Olímpicos: Capítulo 11, segunda parte

Aug 05, 2012 00:46




CAPÍTULO 11, segunda parte

Mithra sonrió ligeramente y negó con la cabeza.

-Lo he pensado alguna que otra vez pero, vamos, ¿De veras? Hace dos mil quinientos años que no se sabe nada de él, ¿Está vivo, siquiera? ¿Y por qué volvería a aparecer después de tantos años, sólo para pelear en una lucha clandestina de Ares?

-Mi padre es inmortal y todos saben eso, Mithra.

-Pero...

-Quizá no estaba «sólo peleando en una lucha clandestina de Ares» -lo interrumpió Acontes, con impaciencia-. ¿No lo ves? Si Atenea era la que estaba con él, y si de verdad era el Padre de toda nuestra raza y no alguno de mis hermanos, entonces algo muy importante está pasando... -se detuvo un instante, a pensar. Miró a Mithra como decidiendo si era digno de confianza, y resolvió que sí-: Estoy informado de sus movimientos. Fue una de las tres cosas que pedí a cambio de ofrecer mis servicios a la Gran Juez. Y, según lo que he visto, no ha sido encontrado por alguien del Panteón hasta ahora porque mi padre en verdad no quiere saber nada de nosotros... Por eso es muy extraño que esté trabajando para Atenea.


-Pero... Si sabe dónde está, ¿Por qué no...? -sin embargo, Mithra prefirió cerrar la boca y no terminar la pregunta. No quería insinuar que estaba poniendo en entredicho las decisiones de su alfa.

Acontes, miraba hacia la anciana y ella lo hacía de vuelta. Se entendieron gracias a esa fuerte complicidad desarrollada entre los dos a lo largo de los años. Solo esa mujer sabía todo sobre el asunto. Solo con ella podía ser lo suficientemente vulnerable para hablar de las decisiones para con su padre, y lo poco que se explicaba por qué necesitaba tanto buscarlo y, cuando logró descubrirle, decidir no encararse con él.

Desde aquella noche terrible en que Licaón finalmente abandonó a la manada y se ocultó de todos ellos, Acontes siempre había querido saber qué fue de él. Nunca creyó que estuviera muerto, aunque bien sabía que había formas de matarlo. No pudo encontrarlo por sí solo, ni tampoco ninguno de sus hermanos. Hélix, Teleboas, Tytanas, Phallas y Lycius lo habían intentado, también sin resultados. Desde que los seis hermanos sobrevivientes decidieron dejar de luchar entre ellos (al menos, de la boca para afuera), estaba claro que aquella manada que lograse encontrar a Licaón y volver a tenerlo como su rey, sería la más poderosa de todas. Varios, incluido él, tenían el anhelo de que Licaón sería el que terminase con sus guerras. Sólo el Primer Licántropo podría controlarlos a todos y unir de nuevo a la manada, terminar las rencillas entre ellos y ser más fuertes frente a otros enemigos.

Acontes se insistía que quería encontrar a su padre para terminar con la enemistad entre los clanes, no porque lo necesitara para su paz personal. Alguien como Phallas, probablemente, querría capturarlo como a un vil animal para convertirlo en un arma con la qué dominar a sus hermanos. Hélix, para matarlos a todos. Tytanas, Teleboas y Lycius quizá podrían ser convencidos de que, en los tiempos que corrían, la paz y la unidad eran la mejor opción; pero tomaría trabajo que ellos entendieran o quisieran los beneficios que eso podía otorgar.

Estar bajo patronato de Astrea le había hecho entender, más que nunca, que nada se daba gratuitamente, toda relación trataba de un toma y dame. Cuando Acontes de Acadia convino ponerse a sí mismo y a toda su manada bajo patronato de Astrea, lo hizo a cambio de tres favores. La Gran Juez no dudó en aceptarlo, dada la magnífica fuerza licana que iba a poner casi que a disposición del Panteón. El primero y principal pedido fue ayuda para detener la muerte en alguien que era muy querido para él; alguien que, si le faltara, sería como si él mismo hubiera muerto. Segundo, pidió protección para los suyos, y ella le dio un campo de energía que protege de los otros licántropos. Y tercero, pidió una audiencia secreta con el Oráculo de Delfos.

