿recolectores? Maldita sea, tenía la esperanza de que no fuera un nuevo enemigo. Tal como estamos, tenemos las manos llenas.
- Al menos ya sabemos a qué nos enfrentamos y podemos dejar de imaginar posibles escenarios y dar palos de ciego. Aunque yo también habría preferido que no fueran los recolectores los que estaban metidos en esto, la verdad - suspiró y se frotó los ojos - Horizonte fue un completo desastre, Anderson. Y respecto a lo de Shepard... no tengo claro qué pensar.
Anderson se echó hacia delante, apoyando los codos en el borde de su mesa.
- Ése es un tema... delicado, cuanto menos. Hay algunas cosas que no sabes - Alenko le miró, sin comprender - Cuando esto ocurrió ya habías partido a Horizonte y no te pude informar, pero poco después de que empezaran a surgir los rumores sobre la comandante le envié un mensaje pidiéndole que se reuniera conmigo. La verdad es que no tenía muchas esperanzas de que contestara, pero hace un par de semanas se presentó aquí, acompañada por dos operativos de Cerberus.
Alenko se tensó inmediatamente. Hizo ademán de decir algo, pero Anderson se lo impidió con un gesto de la mano.
- La conversación fue... bien. Demasiado formal, quizá. La comandante insistió en que no trabajaba para Cerberus, que los estaba utilizando para solucionar las desapariciones de los colonos ya que, al parecer, la Alianza y el Consejo habíamos decidido quedarnos con los brazos cruzados. Dijo que si la Alianza le proporcionaba los medios necesarios para perseguir a los culpables, abandonaría Cerberus inmediatamente. Claro que, en realidad, eso no probaba nada, puesto que ella sabía a la perfección que no era algo que estuviera en mi mano conceder - hizo una pausa, intentando concentrarse - Luego me dijo que estaba dispuesta a mandarme los informes de todas sus misiones con Cerberus como prueba de buena voluntad. Hasta este momento, lo ha cumplido, aunque realmente, hasta hace unos días, ni siquiera estaba seguro de que fuera la auténtica Shepard y no una clon o una avanzadísima IA.
Durante unos segundos Alenko no dijo nada, aparentemente sumido en sus pensamientos, pero por fin empezó a decir, con lentitud:
- Dijo algo similar en Horizonte. Respecto a lo de no estar trabajando con Cerberus, sino utilizándolos. Incluso me pidió que me uniera a ella - por un segundo Anderson estuvo convencido de que el comandante se lo había llegado a plantear, pero casi enseguida su gesto se endureció y continuó, con firmeza -: Le dije que estaba traicionando a la Alianza y, a día de hoy, aún no entiendo por qué. En su momento hubo rumores de que Cerberus estaba detrás de la masacre de Akuze, que acabó con toda su unidad. ¿Cómo es posible olvidar eso?
- Sinceramente, no lo sé. Hay demasiadas cosas que desconocemos en todo este asunto. Concentrémonos en lo que sabemos; podemos empezar con los dos miembros de Cerberus con los que vino a verme.
Pulsó un par de comandos en su consola, e inmediatamente salió en pantalla una de las imágenes captadas por el registro de seguridad de la entrada de la Ciudadela.
- Los escáneres biométricos les identificaron como Miranda Lawson y Jacob Taylor. La información sobre Lawson es más bien escasa; unos cuantos registros de entrada de hace unos años en la estación Cartagena y después en Omega, tras lo cual se perdió totalmente su rastro. Taylor es otra historia - se frotó las sienes, agotado, sintiendo que llevaba siglos sin dormir adecuadamente - Biótico y ex-marine de la Alianza, estaba bajo las órdenes del Mayor Derek Izunami cuando su unidad fue masacrada casi en su totalidad durante el ataque geth a Eden Prime. Renunció después de aquello y durante un tiempo fue apareciendo por los lugares más variopintos de la galaxia: la estación Ahn'Kedar, Bekke o Tortuga, e hizo un par de visitas más a la Ciudadela antes de desaparecer, más o menos al mismo tiempo que Lawson. Desde ese momento no volvieron a entrar en el espacio de la Ciudadela, hasta que regresaron acompañando a Shepard.
