Título: Las cosas en las que pienso cuando pienso 'tú y yo'.
Fandom: RPS YouTube slash
Pairing: Cherimon (charlieissocoollike/nerimon)
Rating: PG. an awful lot of swearing.
Resumen: Alguna vez pasará. Tendrán visitas y estarán todos sentados en los sofás, poblando el salón, yendo de acá para allá en un revuelo de música y risas. Se hará tarde, lloverá en Londres, tal vez los inviten a cenar. Y entonces, alguien preguntará, porque siempre hay alguien que lo hace.
Notas: LJ me ha obligado a cortar la segunda parte por la mitad. Nunca me había pasado esto. ¡Qué emoción! (no). [
parte i. /
parte ii.]
SIETE.
Charlie nota a Alex raro de inmediato. Cuelga el teléfono y se sobresalta cuando lo ve ordenando la compra en la cocina.
- Hey, no te he oído llegar.
- Ya.
- ¿Has comprado el pollo para las fajitas?
- Sí.
No lo mira. Nada de besos, ni de “qué has estado haciendo”, ni de “qué guapa te has puesto hoy, Charlotte”. Sólo respuestas escuetas tan atípicas en él que casi asustan. Alex irradia una energía de baja frecuencia, fría como hielo, que se interpone entre ellos y no deja pasar ni una sola de las sonrisas de Charlie. Intenta ayudarlo con el resto de la compra, pero en lo que tarda en sacar los artículos que hay en una bolsa, Alex ya los ha colocado en las alacenas y se dirige a su habitación en completo silencio.
Lo sigue.
- Alex, ¿te encuentras bien?
- No, la verdad es que no.
- ¿Qué te ocurre?
Charlie se apoya en el quicio de la puerta de su habitación y, por primera vez, Alex lo mira. Nota algo roto en sus ojos. No consigue descifrar qué es.
- Charlie, yo… - se detiene - tengo el estómago revuelto. No comeré, ¿vale?
- ¿Estás seguro de que es eso?
Se miran durante un segundo eterno. Alex aparta la vista, Charlie traga saliva, ninguno de los dos dice nada hasta que el primero recuerda que le debe una respuesta. Tiene que aclararse la garganta para poder hablar.
- En serio, es sólo un dolor de estómago.
- ¿Quieres que te traiga alguna medicina, un té…?
- Tranquilo, ve.
- Llámame si me necesitas, ¿vale?
- Sí, gracias.
Mira cómo Alex se mete en la cama con su portátil antes de cerrar la puerta. Está casi seguro de que no está enfermo y hay algo más detrás de toda esa actitud extraña. No logra dar con una explicación, pero en algún momento lo hará, está seguro. Incluso puede que Alex acabe contándoselo antes de que él lo descubra. Se dirige a la cocina pensando en lo que puede hacer que su amigo reaccione de esa manera. La única razón que se le ocurre mide un metro setenta y seis y tiene nombre de mujer.
Becky fue su primer gran amor. Dos años y medio, y Alex estaba dispuesto a llegar al fin del mundo por ella. La primera vez que lo dejaron, se pasó una semana mirando pelis de Meryl Streep y él fue a Londres para que no pasara solo el fin de semana. La noche del sábado, comieron cinco bolsas de Lays y siete de ganchitos, y abrieron un par de cervezas que dejaron después de dos sorbos. Alex tenía los ojos rojos de llorar, aunque nunca lo hizo con él delante, y estaba mortalmente serio. Nunca lo había visto igual. Jugaron tantas partidas de Halo que Charlie tenía los dedos entumecidos al final del día y se durmieron a las cuatro y media de la madrugada, después de que Alex compusiera una canción que nunca vio la luz y que se titulaba “Maldita zorra hija de puta”.
La segunda vez, la definitiva, no fue menos horrible. Charlie recuerda entrar en la habitación de Alex y encontrarlo metido en la cama, rodeado de un mar de pañuelos descartables, con el portátil en el regazo y cara de no haber dormido en tres días.
- ¿Cómo estás, tío?
- Charlieburg, tienes que ver esto - la voz no le salía afectada, ni parecía especialmente dolorido por la ruptura. - He encontrado un juego cojonudo. Tienes que matar al mayor número de gente posible en tres minutos y medio. ¡Incluso puedo hacer que mi equipo se mate entre sí! Qué locura. Mira.
Charlie se acercó hasta él y el personaje al que indefectiblemente siempre le volaban los sesos, se llamaba Becky. El equipo también estaba formado por Arnold y Emily, que tenían los nombres de los ex suegros. Incluso había un personaje bastante molesto al que Alex había llamado Edgard, “como el apestoso de su perro.”
