Olímpicos: Capítulo 12, primera parte

Aug 19, 2012 00:00




Capítulo 12, primera parte

La Sala de los Doce Tronos en el Olimpo era una estancia finamente suntuosa. Existía desde que los primeros hijos de Gea reinaron, y no había cambiado en su esencia en esos miles de años. Era evidente que estaba hecha para que millares de personas dieran pleitesía a sus dioses de buen grado. Antes era el lugar de las más grandiosas celebraciones, pero en ese momento la usaban, más que todo, para una reunión mensual.

Era una enorme instancia de forma circular y hecha de oro puro. Por decoración, tenía grabados en algunos lugares; dibujos sin forma definida, hilvanados con pequeñas piedras preciosas de varios colores. Comúnmente estaba totalmente vacía, a excepción de los doce tronos. Éstos estaban hechos de metales puros, y cada uno era muy diferente al otro; con tallados de dibujos propios de quién se sentaba en él, sus objetos, animales o historias insignes. Eran tan grandes que dos personas podían sentarse cómodamente en cada uno, y el respaldar era más o menos un metro más alto de quien se sentara en él. Para la ocasión, estaban equidistantes entre ellos, ordenados en un medio círculo a cada lado de los reyes del panteón: Poseidón, Hera, Zeus y Hades.


Pero, al entrar en la Sala de los Doce Tronos, lo que llamaba más la atención era la enorme vidriera en el centro de la cúpula que tenían por techo. Se trataba de una imagen de los Doce Grande actuales, en un cielo hermoso y semidespejado, vestidos con togas y coronados por laureles. Cada uno estaba en una pose o era decorado con objetos que simbolizaban sus funciones. Hacia ahí veía Atenea cuando se aparecía en la Sala de los Doce Tronos. No era que le gustara el dibujo, más bien todo lo contrario. No podía dejar de pensar que esa imagen correspondía a una realidad de dos mil años antes, en vez de en la vida del Panteón actual. Recordaba fugazmente todo, y todos, los que habían perdido cuando los monoteístas los hicieron temer su la mortalidad... Sin embargo, el juego de colores de la luz filtrándose por la vidriera era algo hermoso y digno de contemplar. Como una aurora boreal que hacía sentir una sutil maravilla.

Aunque no era parte de la sala, para esa reunión siempre aparecían un graderío en forma de auditorium, alrededor de los tronos. Ahí se sentaban los Dioses mayores que no eran Doce Grande, además de parte de los séquitos y corresponsales del Mensajero alado. Algunas veces, usaban esa misma reunión mensual para otorgar investiduras, que comúnmente se trataba de conceder la inmortalidad a un acólito que había probado su valía para el Panteón. Pero otras veces, pedían reuniones a solas o fuera de agenda; cuando los Dioses bélicos debían dar sus reportes, o estaban en algún tipo de crisis importante. Hacía unos sesenta años que no pedían reuniones extraoficiales, y uno y medio desde que no investían.

Esa vez, la reunión había terminado sin mayores sorpresas. Todos los Doce Grande se habían levantado de sus tronos y reunido al centro, donde estaban los demás Dioses mayores y parte exclusiva de todos los séquitos. Comían los más deliciosos platillos de Hestia, hechos con los vegetales crecidos por los poderes de Démeter en persona, y las mejores carnes que proporcionaba Pam. Además, bebían las más exquisitas bebidas de Dionisios, y Apolo solía llevarles a las musas y su descendencia para hacer un improvisado entretenimiento ameno y familiar.

Los Dioses iban vestidos como en los tiempos antiguos, tomaban ambrosía con sus comidas, bailaban al son de la música, cantaban con ésta y hablaban, los más unidos, con complicidad, familiaridad y confianza de conocerse por tanto tiempo. Era como si nunca hubieran pasado los últimos mil setecientos años... Zeus solía terminar la celebración en una orgía a puertas privadas mientras, los que no deseaban acompañarlo, seguían la diversión por su cuenta y a su manera. Solo por esa celebración, es que todos los Dioses mayores y sus séquitos, aguantaban amenamente la burocrática reunión de informes que solía durar varias horas.

Sin embargo, no todos estaban alegres. Atenea se encontraba aún en su trono, tan concentrada en el teléfono celular, que no parecía que existiera para ella más que lo que éste le presentara en su pantalla. No se había separado del aparato desde que llegó. Aún cuando Zeus le había pedido que lo dejara apagado, ella se rehusó. Todos en la sala habían sentido como el manto del aura de Atenea, que normalmente daba la sensación de estar ferozmente protegido; se convertía en un aire tremendamente oscuro, amenazante y deseoso de sangre... Zeus decidió que ella podía tener el celular prendido, aunque eso no la apaciguó del todo.

