Como lector, el reto de los cincuenta libros, del que se ha hablado aquí en algunas ocasiones, incluido el último post con la creación de una
comunidad ad hoc, por una parte me gusta, porque reconozco en él a otros lectores como yo, esto es, amigos. Pero también hay algo en él que me inquieta; la verdad es que cuando leí las
"reglas" de éste, la inquietud desapareció en buena medida, porque me gustó mucho la libertad que implicaban: venían a decir al final algo así como sáltatelas, no leas para completar sino lo que te apetezca, etc., lo que le da al asunto un aire lúdico y como de excusa para leer que revela su buen fondo. Pero, con todo, me gustaría decir algo; no se trata de una crítica, sino más bien una reflexión en voz alta, también por animar la comunidad, a la que últimamente sólo contribuyen algunas personas con su habitual heroicidad.
Quizá como occidentales llevamos ya casi en los genes la noción de acumulación cosas como un valor, así como la competición. Esto lo hemos llevado a todos los terrenos, incluidos los libros. Es indudable que cuando alguien dice que se ha leído tropecientos libros al año se lo mira con respeto y admiración. La propia biblioteca, a poco que poseamos bastantes libros, por muy querida que nos sea, a veces se nos vuelve como una amenaza o reproche como de letras firmadas y que están sin pagar... Sobre todo cuando el visitante de turno, poco familiarizado con la lectura, mira los estantes repletos con asombro y siempre, siempre, tras decir lo obvio, qué barbaridad, cuántos libros tienes, acaba por preguntar: ¿Te los has leído todos? Uno siente un leve sonrojo y contesta la verdad: Pues no, no los he leído todos. Se queda uno con ganas de justificarse después, de explicar que una biblioteca no es una acumulación de trofeos conquistados, sino un proyecto personal hecho de intereses y curiosidad; que los libros se llaman unos a otros, y que hay libros de consulta, antologías, referencia... En fin: que parece que, a más libros leídos, mejor. Pero la lectura no se mide, o no debería medirse por la cantidad de libros que se leen, como si fuera una competición de recogida de setas. Seguro que alguien lo ha dicho, aunque no recuerdo quién, porque algo tan bueno no ha podido ocurrírseme a mí: lo importante no es cuántos libros leemos, sino cuantos libros nos leen a nosotros. Esto es, cuantos libros verdaderamente nos amplían los horizontes, nos cambian la manera de pensar, salimos de ellos como de un vértigo, extrañados de que el mundo siga en la cotidiana vulgaridad en que lo dejamos antes de que nos sumergiéramos en su lectura. Los griegos tenían una palabra sofómoros o algo así, que designaba a la gente que leía mucho pero sabía muy poco, al margen de todos los datos que pudieran haber acumulado. Hay personas que se tiran al río de un libro y salen de él secos, como algunas actrices de películas de serie B que caían al agua y eran rescatadas de ella con el peinado intacto. Y puede que hasta superen el reto de leer cincuenta libros en un año, pero, ¿de qué les sirve si ninguno de esos libros los ha leído a ellos? ¿Cuántos libros han leído verdadermente en ese año?
Luego está la cuestión del valor, incompatible con la cantidad. Hoy día casi parece de mala educación, porque nos provoca mala conciencia democrática -una democracia mal entendida, claro- señalar la obviedad de que hay libros geniales y deleznables, simplemente buenos, medianos, imprescindibles o desechables... No se trata de una medida objetiva, pero tampoco es arbitraria: se puede razonar sobre ella. Entonces, tampoco se trata de leer por leer, lo cual es una mera fetichización de la lectura por la lectura misma. Leer por leer puede ser hasta necesario en el momento en que alguien está adquiriendo el hábito, y el inquisidor de turno puede llegar a agostar el gusto por la lectura decidiendo que el neófito debe dejar Los tres investigadores y ponerse a leer de inmediato La colmena. Pero cuando nos hacemos lectores adultos llega el momento de plantearse: ¿para qué leo? (igual que cuando nos hacemos adultos a secas nos preguntamos "¿qué voy a hacer con mi vida?") Todas las respuestas a esta pregunta son legítimas, pero es preciso ser consecuente con ellas. Hay que decirlo, aunque suene una herejía, pero, dada cierta competencia lectora, para leer ciertos libros, lo mismo daría ver la televisión o hacer un crucigrama. Repito: una vez alcanzado el hábito, no creo que leer sea un valor por sí mismo; lo que importa es lo que se lee. Si alguien decide que lee para pasar el rato, divertirse, evadirse, estupendo. Incluso hacerlo de modo periódico, en vacaciones, periodos de mucho trabajo, etc. Nada que objetar. Pero si alguien lee por otros motivos puede que leyendo ciertos libros esté perdiendo el tiempo. Lo que quiero decir es que que si una persona ha leído sólo cuatro libros al año, pero estos son Guerra y paz, la Regenta, la Montaña mágica y El hombre sin atributos, ha leído más que si han sido cincuenta que consisten en las obras completas de Paulo Coehlo, Bucay, Dan Brown... Etc. Es más: he caído en la tentación de la cantidad de nuevo, poniendo cuatro tochos imprescindibles como ejemplos, pero tochos. Pues no: quien haya leído bien leídos La metamorfosis, La muerte de Iván Illich y La muerte en Venecia en un año, que probablemente no sumen doscientas páginas, ha leído más, de nuevo, que quien ha superado el reto con los libros dichos antes. De hecho, probablemente nos aprovecharía más leer una y otra vez unos cuantos libros bien escogidos, acordes con nuestra naturaleza e inquietudes; esos libros que no se agotan nunca... (pero eso sí, la curiosidad de lector, ávido de novedades -la palabra novela no significa otra cosa- también está ahí.)
Mucha gente lleva este tipo de aseveraciones al plano moral y se enfada: piensan que se están censurando libros o prohibiendo su lectura. Que no. Estamos en el plano del juicio artístico. Lee lo que te dé la gana, pero sé consciente de lo que estás leyendo. Estoy un poco harto del político o el famoso bienintencionado de turno que dicen "leed, leed", en abstracto (¿la guía de teléfonos vale?), o el que, para tirarse el moco dice que por leer es capaz de leer hasta un recorte de revista que se encuentra en el suelo. Pues haría usted mejor alquilándose una buena película o yéndose a visitar a un amigo al que hace mucho que no ve. Como hijos de nuestro tiempo solemos alternar la lectura de obras imprescindibles con novedades o tonterías que nos llaman la atención: yo no me decido a dejar de hacerlo. Pero creo que está bien ser conscientes de que esto es así. Creo que lo que provocó mi inquietud acerca del reto es ver las listas y su indiscriminación, donde se alterna todo, Faulkner con ¿quién se ha llevado mi queso? con el único criterio de la cantidad, la suma.
En fin. Dicho todo esto, ánimo con el reto, porque está muy bien.