Aquella vez, hicieron falta medidas más drásticas. Charlie consiguió sacarlo de la cama, hacer que se duchase y llevarlo a dar una vuelta por Londres. Fueron al cine, vieron una película de mierda (una comedia romántica de Jennifer López o algo así), casi entraron en un club de striptease. “Las chicas de Betty”, decía el cartel en luces de neón, y si no llega a ser porque al final Alex decidió que no tenía el cuerpo para tetas, probablemente hubieran estado sentados frente a las bailarinas hasta que se aburrieran de mirar o los seguratas se dieran cuenta de que Charlie no era mayor de edad. En cualquier caso, consiguió superar la ruptura sin escribir una pieza semejante a “Maldita zorra hija de puta”, lo que Charlie ya consideró un gran avance. De hecho, Alex mantuvo una relación cordial con Becky después de aquello. Aún se mandan tarjetas por Navidad.
Un ruido distrae a Charlie de sus pensamientos y, cuando se quiere dar cuenta, el agua en la que estaba hirviendo los espaguetis está desparramada por toda la encimera. Se le ha formado un nudo en el estómago y sigue dándole vueltas mientras escurre el trapo en el fregadero. ¿Y si Alex ha recibido una llamada de Becky? ¿Y si quiere volver a verlo? ¿Y si está dudando de lo suyo? Nunca le han puesto nombre, nadie lo sabe, puede terminar tan de pronto como empezó. Pasar por sus vidas como un acontecimiento sin pena ni gloria.
Maldita sea.
Cuando termina de prepararse la comida, ni siquiera tiene hambre.
OCHO.
Lo próximo que sabe es que hay un post-it en la mesa del comedor que dice: “Heathrow-JFK, DA-0053, 25 de noviembre de 2010, 19:10”. Son las once de la noche del 24 de noviembre y Charlie ha viajado antes y eso se parece mucho a las indicaciones de un vuelo. “¿Qué cojo- demonios?”
Se dirige a la habitación de Alex y allí está, una maleta a medio hacer sobre la cama y los billetes electrónicos recién impresos. Las sábanas están por el suelo y la ropa, pulcramente enrollada a lo ancho y largo del cuarto. En medio de todo aquel caos está Alex, entretenido en deshacer un nudo en el cargador de su cámara de vídeo. Charlie da dos golpes en la puerta y Alex levanta la mirada. Le dirige una de esas sonrisas de estos días, forzada y sin ganas.
- ¿Alex? - su tono dice claramente “¿me explicas qué está pasando?”
- ¿Charlie?
La verdad es que no se siente con ganas de jugar.
- ¿Dónde vas?
- Oh, olvidé decírtelo. Me voy a Nueva York.
- A Nueva York.
- Sí.
Se le queda la cara del mayor imbécil caminando sobre la faz de la Tierra.
- Me he sacado una entrada para ver el musical de American Idiot. El de Green Day, ¿sabes cuál es?
- Sí, sí lo sé.
- Pues… eso.
- De acuerdo - hay un silencio tenso. - Estaré en el salón.
Llevan tres días sin tocarse y ahora se va a Nueva York. ¿Estará Becky en Nueva York? Agh, qué absurdez, joder, no sabe qué le pasa a Alex y si pregunta seguramente se irá todo a la mierda porque su relación se basa en eso, en no hablar, en asumir, en hacerlo todo más fácil. Pero no. Ahora la estúpida Regla del Silencio lo complica todo, porque el problema evidentemente es Charlie y necesita hablar, pero no puede. Además, ¿cómo se aborda a un amigo en estas situaciones? “Oye, mira, es que ¿sabes, eso de hacer cosas sucias juntos? Es estupendo, ¿por qué no lo hacemos otra vez?” Se siente realmente ridículo. ¿Habrá hecho algo que le ha molestado? Dios, seguro que la culpa es suya. Se sienta en el salón, frente a la pantalla apagada de la televisión, y se da cuenta de que parece un autómata. Se pone de pie, vuelve a sentarse, vuelve a ponerse de pie sólo para llegar hasta su habitación y tirarse sobre la cama. Se queda dormido de angustia.
Amanece al día siguiente a las doce del mediodía, con babas en la mejilla. Al salir al pasillo, se choca con una maleta ya hecha, maldice por lo bajo y desayuna sin ganas. Hay un post-it pegado en el cartón de leche y casi le enfada que esté allí. Lo arranca con rabia y lo arruga en su puño, tirándolo a la basura después. Pasa el resto del día vestido con un viejo pantalón de pijama y una camiseta llena de agujeros. Alex va de aquí para allá y lo oye trastear con su portátil y su cámara, intentando meterlas casi a presión en el bolso de mano. Tiene ganas de gritarle “¡Para, para, para! ¿Dónde te crees que vas? ¡Quédate aquí y solucionemos esto, capullo!”, pero lo cierto es que no hace ni un solo esfuerzo por levantarse del sofá.
Cuando llegan las cinco de la tarde, Alex está en el recibidor, abrochándose la chaqueta. En una mano lleva la maleta, en otra, la mochila. Charlie se levanta, pensando que está a punto de irse y debe saludarlo. Abrigado como está, parece uno de esos osos de peluche rellenos de algodón. Se miran, separados por cinco metros que son un abismo insondable. Alex es el que habla.
- Me voy.
- Que tengas un buen viaje.
- Gracias.
Charlie se pasa la lengua por los labios, Alex aparta la mirada y desaparece tras la puerta de entrada sin una sola palabra más.