Atenea casi no habló en la reunión, ni siquiera en las discusiones que habían después que cada uno de los Dioses mayores que debían hablar, terminaba su exposición. Algo muy extraño, porque normalmente era de las más activas; pero esa vez, no estaba interesada en poner atención o alargar la reunión... Ares estaba allí y de tan buen humor, que casi no lo soportaba. Atenea tenía que evitar saltarle al cuello y borrarle esa expresión de su rostro a punta de puñetazos. Mantener su autocontrol era mucho más importante que cualquier otra cosa. Cuando tuviera las pruebas contra él, podría celebrar su victoria y golpearle todo lo que deseaba.

Estaba diciéndose que debió haberse ido apenas terminó la reunión, cuando una copa con vino blanco apareció entre su teléfono celular y ella. Atenea tomó fuerza para subir la mirada y darle cara.

-Gracias.

-Si la bebida no va a Ati...

Ella tomó la copa y dio un sorbo. Había escogido bien, era su bebida alcohólica favorita. Zeus relajó su expresión un poco, e hizo a sentarse junto a ella en su trono. Atenea se movió a un lado para hacerle espacio.

-Solo una copa padre, que...

-Sí, lo sé -la interrumpió él, con tono comprensivo-. Lo de los robos de objetos mágicos te tiene absorta. No se habla de otra cosa. Todos están preocupados por ese tema... Y por ti.

Atenea tomó otro sorbo del vino, para evitar que salieran las palabras por su boca. No se trataban de robos, la muerte de Teresa y su familia se lo había confirmado. Eran asesinatos a sangre fría, de personas a las que ella había amado en cierta medida. Pero Atenea no iba a discutir. Su padre siempre tenía buenas intenciones para con ella, y nunca admitía que las pequeñas diferencias a sus ojos, eran grandes diferencias desde el punto de vista de Atenea.

-Me estoy haciendo cargo -replicó, con el tono más duro de lo que quiso.

Zeus le puso una mano en su espalda y la movió suavemente. Atenea sintió cómo los músculos de su cuerpo se relajaban gracias a las habilidades electroquímicas de su padre.

-Lo sé, mi niña. Pero no estás teniendo resultados en esos empeños, y no me gusta verte así.

-Estoy teniendo avances que...

-Sólo con ayuda de Hermes. -Zeus dio una carcajada muda como toda opinión-. Si tu séquito no es suficiente, puedo prestarte a mis héroes, o hacer que espías de Hera y  hechiceros de Artemisa estén bajo tus órdenes.

Atenea lo miró, mordiéndose la lengua. Por ese tipo de cosas, los demás le resentían el claro favoritismo que Zeus sentía por ella.

-Gracias por el ofrecimiento, pero no. Yo me estoy haciendo cargo, lo único que necesito es tiempo y libertad.

Zeus endureció un poco su tono.

-Ya han pasado varias semanas desde lo del cinturón, y no has encontrada nada. No es solo tu responsabilidad, son dos de nuestros objetos mágicos más recono...

-¡Me importan poco el Cinturón de Hipólita y el Vellocino de Oro! -Explotó ella. Atenea se había movido para adelante, alejando su espalda de la mano de Zeus. Titubeó, pero finalmente se puso en pie y lo enfrentó desde esa altura-. ¡Se trata del asesinato de siete personas bajo mi protección!

Zeus frunció el ceño, indignado y preocupado.

-¿Siete? ¿Pero no eran tres héroes?

-No, son siete víctimas. Ayer asesinaron a otros cuatro.

Su padre frunció más el ceño, perplejo. Atenea se llevó la mano al puente de la nariz, sintiendo como la frustración la embargaba rápidamente. ¡Por supuesto que no lo sabía! Fuera como fuera que su padre lograba estar tan al tanto de lo que sucedía en el Panteón, la muerte de cuatro humanos jamás sería algo que la mente de Zeus filtraría como de importancia.

Segundos de silencio después, Atenea decidió que era hora de irse.

-Tengo mucho...

