Título: For Good.
Capítulo: 5: Desvío [Blaine]
Personajes: Blaine Anderson, Rachel Berry, Kurt Hummel. Menciones de Finn Hudson.
Parejas: Klaine. Klainchel. Pasado Finnchel.
Extensión: 2638 palabras.
Advertencias: Ligeras menciones de trío. Nada del otro mundo, la verdad.
Notas: Este capítulo es diferente- aunque la verdad es que ningún capítulo de esta historia es parecido a los anteriores. Tiene un salto en la historia y saltos en la narración. Si hay algo que no entienden, pregunten.
Dedicatoria: Feliz cumpleaños,
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michan_kitamura [Parte 2/?]
Masterlist Mirándolo en retrospectiva, Blaine sabía que podía señalar con pelos y señales el día exacto en el que todo comenzó a írseles verdaderamente de control.
Por supuesto que había sido una construcción larga y lenta, no solo fundamentada en la agonía durante los cuarenta y cinco días transcurridos desde el segundo beso de Kurt y Rachel, ni en la incertidumbre de los meses posteriores a su primer beso; era una tensión, un ambiente fluido y denso que llevaba años gestándose, que había nacido en el exacto mismo momento que la relación entre ellos dos.
Con los años, Blaine había aceptado la realidad de que la fiera llevaba años creándose y dormida, y que ni siquiera había sido del todo culpa suya que se despertase.
Pero con los años, tampoco dejaba de volverle a la cabeza una y otra vez la insidiosa pregunta de si las cosas hubiesen podido ser distintas si él no hubiese contribuido activamente a soltarle la cadena.
El pensamiento era recurrente, y era uno de los pocos grandes aspectos de su vida en los que Blaine se molestaba en pensar y si… Pero, era, también, el único en el que sabía a ciencia cierta que no hubiera podido hacer nada mejor.
Quizás era cierto que él había ayudado a soltarle la cadena a la fiera; que lo había permitido, que lo había avalado. Que lo había impulsado y, para que negarlo, que lo había deseado en su momento. También era cierto que no hubiera tenido otra opción.
Se consolaba pensando que todo hubiera sido mucho peor si la fiera se hubiese soltado sola y hubiese saltado a morderle la yugular desde las penumbras sin ningún previo aviso.
Si Kurt y Rachel habían hablado sobre lo que había pasado, Blaine no lo sabía, pero sospechaba que no, porque Kurt evitaba las miradas de Rachel y la castaña, por el contrario, lo observaba largamente, con algo que era furia y era decepción, pero también era desafío, brillándole en los ojos.
No había nada que Blaine desease más que que lo hablasen de una maldita vez.
Blaine confiaba en el poder de las palabras, y había aprendido a controlarlas con el paso del tiempo.
Kurt usaba las palabras como un arma, las usaba para atacar y para herir, en un ataque que en realidad era una defensa. Las palabras eran la coraza de Kurt, porque el sarcasmo y la ironía ocultaban aquellas palabras que Kurt realmente deseaba, pero que no podía o no se permitía decir.
Para Blaine, en cambio, las palabras eran un instrumento. Para él, las palabras creaban lazos y no paredes. Las palabras eran su fuente de luz y eran para él casi tan útiles como una mano extendida para darle a alguien la bienvenida.
La relación de Kurt y Blaine estaba fundada en acciones pequeñas pero fundamentales: Blaine tomándolo de la mano para llevarlo por los pasillos de Dalton el día en el que se conocieron; Kurt empujando a Karofsky para evitar que le hiciese daño, cuando nunca lo había hecho para defenderse a sí mismo. Eran acciones pequeñas, pero que hablaban discursos. Eran los cimientos de su relación porque era lo que Kurt entendía, eran su verdadero lenguaje, a lo que acudía cuando todos sus demás recursos le fallaban. Las pequeñas acciones eran lo que Kurt siempre había deseado compartir con alguien: andar de la mano por los pasillos de la escuela, bailar lento en el baile de promoción.
