¡Hola
¡Es sorprendente que existiera esta comunidad y yo no tuviese ni idea (bueno, no tan sorprendente porque soy bastante despistada) pero ya era hora de poder leer Castiel/Dean en español. ¡Jo! ^^ Que ilusion... un monton de fics... me da que hoy no me muevo del portatil en toda la tarde.
Y bueno, para contribuir con tan celestial comunidad os aporto mi unico fic Cas/Dean.
Porque Cas es AMOR *____*
Espero haber puesto lo de las tags bien y todo eso, porque no me haria gracia que Zach me hiciera una visita, asi que si hay algo mal me avisais que es la primera vez que posteo en una comunidad del lj.
Autor:
lazyastarothBeta:
vulpix777 Aunque no le guste el Cas/Dean ^^
Disclaimer: Supernatural y todos sus personajes son propiedad del santisimo Kripke, etc etc.
Rating: NC17
Personajes: Castiel, Dean, Sam y un OMC plasta.
Advertencias: Post Apocalipsis, AU
Dean notó como se le tensaban los testículos ante su inminente orgasmo. Los labios que le succionaban eran expertos, sedosos al tacto, sensuales y calientes. La cabeza que los acompañaba se movía en una cadencia rítmica y casi pausada contra el movimiento errático de su pelvis.
Con un largo y ronco gemido, se corrió dentro de su boca. La lengua se movía sinuosamente alrededor de su glande atrapando cada gota de semen, succionándolo como si en ello le fuera la vida.
Jadeando se aparto, viendo como su polla semidura salía de la boca del joven. Le acarició el cabello con suavidad y la cara del chico a su vez se froto contra él como un gato contra las piernas de su amo.
- Eres hermoso. - susurró el joven desde abajo con una nota de fervor en su voz.
Dean soltó una carcajada, áspera, pero sin mala intención en ella.
- Supongo que… gracias. - dijo cerrándose la bragueta y atándose el botón de los vaqueros grises que llevaba esa noche.- Tu tampoco estas nada mal.
- Llámame. - dijo el chico. Chiquillo mas bien. Dean dudaba de que llegase a los 21 y, sin embargo, tenía que haber sido lo suficientemente avispado como para hacerse con un carnet falso para entrar en el local.
Sus ojos eran de un color caramelo muy suave, parecido al de la miel natural y todavía eran tan expresivos que eran como un libro abierto para Dean. Inocencia, lujuria, pasión… había una infinidad de sentimientos ocultos tras esos ojos, pero ninguno que indicara que el muchacho hubiese conocido el autentico miedo. La pérdida, el dolor.
Dean siempre sabía esas cosas. No tenía la menor idea de por qué, pero siempre que miraba a alguien a los ojos podía saber cosas. Quizás se debiera a que el mismo no recordaba nada de su pasado aparte de haber despertado meses atrás en la parte trasera de un Chevrolet Impala del 67, totalmente desnudo y con un carnet de identidad pegado a su frente con un pedazo de celo.
Dean había estado muy cabreado. Cabreado es poco. El cabrón hijo de la grandísima puta que pensó que estaba siendo gracioso jugar con su vida de esa manera no se lo iba a ver venir cuando le llegase el momento. Si es que le llegaba el momento.
- No creo que a tus padres le haga mucha gracia… - respondió volviendo a la conversación post-orgásmica sin demasiado interés. Que cliché. Llámame.
Dean soltó una risotada, envisionandose así mismo en una comedia romántica de esas de Meg Ryan y Hugh Grant.
Patético, pero no le importaría follarse a Hugh Grant. Esos ojos azules le encendían lucecitas como a un puto árbol de navidad.
El chico, Leo creía que se llamaba, se levanto con el ceño fruncido. Susceptible. Adolescente. Típico.
- No parecía importarte mucho mientras te la estaba chupando. Recuerdo claramente haber oído las palabras “mas” y “por favor” en una misma frase. -
Dean sonrió lánguidamente. Tenía que dejar de hacerlo.