Lo descubre varias horas después de que se haya ido. Es una de sus notas, pegada en el espejo del recibidor. Tiene ganas de cogerla y arrugarla como la del brik de leche, pero en vez de eso, la pega en su mesita de noche.
“Llamaré, lo prometo. <3”
NUEVE.
Nueva York, Alex está convencido, es la mejor ciudad del mundo. Visitarla siempre le emociona y, por un momento, consigue olvidar que está allí para alejarse durante dos semanas de Charlie. Se siente diminuto en una ciudad tan grande y quizás eso es lo mejor de todo: que con toda probabilidad nunca verá a la misma persona dos veces en su vida. El hostal en el que duerme es pequeño, pero cómodo, y la gente va y viene hablando en lenguas que no identifica. Únicamente en la recepción, entabla conversación con dos francesas que le preguntan si sabe dónde encontrar un mapa de Manhattan y acaban hablando sobre los musicales en escena en Broadway.
Está paseando esa misma tarde por la acera frente a Central Park, cuando le suena el móvil. La pantalla brilla “Número Privado”. Piensa en ignorar la llamada, pero le puede la curiosidad.
- ¿Hola?
- ¡Alex Day! ¡Pensaba que habías cambiado de número!
- ¿Josh?
- Sigues teniendo ese acento britanio tan adorable.
- ¡No me lo puedo creer!
Hace probablemente un año que no sabe nada de él. Una de sus primeras visitas a Nueva York fue con Josh y, de hecho, se quedaron en el mismo hostal en el que está ahora. Les pasaron mil millones de cosas que jamás les podrían haber pasado en otro sitio que no fuera la Gran Manzana. Además, de vez en cuando, vuelve a mirar los vídeos que hicieron y es como vivirlo otra vez, con el doble de risa y chistes fáciles.
- ¿Cómo estás, Josh?
- Divino, como siempre - Alex se ríe en el teléfono.
- No te lo vas a creer.
- Sorpréndeme.
- ¿A que no sabes dónde estoy ahora mismo?
- No sé, ¿en Central Park?
- ¡Joder! - se queda estupefacto durante una fracción de segundo y luego empieza a mirar a su alrededor, con los ojos como platos. - ¿Dónde estás tú?
- Llevas un gorro precioso, cariño.
Se para en seco en mitad de la acera y entonces lo ve, sentado en un banco en Central Park en la acera de enfrente, con el móvil pegado a la oreja y una de sus gorras reversibles calada hasta las cejas. Saluda con la mano libre y Alex sigue sin poder creérselo mientras cruza la calle para llegar hasta él. Cuando están frente a frente, se abrazan.
- Esto me suena familiar.
- ¡Sí, ¿verdad?!
Josh sigue como hace dos años: el mismo pelo rubio, ahora algo más corto, los ojos azules igual de brillantes, el mismo timbre de voz que arrastra las sílabas con lascivia, el mismo acento sureño, los mismos gestos. Se pasa una mano por el pelo, apoya el mentón sobre una mano mientras lo escucha, aprieta los labios cuando se queda sin una respuesta. Incluso sigue manteniendo las mismas salidas de tono que hace dos años, aunque Alex las nota distintas, algo más suavizadas por el tiempo.
- Dios mío, ¿pero qué estás haciendo aquí?
- Oye, tú vienes desde más lejos. ¿Qué estás haciendo tú aquí?
- Yo he venido a ver el musical de Green Day.
- Oh, ¡tan semi gay como siempre, Alex!
- ¡Cállate, idiota!
Ambos tienen un ataque de risa. Josh finge secarse las lágrimas con su habitual teatralidad y sigue hablando, con el semblante serio.
- Yo estoy esperando a que el idiota de mi novio llegue mañana a la ciudad para tener un maldito fin de semana romántico.
- ¿Idiota, por qué?
- Porque el muy imbécil perdió el billete y tuvo que quedarse en Georgia y me dijo: - y en esta parte, finge una extraña voz masculina, algo más grave. - “Josh, llega tú antes y así vas conociendo la ciudad. Para cuando llegue, lo harás todo más fácil.” Y yo: “Pero es que ya conozco la ciudad.” Y él: “Oh, pero no importa, sálvanos el culo como siempre”.
- Seguro que no dijo eso.
- Totalmente lo hizo. Y además, no se puede tener un fin de semana romántico con uno mismo, duh. A no ser que te hagas muchas pajas, pero no creo que eso cuente.
- ¡Josh!
- ¿Qué? ¡Seguro que tienes un montón de cosas que contarme! ¿Vamos a tomar algo? ¿Cuándo es el musical?
- La función es esta noche y me voy el lunes por la mañana.
- ¡Entonces tenemos que darnos prisa!
Acaban en un Starbucks, porque Josh quiere uno de esos cafés que no saben a café y Alex toma un chocolate caliente con caramelo y nata y nueces y no sabe qué más. Se ponen al día acerca de la situación del otro. Aparentemente, el novio de Josh juega al fútbol en la universidad y está forrado, por eso paran en el Sheraton. Se conocieron porque él se coló en los vestuarios para hacer un reportaje en profundidad sobre el equipo (“inserta tu broma guarra aquí, Alex, sé que tienes un montón en tu cabeza”) y le vio en pelotas al salir de la ducha.