Como era natural, Astrea negó esa última petición, por eso se sorprendió tanto cuando el Oráculo lo llamó por su cuenta.

Delfos afirmó dos veces no saber algo sobre Licaón. Pero el licántropo no era ningún simplón, a él no podían engañarlo. No era posible que al Panteón se le perdiera un recurso tan importante como Licaón de Acadia, el monstruo que Zeus había creado. El Oráculo de Delfos se rió de su astucia, y premió su tesón concediéndole una pista muy vaga, a partir de la cual él debería hacer el resto cuando el tiempo hubiera llegado. Acontes no se dejó abrumar por la dificultad de la tarea.

Si bien había conseguido los dos primeros favores, lograr la concreción del tercero le llevó tiempo. Mucho tiempo, muchos años, pero con su astucia y perseverancia descifró la pista de Delfos y por fin dio con Licaón. Así que, desde hacía poco tenía gente vigilando a su padre, de manera muy discreta.

Del clan, sólo Acontes y la anciana sabían quién era el sujeto que mandaba a vigilar cada tanto. A todo subordinado que preguntase, se le decía que era un licántropo de alguna manada mestiza, las que tenían nombres de fases de la luna; con conocimientos muy peligrosos.

Licaón parecía no haberlo notado, y Acontes sólo lo hacía por si un día tenía que tomar la iniciativa por encima de sus hermanos, y atreverse a enfrentarlo. Su padre probablemente no querría aceptar ninguna propuesta. Había notado que tenía hábitos muy ordinarios y se mezclaba sin sospecha alguna con los no iniciados, pero Acontes no perdía las esperanzas de que, si llegara la situación, sería de ayuda.

Después de todo, Licaón de Acadia había nacido para ser una bestia. Podía disfrazarse de repartidor, pero no dudaba que seguía llevando al lobo alfa dentro de él.

Mithra seguía azorado con la revelación, y no pudo mantenerse en silencio por más tiempo.

-¿Quiere decir que usted siempre supo dónde encontrarlo, señor?

Acontes suspiró y volvió a la ventana, a mirar al campo tapizado de nieve. Un grupo de quince lobos jóvenes, todavía en su forma humana, pasaron por el camino. Se dirigían al bosque para hacer sus ejercicios de entrenamiento de cada tarde.

-... sólo lo hice por precaución -respondió el alfa, con paciencia-. Creo que de más está decir que, si le revelas a alguien ALGO de lo que acabo de decirte, te degradaré tanto de cargo que terminarás lamiendo las cloacas del Inframundo, posiblemente sin memoria. ¿Está claro?

El subordinado asintió con la cabeza muy rápido, temeroso. Carraspeó, y preguntó:

-Entonces, ¿Qué tengo que hacer ahora?

-... Yo mismo me ocuparé de Licaón. -lo que Acontes no dijo era que quería cerciorarse de que el licántropo que impresionó tanto a Mithra, efectivamente fuese Licaón y no uno de sus hermanos o sus subordinados de mayor importancia-. Tú vuelve a tus tareas y trata de encontrar a Milo de una vez por todas. Y contáctate apenas tengas alguna información fidedigna, ¡No podemos seguir perdiendo el tiempo!