Levantó la vista. Alenko estaba a la espera, en silencio, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos fijos en la imagen de la consola; su expresión era una de tranquilidad pero lo traicionaban la rigidez de su cuerpo y la evidente tensión en la mandíbula apretada. Tras unos segundos en los que pareció que no iba a decir nada, finalmente, se decidió a hablar.
- Así que ex-Alianza - murmuró, tras unos instantes.
- Eso es. Y francamente, comandante, me preocupa. Que gente como Shepard, que ha hecho tantas cosas por humanos y aliens, y Taylor, que tiene una hoja de servicio inmaculada y suficientes recomendaciones como para empapelar una habitación, decidan que la única forma de conseguir que se hagan cosas sea unirse a una organización terrorista, da que pensar.
Se quedaron callados durante un rato, ambos pensando lo mismo (Algo debemos estar haciendo mal) pero sin atreverse a decirlo en voz alta. Alenko se movió en su sitio, incómodo, mientras echaba otro vistazo a la fotografía que mostraba la pantalla. Anderson había dado la orden de que se le informara si Lawson o Taylor volvían a aparecer por la Ciudadela, pero estaba bastante seguro de que no sacarían muchas cosas en claro sin llegar a conocer el motivo de su presencia allí.
La voz del comandante interrumpió sus pensamientos.
- Almirante, has dicho que durante un tiempo ni siquiera estabas convencido de que fuera la auténtica Shepard la que vino a verte. ¿Por qué ahora sí estás seguro de que lo era?
Anderson sopesó sus opciones durante unos instantes. Finalmente, se inclinó hacia delante y empujó hacia Alenko el pad de datos, que llevaba tres días en el mismo sitio de su escritorio y que Anderson no había tenido el valor de leer más que una vez. El comandante lo cogió y le miró, interrogante.
- Una patrulla persiguió una nave de esclavistas batarianos hasta una estación abandonada en el límite con el espacio profundo. Los batarianos se refugiaron allí, supongo que esperando encontrar armas y una forma de escapar, pero el lugar resultó ser una estación de investigación médica que estaba tomada por mecas descontrolados. Fue una trampa mortal para los esclavistas; los nuestros se libraron de milagro y, cuando por fin tomaron el control de la estación, aparte de un buen puñado de cadáveres de Cerberus encontraron... eso.
Cuando Gerard Beaumont, capitán de la SSV Ain Jalut y encargado de la misión contra los batarianos, se dio cuenta de lo que tenía entre manos, ordenó a la patrulla que volviera a la estación inmediatamente, pero no pudieron recuperar datos adicionales debido a que estaban protegidos por decenas de capas y cortafuegos de altísimo nivel que ni los técnicos más habilidosos de la fragata fueron capaces de atravesar.
A consecuencia de los intentos de pirateo hicieron saltar los sistemas de seguridad de la IV del complejo, provocando una reacción en cadena que culminó con la activación de una serie de mecanismos de auto-destrucción. Tuvieron que huir a toda prisa y la explosión resultante, además de destruir la estación hasta el punto de que el trozo más grande que quedó de ella fue un panel de control, dañó seriamente la lanzadera y la zona de escotilla de la Ain Jalut, obligándoles a regresar a Arturo una semana antes de lo previsto para someterse a reparaciones.
Cuando Beaumont le explicó todo esto a Anderson, apenas cuatro días antes, para terminar le había dicho, literalmente, “no sé cómo voy a poder dormir después de esto”.
El almirante no tardó mucho en averiguar por qué.
Registros médicos e historiales de operaciones. Minuciosos informes realizados casi diariamente durante cerca de dos años. Imágenes que, en la mente de Anderson, debían ser imposibles y, sin embargo, no lo eran. Y dos palabras que tenía grabadas a fuego en las retinas:
Proyecto Lázaro.
Esperó mientras Alenko bajaba la vista y empezaba a leer. Supo el momento exacto en el que comprendió lo que estaba viendo por los cambios en su expresión: abrió mucho los ojos, mientras contenía una exclamación de horror, y todo el color abandonó de golpe su rostro. Se quedó blanco como el papel, la mano que sostenía el pad de datos temblándole violentamente y, por un momento, pareció que pretendía decir algo, pero era como si el aire se le hubiera quedado atrapado en los pulmones haciendo que le fallara la voz.