- Me quedé impresionado, en serio. Él me dijo: “qué estás mirando” y yo: “dios, mío, ¿puedes caminar con eso entre las piernas?”
- ¡No le dijiste eso ni de coña!
- Claro que se lo dije. Se quedó tan impresionado con mi personalidad, que se bajó los pantalones por mí. Fue muy romántico.
- Seguro que sí.
Alex no deja de reírse durante toda la tarde y parte de la noche, porque terminan cenando juntos después de American Idiot. Recuerdan anécdotas de aquel verano (“¡yo soy la única que está haciéndolo!” “qué hija de puta”) y hablan de todos los demás novios de Josh, de las novias de Alex, de Sons of Admirals (“¿así que esa banda tuya tiene éxito, eh? Los britanios llamáis cantar a cualquier cosa”) y, básicamente, cubren el año que estuvieron sin saber del otro. Lo que Alex había olvidado es que Josh es Josh y eso significa que le gusta salir a las discotecas y beber de vez en cuando. Hoy es una de esas noches y, aunque se niega en redondo a entrar a cualquier discoteca, sí deja que le arrastre hasta un bar y le compre un Sex on the Beach.
- ¿Un Sex on the Beach? ¿En serio, Josh?
- Cállate y bebe.
- ¡Es que no me gusta el alcohol!
- ¡Que bebas te he dicho!
Obedece y al poco, siente el cosquilleo cálido del alcohol en el estómago. Es entonces, en aquel bar en el que se oye música psicodélica de fondo, cuando menciona a Charlie. Es la primera persona a la que se lo cuenta y, probablemente, en todo el Reino Unido no hubiera podido encontrar una mejor. Al principio, Josh cree que le está tomando el pelo. “No me jodas, Day. Ahora en serio, ¿cómo se llama? Charlie es de Charlotte, ¿no?” Al darse cuenta de que no puede ir más en serio, se le dibuja una sonrisa maliciosa en la cara.
- ¡Lo sabía! ¡Lo sabía, lo sabía, lo sabía! - canturrea.
- Qué vas a saber, idiota.
- Y no quisiste enrollarte conmigo. Perdedor. Seguro que Charlie aún no te ha dejado probar su flor de loootooo… - sigue usando ese tono irritante, acabando todas sus frases como si cantara.
- Es que tampoco hay ningún problema con eso, carapene. No nos lo hemos planteado aún - y en un tono más grave, agrega -: Y tampoco creo que nos lo planteemos.
- ¿Habéis discutido? ¿Es eso? ¡Pero si hacéis una pareja estupenda! O sea, sabes que no lo conozco personalmente, aunque he visto sus vídeos y tengo que decírtelo: wow, Alex, te felicito. Tienes un gusto fabuloso.
- Cierra el pico.
Josh deja escapar una risa tonta, producto del alcohol y de su propia personalidad. Sin embargo, cuando ve que Alex no hace ni amago de sonreír, se pone serio y vuelve a centrar toda su atención en él.
- Ahora en serio. ¿Ha pasado algo grave entre vosotros dos?
Y luego Alex, impelido por el Sex on the Beach unido a su verborrea habitual y a la necesidad de desahogarse con alguien, le cuenta toda la historia. Ámsterdam, octubre y noviembre, y la conversación con Bridie, y su decisión de irse dos semanas de casa porque creía que de esa forma iba a ser más fácil. Josh lo escucha asintiendo, con la barbilla apoyada en la palma de su mano como suele, y cambia histriónicamente de gesto según lo que Alex le esté contando.
- Así que básicamente, eso es todo. C’est fini.
Se le rompe un poco la voz cuando chapurrea el francés. Josh alarga una mano hasta su hombro y lo obliga a mirarlo a los ojos.
- Mira, Alex. Ni tú puedes pretender que el chico esté contento sin hablar de la situación, siendo dos ex heteros como erais, ni a él se le puede perdonar no haberte impedido subir al avión que te trajo hasta aquí. ¡Venga ya! ¡Si es obvio que os queréis, joder! Sois como esos personajes estúpidos de las comedias románticas que van cada uno por su lado, cuando es evidente que lo único que quieren es estar juntos. - Josh suspira, Alex enarca una ceja y va a hacer una broma, pero se calla. - Yo a esto le veo una solución fácil: coges, te sientas con él en el sofá de vuestro maravilloso y gay piso, y le dices: “Charlie, yo te quiero. No sé qué somos exactamente, pero quiero estar contigo.” Obviamente, si le viene mal eso, puedes mandarle a la mierda y venirte conmigo a Georgia. Tengo un amigo que está soltero y es guapísimo.
- Josh-
- Ah, sí, perdona, que estás hasta el culo por el pelirrojo, ¿no? Sí, me lo imaginaba. Malas noticias para Sammy otra vez. Una pena. Pero en fin, mi punto es: tienes que hablarlo. Cuando un tío prueba un montón de vaginas…
- ¡Josh!
