Pertenencia.
Claim: Suecia/Finlandia.
Advertencias: None.
Rating: E.
Notas: Esto en realidad era la respuesta a un request en el
hetaliakink_esp, pero bueno xD
Para: musa_hetaliana
Link a la tabla.
Tierra
Desde aquél punto de la casa sólo se podían escuchar la tranquilidad y silencio. Suecia suspiró, reacomodándose sobre su lugar en los sillones del pórtico, y una especie de sonrisa satisfecha atravesó sus facciones relajadas. No era que no quisiera a su hijo, pero cuando Peter había anunciado a voz en grito (como todo lo suyo) que se marchaba para pasar la tarde con Letonia, no había podido más que agradecerlo: un poco de paz y soledad le venían bien de vez en cuando a cualquiera.
Volvió a fijar la mirada al frente. El jardín amplio y reverdecido del corto verano de su país se extendía hasta donde podían ver sus ojos, y yendo de un lado para otro sobre el pasto recortado encontró al amor de su vida, sumergido entre la tela ondeante de las sábanas limpias que pendían de las cuerdas sostenidas por los pilares de madera. Parecía mentira que el tiempo desde que se habían mudado juntos se podía medir en siglos, puesto que cada vez que lo miraba el interior aún le ardía, y aquél delicioso dolor oprimiéndole el pecho se extendía por todo su ser como si fuera la primera vez. O más bien, no. Suecia sabía que el transcurso de los años había vuelto aquél sentimiento mucho más fuerte conforme cada día a su lado pasaba, y que ahora, más que nunca, sería capaz de hacer cualquier cosa por Finlandia.
Lo perdió de vista durante unos instantes, cuando sus ojos se enfocaron en la distancia. Nunca antes se había sentido seguro incluso al bajar la guardia hasta que lo tuvo a su lado. Había sido más bien una criatura solitaria hasta entonces. Se había sentido solo el día en que se echó a la mar con Noruega y Dinamarca. Se sentía solo en el momento en que sus ojos se habían cruzado con los de Norge por primera vez, y también lo había hecho cuando el pequeño le dijo que quería marcharse de casa. Y a Suecia nunca le había gustado la soledad: el meterse a la cama y abrazar la nada, y escuchar el sonido de la quietud subiendo y bajando las escaleras polvorientas de su casa le partían el corazón, y fue por ello que se había llevado a Finlandia consigo cuando pudo hacerlo.
Su esposa.
En el instante en que decidió que el chico de sonrisa brillante y mirada firme sería suyo, no creyó que se sentiría así algún día. No creyó que gracias a él sería más sencillo soportar el invierno crudo y que año tras año florecería para él al llegar el verano. No creyó que sus cielos se volverían más azules ni los mares más profundos por el simple hecho de tomar su mano, pero tenía que admitir que nunca antes había sido más feliz. Porque todo era suyo, cada fracción de sí mismo y hasta donde alcanzaran a mirar sus ojos, e incluso todavía más allá, ya nada le pertenecía a él. Todo era suyo.
-¿Su-san?- la voz suave lo tomó por sorpresa, casi tanto como los brazos delgados que se cerraron en torno a su cuello. Tino no solía ser afectuoso con él, más bien todo lo contrario, de modo que giró el rostro para mirarlo. Tenía en los cabellos rubios impregnado el aroma a sol, y él inspiró para disfrutarlo más profundamente. -¿Qué estás haciendo?
Berwald sonrió. Una de sus manos se levantó para sujetar el brazo derecho del finés, y sus dedos se extendieron por encima de la tela suave de su camisa.
-'staba p'nsando en que t'quiero.- anunció, en voz baja, y después apoyó su cabeza contra el hombro delicado de Finlandia. No había visto la expresión de su rostro cuando terminó de hablar, pero estaba seguro, porque lo conocía perfectamente, que por cosas así sería capaz de renunciar a sus tierras, su cultura y su economía con un simple chasquido de los dedos de su esposa. Porque a final de cuentas ya se lo había regalado todo y no había marcha atrás.