Ya estaba bastante mayorcito para ir a clubs a recibir mamadas nocturnas y a follarse al primer culo bonito que se le pusiera delante, pero simplemente no veía el momento. No sabía hacer otra cosa. ¿Quién era él? ¿Por qué podía recordar al jodido Hugh Grant y no quién diablos era él?
Dean Winchester ponía en el carnet. Su edad. Lugar de nacimiento. Sexo. Lo típico, vamos.
Algo le llamo la atención por el rabillo del ojo. ¿Un poli? Le había parecido ver una gabardina.
Leo miró en la dirección en la que estaban dirigidos los ojos de Dean. Allí en medio de la barra y en una silla solitaria estaba sentado un hombre que efectivamente llevaba una señora gabardina.
En pleno agosto.
Un poli no, se dijo Dean. Un contable, seguramente y respiro aliviado. Sería bastante problema si le acusaran de abusar de un menor de edad, por mucho que el menor hubiese sido el que le había rogado que se dejase comer entero en el cuarto de baño del local.
Si, dile eso a la poli. Seguro que se lo creen. ¿Por qué no?
Tampoco parecían creerle cuando había preguntas. No, nadie conocía a ningún Dean Winchester y no, no estaba en los registros civiles. Técnicamente no existía. Ni historial médico, ni criminal, ni una foto suya en ningún archivo policiaco.
Era como tener carta blanca para empezar a vivir, solo que Dean no estaba seguro de que era lo que se suponía que tenía que vivir.
Follar estaba bien. Y las noches no se hacían tan largas.
Era raro como nadie parecía acercarse al hombre. El local estaba tan lleno como de costumbre. Las pocas mesitas estaban abarrotadas y los cuerpos en movimiento rozándose constantemente voluntaria e involuntariamente en la pista, y si embargo había un vacío alrededor del hombre.
Dean, en alguna parte, en algún momento de su vida, había aprendido que esos vacíos solían significar solo una cosa: Peligro.
Y ese era su afrodisíaco preferido.
- ¿Qué miras? - Leo se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones de cuero negros y saco una bolsita con pastillas. - Si quieres ir a la barra a beber algo, esto puede alegrarte la noche. - le sugirió moviendo la bolsita de pastillas multicolores frente al rostro de Dean. - Luego podemos ir a tu apartamento, y podrás follarme toda la noche. ¿Qué dices, tío duro?
- No tomo esas mierdas, chaval. Solo me preguntaba cómo es que la barra esta tan despejada. ¿Conoces a ese tío?
El chiquillo empezaba a ser irritante. Dean nunca llevaba a nadie a casa. Quizá porque realmente no tenía casa, solo un lugar donde arrastrarse cuando amanecía y del que salir cuando tenía hambre.
- Tío… la barra no está despejada. Está a rebosar. - el chico parecía aburrido porque al parecer no iba a recibir más atenciones en la noche. Hizo amago de irse con un mohín - Controla la bebida. Obviamente ya te has metido algo.
Esto último lo dijo con una puntilla de rencor. Oh, el pobre y joven corazón adolescente. Nuevamente, Dean sonrió.
Pasó de él y se dirigió a la barra en donde el hombre de la gabardina se encontraba acunando un vaso de vodka entre sus manos.
- ¿Qué te pongo? - le pregunto una de las camareras con una sonrisa forzada. Normal, eran ya las 4 de la mañana, querría irse a dormir.
- Una Heineken.
El hombre era lo que Leo hubiese llamado “Hermoso”. Algo más bajo que él, algo más mayor, algo más… diferente. Si, esa era la palabra.
Parecía haber algo etéreo en él. Desde la mandíbula fuerte de huesos delicados pero bien definidos, los labios que gritaban bésame o párteme los morros de una ostia, hasta sus ropas de tío pijo y con pasta y sus ojos grandes y… azules.
Más bonitos que los de Hugh Grant. Sin dudarlo ni un instante.
Dean se quedó con los ojos. Había algo raro en esos ojos.
Murmullos. Parecía que el ruido de la discoteca se había vuelto un murmullo incesante, de voces que no pertenecían a ese momento ni a ese lugar. Notó como el dolor de cabeza que le llevaba persiguiendo desde que despertó sin memoria meses atrás le alcanzaba en plena potencia.