- ¿Qué? ¡Es cierto! Cuando un tío prueba un montón de vaginas y descubre que también le van los penes, se aterroriza. Hay que hacerle ver que no tiene ningún problema. Lo de estar en una relación o no, ya va con cada uno. Aunque no parece el tipo de chico que se asuste por el compromiso, ¿verdad? Si me haces caso, todo irá bien, querido, ya verás.
Después de salir de allí, caminan por Broadway en dirección al hotel de Josh. Las grandes avenidas tienen contornos suaves bajo los efectos del vodka. Para llegar al Sheraton, tienen que pasar por Times Square y se ríen recordando la insistencia de Alex de verlo de día. Comprueban que sigue tan brillante como siempre. Se quedan unos segundos parados en medio de todo el torbellino de luces titilando y moviéndose, la gente, los taxis amarillos, el ruido, el latido de la ciudad concentrado bajo sus pies y a su alrededor, como una estrella en combustión que los envuelve. Hace frío en Nueva York, pero no en la 47 con la Séptima.
No les queda mucho camino hasta el hotel, sólo seis calles más. Cuando llegan a la puerta, Josh da un paso adelante, le coge la cara entre las manos y aprieta sus labios contra los de Alex. Es un beso seco, cerrado, de amigos, de “espero que todo vaya bien”, un contacto que se acaba enseguida. Después, lo abraza durante un rato. Alex se ríe, incrédulo, y le habla al oído.
- Wow, Josh. Ni siquiera con novio formal te puedes contener.
Josh se separa y le da un leve empujón.
- Qué capullo. Intentaba decirte que te quiero.
- Oh, yo también te quiero, pervertido de mierda.
Vuelven a abrazarse entre risas y luego se despiden. Alex camina hacia el hostal con la luz de Times Square palpitándole en el pecho.
DIEZ.
Charlie se pasa los siguientes dos días de la marcha de Alex sin salir de casa y usando el mismo pantalón de pijama y la misma camiseta agujereada. Hasta que se da cuenta de que lleva un trozo de pizza petrificado pegado en una manga y, francamente, empieza a oler mal. Se ducha, se cambia de ropa, sale a comprar comida, juega a la XBox 360 hasta que los dedos amenazan con caérsele. Piensa que si se centra en el trabajo, en hacer vídeos, quizás se distraiga y deje de comerse la cabeza.
¡MEC!, error.
No se acordaba de lo que era sentarse frente a la pantalla de su ordenador con un procesador de textos en blanco y estar media hora mirándolo como si esperase un milagro. La sensación no es buena. Eso sí lo recordaba.
El cuarto día sin Alex, el teléfono suena a las nueve de la mañana. Descuelga esperanzado, deseando que una llamada tan temprano sea producto de haber calculado mal la diferencia horaria.
¡MEC!, error otra vez.
- ¿Diga?
- ¡Hola, Charlie! Soy Tom.
- Hey, Tom - su voz suena ligeramente decepcionada.
- ¿Cómo estás?
- Bien… bien.
- Te noto raro. ¿Estás seguro de que estás bien?
Charlie se lo piensa durante un segundo, dos, tres.
- Sí, estoy bien, tranquilo. ¿Qué tal?
- Mm, todo en orden. Siento llamarte a esta hora, espero no haberte despertado, no podía aguantarme las ganas. Verás, Ed y yo hacemos una reunión en nuestro piso esta noche. Hemos invitado a algunos amigos y nos preguntábamos si Alex y tú querríais…
- Alex está en Nueva York - lo interrumpe.
- ¿Nueva York? ¿Qué demonios hace en Nueva York?
- Ver American Idiot. El musical de Green Day, ¿sabes cuál es?
- Sí, sí - casi puede oír el cerebro de Tom carburando al otro lado del teléfono. - Bueno, entonces supongo que no contaremos con él. ¿Vendrás? Tenemos que comprar comida y por eso estamos calculando cuántos seremos. Nos lo pasaremos bien, habrá gente que conozcas, y estaremos nosotros, claro.
- Uhm, no sé, Tom…
- Venga, Charlie. ¡Haremos un concurso de Sing Star!
No puede evitar sonreír.
- Es que creo que me encuentro un poco mal-
- Va, va, va, ¡ven! Además, ¿qué vas a estar haciendo solo en casa?
Le cuesta decidirse, pero al final Tom tiene razón: ¿qué va a hacer solo en casa? Si se queda encerrado más tiempo, acabará dándose de cabezazos contra la pared.
- De acuerdo, allí estaré.
- ¡Bien! Pues te esperamos esta noche. Alrededor de las siete, ¿sí?
- Claro.
- Vale, ¡nos vemos! Ah, ¡Ed te manda saludos!
