Los celos de Finlandia.

May 31, 2009 05:31

Autor: 
fright_ranger 
Claim: Suecia, Finlandia y Dinamarca.
Advertencias: Ninguna.
Rating: Everyone.
Resumen: A Tino nunca se le hubiera ocurrido pensar así de Dinamarca.
Para: musa_hetaliana 
Notas: Tenía que escribir algo con Dinamarca >A< !!



Enemigos

Nunca antes había pensado en Dinamarca de aquél modo.

Lo vio llegar a casa un par de días antes de la víspera de año nuevo en compañía de Islandia y Noruega, sonriendo, mirándolos a todos con aquellos ojos llenos de seguridad y fanfarronería a los que nunca llegaría acostumbrarse, pero ni siquiera en aquellos momentos lo pensó así.

Había sido su culpa y lo sabía perfectamente. A él era a quien se le había ocurrido la estúpida idea de invitarlos a cenar, aún cuando Berwald se había opuesto desde el principio. A él era a quien se le había ocurrido no hacer caso del gesto ceñudo de Suecia y los había llamado en contra de su voluntad. E irónicamente había sido también él el más sorprendido por no haberse dado cuenta antes, durante todo el tiempo en que vivieron juntos, de lo que sucedía entre los dos.

Tropezó con ellos en la mitad de un corredor durante la madrugada, cuando se había levantado por un poco de agua, extrañado de no encontrar al sueco durmiendo a su lado, y su corazón había dado un vuelco. Se había dicho a sí mismo todo el tiempo que las cosas entre ambos estaban siendo mal interpretadas: que aunque vivieran juntos bajo el mismo techo, con un perro y un hijo, ambos eran solamente amigos, sin importar el modo en que su estómago se contraía y su corazón parecía ir más de prisa cada vez que Berwald lo llamaba "su esposa", y aún así le había dolido terriblemente cuando las manos de Dinamarca se cerraron sobre las muñecas de Suecia, contra la pared, y sus rostros se habían acercado.

-¿Cuándo vas a volver a casa?- lo escuchó preguntar, en voz baja. -Creo que te he dado tiempo de sobra para divertirte.

Berwald no había respondido, o al menos eso creyó él, porque no pudo permanecer más tiempo observando y emprendió la retirada cobarde hacia su habitación. Y así, conforme la noche avanzaba y él permanecía despierto en espera de que Suecia regresara, sus pensamientos, la duda y el resentimiento lo traicionaron. ¿Qué estarían haciendo? ¿Por qué se demoraba tanto? ¿Sería acaso que ellos dos...? Lo escuchó regresar al cabo de un rato más, apenas haciendo ruido, y cuando la cama se hundió bajo su peso Tino sintió el impulso de incorporarse y exigir una explicación. Sin embargo volvió a repetirse aquello que había estado diciéndose internamente una y otra vez desde que volviera la habitación: no había nada entre ellos más que una muy unida amistad, aún cuando, en el momento en que Berwald se metió bajo las mantas y le dio la espalda sin besar su frente o pasarle un brazo por la cintura como cada noche, Finlandia hubiera tenido deseos de echarse a llorar.

No pudo despegar los ojos de ellos durante el día siguiente, y el siguiente a ese, viendo entre ambos un montón de señales que nunca antes se había detenido a observar: la manera en que discutían, cómo Dinamarca se echaba a reír cada vez que Suecia le lanzaba aquella mirada atemorizante o la forma en que Berwald parecía haber estado evitándolo desde esa noche. Parecía tan asquerosamente lógico que Tino se maldijo una, y otra, y otra vez. Se arrepintió profundamente de haber tomado aquella decisión, de haber sido tan tonto, e incluso se arrepintió de haber escapado con Suecia aquella vez. Sin embargo, de lo que más arrepentido estaba, era de no ser capaz de aceptar sus propios sentimientos.

Dinamarca se puso de pie cuando sonó la primera campanada del reloj durante la cena de año nuevo, y sus brazos se cerraron en torno al sueco, cuyos hombros se tensaron al contacto. Tino permaneció sentado a un costado suyo, junto a Sealand, quien le daba trozos de carne al perro creyendo que nadie podía verlo, y una vez más el mundo se le fue al suelo. Cuando vio el rostro de Berwald componer un gesto que nunca antes había conocido, supo que él no era nadie. Que aquél nivel de confianza que parecían tener él no podría alcanzarlo ni en un millón de años, y que, sin lugar a dudas, la persona indicada para Suecia era el danés de cuya casa habían escapado siglos atrás.

Eso quiso creer, conforme apretaba los puños bajo el mantel de la mesa. No tenía caso alguno seguir engañándose: se había enamorado perdidamente de Berwald sin darse cuenta, y aunque sabía que no tenía derecho alguno para sentirse así era completamente incapaz de seguir soportando los celos que le mordían las entrañas.

Ellos se marcharon a la mañana siguiente, llevándose consigo la estabilidad de su hogar, y aunque cuando finalmente tuvieron tiempo a solas Suecia comentó cuánto le aliviaba que por fin se hubieran marchado, Tino no le creyó. Sabía que todo había sido culpa suya, y sin importar cuánto apretara Berwald su mano o le dijera que estaba equivocado, reconoció que nunca más volvería a ver a Dinamarca de la misma forma que antes.

Nunca había pensado en él de aquél modo, pero en ese momento supo que ambos se habían convertido en enemigos.

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