Advertencias: None.
Rating: E.
Notas: Esto en realidad era la respuesta a un request en el
hetaliakink_esp, pero bueno xD
Para: musa_hetaliana
Link a la tabla.
Tierra
Desde aquél punto de la casa sólo se podían escuchar la tranquilidad y silencio. Suecia suspiró, reacomodándose sobre su lugar en los sillones del pórtico, y una especie de sonrisa satisfecha atravesó sus facciones relajadas. No era que no quisiera a su hijo, pero cuando Peter había anunciado a voz en grito (como todo lo suyo) que se marchaba para pasar la tarde con Letonia, no había podido más que agradecerlo: un poco de paz y soledad le venían bien de vez en cuando a cualquiera.
Volvió a fijar la mirada al frente. El jardín amplio y reverdecido del corto verano de su país se extendía hasta donde podían ver sus ojos, y yendo de un lado para otro sobre el pasto recortado encontró al amor de su vida, sumergido entre la tela ondeante de las sábanas limpias que pendían de las cuerdas sostenidas por los pilares de madera. Parecía mentira que el tiempo desde que se habían mudado juntos se podía medir en siglos, puesto que cada vez que lo miraba el interior aún le ardía, y aquél delicioso dolor oprimiéndole el pecho se extendía por todo su ser como si fuera la primera vez. O más bien, no. Suecia sabía que el transcurso de los años había vuelto aquél sentimiento mucho más fuerte conforme cada día a su lado pasaba, y que ahora, más que nunca, sería capaz de hacer cualquier cosa por Finlandia.
Lo perdió de vista durante unos instantes, cuando sus ojos se enfocaron en la distancia. Nunca antes se había sentido seguro incluso al bajar la guardia hasta que lo tuvo a su lado. Había sido más bien una criatura solitaria hasta entonces. Se había sentido solo el día en que se echó a la mar con Noruega y Dinamarca. Se sentía solo en el momento en que sus ojos se habían cruzado con los de Norge por primera vez, y también lo había hecho cuando el pequeño le dijo que quería marcharse de casa. Y a Suecia nunca le había gustado la soledad: el meterse a la cama y abrazar la nada, y escuchar el sonido de la quietud subiendo y bajando las escaleras polvorientas de su casa le partían el corazón, y fue por ello que se había llevado a Finlandia consigo cuando pudo hacerlo.
Su esposa.
En el instante en que decidió que el chico de sonrisa brillante y mirada firme sería suyo, no creyó que se sentiría así algún día. No creyó que gracias a él sería más sencillo soportar el invierno crudo y que año tras año florecería para él al llegar el verano. No creyó que sus cielos se volverían más azules ni los mares más profundos por el simple hecho de tomar su mano, pero tenía que admitir que nunca antes había sido más feliz. Porque todo era suyo, cada fracción de sí mismo y hasta donde alcanzaran a mirar sus ojos, e incluso todavía más allá, ya nada le pertenecía a él. Todo era suyo.
-¿Su-san?- la voz suave lo tomó por sorpresa, casi tanto como los brazos delgados que se cerraron en torno a su cuello. Tino no solía ser afectuoso con él, más bien todo lo contrario, de modo que giró el rostro para mirarlo. Tenía en los cabellos rubios impregnado el aroma a sol, y él inspiró para disfrutarlo más profundamente. -¿Qué estás haciendo?
Berwald sonrió. Una de sus manos se levantó para sujetar el brazo derecho del finés, y sus dedos se extendieron por encima de la tela suave de su camisa.
-'staba p'nsando en que t'quiero.- anunció, en voz baja, y después apoyó su cabeza contra el hombro delicado de Finlandia. No había visto la expresión de su rostro cuando terminó de hablar, pero estaba seguro, porque lo conocía perfectamente, que por cosas así sería capaz de renunciar a sus tierras, su cultura y su economía con un simple chasquido de los dedos de su esposa. Porque a final de cuentas ya se lo había regalado todo y no había marcha atrás.