- ¿Estas bien?
La voz le devolvió a la realidad. Sintió vértigo y juró no volver a beber más de tres cervezas en una noche, no cuando sabía que al final el dolor iba a ser mucho peor por la mañana.
Desvió la mirada de los ojos del hombre, sintiéndose como un intruso. ¿Qué había visto en esos ojos?
Quizá esa no era la pregunta. ¿Qué NO había visto en esos ojos?
Se dio cuenta de que no había respondido a la pregunta. Se dio cuenta también de que no quería responder. Tenía el estomago hecho una autentica mierda y si hablaba probablemente acabaría vomitando encima del primer tío con aspecto interesante que había visto en mucho tiempo.
- ¿Michael?
- Lo siento. Me confundes con otro. - logro articular al final y su voz sonó agrietada y cascada como si llevase meses sin hablar, lo cual era extraño, porque prácticamente unos minutos atrás había estado gimiendo obscenidades, como le acaba de recordar el chaval.- Me llamo Dean.
- Dean. - dijo el hombre, muy despacito y con un acento suave y extraño que no podía localizar exactamente. Sin embargo lo dijo como si se tratase de un término cariñoso, casi íntimo. Entonces sonrió, sus dientes eran blancos y perfectos y Dean no podía apartar la mirada de su boca, porque sabía que si lo hacia se iba a perder en su mirada y entonces no sabía si se iba a volver a encontrar de nuevo. El dolor podía volver y entonces se perdería la oportunidad de conocer al Sr. Contable.
¿No tenia calor con la gabardina? Dean solo llevaba una camiseta negra de tirantes y notaba como se le pegaba entera al cuerpo del sudor.
- ¿Estás bien, Dean? - repitió el hombre y notó esos ojos azules clavados en su cara tentándole, no más bien, retándole a devolverle la mirada.
Nunca había sido alguien que se echara para atrás en un reto, una pelea, un amor, o una cacería, así que Dean le miró desafiante.
¿Cacería? ¿Por qué cacería? Dean no cazaba. ¿O quizá si? A veces su mente le llevaba por caminos que no lograba comprender del todo. Se sabía de cabo a rabo todas las canciones de Metallica y lo sabía porque al escucharlas no podía evitar tararearlas, pero que el supiera no había cogido una escopeta en la vida.
- Dean. - el hombre le llamo la atención de nuevo, casi como reprochándole su falta de atención. De nuevo los mareos, la sensación de vértigo, de perderse. ¿Perderse donde? Parecía una encrucijada.
- Si quieres follar podemos ir a mi casa.
Ya está. Lo había soltado. De todas maneras, lo único que quería del desconocido era algo más de sexo. Si le mandaba a la mierda podría irse a casa y dormir la mona. Al día siguiente se despertaría con una resaca de puta madre, pero ya estaría todo bien. Dejaría de tener esa sensación en el estomago, esa opresión en el pecho y ese ardor en los ojos.
Joder… solo tenía 35 años. Era muy joven para que le diese un ataque al corazón.
- Soy Castiel.
Curiosa forma de presentarse. No un me llamo Castiel, o un mis colegas me llaman Cas, si no un, “soy”, como si… como si debiese de conocerlo de algo, solo que era evidente que no lo conocía absolutamente de nada.
Que él recordarse, claro. Y no es que él recordarse gran cosa.
- ¿Te conozco? - preguntó por si las moscas. Habían sido unos meses muy ajetreados. Mucha bebida. Muchas mujeres. Muchos hombres. Nombres en general, le era difícil llevar la cuenta.
- Soy un ángel, y tú eres mío. - explicó Castiel y no había ni un atisbo de sonrisa ni de broma en su semblante. Simplemente sus ojos azules, insondables como océanos de esos que ya no existen, de esos que ocultan islas desiertas, tesoros piratas y maldiciones gitanas.
Dean sonrió. No, no estaba sonriendo, se estaba riendo entre dientes mientras daba largos sorbos a su cerveza. Una cerveza que casualmente parecía que no se vaciaba nunca.