Mithra asintió con la cabeza rápidamente, y se levantó del sillón. Supo por su tono de voz que el alfa había dado la reunión por terminada, y por lo menos no lo había castigado por su desobediencia. Tal vez, Acontes se estaba conteniendo porque la situación era bastante crítica. Un licántropo beta, de los más poderosos y fuertes, agresivos; en manos de una Diosa con aptitudes bélicas, estaba metiéndolo en territorio de otros dioses bélicos. Aquello no pintaba bien, y no solo para la vida de Milo. La situación podía dañar la reputación de toda la manada, o la de Acontes como líder de ella. Si Astrea decidía que ya no eran confiables, podría quitarles los pocos beneficios que ya tenían, incluyendo la protección y el patronazgo.

Y con ello, también a su Mima.

La anciana dejó el tejido a un lado, y tendió la mano en dirección a Acontes. Éste se apartó de la ventana de inmediato y prácticamente corrió a ayudarla, para que se pusiera en pie. Era una señora muy mayor, fácilmente parecía de más de ochenta años, aunque rebasara los cien.

Mithra le hizo una pequeña reverencia y recibió la mano que la mujer le ofreció a él, para que la sostuviera.

-Ten mucho cuidado en tu misión, tesoro -dijo la anciana, a modo de despedida.

-Lo tendré, Mima, muchas gracias. -sonrió el joven lobo, con entusiasmo.

No se atrevió a abrazarla porque Acontes estaba allí, pero la sonrisa de la mujer bastó para hacer que el miedo se evaporase de su cuerpo. La Mima siempre les curaba todas sus dolencias, tanto físicas como espirituales.

Ella prácticamente era el alma de esa manada.

-o-

Broom entró un poco más en la espesura y vio la carcasa del venado que le habían traído. Tenía tan poca carne en ella, que la sangre casi ni manchaba la nieve. Miró hacia el bosque, más blanco que otra cosa, ribeteado por aquí y allá del café de los árboles. El vaho de su aliento subía en el aire cada vez que respiraba y, aunque ya tenía frío a pesar de su ropa de civil, no tuvo otra que empezar a desnudarse.

Todos los híbridos entendieron que era hora de transformarse. Los que podían sin ayuda extra fueron los más rápidos, mientras otros desactivaban el hechizo que les confería una forma totalmente humana. Los más jóvenes solo tenían que quitarse un collar o brazalete pero otros, como Broom, tenían intrincados tatuajes alrededor de la zona a transformar. En el caso del centauro, se trataba de un ancho «cordón tribal» alrededor de la cadera, los tobillos y en la parte superior de los muslos además de una línea sobre la columna vertebral.

Los tatuajes y símbolos parecieron crecer solos con gran rapidez, mientras Broom se hacía más alto, la parte trasera de su cuerpo crecía y el corto pelo café aparecía en toda su mitad de caballo. La crin de varios centímetros salió de la piel que cubría su columna, el cuello y subiendo por su cabeza hasta el nacimiento de la frente. Se sintió poderoso, completo y libre; como si su cuerpo hubiera necesitado todo ese tiempo una estirada y lo supiera hasta que se la dio al transformarse. Se sentía hasta más joven, muy capaz de cualquier cosa. Siempre era así cuando tomaba la forma natural de su ser.

Estuvo seguro: esa cacería iba a terminar aquí y ahora, se juró Broom.

Habían perdido mucho tiempo al creer, como el rastro terminaba en el río, que la mantícora había ido hacia abajo con la corriente. No fue así, y por eso perdieron horas buscando en otro lugar mientras ese monstruo mató y comió a un sin hogar no-iniciado que estaba bajo un puente río arriba. Broom lo supo gracias al «favor» que un personero de Delfos le hizo, en vez que por medio de sus centinelas. Tuvieron que pedir al I.M.I que vieran a cuántos de los sin hogar debían cambiarle la memoria, y llevar dos más al Hospital Olímpico por serias heridas propinadas por la bestia. Uno de ellos murió en la ambulancia.

Desde ese momento no perdieron el rastro de la mantícora. Después de ese ataque, no había lastimado más que a animales; aunque asustó de muerte a un par de dríades a las que quiso atacar pero, al ver que eran presas más difíciles de lo que había pensando, las dejó en paz y fue tras un venado y su cría. Ese venado hembra era la carcasa que los centinelas le habían traído.