-La forma en que llevas tu acolitaje te está haciendo tener problemas. -Interrumpió Zeus, con tono acusador. Se puso en pie y le tomó la quijada con cierta ternura, endulzó sus palabras-. Tu apego a ellos no te deja ser objetiva con lo que está sucediendo. -Atenea miró a un lado, sin aguantar verle a los ojos. Solo frente a su padre sentía esa extraña vergüenza de saberse en falta, de no estar a la altura-. Estás tan unida a los acólitos, que de seguro oyes todas sus oraciones hacia ti, y sientes sus dolores y penas... ¡Eso vuelve loco a cualquiera!

-He mejorado en filtrar mi empatía.

-¡No lo suficiente! -Zeus se dio un segundo para calmarse, y bajó la mano al cuello de ella, con suavidad. Volvió a hablar, casi suplicante-. Mira las evidencias, Ati.  No hay otra cosa que una a las muertes de esos héroes, más que el robo de los objetos mágicos en su posesión. Y sea lo que sea que pasó ayer, debe ser un asesinato en masa que no tiene nada que ver con ésto. -Volvió en endurecer el tono-. Supe que crees que son ataques directos en tu contra... -La miró de una manera que a Atenea la hizo sentir minimizada- Por no controlar tu acolitaje, te duele mucho sus muertes y no piensas claramente. Nos empiezas a preocupar en verdad, y no quiero...

A Atenea se le había llenando los ojos de lágrimas, de indignación y rabia contenida. ¿¡Así que eso era lo que creían!? ¡Que Atenea, la ama acólitos, por fin se había vuelto medio loca! Solo porque no le daba la gana mantener una distancia emocional y mental que, según ellos, era lo más prudente en cuanto a la gente que ponía su fe en ella... No pudo mantener las palabras dentro de su pecho:

-¡Cuando deje su adicción al sexo, podrá venirme a decir lo que le venga en gana sobre mi acolitaje! -Atenea gritaba enrojecida y dolorida-. ¡Yo era la patrona de esas personas, son mi responsabilidad! ¡Y yo voy a llevar la investigación como sienta que es mejor!

-¿Cómo sientas? ¿No es mejor decir «como sepas»? -Le retrucó él, mientras su aura eléctrica se propagaba, haciéndole erizar la piel a Atenea.

Ella no reculó, pero sí bajó el volumen de su voz y endureció el tono.

-Ya le dije, padre. Necesito tiempo y libertad. No tiene de qué preocuparse, yo me estoy haciendo cargo, como siempre. -Y desapareció.

Zeus se dio cuenta de que varios en la sala estaban poniendo atención a lo que había pasado y a él, esperando su reacción. No hizo caso a ellos, y en vez de hacer algo con respecto a Atenea, se encaminó hacia donde estaba sentado Dionisios rodeado de ménades, oniros y sátiros. El Dios de apariencia andrógina le tendió muy sonriente y como bienvenida, una copa en donde aparecía vino tinto.

La celebración volvió a seguir prácticamente como se venía dando, aunque algunas deidades que hablaban entre sí, cambiaron su conversación a hablar sobre Atenea.  Artemisa no fue la excepción y, de espaldas a Astrea y con su copa de oro frente a su boca, susurró:

-Una nueva prueba por la cual tenemos que actuar en seguida. -tomó un sorbo del vino con ambrosía.

Astrea dio un leve bufido y decidió caminar hacia la gran mesa de comida, en donde Hetia, Afrodita y Hefesto hablaban entre sí, enfrascados y con tono preocupado.

Artemisa estuvo pronto a la par de Astrea, y tomó un plato para coger de la carne, aunque lo que quería era seguir los movimientos de la Gran Juez. Como vio que nadie le prestaba atención a ellas, Astrea no temió en susurrarle.

-Deja de presionarme. -era un susurro entre dientes, pero la otra le oyó claramente-. No puedo actuar si ustedes no hacen su parte.

La Cazadora cortó la carne en su plato con innecesaria fuerza. Dijo las palabras entre una quijada tan cerrada, que fueron un poco difíciles de entender.

-¡Yo no tengo que hacer nada! Tú eres la que tiene que dejar de ser una pusilánime.

Astrea la miró de tal manera, que cualquiera hubiera reculado y pedido disculpas. Pero Artemisa no se iba a retractar. Ella ya no temía de la Gran Juez.

Astrea era una Diosa hermosa, por supuesto, aunque baja para los estándares divinos. Tenía una contextura delgada y etérea, cabello de color miel, ojos grandes y pardos, brillantes... Sin embargo, todos estaban tan al tanto de su historia y función, que nadie parecía reparar en que era una mujer menuda, sino en la forma fría en que miraba y su manera firme e impositiva de hablar y conducirse.