- Claro que lo soy. - susurró al final sin levantar la vista. Quizá era eso lo que necesitaba, que un buen tío le follara. ¿O un tío bueno? ¿Qué más daba? Una polla llenaría el vacío por unas horas y un cuerpo caliente le quitaría el frío. Estaba dispuesto a dejarse dominar por el moreno si ese era el rollo que le iba. ¿Por qué no? Solo de pensarlo notó como se empalmaba. Era un poco raro el rollo ese del ángel, pero que no se dijese que Dean no probaba cosas nuevas.
- Este cuerpo te parece atractivo. No vas a negarme. - su voz sonaba extrañada, con un deje de incredulidad y bastante más de excitación. Una oscura sensación se empezó a extender en el fondo del alma de Dean y por primera vez desde que despertó, sintió calor.
Notó como las distancias cortas se hacían más cortas hasta ser inexistentes. Unas manos fuertes que le sujetaban y le apretaban contra un cuerpo igualmente fuerte, igualmente duro. Unos labios que se posaban sobre su cuello haciéndole cosquillas. Una respiración entrecortada y el aliento caliente del otro contra su cuello.
- Te deseo, Dean. Te necesito. - le susurró la voz al oído.- No te niegues a mí. Eres… eres mío. Te puedo dar tanto… solo se mío, Dean…
Castiel dijo esta última palabra casi atragantándose con ella. Como si nunca hubiese sido dueño de nada, como si tener a Dean fuese algo realmente bueno. Quizá lo fuera, después de todo, Dean se había observado bastante en el espejo y sabía que era atractivo y que tenía un cuerpo deseable.
- Mmm, me gusta el sonido de tu voz. - murmuró Dean dejándose descansar contra el cuerpo del otro hombre. - Me gusta como dices mi nombre.
- ¿Y cómo lo digo?
- Como si significara algo.
Noto la mano del otro hombre alzándole la barbilla y girándole la cara hasta que los ojos de Castiel se clavaron en los suyos.
El ángel estaba muy cabreado.
- ¿Crees que no eres nada? ¿Qué no mereces ser salvado? - susurró lleno de rabia. Dean sintió como se le encogía el estomago y trato de soltarse del abrazo.
Castiel le soltó, solo para seguir mirándole con una expresión indescifrable esta vez.
Dean dio un par de pasos para atrás y chocó con algo perdiendo el equilibrio. Castiel no se movió de donde estaba, simplemente empezó a aflojarse el nudo de la corbata indolentemente.
El mareo. Era como caer y caer y nunca llegar al fondo.
No sabía cómo, pero Castiel le había llevado a una habitación, ya que sino no se explicaba el haberse chocado con el borde de una cama.
Empezó a preguntarse si realmente alguien le había echado algo en la bebida y Leo tenía razón.
- No me encuentro bien. - murmuró levantándose y sentándose en el borde de la cama. Castiel tenía que ser un tío muy rico si podía permitirse un sintió así. Era asquerosamente lujoso.
- Lo sé.- dijo el supuesto ángel con algo de tristeza.
Castiel se quito la corbata y la gabardina, empezando a desabotonarse la camisa.
Por extraño que fuera, Dean soltó una carcajada al ver caer la gabardina desechada a un lado de la habitación. Las cosas cada vez eran más raras.
Dean se levantó ahogando un gemido ante la visión del hombre sin camisa. Su piel era perfecta. Tenía que tocarla.
De repente había demasiada ropa entre ellos y, bien o mal, dolor o no dolor, Dean estaba empalmado.
Se acerco al ángel y lo besó en los labios. Y no suficiente con eso se los lamió y después se decidió a darles un pequeño mordisco para ver si eran tan dulces como parecían. Y lo eran.
Oyó un leve gemido y esta vez no era suyo. Castiel le rodeó la nuca con las manos y profundizó el beso. Dean abrió la boca para dejar paso a la lengua del ángel que se coló dentro de su boca con rapidez, saqueando sus profundidades y apoderándose de todo lo que alcanzaba.
Dean se vio abrumado por la intensidad del momento. Algo en su interior estallo y decidió que no iba a quedarse ahí quieto y pasivo ante el asalto a mano armada que le estaba haciendo el ángel.
