Título: La bendición del Crepúsculo
Fandom:Night watch (triología de películas por Bekmambetov* que toman ideas de la saga de Lukyanenko con el mismo nombre, contando como un Universo Alterno)
Claims: Antón, Svetlana/Olga (crack), Iegor y Alisa/Kostya.
Reto: DAC-Ley de Cierre.
Nro. de Palabras: 1049.
Nota: *Dusk watch, la última, se está produciendo y tiene fecha de emisión para dentro de dos años. Fox se encargará, aparentemente.
La bendición del Crepúsculo
Maxim estuvo orgulloso de sí mismo cuando hizo arrodillar al traidor a las Guardias. Ya había dado muerte a Otros Tenebrosos, en su vergonzosa época de niño hostil que palpaba el mundo detrás de la superficie, con gran torpeza, sin llegar a comprender a fondo su tarea. El Mago Potencial que iba tornar hacia el bando siniestro y fue autodeclarado hijo del culpable lo miró como si quisiera asesinarlo. Zabulón, más viejo, más sabio, más astuto que los diablos de los cuentos de Tolstoi, dio un paso hacia delante, con aire de consolarlo, cuando se vio interrumpido por una corriente de aire frío: Svetlana, en su Primer Nivel y vestido blanco, húmedo en la lluvia, pegado a su cuerpo tembloroso, descubrió sus ojos brillantes como carbones. Una leona protegiendo a su cachorro adoptado. Voló hacia el niño de su promiscuo león en una exhalación y lo cubrió con sus brazos en un mismo movimiento que pudo pasar por un ataque de epilepsia, ejecutado desde su sombra con gran destreza. El pequeño ya no representaba, con su estado supuestamente neutro, un peligro para la sociedad, siquiera para el balance entre su parte que más contaba. Maxim sacudió la cabeza y preparó su cuchillo de madera, el arma a elección que amablemente sus Instructores Insobornables le habían dejado conservar. Sería rápido, porque él era un ser naturaleza benévola y bien sabía que el tormento del Crepúsculo era más que suficiente para un Otro. No podía dejarse ese uso desobediente de la energía humana sin penalización y serviría de ejemplo para esa familia improvisada que Gorodetsky había formado.
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Sveta se agarró el vientre para hacer contacto con Nadya, que estaba inquieta aquella tarde, doce semanas después, Iegor en la mesa de la cocina, comiendo embutidos con pan y mantequilla, siendo tan voraz como Antón, aquella primera vez que se quisieron con el cuerpo de Olga de por medio. Volvió a decirle al niño que no era excusa el volver a la Neutralidad gracias a los múltiples esfuerzos de su padre, para no esforzarse con las tareas que el jefe Gesar amablemente había preparado especialmente para que compartieran ellos dos. Tres. Tarjetas en blanco, con figuras a desentrañar. Iegor está cínico.
La culpa por la muerte de Antón cuando está enfadado y a veces sale a deambular por Moscú tras la media noche. Cuando Svetlana no está ahí para prevenirlo, sino en la Guardia o tomando cuidado de su embarazo, entrando al Crepúsculo para educar a Nadya desde temprano al vértigo de las tres primeras etapas. Al menos ya no lo acompañan Tenebrosos y a veces inclusive le toma la mano, le habla con suavidad aunque forzadamente, con una nota de desprecio en su arrepentimiento que le recuerda muchísimo a su padre, al borde Sveta de llorar, entre la angustia, la frustración, la añoranza. Casi siempre logra, al evocar a Antón, colocar el sentido del deber entre las metas de Iegor. Hay luz en su corazón, aunque la hayan implantado a la fuerza y queden los residuos de lo que ella presiente, fue un terrible enfrentamiento entre los dos, a pesar de haber sucedido en otro mundo. Un sueño, dentro de otro sueño: no conoce a Antón bajo la lluvia y el sol simultáneos, haciéndose la ofendida por algo de lo que no estaba segura entonces, una especie de voz interior; La Bruja blanca, la vieja de cabellos claros que todo lo sabe, con su huesudo dedo levantado y su sonrisa avispada. Svetlana está al tanto de que es un honor que ha pedido, más que recaído sobre ella el ser la maestra de Iegor y su tutora, manipulados los recuerdos de la madre de esta para que no sepa ni de su existencia: demasiado susceptible hubiera sido a influirle furia hacia Antón y por ende, empujar a su hijo hacia el lado más oscuro del Crepúsculo. Descubrir aquello casi lo hace de todos modos y fue la decisión de Antón, al modificarle en primer grado moralmente, la que lo obligó a volverse neutral, lo que quizás les de tiempo a Sveta, Geser y Olga para seguir moldeando sus inclinaciones, pese a la rabia de Zabulón, que también infringió el pacto al sellar el potencial de Maxim.
Iegor hoy es lo bastante manso como para tomarle la mano y preguntarle si acaso puede colocarla sobre la cabeza de su hermanita Nadya, que parece sonreírles desde debajo de la piel. Y Sveta no odia a Olga tampoco por escapar a la sentencia en la gracia de Geser en vez de Antón, porque tampoco habría podido domar a este niño sin su ayuda e influencia, a pesar de que quizás no habrían tenido que preocuparse mucho más por él, de haber sido ejecutado por la Inquisición en primer lugar. De todos modos, Antón nunca se hubiera perdonado por dejar que sucediera y Sveta quizás también habría sido culpada por su resentimiento. Pierde-Pierde. Gana-gana. Dos niños, una casa, una lechuza que a veces viene a visitarla. Pudieron haber terminados todos como lobos en el desván de la Guardia.
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Dos sombras que se encuentran en lo profundo del Crepúsculo. Ahora nadie les puede impedir que se vean, mixturados como están con los Otros que han existido siempre y que gimen en la certera oscuridad. Al haber alcanzado suficiente fortaleza como para palidecer a Zabulón, Kostya también puede mantener su forma. Y devolverle la suya a Alisa. Suficiente como para que puedan separase del mar de lamentos, ir un poco más arriba, cerca de donde hay un sol lejanísimo que ya no puede brindarles calor. Abrazados. Unidos. Disculpándose una por despreciarlo cuando eran niños y contra toda prohibición de su maestra, se adentró en un viejo edificio para fastidiar a una familia de débiles vampiros. Porque los recuerdos flotan en el vacío con las ideas de otros tiempos. No hay barreras. Ni bandos. Ni castas. Kostya no se arrepiente de pedirle su piedad a la Guardia Diurna, después de revelarles el origen del cóctel y mantener discreción al respecto, para evitar una raza de vampiros Zero azotando Moscú. Es mejor haber sucumbido del tablero después de convertirse en realeza que vivir en un mundo donde no se puede andar en el auto de Alisa a toda velocidad, hasta que uno se olvida de que existe.