Título: Rojo Armstrong
Fandom: Fullmetal Alchemist
Claim: Olivier Armstrong/Buccaneer
Género: General
Notas: Le deseo un muy FELIZ CUMPLEAÑOS a
maralex-89. Me había pedido este drabble hace millones de años para el alphabet drabbles, y se lo debía. Bucaneer PoV.
Advertencias: Ninguna.
Rojo Armstrong
Una fiesta. ¿Qué es eso? Los soldados de Briggs no van a fiestas. No llevan corbata, ni chaleco, ni camisa. Ni mucho menos un traje. Los soldados de Briggs no beben champán en delicadas copas de fino cristal.
Pero ahí estamos, bebiendo champán y bien vestidos.
De pie junto a Miles, con una de esas relucientes copas en la mano, me rasco el cuello una y otra vez, irritándome la piel. La corbata me aprieta y no estoy acostumbrado a ella, así que trato de tirar de ella, metiendo los dedos en el hueco entre la camisa y esa elegante correa de satén rojo oscuro, tratando de que el aire entre mejor a través de mi garganta.
Miles tiene el mismo gesto de desconcierto que yo, pero a diferencia de él, sudo como un cerdo. Me gusta el frío, estoy aclimatado a él. Pero no me gustan ni los trajes, ni las corbatas ni las camisas. Lanzaría esa frágil copa al otro lado del salón y saldría a buscar una buena cerveza. De esas que te rascan la garganta y dejan el cuerpo a la temperatura perfecta.
El mayor deja su copa en la mesa de bufé que hay a nuestra espalda, y me ayuda a quitarme la dichosa corbata. Una vez librado de ese instrumento de tortura, me deshago también de la chaqueta del traje.
-Tu propio estilo te va bien, ¿por qué has venido de etiqueta?
-La jefa dijo que nos “pusiéramos guapos” -respondo. Agitando mi mano izquierda, la humana, trato de crear de la nada algo de aire para secarme el sudor de la frente.
Miles volvió la mirada al centro de la sala.
-A todo esto, aún no ha aparecido -comento, refiriéndome a la Mayor General.
El Mayor gira la cabeza hacia mí lentamente. Tan lentamente que me da un poco de miedo. Y entonces me pregunta que a dónde demonios había estado mirando todo este tiempo. Levanté una ceja y me pasé una mano por la cresta, confundido. Le pregunté que qué quería decir y él me señaló discretamente un punto al otro extremo de la sala, donde una figura cruzada de brazos escuchaba la larga perorata de algún ex soldado, arrugado, del tipo abuelo cebolleta.
Había estado buscando con la mirada el habitual uniforme azul, cubierto con algún elegante guardapolvos negro. Por eso no la había visto. Porque ese uniforme azul, por algún motivo había sido cambiado por un vestido de manga corta, negro. Cubriéndole los muslos hasta las rodillas; y en los pies, zapato de tacón. Sencillo para una mujer, pero lo suficientemente llamativo si quien lo lleva es la Mayor General Armstrong.
Pero lo que realmente me atrapó no fueron sus piernas. Ni sus curvas, mucho más marcadas que bajo aquella chaqueta militar. Fue el color de sus labios. Lápiz labial rojo como la sangre.
Seguía cruzada de brazos, sujetando otra de esas brillantes copas de champán. Escuchaba al viejo que le hablaba, pero distinguía en su cara que no le interesaba lo más mínimo. Que escuchaba por educación, pero que a la menor interrupción, Olivier Milla Armstrong se excusaría de alguna manera y se largaría.
Levanta la copa y dio un pequeño sorbo. Me percato entonces de la marca de lápiz de labios roja que había dejado en el borde del cristal. El reluciente ya no era tan reluciente. Esa mezcla de grasa con pigmento de color rojo había dejado una curiosa forma de media luna. Y entonces mira hacia aquí.
Automáticamente miro a Miles, pero él está peleándose con una aceituna, tratando de pincharla en un palillo. Rodando a un lado y a otro del plato, escurridiza. Vuelvo a mirar a la jefa, y parpadea. Lo tomo como una señal y me acerco a ella.
Y en cuanto estoy a un par de pasos de ella, ésta interrumpe al vejete, presentándome como el Capitán Buccaneer. Me inclino educadamente, y antes de que pueda pronunciar palabra, me pregunta que si me encuentro bien. Me lo pregunta con esos labios pintados de rojo.
-Estoy bien, ¿por qué lo pregunta, señora? -respondo.
-Estás sudando, ¿tienes fiebre?
Le respondí que no, que estaba bien. Que sólo estoy pasando un calor salido del mismísimo Averno. Pero ella insiste en que debería salir a tomar el aire; se disculpa con el viejo y, tomándome del brazo, me acompaña fuera de la sala. Recorrimos un largo pasillo, bajamos unas escaleras, y salimos por una enorme puerta doble de madera.
El aire me revivió. Como el agua de la vida. Como dormir después de una borrachera. Ella me dijo que lo sentía, pero que aquel viejo llevaba hora y media contándole sus batallitas en las tierras del este. Que se sabía aquellas historias de memoria, y que no quería volver a escucharlas. Olivier se sienta en el primer peldaño de la escalerilla que daba a la puerta principal del edificio, y coloca su copa junto a ella.
-¿No pasará frío así, señora? -pregunto, sentándome a su lado, dejando también mi copa.
-Estoy bien, Capitán -responde seriamente, y añadie-. Esa camisa te queda pequeña.
Miro hacia abajo, hacia mi pecho. Sí, me queda pequeña, porque llevaba años sin comprar una camisa. Era un novato en el ejército la última vez que la llevé, y mi musculatura ha aumentado desde entonces. La tela blanca en tensión en la zona de los brazos delatan las dos tallas menos de mi camisa. Me meso el bigote durante un momento, pensativo y le respondo que lo de la fiesta me pilló por sorpresa.
Tomo mi copa y le doy el segundo sorbo de la noche. El líquido que contenía ha perdido el frío y las burbujas. Sabe a rayos, truenos y relámpagos. Me relamo, y noto un sabor diferente. No era comida, pero no se trataba de un sabor desagradable. Miro la copa y ahí estaba: la marca roja en forma de media luna. El mismo lugar que he utilizado para apoyar el fino cristal en mi boca y beber esa guarrada que llaman bebida. El mismo lugar en el que los labios rojos de la Mayor General habían bebido champán.
FIN