Mordió la lengua de Castiel, posiblemente de manera juguetona, posiblemente no. Su lengua se movió con fuerza contra la de él y solo se separo cuando noto que le faltaba el aliento.
Ambos se separaron con sorpresa. Había fiereza en los ojos del ángel.
- Recuérdame, Dean. - dijo, y era una orden.
Se deshizo de los últimos vestigios de ropa que le quedaban y se abalanzo sobre él. Si, literalmente se abalanzo.
En un momento estaba de pie y desnudándose y al siguiente se encontraba encima de Dean en la cama, sujetándole las manos encima de la cabeza y quieto. Completamente quieto.
Dean soltó un gemido y movió sus caderas hacia arriba para que Castiel viese lo empalmado que estaba e hiciese algo, lo que fuera, en vez de estar quieto como una estatua.
- Recuérdame. - repitió el ángel - Y empezó a besarle delicadamente. Besos de mariposa sobre sus parpados, besos suaves en sus labios, besos que iban bajando por su barbilla y se deslizaban a su cuello. Dean estaba frustrado.
El quería sexo, sexo, sexo. Quería que el gilipollas que estaba encima de él le follara de una vez y dejase de intentar hacerle el amor como a una chica.
Lo malo del asunto era que, a pesar de que no lo parecía, el tío era como una mole de piedra, no había manera de moverlo, por más que Dean intentaba tornar la balanza a su favor con más resistencia se encontraba.
- La tienes dura como una piedra, joder. - maldijo Dean frotándose contra el otro - Déjate de juegos. Te quiero ya.
Castiel tenía las pupilas totalmente dilatadas y respiraba con dificultad. Su erección se presionaba contra la de Dean, dolorosa y desesperada por una liberación.
- Dean… - susurró y nuevamente había tristeza en sus ojos. Una tristeza insondable y entonces Dean se dio cuenta de que podía moverse y se aparto a un lado jadeando. Excitado.
Con una mano empezó a masturbarse rápidamente mientras que con la otra tocaba a Castiel. Este se dejaba hacer, completamente perdido en el momento.
- Joder… no me mires así. ¡NO TE ATREVAS A MIRARME ASI! - grito Dean, enfurecido por algo. No sabía el que.
Con una sonrisa sardónica se movió hasta colocarse entre las piernas del ángel.
- ¿Pena? ¿Te doy pena? Tú me vas a dar pena a mí, cuando haga que llores de las ganas de correrte…
Castiel no dijo nada y simplemente observo con fascinación como Dean se metía su miembro en la boca centímetro a centímetro hasta enfundarlo completamente entre sus labios.
- D..Dean… - susurro con un gemido ahogado. Pero no sabía que decir exactamente, si es que iba a decir algo. Quizá sí, lo más seguro es que no.
Dean levanto la cabeza y clavo sus ojos verdes en los azules intensos del ángel antes de lamerse los labios y volver a meterse su polla en la boca.
En pocos instantes le tenía donde quería. A su merced. El ángel se movía gimiendo, alzando las caderas, necesitando mas contacto, más lengua, más boca, más labios, más Dean.
Este no se hacía de rogar y lo daba todo. Acariciaba cada centímetro del ángel con las manos mientras su boca le succionaba con fuerza. Hubo unos instantes cuando Dean decidió dedicar su atención al glande del otro hombre, cuando pensó que este se iba a correr.
Esos no eran gemidos, eran rugidos. Pero acabo tan rápido como empezó y de nuevo se encontró con una pared de mármol, con brazos de mármol y fuerza inhumana.
Dean gruño totalmente furioso, excitado, sorprendido, confuso.
Si el ángel pensaba volver a pasar, se iba a encontrar con un Dean totalmente encabronado, pero no parecía ser el caso.
Los ojos de Castiel se habían oscurecido por el deseo y le miraba los labios como si fuese a comérselos en cualquier momento.
- Recuerda, Dean. - volvió a intentar con la voz débil.
- Follame. - respondió este moviendo sus dos erecciones juntas.
- No sabes lo que me pides. - susurró el ángel contra su oreja, pero se había dado por vencido y le daba besitos suaves, lametones y por fin se comía sus labios, su mano le tocaban la polla por primera vez y era una mano firme y suave, que se movía inexorable. Dean soltó un gemido ronco del placer. Se sentía como un niño al que al final le dan su caramelo favorito.