Llega a la reunión a las siete y cinco. Tom y Ed están cerca de la puerta, recibiendo a todos los que pasan, y a la mayoría los conoce. Está Ben, el novio de Tom, y también Paige, que lo saluda con la mano antes de seguir su conversación con Honey y Phil. Son como máximo diez personas en el piso y al principio es agradable, la charla amable y la compañía de sus amigos. A las siete y media, ya tiene ganas de largarse. De la nada, comienzan a llegar un montón de personas que definitivamente no sabe quiénes son, a pesar de que Tom y Ed los invitan a pasar con su habitual cordialidad. Sus amigos se disuelven entre los nuevos invitados y los pierde de vista. Charlie se sirve Coca-cola en un vaso de plástico, se sienta en el sofá y observa a la gente ir y venir. Un par de chicas lo miran desde un rincón y cuchichean. Normalmente no le molesta que lo reconozcan, pero, en serio, no está de humor para esto.
- Pasándolo bien, ¿eh?
La voz surge de su derecha y se fija en la chica que se le ha sentado al lado. Pelirroja, ojos azules, sonrisa fácil, sentido del humor gamberro. Lex da un sorbo a su cerveza, al tiempo que se fija en las chicas del rincón. Su cuchicheo se intensifica cuando reparan en ella.
- Vaya por Dios. No sabía que estaba invitado el club de fans - Charlie sonríe.
- Yo tampoco, créeme.
- Bueno, ¿y dónde está el otro?
- ¿Quién?
- El psicópata de Day.
- Oh, uhm, está en Nueva York.
- Maldito bastardo. Qué buena vida lleva - le da otro sorbo y él hace lo propio con su Coca-cola. - Es raro que Alex no esté aquí. Sería fantástico. Haría que esas fangirls de ahí se esfumasen de un plumazo.
- Nah, Alex no haría eso.
- ¿Cómo que no? - Lex se gira hacia él con una sonrisa divertida y baja la voz algunos tonos. - Nadie puede tocar a Charlieburg.
Charlie se ríe, en parte porque la imitación es malísima, pero también porque le suena peligrosamente familiar. Lex lo mira como si él estuviera pasando algo por alto.
- ¿Qué?
- Nada. Es sólo que se nota cuándo Alex no está. ¿Estás triste?
- ¿Yo? - Charlie está a punto de atragantarse con la Coca-cola. - No, yo no, yo estoy bien.
- Os debéis de echar de menos cuando viajáis. Pasáis tanto tiempo juntos.
- S-supongo que nos echamos de menos… lo normal.
- Mm.
Lex está levemente mareada por las cervezas que se acaba de tomar. Apoya su cabeza en el hombro de Charlie y se queda mirando algún punto entre la mesa de café y sus pies, absorta.
- Lex, ¿te encuentras bien?
- Sí, claro.
- ¿Quieres que te acompañe a casa?
- Me harías un gran favor.
Se despiden de Tom con un gesto de la mano entre la marabunta y salen del piso sin más. Londres hiela, es finales de noviembre y las farolas dibujan un espectro de luz que se traga la penumbra. Lex se tambalea, de modo que Charlie le pasa una mano por la cintura tímidamente y la sostiene para que camine en línea recta. No hablan demasiado. Sólo cuando llegan hasta la puerta de su casa, Lex se suelta y lo mira de frente, con una sonrisa ligeramente etílica.
- Eres un gran amigo, Charlie. Os envidio, sois los dos tan buenos amigos.
Lo abraza y Charlie la rodea con los brazos. Se está helando de frío, pero deja que pasen unos segundos antes de retirarse.
- La próxima vez quiero que vengáis a verme juntos y me contéis que habéis ido a Nueva York los dos. No sé qué hacéis viajando sin el otro. No tiene nada de gracia, pudiendo estar juntos, ¿no? ¿Qué sentido tiene?
Sonríe y baja la mirada. Como si necesitaran recordarle las ventajas de tener a Alex alrededor. Sólo comienza a caminar en su dirección cuando Lex ha conseguido meterse en casa.
- Gracias, Charlie.
- Buenas noches, Lex.
ONCE.
De repente, los días empiezan a pasar cada vez más rápido. El siguiente, sin ir más lejos, se termina en un abrir y cerrar de ojos. Conoce a Frank, el novio de Josh. Parece un jodido modelo de Calvin Klein que usa polos de Ralph Lauren, zapatos de Prada y colonia de Dolce & Gabbana. Josh no deja de hacerle señas y gestos mientras se toman un café en el Soho y, cuando Frank se excusa para ir al baño, no puede contenerse.
- ¿¡No es maravilloso?!
- ¿Creía que estabas enfadado con él?
- Ya, pero es que llegó anoche con una mariconada de flores y follamos y-
- Vale, vale, Josh. Suficiente.
Se despide de ellos entre risas, porque Josh nunca deja de hacer chistes obscenos y un tío de metro noventa como Frank sonrojándose, no es algo que se vea todos los días.
- Llámame cuando llegues a Chicago, ¿de acuerdo?
- Que sí…
- Y ten cuidado - Josh lo abraza y susurra en su oído. - Y ya sabes lo que tienes que hacer con tu pequeño pelirrojo enamorado.
- Que te follen, paleto.
