Fandom: Original
Advertencias: G. Completamente infante <3.
Título: Danzas de pies pequeños
Palabras: 717.
Comunidad:
petit_croissantReto: 16. Fantasía y realidad ||
imagen.
Notas: Me ha costado la vida, y es la primera vez que participo de la comu, pero deberían darle una ojeada porque es bien bien pretty <3 y se leen cosas muy buenas.Creo que no tiene nada que ver el estilo del principio con la mitad y menos con el final. Pero es lo que ha salido. xD <3
Cuando tiene las patas (los ‘pieses’, las manitas para caminar, o el adjetivo que se le antoje por utilizar ese día) sobre la mesa se considera satisfecha. Se mueve al compás de una música sin nombre ni letra (para sus oídos incultos y pequeños, claro). Canta palabras sin sentido, sobre hadas, mamá, papá, y quizás también la abuela. Al abuelo no lo nombra porque todos se ponen tristes cuando lo hace.
La mesa es alta, tan alta que le ha llevado todo el día (aunque no sean más que las diez de la mañana) trepar a ella. Pero no es fría como el suelo y sus piecitos lo agradecen. La mesa no es muy grande y eso es malo. Muy malo. Pero ella baila y juega. Se para de puntitas al borde y grita una estrofa que se ha inventado al aire. Su punto de equilibrio vuelve al centro de la mesa antes de que su madre pueda gritar de miedo.
Baila y canta en silencio y en gritos. Sonríe cuando ve a Daniel en la puerta de su cuarto. Y aunque es aún muy pequeña, y el brillo de sus ojos la delata, se da media vuelta y danza. Como si no lo viera, como si no lo sintiera. Cuando la melodía para, ella no se detiene. Que ese es su escenario y ella decide cuando todo termina. Definitivamente no será ahora que tiene espectadores.
Cuando Daniel se ha cansado que la ignore y se ha parado frente a la mesa, con brazos cruzados y una sonrisa demasiado sarcástica para un niño de nueve años, ella canta aún más. La molestia de su hermano se refleja en el grito que pega a su madre, pero en sus ojos se extiende el brillo de satisfacción al ser ignorado. Ella baila. Con sus piecitos satisfechos, y sus manitas juguetonas.
Daniel se ha acercado, una mano sobre la mesa, allí en el borde donde ella juega a caer y tirar flores que nacen de sus cabellos. Ella sonríe, y se sienta. Aún canta. Con su voz saltarina, fina y pequeña. Casi tan frágil como la piel de su cuerpo pero tan fuerte como la alegría de su mirada.
Daniel no canta, porque es niño, y es grande, y sus pies son demasiado pesados para la fina mesa. Pero observa en silencio a esa vocecita que se diluye en sus oídos. Cuando la pequeña termina, Daniel ya no puede quejarse, ni decir nada. Su madre está ajena a todo, preparando lo que será el almuerzo, y quizás tampoco serviría de nada que Daniel dijera algo.
Ella vuelve a pararse, la función terminada y la mesa una molestia. Apoya sus manitas sobre los cabellos de su hermano y se cuelga de sus brazos tan rápido que Daniel casi no tiene tiempo a reaccionar. Lo abraza como si fuera lo más preciado del mundo, y estampa un pequeño y ruidoso beso sobre su cachete. Un beso que el no durará en limpiar más rápido que volando.
Con pasos rápidos y movimientos ligeros, ella escapa de él y le sonríe pica, escondiéndose entre las piernas de su mamá. Daniel la observa y ella, tan pequeña, tan inocente y sin consciencia, no esta muy segura de si su hermano se transformará en un gran dragón que vendrá a atacarla, o en un brillante caballero que la protegerá de cualquier fuego rojo y feo, como esos con el que su mami le prohíbe jugar cada mañana.
Las piernas son muy pequeñas para esconderse, pero son seguras y calmas, y ella se mueve al compás que danzan. Daniel se sienta en la mesa, sus ojos nunca quitándose de ella, de ella y su sonrisa clara. Es entonces cuando su voz habla, y entona la nueva tonada. Muy lentamente, muy tímida y con ganas, sale de su escondite y ella baila.
Baila por unos minutos, unas horas y unos días, meses que luego serán años. Cuando la realidad la alcanza y se encuentra mirando la mesa vacía de una casa que le resulta ajena, desea subir sus pies sobre aquella mesa y bailar una suave y dulce tonada, sentir el aroma de su madre en la cocina, y la mirada curiosa de Daniel tras la puerta de su cuarto, alentando en secreto, sus pequeños pasos de hada.