- Esto es lo que quiero. - le dijo entre besos mordiscos, arañazos y empujones.
Noto los dedos de Castiel probando su entrada y no eran suaves, sino urgentes. No había gentileza en esos dos dedos que introdujo lentamente, simplemente precisión y ansias.
- No sabes lo que quieres, Dean. - le susurraba a los labios, pero aun así, cogió su miembro y empezó a posicionarlo en su entrada - Pero nunca te he podido negar nada ...
Se la metió entera, de golpe y Dean grito cuando noto como los testículos de ángel golpeaban contra su piel. Castiel también grito, en un lenguaje extraño y musical.
Sus jadeos eran gemidos cada vez que empujaba dentro de él. Se movía con total abandono, mordiéndose los labios en una mueca de concentración y placer, con los ojos abiertos y clavados en los de Dean, desnudando su alma por completo.
- ¿Te gusta? ¿Mi Dean?
Dean no contesto, ocupado como estaba respondiendo a cada enviste de Castiel con uno propio.
- A mí me gusta mucho. - susurro el ángel en su oído, entrando y saliendo de él con un ritmo más rápido - No sabía que seria así, Dean, no lo sabía. Eres mi regalo, mi recompensa… mio…
Sus palabras iban perdiendo significado a medida que su ritmo se volvía más frenético. Dean sabía que al día siguiente iba a estar dolorido y que el ángel se movía demasiado deprisa, que su fuerza no era normal, pero le daba igual porque ya estaba casi viendo las estrellas y le faltaban unos instantes para correrse.
- Cas… - gimió desesperado - Cas… no puedo más. Por favor, Cas…
El ángel se excito aun mas al oírle gemir y rogar y con una mano empezó a masturbarlo con rapidez y fuerza.
Dean explotó. Jamás había sentido una mano como la de Castiel, jamás nadie le había tocado con semejante firmeza, ni le había sujetado el alma contra la cama mientras se lo follaba.
El ángel le miraba con desesperación, lujuria, tristeza y algo que no sabía definir ni tenía tiempo para hacerlo, puesto que este se descargo en su interior en un par de largas envestidas gimiendo su nombre una y otra vez como si estuviese rezando.
Los segundos pasaron, convirtiéndose en minutos y ninguno de los dos dijo nada. El ángel le abrazaba con demasiada fuerza, como si se fuese a escapar en cualquier momento, pero Dean se sentía extrañamente seguro siendo sostenido de esta manera.
Ambos sabían que había recordado. Lo habían sabido en cuanto le había llamado Cas, pero ninguno de los dos hablaba.
Simplemente estaban.
- ¿Y Sam? - preguntó finalmente, porque tenía que hacerlo. Era algo que tenía que saber.
- Te añora.
- ¿Está bien?
- Físicamente sí. Hay heridas más profundas que no son tan fáciles de curar.
Dean notó como por fin, ese ardor que llevaba sintiendo meses en los ojos se convertía en lágrimas. Lagrimas por su hermano, al que no volvería a ver, lagrimas por no haber hecho, por no haber podido, por no haber sabido, por no…
- ¿Y esto es…?
- Si, Dean. Esto es el cielo.
Dean se volvió y quedo cara a cara con Castiel, mirándole por primera vez desde que lo había recordado todo. El ángel parecía cansado. Eso era lo que había estado viendo toda la noche en sus ojos.
El cansancio. El también lo sentía y lo llevaba cargando consigo desde el final del Apocalipsis. Todas las vidas que se habían perdido, todo el sufrimiento de tanta gente. La batalla final con Lucifer de la que había estado exento, ya que Michael había usado su cuerpo como su espada.
- ¿Dónde he estado todo este tiempo?
- En el purgatorio.
- Tienes una manía horrible de sacarme de esos sitios. - comento Dean tocándose el hombro por el que el ángel lo había sacado una vez del infierno.
- No deberías bromear con eso. Podrías haber pasado años allí, siglos, milenios. El tiempo pasa diferente, como en el infierno.
