Fandom: Axis Powers Hetalia.
Claim: Suecia/Cuba
Rating: Everyone.
Notas: Para
crack_and_roll y
queeneka , que fue la mente que concibió semejante pareja D: ... Por cierto, está basado
en esto con un poco de manipulación fangirl.
El Reino de Suecia nunca antes se había sentido más ofendido que aquél día, caminando a paso rápido por el pasillo estrecho y golpeando con furia el piso pulido de tablas de madera sin detenerse a mirar lo que había a sus alrededores.
En realidad, no le importaba.
Todo en esa casa apestaba igual que su anfitrión: a comunismo, a indiscreción, al pisoteo constante de los derechos humanos y la falta de educación alguna que se mezclaba con el humo de su asqueroso tabaco.
Cuba, sin embargo, caminaba detrás de él. Mantenía el mismo ritmo de sus pasos, constantes y apresurados, mientras avanzaba detrás del sueco que se marchaba con la indignación y la ira escritas en el rostro, pero a diferencia de él el latino tenía la cabeza llena de posibles excusas. Sabía perfectamente que había hecho mal: el correo era propiedad privada y era un crimen en regla irrumpir en la correspondencia ajena, por no decir que había traicionado su confianza, pero es que... es que...
-Me marcho.- anunció Berwald, con voz grave y cortante, y el cubano levantó la mirada. -No pienso seguir soportando faltas de respeto de este tipo de tu parte, así que eso es todo.
-¿Cómo dices?- inquirió Cuba, tensando la mandíbula en torno al habano que sujetaba entre sus dientes.
-Lo que haces aquí es intolerable.- repuso el rubio, y se volvió para mirarlo con aquellos ojos implacables que hicieron estremecerse al moreno. -Estás atentando contra los derechos humanos, y lo sabes perfectamente.
-Pienso que tengo todo el derecho a velar por la seguridad y bienestar de mis ciudadanos.- se defendió el latino. -Y era posible que entre tu correspondencia…
-¿A esto le llamas bienestar?- replicó Suecia, y la mueca que se formó en sus labios hizo que el moreno se estremeciera. -¿A esta dictadura a la que llamas paraíso?
-¡No seas hipócrita!- reclamó el cubano, y el puro que llevaba entre sus labios cayó al piso con un sonido seco, rodando hasta que chocó contra una de sus botas. -¿Cómo te atreves a decirme esa clase de cosas en mi propia casa? ¿Cómo te atreves a insinuar siquiera que no actúo correctamente basándome en el amor que siento por mi pueblo?
-Y ése es precisamente tu problema. Actúas dejándote llevar por tus emociones y dejas que ello te ciegue a la razón.
Por supuesto. Aunque estuviera ahogándose en rabia, sabía que el sueco tenía razón. Que había sido precisamente por eso que lo había hecho: que había hundido la mano en el saco del correo para leer las cartas que sus compatriotas latinos habían escrito para el sueco en un arranque de celos infundado. Pero no lo había hecho con malas intenciones... realmente no... Sencillamente se trataba de su incapacidad para tolerar que aquellos intensos ojos verdes se posaran en alguien que no fuera él, incluyendo a sus estúpidos compañeros en el norte.
Y nuevamente las cosas terminaban igual que siempre que actuaba cegado por sus sentimientos.
Levantó el rostro. Suecia seguía observándolo fijamente, pero su semblante se había relajado considerablemente y ya no amenazaba con retirarse con aquella determinación del principio.
-Lo siento...- consiguió escupir el cubano, con voz ronca y clavando la mirada en la de Berwald. -Sé que no debí...
-No. No debiste.
-¿Pero qué es lo que esperas que haga?
Suecia suspiró, resignado, y cortó la distancia que los separaba con un par de pasos. Sus manos se posaron sobre los hombros tensos de Cuba y éste inclinó la mirada sintiéndose como un imbécil.
Otra vez.
-Sólo dime si llegará el momento en que puedas confiar en mí...- dijo el europeo, en voz baja, y los ojos oscuros del pequeño país caribeño lo miraron anegados en vergüenza. -Es todo lo que te pido. Confianza.
Confianza, claro está. Pero, ¿qué le aseguraba a él que no terminaría marchándose una vez más con Finlandia, que siempre estaba detrás de él como un perrito faldero? ¿Qué le aseguraba a él que se quedaría siempre a su lado como se lo había prometido, salvo su simple palabra?
-Y no sólo conmigo.- continuó el otro, aprovechándose del silencio del moreno. -Tu pueblo también te lo pide... confía en ellos. Pueden hacerlo bien por sí mismos.
-¿Qué sabes tú? Vikingo de mierda.- espetó el americano, pero al contrario de lo que se esperaba Suecia rió entre dientes, con aquella risa contagiosa y limpia del deshielo de la primavera que tanto adoraba y Cuba supo que había sido derrotado por él una vez más.
Así habían sido las cosas entre ambos desde que todo comenzó, años atrás, cuando Cuba había decidido tomar esa decisión de la que más tarde y todo el tiempo se arrepentiría: abrir sus puertas a las relaciones internacionales con Escandinavia. Cuando vio a Suecia por primera vez y él le devolvió la mirada, supo con certeza que su vida no volvería a ser la misma y no sabía hasta qué punto aquello le disgustaba o no, pero de lo que sí estaba completamente seguro era de que había sido una pésima idea tratar de practicar su diplomacia vistiendo la camisa amarilla a la que ahora culpaba de todo: dicen que dan mala suerte.
Aunque Berwald, quien insistía en meter la nariz en todos sus asuntos privados y daba los mejores besos en la historia universal, era toda la mala suerte que podría haber deseado jamás.