Broom se movió aquí y allá, subió sus patas delanteras y dio un relincho. Se sentía lleno de vida y energía pero, a la vez, nervioso. Algo había en el aire, algo que significaba que iban a pasar cosas pronto y cerca. No estaba seguro de si se trataba solo de la cacería de la mantícora. No, se sentía más oscuro y lejano en el tiempo...

Un joven semi-dríade le dio la ropa, parecida a un gran faldón sin mangas, que él usaba cuando estaba en su verdadera forma y era invierno. Eso lo hizo volver al aquí y el ahora. Broom se lo puso, como todos los demás terminaban de ponerse su ropa para cazar. Ayudado por el mismo muchacho, se cubrió hasta la cola que metió por un hueco en la tela. Era blanca y lisa, como prefería usar cuando estaba en invierno. Sabía que el color muy bronceado de su piel y el café de sus cabellos, aunque algo encanecidos, no ayudaba mucho en mantenerse oculto, pero al menos lo intentaba.

El muchacho le dio su carcaj lleno de flechas con diferentes hechizos, y el arco bruñido y con símbolos mágicos. Al tomarlos en sus manos sonrió un poco. La misma Atenea había mandado a hacer y dado ese carcaj y arco pensando especialmente en él, como parte de la ceremonia de Héroe local.

Eso lo hizo recordar más que nunca a David Stiga y la verdadera razón por la que estaban cazando a la mantícora. Estaban atacando a sus hermanos Héroes, y con eso minaban a su señora en una lucha sin honor. Ese ser había comido a uno de ellos, y podía ser la clave de saber bajo órdenes de quién lo hizo.

Broom miró hacia sus centinelas y ellos se pusieron firmes y en espera de instrucciones. Él lo hizo con la seguridad de quién está acostumbrado a mandar:

-Maya, Ícaro y Jerry se vienen conmigo a seguir el río. Los Equipos rojos al este, los amarillos al oeste y los azules en la retaguardia. Dispérsense de a dos en dos. Mientras nosotros buscábamos en el lugar equivocado, ese monstruo mató dos sin casa, comido uno y herido a un tercero... -Dio un relincho de impaciencia, y prefirió cambiar de tema- No olviden que estamos cerca del territorio de la manada Acontes. Si pasan su límite, deben informar su llegada y la razón por la que estamos aquí. Los licántropos serán tratados como aliados. -Luego miró de uno a otro muy concentrado, como si viera a través de ellos sus habilidades y debilidades. Luego suavizó la expresión, orgulloso de lo que vio en su gente-. No queremos más víctimas conscientes. Las dríades dicen que atacó al venado hace unas seis horas. La bestia pronto tendrá hambre de nuevo. Recuerden que en este bosque hay varios de los nuestros. No bajen la guardia. Nuestra señora la quiere viva y consciente, así que usen fuerza no letal. ¡Vamos allá!

Los equipos estuvieron anuentes con las órdenes, aún en la de colaborar con agentes externos, cuando solían ser muy celosos de sus funciones. Sabían que los licántropos eran buenos cazadores, fuertes, ágiles, conocedores de su territorio; algunos de los centinelas ahí eran de esa misma manada. Decididamente, no iban a ser un estorbo o posible víctima si la presa se encontraba con alguno de los lobos, solo debían cuidar que no la mataran.

Sin más, todos se dispersaron en perfecta sincronización.

Broom se puso el comunicador en la oreja, recordando los tiempos en que Atenea les prestaba sus aves para comunicarse entre sí... En verdad que estaba envejeciendo. Jerry y una náyade, Maya, ya se habían metido en el agua semi-congelada. Broom estaba de un lado del río mientras Ícaro, un hijo de Hermes, dio un gran salto en el aire y planeó sin más hacia el otro lado.

