Jun 21, 2008 18:28
Luis salió de su cuarto. Era el paciente número treinta y dos del instituto San Rafael para enfermos mentales. La rutina al terminar el desayuno en el instituto era que salieran al jardín determinados enfermos; único sitio donde no corrían peligro.
Luis era uno de ellos. Le gustaba salir al jardín, por que podía imaginar que estaba tras la reja, donde las flores bailaban y cantaban al ritmo del viento. Siempre platicando con las nubes, iluminadas por la luz del sol.
Ahí las cosas eran hermosas. En el lado de Luis todo era oscuro, tenebroso. Los enfermeros creían que ellos no sabían, creían que podían hacer lo que quisieran. Por eso Luis quería salir de ahí.
Le gustaba sentarse frente al alambrado e imaginar que podía oler las flores que solas llegaban a su mano. Que podía gritar con el viento y volar con las nubes blancas como el algodón. Cuando llegaba el momento de regresar siempre pataleaba.
Los doctores decían que pronto regresaría a ser él mismo. Las dosis de medicamento eran menos cada día y pronto podría regresar a su casa.
Ansiaba ser libre. Lo único que quería era recorrer esos campos, dejar atrás de la reja el mundo oscuro junto a todos sus problemas. Más allá del por qué estaba en ese instituto, sin importar el recuerdo, los gritos, la sangre. No quería que nada importara. Solo quería ser conciente del atardecer, de dormir cobijado por las estrellas y despertar antes del amanecer.
Lo único que lo animaba a volver a su habitación era la ventana. Podía seguir sintiendo el aire que se colaba por entre los vidrios de la celosía. Aunque todo esto a su vez lo sentía como si fuera un ave encerrada en una jaula. Poder sentir el aire en la cara y el cuerpo sin poder estirar las alas y salir de ahí.
Carolina, la enfermera, le hablaba de algo. Se veía muy entusiasmada, pero él solo era conciente del aire. Nunca había escuchado de ningún Dios, mas estaba seguro de que de existir, su voz sonaría igual que el aire, sus ojos como el cielo azul, sus dientes como las nubles blancas y sus manos suaves como los pétalos de las flores que se alcanzaban a distinguir en el prado al otro lado de la cerca.
Ella se marcho, Luis miró la mesa a los pies de su cama y no había el pequeño y popular recipiente donde solían dejar los medicamentos. Sus ojos volvieron a mirar por la ventana.
Unas horas después pasaron cuando Luis comenzó a pensar cosas que no había razonado desde que tenía memoria. Su memoria se limitaba al tiempo en que había permanecido ahí.
Se miró a sí mismo, su ropa, su cabello largo y desarreglado, sus pies descalzos. Miró su alrededor y sus ganas de libertad se volvieron más reales; ahora todo tenía sentido. Miró aterrorizado las paredes desnudas, la puerta abierta de par en par por donde desfilaban zombis.
Su vista llegó a la ventana. Se enfocó en la reja al final del concreto, después miró el prado, las flores. La libertad.
Un grito atravesó el instituto seguido del sonido que hace el cristal al romperse. Luis era libre ahora.