El resto de la relación se basaba en las palabras: en ser completamente sinceros el uno con el otro, en contarse todo, en buscar siempre media hora al final del día para contarse lo que se habían perdido de la vida del otro. Era el terreno en el que Blaine se sentía seguro, era lo que podía manejar y era lo que él siempre había anhelado: alguien que realmente lo escuchase, cuando durante años solo había sentido que le gritaba a paredes sordas. Kurt podía entenderlo, porque Kurt había pasado años gritando sobre las voces de Rachel y de Finn, y de todos, luchando porque alguien lo escuchase, sin mayores resultados. Pero mientras a Blaine el rechazo y la decepción lo habían arrastrado a querer ser chiquito, indistinguible, a camuflarse con el resto, a no llamar la atención más que cuando tenía la oportunidad de subirse a un escenario, Kurt había elegido el camino opuesto: si no escuchaban sus propuestas de canciones, hacía un dueto consigo mismo; si desmerecían sus opiniones, se vestía con el atuendo más escandaloso y a la vez fabuloso que se pudiese imaginar. Blaine se aferraba a sus palabras, anhelando el momento de encontrar a alguien que quisiese oírlas; Kurt, por el contrario, buscaba la manera de gritar con cada poro que tuviese disponible en la piel.
Kurt necesitaba la certeza de que era algo duradero, algo a lo que podía aferrarse. Kurt necesitaba la certeza de que era real, y por eso su relación se cimentaba en lo que Kurt necesitaba. Si se sentía lo suficientemente seguro, el resto podía llevarlo adelante con la fuerza del huracán que definitivamente él mismo era.
Blaine necesitaba la certeza del día a día, el cariño constante, la aprobación, el anhelo, el cuerpo caliente al irse a la cama todas las noches. Por eso su relación del día a día se basaba en lo que él necesitaba: contarse todo, buenos días, te amo, ¿Cómo te ha ido en las clases?, ¿Acaso me estás tomando el pelo?, ¿En serio, Blaine? El sarcasmo y la ironía de Kurt, esos comentarios hirientes que se le clavaban en el esternón como si fueran aguijones le servían para darse cuenta de que seguía vivo, de que tenía que estar atento, de que había elegido las opciones correctas. Todo lo demás que pudieran decirse, era pura dicha.
Blaine vivía para hablar y para construir sus relaciones en base a las palabras, y el silencio de meses en relación a lo de Rachel y Kurt estaba matándolo. Que Kurt no quisiese hablar del tema con él le parecía hasta cierto punto razonable, porque aunque le doliese, sabía que Kurt tenía derecho a levantar sus corazas cuando se sentía atacado. En cierta forma, estaba agradecido, porque aunque estaba acostumbrado y hasta necesitaba la acidez del día a día, no sabía si estaba preparado para que Kurt fuese absolutamente devastador con él.
(Y Kurt definitivamente sabía cómo ser absolutamente devastador con él).
Mirando eso también en retrospectiva, no había podido decidirse si el problema fue que había sido demasiado arrogante como para considerar que Rachel podía llegar a representar un riesgo, demasiado seguro de sí mismo como para siquiera pensar que Kurt pudiese preferir algo más, demasiado desinteresado como para que todo eso no le importase y abogar por el bien de todos.
(En el fondo, sabía que lo había hecho porque no podía entender como en ese departamento en el que convivían tres personas que se adoraban mutuamente, el ambiente podía ser tan espeso que era posible cortarlo con un cuchillo.
Sabía que lo había hecho porque a Rachel se le había agotado el buen humor, y pasaba cada día más tiempo fuera del departamento, y su ausencia se sentía como si fuese un peso en el alma.
Sabía que lo había hecho porque Kurt estaba cada vez más ácido y más insidioso, lloraba más de rabia que de emoción y había dejado de cantar mientras preparaba el desayuno.