Se empujan, se ríen, se despiden definitivamente. Deja a Josh y a Frank disfrutando de su fin de semana romántico y él se encamina hacia Grand Central Station para llegar hasta JFK.
Aterriza algunas horas más tarde en el Aeropuerto Internacional de O’Hare, Chicago, y todavía duda de la impresión que le causa Manhattan, Illinois. Está entre postal de Navidad adorable y pueblo que elegirá el de La matanza de Texas para su próxima fiesta. Se queda mucho más tranquilo cuando Alan busca las tasas de delincuencia de los últimos diez años y se da cuenta de que algo tiene que ir muy mal de repente para que haya miles de asesinatos en serie. Llega allí el lunes por la tarde y, esa misma noche, ayuda a preparar una cena exquisita, conoce a Craig y participa en un número inconfesable de partidas de Risk, un juego en el que aparentemente es muy bueno. No es que no se distrajera en Nueva York, pero aquí lo hace mucho más porque hay menos momentos del día que pasa solo.
En ese aspecto, Manhattan, Illinois consigue tranquilizarlo. Se da cuenta cuando desayuna el martes por la mañana en la cocina de Alan. Fuera nieva, él bebe su té sin hacer ruido, Monica tararea una canción mientras se arregla y hay aroma de tostadas recién hechas por toda la casa. Alan está en alguna parte, ha salido a recoger los envíos que tendrá que llevar más tarde a la oficina o algo así. Todo está en silencio, excepto por la melodía que viene de la habitación matrimonial. Es como sentirse en casa otra vez, con la añadida ventaja de poder pensar sin estar agarrotado por los nervios. Toma una decisión en ese momento: llamará a Charlie esa noche. Se lo prometió y Alex no es de los que faltan a su palabra. Además, tal vez el consejo de Josh no vaya tan desencaminado. Tal vez tengan que hablar de ello realmente, porque si lo piensa, no hacerlo es un poco inmaduro. Definitivamente, debe hablarlo. Y debe hablarlo esta noche.
Se pasa el día en DFTBA, empaquetando CDs y, en general, ayudando a Alan con su trabajo.
- Charlie ha vendido tres mil CDs, ¿lo sabías? - se lo dice casualmente, cuando él está buscando camisetas para meter en una de las cajas con destino a Australia. Tiene que pararse a escuchar.
- ¿Tres mil?
- Y no sólo eso - Alan no deja de ir de acá para allá con cajitas de CD. - PayPal me ha mandado un e-mail limitándome la cuenta porque dicen que no puedo estar haciendo tanto dinero si no es de forma fraudulenta.
Entonces Alan para y lo mira.
- Charlie hizo que la página de DFTBA se cayera, Alex. Me parecía al tipo de La Red Social que no se cree que la red de Harvard se había ido a hacer puñetas.
Alex estalla en una carcajada.
- No, en serio, me alegro mucho por Charlie. Las ventas están siendo fantásticas, pero oye, qué trabajo está dando el crío.
Sonríe ante el comentario y sigue empaquetando. Es a él al que se le ocurre y le entra la risa floja cuando se lo imagina de manera gráfica.
- O sea, que podríamos decir que DFTBA está siendo asolada por el Huracán Charlie. - Alan deja escapar una risa.
- Sí, podríamos decir que sí.
Ahora, cada vez que entra un nuevo pedido de This is Me, alguien se encarga de que todo el mundo en la oficina lo sepa: “¡Nuevo envite del Huracán Charlie!” Todos ríen y empaquetan y hacen inventarios y apilan cajas aquí y ordenan una pila de nuevos CDs allá. Hay un ambiente fantástico en esa oficina, la gente es amable y Alex piensa que debe de ser un buen empleo. Salvo por lo de trabajar frenéticamente, sin parar durante horas, para cumplir los plazos de entrega.
Tanto mencionar a Charlie durante el día hace que, por la noche, casi no pueda aguantarse las ganas de hablar directamente con él. Sobre la situación, sobre su asunto peliagudo, pero también sobre todo lo que le ha pasado en estas dos semanas y lo raro que ha sido no llamarle prácticamente todos los días o mandarle un e-mail chorra o conectarse a Skype. Claro que echa de menos al Charlie con el que se besa, aunque empieza a pensar que tal vez echa más de menos a su amigo.
Le pide el teléfono a Alan y le promete que no va a tardar mucho. “Alex, ese chico está pagando mi factura del teléfono con todos los discos que está vendiendo. Puedes hablar cuanto quieras.” Marca con dedos ligeramente temblorosos, se reprocha mentalmente, recalcula la diferencia horaria para asegurarse de que no ha cometido un error.
“No, no puedo haberme equivocado. Nueve menos seis son tres. Son las tres de la tarde, así que tiene que estar en casa. No sé por qué tarda tanto en coger el teléfono. ¿Habrá salido? ¿Se habrá ido a Bath? Igual le ha pasado algo. Tengo que-”
- ¿Diga?
Se queda unos momentos en silencio porque su voz le toma por sorpresa.
- ¿Hola? ¿Hay alguien-?
- Charlie - finalmente se encuentra las cuerdas vocales.