Iniciaron la marcha.

-o-

Mithra no se quedó mucho tiempo dando vueltas por allí. Fue afuera y, Acontes pudo ver, pasó por el patio delantero de la casa señorial. Varias mujeres cuidaban de unos pequeños que jugaban muy enérgicamente entre sí. Acontes vio a Mithra hablar con su hermana melliza y jugar con los pequeños, dos de ellos sus sobrinos, hasta revolcándose en la nieve. Poco después, se despidió de la muchachada en dirección al cobertizo. Ahí era donde estaba, muy secretamente, una de las que coloquialmente llamaban «puertas H». Se trataba de una puerta mágica que muy pocos acólitos tenían tan a disposición, inventada por el mismo Hefesto. Según el deseo del que tomara el picaporte ésta abría, en el caso de la que Acontes tenía, a cualquier Templo a Hefesto o al Hospital Olímpico local.

Astrea se la había regalado ¿veinte, veinticinco? años antes, cuando la práctica de su consultorio legal creció tanto, que empezó a tener clientes de casi todos los asentamientos del Panteón. En buena teoría, era para uso «oficial» y emergencias. No debería usarla para que Mithra viajara de un país a otro siguiendo el rastro de Milo pero, Acontes se dijo, nadie le había puesto un contrato al frente que le prohibiera usarla para situaciones importantes de su manada.

Mientras observaba a Mithra irse, por la ventana de la cocina, Acontes preparó café y jugo de frutas. Le acercó el vaso de jugo a la Mima y se sentó con ella, a la mesa.

La cocina estaba desierta. En el fin de semana, las personas que les ayudaban solían estar hasta el medio día, dejándoles la cena hecha. Acontes lo había olido apenas entró: puré de papa y vegetales ahumados para Mima, con un gran filet de ternero en salsa para él... No sólo de carne se alimentaba un licántropo, y mucho de lo que comían en materia de verduras lo cultivaban en la finca; algo que aún mantenían aunque compraran regularmente en el supermercado y hasta comida rápida... Los cambios en el mundo eran mucho más rápidos desde que inventaron la locomotora.

Acontes no había estado en un problema así de grande más o menos desde esos tiempos. Le dio un sorbo al café, y levantó la vista cuando oyó el suspiro cansado de la anciana.

-¿Qué le pasa, Mima? -le preguntó, en español.

-Usted está muy preocupado por todo esto -dijo ella, gravemente, en el mismo idioma. Tenía un acento cantarín y cariñoso, que se condecía con su piel más oscura que bronceada-. No me gusta verlo preocupado.

-Es que podría irse todo a la mierda por culpa de Milo. Artemisa nos tomó el pelo.

-Entonces no es culpa de Milo, piénselo. Artemisa nos lo ha robado con engaños. Denúnciela con Astrea, ¿O me va a decir que no se puede?

-No tengo pruebas todavía. Un abogado no puede abrir la boca sin pruebas.

La mujer dio un suspiro y bajó la mirada, apesadumbrada.

-Mithra ya dijo que hasta Atenea está metida en esto. Algo pasa con Ares y nuestro Milo está metido en medio. -Acontes le tomó la mano para hacerla sentir mejor, y tomaron silencio por un instante. Luego, ella le miró al rostro y algo vio en su expresión que le hizo tener dudas-. ¿O no es eso lo que lo preocupa? Usted está pensando en otra cosa, yo me doy cuenta -insistió ella, y cuando Acontes frunció el ceño a punto de negarle la teoría, la Mima le respondió-: No me mire con esa cara, yo a usted lo conozco entero. ¿Se olvida que parí a sus hijos? Por favor, no me puede engañar. Está pensando en lo de su papá. Usted cree que Licaón está trabajando para el Panteón. Lo que yo no entiendo, es por qué eso le preocupa tanto.

Acontes lo dejó ir con cierta ansiedad.