Sabía que lo había hecho porque se había dado cuenta de que, quisiera o no, estaba perdiéndolos a los dos de todos modos, porque Rachel ya no le contaba sus secretos y sus sueños, Kurt ya no enredaba sus pies entre los suyos para calentarlos, ya no lo despertaba los domingos a la mañana con ganas de hacerle el amor.
Sabía que lo había hecho porque llevaban cuatro meses viviendo juntos, pero el ambiente se cuarteaba y se agrietaba, y ya nada se parecía a la exaltación de los primeros días en los que todo era una novedad y una maravilla.
Sabía que lo había hecho porque llevaban cuatro meses viviendo juntos, pero a los tres les pesaba en el ánimo como si hubiese pasado una eternidad.)
Lo único de lo que estaba seguro, era que no se le hubiese ocurrido una solución alternativa.
El día en el que Finn dejó a Rachel porque había conocido a una chica en la universidad que se reía de sus chistes, y a la que no le importaba escucharlo hablar de futbol, y a la que le resultaba tierna su forma de bailar- y que no estaba en Nueva York, eso no se había dicho, pero había estado flotando en la conversación como una sombra-, fue Blaine quien la encontró llorando hecha un ovillo en el sillón.
Se sentó junto a ella, y le desenredó el cabello con los deos, y la acunó entre sus brazos y le habló con palabras suaves y media lengua hasta que ella se tranquilizó lo suficiente como para contarle que le sucedía.
No se había dado cuenta hasta ese momento cuánto extrañaba el calor de su cuerpo y el aroma de su perfume.
La alimentó con helado y galletas, y le habló de las cientos de veces- él y Kurt habían dejado de contar después de la quinta- en las que Finn y ella habían roto para volver a los pocos días. Rachel negaba con la cabeza y afirmaba que esta vez era definitivo, y aunque Blaine la había oído decir eso casi tantas veces como había estado en esa situación, había algo en el tono de su voz, una nota racional y firme entre el mar de lágrimas, que le hacía pensar que lo decía en serio.
Con el correr de las horas, los chistes, las caricias, las bebidas que fueron subiendo en intensidad alcohólica, el humor de Rachel fue variando de una profunda depresión a la exaltación correspondiente al abanico de posibilidades que se la abrían ante las nuevas circunstancias, esa exaltación que iba tan bien con su carácter.
Ninguno de los dos sabía que no iba a tener posibilidad de explorarlas.
Cuando Kurt llegó de trabajar aquella noche, quisquilloso y un poco de mal humor, Blaine y Rachel ya habían dado cuenta de la mitad de la botella de vodka que Puck les había regalado cuando se mudaron.
Durante los primeros meses después de la catástrofe, hablando hasta altas horas de la noche primero con Santana y luego con Puck, a veces con los dos, Blaine le había echado la culpa a Kurt, diciendo que Kurt era quien estaba sobrio, que debería haberse hecho cargo de la situación, quien debería haber hecho lo imposible por evitar aquella locura que era tan evidente que iba a terminar en desastre.
Durante aquellos primeros meses, se había mordido las heridas arguyendo que Kurt lo había hecho a propósito, que él en realidad nunca le había bastado, que él no había sido suficiente, que él no valía nada.
Fue necesario que Santana le plantase un cachetazo una noche en la que la auto compasión y el odio a si mismo se le habían ido demasiado de las manos, y le gritase en esa mezcla de español e inglés que Blaine solo entendía a medias, pero que lo aterrorizaba hasta lo más profundo del alma, que era un estúpido, que dejase de rascarse la sarna ovillado en un rincón y asomase la cabeza de una maldita vez para darse cuenta de cómo habían sido verdaderamente las cosas.
Fue necesario que Santana le dejase una marca en la mejilla que la ardería durante horas para que Blaine comenzase a darse cuenta de que no había sido culpa de Kurt, pero que tampoco había sido su culpa, ni la de Rachel.