Hay más silencio al otro lado de la línea.
- ¿Alex?
¬- Hola, Charlie, ¿cómo estás?
- Bien, bien. ¿Cómo estás tú?
- Estoy en Chicago.
- ¿Qué haces en Chicago?
- Estoy con Alan.
- ¿Alan… Alan, nuestro amigo Alan?
- El mismo.
- ¿Y por qué estás con Alan?
- He estado echándole un cable en DFTBA. Estás batiendo récords de venta, joder.
Alex casi puede imaginarse a Charlie sonrojándose, bajando la cabeza, rascándose la nuca. Encogiéndose de hombros y contestando:
- Huh.
- Sí, es impresionante. ¿Sabes cómo te llamamos por aquí?
- Cómo.
- Huracán Charlie.
Y ahora sí, ahora no se lo imagina, es que puede verla. La sonrisa de Charlie, creciendo de a poco, haciendo que el lunar de su mejilla baile para un costado.
- Vaya.
- Se me ocurrió a mí, ¿sabes?
- Me lo figuraba.
Ambos sueltan risas nerviosas a cada lado del Océano Atlántico.
- Vuelvo el viernes, por cierto, así que llegaré a casa el sábado por la mañana.
- ¿Necesitas que te recoja?
- No, está bien. Iré en metro.
- Como quieras, sabes que para mí no es ningún problema. Si necesitas ayuda con el equipaje o lo que-
- Tranquilo, Charlie. No hace falta.
Hay un pequeño silencio. Alex puede oírlo respirar en Londres.
- Y… ¿cómo lo estás pasando?
- Oh, ha sido divertido. American Idiot fue una pasada. En Nueva York me encontré con Josh, ¿te acuerdas de Josh?
- ¿El de los vídeos de Nueva York?
- El mismo. Me presentó a su novio, que es muy simpático, y estuvimos poniéndonos al día. Chicago ha sido fantástico, también. Bueno, sabes que no estoy en Chicago-Chicago, estoy en Manhattan, Illinois. Es un poco desconcertante como pueblo, pero la gente es amable.
- ¿No tiene pinta de ser el próximo escenario de Freddy Krueger?
Alex no puede reprimir la risa.
- No, no, para nada. Ha estado muy bien. No sé, ya te contaré cuando llegue a casa. He hecho unos vídeos, mm, nada muy allá. En realidad, he grabado poco porque he estado la mayoría del día empaquetando y, bueno, ocupado en general, y no sé qué va a quedar para los suscriptores, pero espero que no sea una completa mierda.
- No lo será. Seguro.
- ¿Qué has hecho tú estos días?
- He estado en una reunión en casa de Tom y Ed.
- Seguro que te dijeron una reunión y apareció todo el mundo.
- Efectivamente.
- Qué cabrones.
- Ya.
- Te echo de menos.
Vale, no pensaba decirlo así, pero le ha salido como a bocajarro, como un disparo a quemarropa. Si no lo decía, reventaba. Charlie parece estar pensándose su respuesta. “Por qué está pensando, por qué está pensando, deja de pensar, Charlie, dime que me quieres y ya.”
- Yo también te echo de menos, Alex.
La voz de Charlie suena pequeña, desnuda, transparente. Su estómago hace un triple salto mortal sin red y tiene que hacer un esfuerzo para articular dos palabras seguidas. Carraspea. Se le ha formado un nudo en la garganta.
- Ehm, bueno - mira a su alrededor, como si los objetos en su habitación fueran capaces de proporcionarle una excusa. - Tengo que irme. Es el teléfono de Alan y no quiero que la factura le salga un ojo de la cara. Te manda saludos, por cierto.
- Mándaselos también. Oh, y recuerdos a Monica.
- De acuerdo, ehm, gracias. Nos vemos el viernes, ¿vale?
- Claro. Cuídate, Alex.
- Lo mismo te digo. ¡Adiós!
- Adiós, adiós.
DOCE.
Si hasta ahora el tiempo se pasaba a una velocidad alarmante, los tres días que quedan son una tortura lenta y cruel. Manhattan, Illinois, esa postal del Medio Este americano, se cubre con un manto de nieve y se llena de motivos navideños. Los pasacalles, las fachadas de los edificios, las farolas, los jardines delanteros, los supermercados. La atmósfera es genial y Alex no deja de hacer cosas, pero aún así, el tiempo no corre más deprisa. Necesita que lo haga. Se muere de ganas de volver a casa, porque esa conversación no fue suficiente y porque sí, joder, lo ha decidido. No más preguntarse si le querrá de esta nueva forma, si está en esto por obligación o por no saber decir que no. Quiere ver a Charlie ya y quiere tener al Charlie de siempre. Fácil y cómodo y sonriente. Ha llegado a ese punto donde le da igual. Le importa más el hecho de que ambos estén bien y sean felices. Decida lo que decida, si seguir adelante o volver a ser amigos como antes, Alex va a seguir queriéndole de todas formas. Lo de follar es secundario.
(Por muy apetecible que eso pueda sonar.)
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parte iii.