- ¿Y porque…?
- Te lo he intentado decir, Dean. Tú eres mi regalo, mi recompensa.
- ¿Dios te ha dado a mi persona como recompensa para que me uses como juguete sexual? Joder y yo pensando que los ángeles no tenían sexo.
Castiel frunció el ceño y de nuevo vio ira reflejada en sus ojos. Qué extraña emoción para ver en los ojos de un ángel. De su ángel. De Castiel.
- No Dean, Dios me ha dado el regalo de poder cuidar de tu alma hasta el final de los tiempos. Ya no volverás a vagar. No volverás a perderte en el mar de almas. Yo… no podría soportarlo. Te quiero demasiado para dejarte ir. Soy egoísta, Dean.
El rubio soltó una carcajada carente de humor.
- No vuelvas a pensar que eres inmerecedor de la salvación. No vuelvas a denominarte juguete sexual y no vuelvas a menospreciarte de manera alguna mientras este delante de mí. Créeme Dean, vamos a pasar mucho tiempo juntos.
Dean evito su mirada y se giro mirando al techo. Curioso que en el cielo hubiera lámparas.
- No me reía de eso. Es solo, que la idea de un ángel egoísta es difícil de procesar. ¿No te convertiría eso en un ángel caído?
- Es difícil de explicar. - Castiel apoyo su barbilla en su hombro y le beso con ternura - Yo creo que me hace más humano y te doy las gracias por permitirme conocer estos sentimientos.
- Um… supongo que de nada.
- Me ha sido concedida la custodia de tu alma Dean. Esta marca… - dijo señalando una pequeña estrella blanca en el costado izquierdo del rubio - …es la mía. Y siempre podre alcanzarte.
Dean iba a decir algo, pero estaba cansado, se sentía bien y relajado después de la sesión de sexo y después de todo tenían toda la eternidad para hablar.
- Dean.
- ¡Dean! - Y Dean abrió los ojos y vio la luz. O más bien a Sam sacudiéndole los hombros con cara de fastidio.
- ¿Qué haces aquí, Sam? - preguntó al final perplejo.
- Tú me has venido a buscar tío… ósea, yo flipo. Vienes en mitad de la noche, asustas a mi novia, estas todo preocupado porque papá ha desaparecido y de repente te quedas frito.
Los ojos de Dean se abrieron como platos. Un momento. Miro a su hermano. ¿Hacia cuanto que no veía a Sam con una sudadera? Dios… si parecía un crío.
Un crío adorable, por cierto.
- Cierra la puta boca, enano. - dijo agarrándole del cuello de la sudadera y estampándole los morros contra los suyos. Sam abrió los ojos alucinado y trato de soltarse del abrazo de su hermano inútilmente.
- ¡Dean! ¡Joder! ¿Qué coño haces?
Uhm, y si Sam abrió la boca para protestar, Dean aprovechó la ocasión al máximo.
Castiel tenía razón. Era merecedor de la salvación o de lo que ostias fuera eso. Tenía una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. Una oportunidad para vivir y para luchar.
- ¿Interrumpo algo? - una voz efectivamente interrumpió a los dos hermanos, para pesar de Sam que estaba empezando a disfrutar del beso. Los dos se giraron y Dean soltó una carcajada al ver de quien se trataba.
- Para nada, Cas, para nada.
- ¿Le conoces? - pregunto Sam con curiosidad. Que él supiera Dean no tenía muchos amigos, a no ser que fueran cazadores.
- Se puede decir que estaba en el infierno y este tío me agarro de un hombro y me saco de él.
- Una manía que tengo. Al parecer.
Sam miro entre los dos sin comprender muy bien las miradas que se lanzaban. Castiel sonreía y había algo pícaro y casi divertido en sus ojos.
- Bueno, los amigos de mi hermano son mis amigos. - dijo Sam teniéndole una mano. -Y si le has sacado de algún lío aun más.
Castiel le dio la mano y Sam pensó que era una mano demasiado firme, pero no dijo nada, porque si había salvado a su hermano, era alguien de fiar.
Aunque fuese un amigo del hermano que acababa de darle un morreo.