Durante varias centurias, Astrea fue la ejecutora preferida de Zeus y, en los tiempos de reconstrucción del Panteón, se alzó contra Temis, su madre, y le arrebató el puesto de Gran Juez, relegándola a ser una diosa mediana. Artemisa y todo el Panteón sabía la clase de mujer que era Astrea, y por eso había ido en su busca... Para decepcionarte terriblemente con ella.

-Estás a punto de cometer desacatado.

La cazadora puso los ojos en blanco.

-Y tú a punto de ser una cobarde... -Artemisa hizo un ademán con la cabeza hacia la zona donde estaban los Tronos de los reyes-. Le tienes miedo, y por eso no has levantado un dedo para asestar el golpe de gracia a su bebé.

Astrea puso el plato en la mesa y le plantó cara. Su tono fue claro y neutral, y su aura como infinitos ojos juzgadores alrededor de la Cazadora.

-¡No, no he movido un dedo porque no confío en ti, Artemisa! Obtener más poder es lo único que te importa, y todo y todos los que compitan o se atraviesan en tu camino, terminan sacrificados... No puedo dejar de pensar que tienes pensado sacrificarme.

Artemisa abrió la boca para responderle de vuelta, pero la cerró con fuerza. Bufó y cogió su comida. Se alejó y topó con Ares y Enio que iban hacia ella. El Dios de la guerra ya estaba bebido y su hermana menor, la «destructora de ciudades», fungía como su copera con esa silente sumisión que siempre le profesaba.

-¿La viste? Es cosa mía o tenía lágrimas en los ojos -le dijo Artemisa, alegre.

Ares tomó un mechón del largo cabello rojo de Enio. Por alguna razón, su pelo siempre olía a sangre... Enterró la nariz en él y luego dijo, sonriendo.

-Y van a haber muchas más, Arti.

-El espectáculo ha sido satisfactorio pero... Hasta ahora he estado haciendo lo que me has pedido lo mejor que he podido. Pero no he visto verdaderos resultados -comentó Artemisa, como de pasada-. Aún no me has dicho tu plan y cómo termino siendo yo la nueva Diosa de la guerra con éste.

Esperó atentamente su contestación, pero Ares estaba tomando del vino de Dionisios y, cuando miró de nuevo a Artemisa, solo le sonrió con un brillo etílico y sádico en su mirada.

-Espera y verás. Sigue haciendo todo lo que te mando, no me molestes con tus quejas y posiblemente cumpla mi palabra.

Le tiró la copa a Enio, le mandó que se fuera como si hablara con un perro y ella, fielmente, le hizo caso. Luego, fue hacia Dionisios; los que iban a participar en la orgía se estaban reuniendo. La celebración inicial estaba terminada... Artemisa titubeó un instante, pero decidió caminar rápido para volver a estar a la altura de Ares.

-Tal vez deje de cumplir mi palabra si no me dices lo que estás planeando.

-Tal vez te corte el cuello cuando menos lo esperes, si dejas de serme útil... -Y cambió de tema como si tal cosa- ¿Nos acompañas a la verdadera fiesta?

Artemisa decidió que era hora de irse.

-o-

Al desaparecer de la Sala de Tronos, Atenea se encontró en la vacía recepción central de La Social, sin saber siquiera que había querido ir ahí; pero la aparición nunca mentía. Sonrió con sorna hacia sí misma, se dijo que esa sería una batalla de la que no debía retirarse, y fue a recepción. Una acólita humana la veía con los ojos muy abiertos.

-Buenas -vio el carné de la joven- Rossett, ¿está Prometeo disponible?

La pobre muchachilla no podía ni responderle, muy impresionada aún. Atenea no se extrañaba, ningún Doce Grande solía pasearse por ahí. Aunque La Social era de las instituciones más influyentes e importantes del Panteón, una de sus funciones parecía ser el disentir sobre diferentes aspectos, en cualquier campo que los Dioses se desempeñaran. Por eso, para la mayoría de los Dioses mayores, La Social era un lío del cual se debía huir o atacar, y a Prometeo lo tenían por algo así como un excéntrico del que se puede esperar cualquier cosa.