Anderson podía entender su reacción, ya que él había pasado por algo similar en la única lectura que había necesitado para que las palabras más importantes de aquella primera página se le quedaran en la memoria:
Sin actividad cardíaca o neuronal. Fracturas múltiples. Daño celular irreversible. Grado de quemaduras imposible de determinar, resultado del contacto con la atmósfera de Alchera. Páncreas e hígado necrosados. Fallo multiorgánico. Muerte por asfixia.
Muerte.
De toda la jerga médica ésa era la palabra que más destacaba; la más simple y, sin embargo, la que contenía el significado más brutal y demoledor.
El comandante Alenko pareció recuperar la capacidad del habla y, tras unos instantes de lucha consigo mismo, logró empezar a decir:
- Pero... esto es...
Imposible. Un jodido milagro.
A lo largo de su carrera David Anderson había visto muchas cosas imposibles pero ¿como ésa? Ninguna.
Al parecer Alenko debía pensar lo mismo porque era incapaz de apartar los ojos del pad. Continuaba leyendo con avidez, a toda velocidad; sus dedos pulsaban rápidamente en la pantalla para pasar a las siguientes secciones, deteniéndose en lo más importante, obviando las páginas de relleno o las que estaban cargadas de vocabulario médico imposible de entender.
Avanzó hasta el final, impaciente y, cuando llegó a la última de las imágenes del dossier, fechada tan sólo hacía unas semanas, se quedó totalmente quieto, su rostro contraído en una expresión de agonía.
Anderson sabía bien lo que mostraba esa última fotografía. Se trataba de una sala médica, a juzgar por los aparatos y las consolas de control que podían verse en la pared. En primer plano se veía una camilla, del mismo blanco inmaculado que la estancia en la que se encontraba, y sobre esa camilla dormía la comandante Shepard.
Estaba cubierta por una sábana que la tapaba hasta las axilas, quedando sólo al descubierto la parte superior del torso, cabeza y cuello. El brazo derecho aparecía doblado en un ángulo de noventa grados, probablemente sujeto por alguien que quedaba fuera de la imagen, y la escena no habría estado fuera de lugar en una habitación de un hospital cualquiera.
Shepard estaba más pálida de lo acostumbrado en ella, aun así, una pincelada de color sonrosado coloreaba sus mejillas. Tenía el pelo más corto que antes de Alchera, casi como un hombre; varias antiguas cicatrices, recordatorio de su encuentro con las fauces trilladoras en la masacre de Akuze, habían desaparecido de su rostro, sustituidas por unas nuevas que se extendían hasta sus hombros y brazo y brillaban con un leve resplandor anaranjado. Probablemente resultado de los implantes cibernéticos empleados para reconstruir sus huesos y músculos, pensó Anderson con un escalofrío.
Volvió a mirar al frente. El comandante parecía encontrarse en otro mundo. Su mirada no se apartaba del pad de datos que sostenía y, en un movimiento probablemente inconsciente, levantó la mano izquierda y rozó la fotografía con la punta de los dedos, como si quisiera acariciar a la mujer que dormía.
Ese gesto le dijo a Anderson más que mil palabras a voz en grito y, con una sacudida de sorpresa, lo entendió.
¿Confraternización, Shepard?, se dijo para sí, aunque supuso que ese cargo estaría muy abajo en la lista de acusaciones que la Alianza acabaría por lanzar a la cara de la comandante. La verdad era que no resultaba del todo inesperado de Shepard; después de todo, ella era impetuosa y más de una vez se había reído de esa norma en concreto (No puedes pedirle a un soldado que no se enamore igual que no puedes pedirle que no tenga miedo, Anderson. Es la misma estupidez) pero sí le extrañaba de Alenko, hombre de carrera, que parecía haber nacido para ser marine. Inteligente y cumplidor, con un auto-control excelente y sabedor de la importancia de acatar las normas, no era alguien a quien se habría imaginado jugándose su futuro en la Alianza por algo que podía haber acabado siendo un flirteo sin importancia.
Aunque, ahora que lo pensaba, había habido señales. Aún recordaba al entonces teniente en la enfermería de la Normandía SR-1, haciendo compañía durante horas a una Shepard inconsciente que acababa de tener un desafortunado encontronazo con cierta baliza proteana en la colonia de Eden Prime. La expresión de su rostro, a medias entre la congoja y el miedo; en un principio había supuesto que era porque se sentía culpable de la situación, pero ahora se daba cuenta de que podía ser algo totalmente distinto.
