Harry & Draco
Subieron en silencio. Como si pronunciar una sola palabra pudiera romper el encanto de aquella frágil tranquilidad que ambos parecían empeñados en demostrarse mutuamente. Sin embargo, la mano de Draco retembló unos segundos cuando asió el tirador y abrió la puerta. Y el vino en el estómago de Harry dio un inesperado viaje hasta su cabeza, mareándole un poco.
La habitación era muy acogedora. La luz del atardecer entraba por una ventana cubierta por unos visillos ollados que colgaban de una galería dorada. Los muebles eran de roble, madera oscura que contrastaba armoniosamente con la colcha de la cama, blanca al igual que los finos doseles y las paredes. Sobre las mesillas de noche había sendos quinqués antiguos de porcelana y bronce. Además, sobre la de la derecha, junto a la ventana, había también un plato de cristal de bohemia en forma de corazón, sobre el que quemaban tres velas que exhalaban una suave fragancia a lavanda y cedro.
-¿Estás nervioso? -preguntó Draco, después de cerrar la puerta.
-Joder, que sí...
[...]
-Me corro...
Y lo dijo con ahogo, como disculpándose por el irremediable hecho de estar regando las entrañas de su amante, sin posibilidad de detenerse. Casi sin resuello, tomó la erección de Draco en su mano y le hizo terminar apenas unos segundos después.
-Será mejor la próxima vez, lo juro -musitó, dejándose caer exhausto al lado de su compañero, cubriéndose el rostro con las manos.
Y Draco estalló en carcajadas. Harry no recordaba haberle oído reírse jamás de esa forma. Así que apartó las manos y le miró, como si no pudiera creer que fuera Draco Malfoy quien se estaba desternillando hasta la lágrima.
-¿Qué? -preguntó entre confundido y ofendido.
Pero aquella risa, tan desinhibida y fresca, tan nueva para Harry, acabó siendo demasiado contagiosa como para no terminar sucumbiendo a ella. Comprobó que reír con Draco se sentía muy bien, era liberador, una catarsis directa al alma; tan íntimo como haber conocido su cuerpo o haberle besado. Era como empezar a atisbar un poco de lo que no podía verse a simple vista; lo que no estaba en la piel ni en el sonido de un jadeo. Ni en ese pelo rubio pegado a su frente o en las manos que apretaban su estómago, tratando de aliviarlo de ese ataque de hilaridad. En la risa de Draco explotaba su esencia, su ser más intrínseco. El que olía a tulipanes, a crisantemos y a claveles. A rosas rojas.
-Mi jardinero fiel -susurró.
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