Atenea estaba de acuerdo con eso último. Sin embargo, ella valoraba mucho a La Social, y le daba a Prometeo el crédito que merecía por haber sido fundamental en cosas como normativizar las Nuevas Leyes, analizar las subculturas del Panteón y en el actual modelo de religión-estado. Ésto último había no solo afianzado su sobrevivencia sino que, poco a poco, les estaba haciendo recuperar algo de su antiguo poder.

Por eso y más, Prometeo estaba en la lista de los Dioses que Atenea pensaba que debían ser Doce Grande, aunque ni siquiera habían querido darle el epíteto justo de Dios mayor.

Una de las razones por la cual Atenea era una leal aliada y protectora de Prometeo, era que las ideas que se le ocurrían al titán y parecían una locura para cualquiera; muchos años después eran prácticas comunes, gracias al empeño de Prometeo en hacerlas una realidad. La otra razón, es que habían sido consortes por varios decenios.

La relación terminó, entre otras cosas, porque Prometeo decidió divorciarse. Días después de su divorcio, el titán hizo un trato con Hebe para tener un ciclo vital prácticamente igual al humano. Un Dios que se separaba de la esposa que amaba y que decidió envejecer y sentir como los humanos... Él se lo explicó diciéndole que «Mi destino es ser lo que soy, y tu destino no es estar a mi lado».

Definitivamente, en el fondo Prometeo era un excéntrico y loco impulsivo, que confiaba mucho más en sus instintos de lo que recomendaba el sentido común y el instinto de sobrevivencia. Pero Atenea había aprendido a confiar en el titán, y no temió ser un poco loca e impulsiva estando junto a él... No dejaba de ser irónico que Prometeo también fuera el que la hacía darse cuenta de las crudas verdades, cuando era necesario. Porque Atenea supo que esa era la razón por la cual había buscado a Prometeo. Necesitaba guía hacia esa verdad que no tenía valentía de aceptar frente a sí misma...

Cuando el sonidito de entrada de mensaje desgarró el silencio, la muchacha  en recepción dio un respingo desproporcionado. Atenea le pidió disculpas con la mano y vio su teléfono celular. Tenía catorce mensajes sin leer. Típico, ya era un milagro que tuviera un poco de señal en el Olimpo. Atenea revisó por encima los mensajes, y leyó algunos. «Broom Mustang, Canadá. Mantícora intenta atacar a personera del IMI. Tienen que dormir a la bestia para tranquilizarla. Resultados de la indagatoria muy pobres». Llamaría a Mnemosine dentro de unas horas para ver si ella podría hacerlo mejor...

Aunque uno de los mensajes notificaba un posible accidente letal y, otro, un asesinato por pandillas; Atenea no sintió un vuelco en el corazón más que cuando leyó el nimio «Lance Hewlett, Canadá. Ha llamado varias veces». Licaón, pensó, y su boca se curvó en una cariñosa sonrisa; en serio que debió llamar demasiadas veces, para que las recepcionistas le filtraran el mensaje de quién creían que era un acólito común. Atenea se dijo que no debería sentirlo como el más importante de todos los recados, pero no pudo evitarlo. Recordó con afecto la insistencia de Licaón en volver con ella a la casa de Teresa, y la manera en que había tomado con fuerza su mano cuando le dio su tarjeta; como si quisiera evitar que desapareciera dejándolo en su apartamento. Rememorar el abrazo reconfortante que le dio y en el que no temió llorar por Teresa, le mejoró mucho el humor... Y fue lo que hizo mandarse a no distraerse.

-Señorita, ¿Prometeo?

La muchacha salió de su estupefacción, cogió el teléfono y se quedó mirando los botones como si no recordara cuál era extensión a marcar... El teléfono de Atenea sonó otra vez. Sin embargo, cuando Atenea vio de quién se trataba, sonrió mucho. Se alejó de la azorada muchacha y pulsó el botón de regreso de llamada. Él contestó al instante.

-Imagino que el destino te dijo que te andaba buscando.

-El Mensajero Alado me dijo lo que pasó ayer y quise llamarte, pero ya debías estar en la reunión... -contestó Prometeo- Así que aquí me tienes, un día más tarde de cuándo me necesitabas. ¿Vienes a casa y hablamos?

-Hecho. -Atenea colgó. Se volvió hacia Rossett-. Ya tengo mi respuesta, gracias.

Y desapareció. La joven abrió y cerró la boca, aún sin poder decir algo y sin dar con el número de extensión...

(Y SEGUIMOS POR AQUÍ!!!)

cuento, olímpicos, tipo: supernatural

Previous post Next post
Up