Tal vez Kaidan Alenko se había visto arrastrado por esa fuerza de la naturaleza que era la comandante Shepard y no había sabido, o querido, escapar. Ése era el efecto que ella solía tener en la gente.
- Entonces era verdad lo que dijo - la voz llegó hasta él en apenas un murmullo. Anderson levantó la vista, abandonando sus elucubraciones de golpe, y alzó una ceja, interrogante - Shepard. Dijo... que si no había contactado con la Alianza era porque había estado muerta. Pensé que era una forma de hablar, pero... - volvió a mirar el pad y contuvo un escalofrío - ¿Cómo es siquiera posible?
- Estoy igual que tú, comandante, ni siquiera puedo empezar a hacerme una idea de cómo han podido conseguir algo así. La magnitud de un proyecto como éste es algo que escapa a mi imaginación - se levantó y caminó hasta el balcón que daba a los jardines del Presidium, clavando la vista en las tranquilas aguas del lago con un suspiro, y pensó en cómo iba a manejar la situación de ahora en adelante - Tendré que informar al Consejo; después de todo, Shepard sigue siendo una espectro. No es algo que pueda mantener oculto, dadas las circunstancias.
- Lo comprendo.
- También tendré que explicarles todo lo ocurrido en la colonia, y lo de la información que nos llevó allí, porque empiezo a pensar que todo forma parte de un retorcido plan de Cerberus y que, de alguna forma, querían a la Alianza y a la comandante juntos en el mismo lugar - le miró, con seriedad. Alenko se había levantado también y estaba parado a unos pasos, quieto como una estatua. Todavía sostenía en las manos los informes médicos del Proyecto Lázaro y, aunque aún se le veía considerablemente pálido, parecía haber recuperado parte de su aplomo - Kaidan, me gustaría tener algo que decirles cuando pregunten por qué no intentaste arrestarla, cuando la misma Shepard admitió estar con Cerberus.
El uso de su nombre de pila pareció confundirle un momento, pero se recuperó enseguida, y contestó sin dudar, como si se tratara de una pregunta que hubiera estado esperando y cuya respuesta tuviera preparada de antemano.
- Los colonos tenían prioridad. Tenía que intentar asegurar la zona y, además, el equipo de la comandante me superaba en número - se detuvo un momento antes de continuar, con amargura en su tono de voz - Garrus Vakarian estaba con ella. También un salariano, fuerzas especiales probablemente. Y, de alguna manera, no se vieron afectados por las picaduras de los enjambres de los recolectores.
- Conque Vakarian, ¿eh? - murmuró Anderson, con un suspiro, y se llevó la mano a la mejilla, rascándose con aire ausente la incipiente barba - Y un salariano. Un equipo curioso, teniendo en cuenta que estamos hablando de una organización terrorista anti-aliens.
Alenko pareció querer replicar algo, pero se lo pensó mejor y, finalmente, sólo dijo:
- Permiso para hablar con franqueza, señor.
- Concedido.
Pudo ver por el rabillo del ojo cómo se movía hasta llegar a su lado y, cuando empezó a hablar, el tono de duda estaba presente en su voz.
- Ya nos equivocamos con la autoría de los secuestros; fue muy fácil dar por sentado que la culpa era de Cerberus cuando, en realidad, era de los recolectores - se detuvo un momento; continuó tras exhalar un pesado suspiro - ¿Es posible que nos estemos equivocando también con Shepard?
Anderson se giró hacia él, mirándole con curiosidad. Mantenía una expresión de cuidadosa neutralidad, pero en sus ojos pudo ver un brillo que antes no estaba. Esperanza, quizá. Quería estar equivocado.
- Deja que te haga una pregunta, Kaidan. Si la situación fuera al revés y tú estuvieras en su lugar, y hubieras pensado que Cerberus era tu única salida... ¿qué habrías hecho? - vio el entendimiento pintándose en sus facciones tan claramente como si hubiera respondido en voz alta, y no pudo evitar esbozar una sonrisa - Ésa, comandante, es tu respuesta.
(parte 2/2)