-... ¿Qué motivos tendría él para meterse en esto? Siempre ha odiado a los Dioses.

-A saber. -la Mima tomó un poco del jugo de su vaso, y agarró los dedos grandes y fuertes de Acontes con ambas manos.

Eran marido y mujer, pero hacía mucho tiempo que casi se sentían más bien como madre e hijo. Ella era humana y había vivido más allá de lo natural con ayuda de los poderes de Hebe. Parte de los beneficios que los lobos de Acontes recibieron por cooperar con el Panteón. Sin embargo, él la amaba como si fuera a vivir por siempre, y trataba de ignorar el olor de la enfermedad que vivía en ella y que terminaría llevándosela tarde o temprano...

-A lo mejor, Licaón cambió de opinión.

-Usted no lo conoció, Mima. Ese tipo NO CAMBIA de opinión.

-Usted cambió de opinión muchas veces, si mal no recuerdo.

-Lo que pasa es que yo no soy como él.

-Eso también es cierto -convino la anciana, y sonrió sin mostrar los dientes.

Acontes la miró y por un segundo la vio joven y rozagante, como cuando la había conocido en el monasterio de Las Lajas, en Colombia. Dioses y Diosas de todos los cultos del mundo, amaría a esa mujer por la eternidad, pero ella se marchitaba demasiado rápido. A cada segundo que pasaba, la vida se le escapaba entre los dedos y Acontes necesitaba hacer algo urgente para salvarla. Algo, lo que fuera. Si su esposa, su compañera, su hembra y madre de sus hijos, se moría...

… Entonces él moriría con ella. Y al Tártaro todo lo demás.

Era a causa del poder de emparejamiento entre los licántropos; todo pasaba por la presencia del otro. Si el otro fundamental no estaba, nada importaba. Si Acontes perdía a su Rosa, a la Mima, entonces toda la manada perdería a su madre, a la hembra del alfa, a su refugio emocional, y su guía espiritual y moral. Se desmoronarían. ¿Quién se alzaría como líder, si les faltaba Acontes? ¿Quién más sería tan buen alfa como él? ¿Quién los protegería, los mantendría unidos, les impartiría su propia justicia?

Probablemente, volver a tratar con Licaón fuera la única esperanza.

Acontes había empezado a pensar en ello desde el primer momento en que se dio la posibilidad. Su padre era un ser maldito, pero si Atenea estaba tratando con él (si era él), tenían una o dos chances de entrar en un círculo más elevado del Panteón, hacer tratos con ella. Atenea era una de las Diosas más importantes e influyentes.

Ella quizá podría conseguirles lo que necesitaban.

Atenea tenía posibilidad de darles un milagro.

Era muy conocido que los Dioses premiaban a los héroes más destacados del Panteón de distintas formas: dándoles inmortalidad, compartiendo un poco de divinidad con ellos, haciéndoles increíbles obsequios. Pero el más poderoso de todos los regalos era una Niké.

Al contrario de lo que creían los no iniciados, Niké no era una Diosa sino una estatuilla mágica. Acontes no se sabía la historia completa de su creación, pero sí que Atenea era la administradora de ellas y que las Niké tenían la principal función de cumplir cualquier deseo a quién se ganara ese honor.

Acontes había fantaseado con la posibilidad de conseguir una Niké, y salvar a su querida Rosa del cáncer que se la devoraba desde hacía más de treinta años. Hebe y Asclepio, divinidades de la Juventud y la Medicina respectivamente, le habían hecho favores por deferencia a Astrea; pero también le advirtieron que el tiempo de Rosa estaba llegando. Por eso tuvo que acudir con Artemisa, la Diosa de la magia, y no lo pensó dos veces antes de entregarle lo que ella le pidió: Milo a cambio de su ayuda. Gracias a ese trato, a su Mima no la aquejaba el dolor y tenía mucha más energía, pero Acontes no se engañaba: sabía que seguía muriéndose.