Que todo había sido una suma de pequeñas acciones y de palabras, de silencios, de poder, de control, de sentimientos no dichos, de verdades a medias, de decisiones erradas, de pequeños detalles que habían ido torciendo el camino, pero que eran intrínsecos de cada uno. De miradas y palabras, pequeños gestos y acciones, que les habían desviado el destino, pero que ninguno de ellos hubiera podido preveer, porque quizás ese era el modo en el que debían desarrollarse los hechos. De miedo a las etiquetas y miedo a des etiquetarse, de miedo a dejar de pertenecer, de miedo a perder lo seguro, de miedo a no formar parte y desaparecer.
Quizás ese fue el momento en el que Blaine comenzó a sanar.
Pero el Blaine que había tomado un cuarto de botella de vodka, y que más que de alcohol estaba emborrachado con la percepción de su amiga, a la que llevaba tantos meses extrañando, no tenía modo de saber todo el dolor que la acarrearían las decisiones que pudiese tomar aquella noche.
Pero la piel le ardía de la necesidad y el deseo de tocar a Kurt, y su novio, que se había sentado en el sofá, luego de aflojarse la corbata y tomar un buen sorbo de vodka, así puro, tan fuerte que le comenzaron a lloriquear los ojos, por primera vez en dos meses parecía reaccionar de forma positiva a sus caricias.
Kurt se recostó en el sofá con los ojos cerrados, y dejó que Rachel le sacase la corbata y que Blaine le masajease los hombros y los brazos. Era la primera vez en mucho tiempo que estaban los tres juntos en paz, sin hablar, pero también sin tensiones, sin frustración, sin remordimiento, sin furia, sin deseo reprimido, sin sentimientos agridulces.
Aunque llevaba meses deseando que hablaran, Blaine no deseaba nada menos en ese momento.
Quizás fue el deseo, quizás fue el alcohol, quizás fue la sensación de poder que le daba el ver a Kurt recostado en el sofá, desarmado y vulnerable. Seguramente fue una mezcla, pero el simple cosquilleo de anticipación ante la idea de lo que pensaba hacer le pareció irresistible.
Comenzó a desabrochar la camisa de Kurt con dedos ágiles y expertos, y no pudo evitar el sentimiento de satisfacción al oír a su novio suspirar ante el contacto de sus dedos húmedos y fríos contra la piel de su pecho cálida y suave. Le hizo un gesto a Rachel, y no pudo ahogar una carcajada ante la forma inmediata y sorprendida en la que Kurt abrió los ojos al sentir sobre su boca unos labios que no eran los de él.
Rachel lo acompañó en la carcajada, y entonces Blaine se inclinó y la besó él, y recorrió con su lengua su labio inferior, porque había en ella un gusto que era irresistiblemente Kurt. Pudo escuchar a su novio suspirar una vez más y luego gruñir, en ese tono bajo de su amplio registro vocal que usaba solo en contadas ocasiones.
- Ustedes dos quieren matarme.
El alcohol le nublaba demasiado el entendimiento, porque quizás en otro momento se hubiera dado cuenta de lo que significaba esa frase: esa frase demostraba que había premeditación, que Kurt había pensado en eso, que en cierta forma a Kurt lo excitaba esa idea. Eso cambiaba todo, porque si Kurt había dedicado tiempo a pensar en eso, significaba que era algo mucho más grande que un beso robado en una noche de consuelo y un desliz de borrachos entre tres personas que se conocían demasiado. Significaba, también, que tendría repercusiones mucho más terribles de lo que él esperaba.
Blaine quizás había bebido demasiado vodka como para darse cuenta.
O quizás simplemente no tenía otra escapatoria.
Besó a Kurt con labios sedientos y ávidos, y el castaño le respondió con una pasión tan vibrante que Blaine sintió cómo se le volvían gelatina las rodillas. Tomó a Rachel de la mano, y la acercó para que Kurt la besase también a ella, y cuando luego cerró los ojos, no estaba seguro de a cuál de los dos estaba besando.