Sin embargo, con la posibilidad de que fuera Licaón el que estuviera trabajando para Atenea, las cosas cambiaban drásticamente.

Acontes veía la posibilidad de obtener por fin su milagro tan preciado.

-... Necesito una forma de extorsionarlos para que nos den la ayuda que nos han negado esta vez, Mima. No voy a dejarla morir a usted. Punto. Pero no puedo volver a pedir nada si no tengo algo que ellos quieran...

La anciana le agarró la mano con toda la fuerza que podía juntar. No era mucha.

-Ya han hecho por mí todo lo que podían hacer. Sus Dioses fueron muy generosos con una que antes era de los monoteístas, usted no tiene que...

-No, Mima. No. -se negó él, dolido y triste-. Está fuera de discusión. Si lo que Mithra dijo es cierto, y si mi padre es el que está ayudando a Atenea, tal vez pueda obtener algún beneficio de eso. Nuestros hijos trabajarán por su recompensa, pero si tenemos de alguna forma el apoyo del Primer Licántropo, nuestras posibilidades se multiplicarían instantáneamente. Si ella está trabajando con él, es porque piensa que él vale. Atenea no toma a cualquiera en su séquito. Si de verdad se trata de mi padre, entonces tengo que localizarlo y hablar con él urgentemente.

-... escúcheme, esposo mío, que lo que usted está diciendo no está nada bien. ¿Se cree que Atenea va a ser tan fácil de manipular? Además, ¿Qué lo hace estar tan seguro que su padre le ayudaría, que en verdad sería de ayuda?

Pero él no oía razones, y habló para sí en voz alta.

-... Siempre fui su favorito... Sólo tenemos que orquestar un buen plan. -se acercó para acariciar los cabellos de ella, con una sonrisa en los labios-. Jugar bien nuestras cartas, tener fe. ¿No es lo que siempre dice usted, Mima? Tener fe. Yo tengo fe en que voy a cumplir mi promesa. Le juré que nunca, nada, nos iban a separar.

La anciana quiso decirle que no debía luchar más, ser valiente y ayudarlo a dejarla ir... Pero no podía hacerlo, más sabiendo lo que iban a sufrir todos. Juntó lágrimas en sus ojos, lágrimas de amargura y esperanza. Tal vez él tuviera razón...

Cuando Acontes estuvo a punto de decirle algo más, el teléfono de la casa sonó con un timbrazo estridente en su silencio. Él le acarició la mejilla a su hembra, y se levantó para contestar. Era un joven que estaba agitado, nervioso.

-¡Señor! -respiraba a grandes bocanadas- En el cuartel recibimos una llamada de alguien del DSI* (*Departamento de Seguridad Integral), informan que van a entrar en nuestra propiedad para capturar a un monstruo que anda suelto. ¡El escuadrón está entrenando en el bosque, aún no pudimos comunicarnos con ellos!

Acontes frunció el ceño.

-¿Qué clase de monstruo?

-Dicen que es una mantícora, señor... ¿Qué hacemos? -la voz del joven licántropo sonó entre triste y angustiada- ¡No sabemos por donde está, las patrullas no dicen...!

-Llama a alguien para que venga a hacer compañía a Mima. Me haré cargo -le pidió sin más, y colgó...

-¿Qué ha pasado? -preguntó la anciana, preocupada.

Acontes solo le dijo, calmado, que pronto regresaría. Se quitó los zapatos, medias y pantalones con gran rapidez, mientras cerraba los ojos para concentrarse en el cambio y sentir su territorio. Instintivamente, supo hacia dónde estaba lo que no se sentía bien a su alrededor. Besó rápidamente a su mujer en la mejilla, y salió corriendo al exterior mientras se deshacía de la camisa; una espesa mata de pelo blanco ya cubría su espalda.

cuento, olímpicos, tipo: supernatural

Previous post Next post
Up