Seven Of Swords - KAISOO (Trad. En Español) {1/3}

Feb 15, 2015 16:08




Seven of Swords

Fanfic Original
Autora: harpenly
Pareja: Kai/Kyungsoo
Rating: R
Género: AU!, Horror, Tragedia, Angst, Supernatural
Traducción: Maggie, Camila,
Corrección:
yue_kissys
Resumen: La lectura de tarot, predijo cosas que Kyungsoo no podía creer de Jongin. Lleva consigo una maldición sobre su cabeza y sin embargo, escribe las notas más hermosas que Kyungsoo ha visto jamás.

Parte 2
Parte 3

Melodia AQUÍ:

~.~

Era el primer día de otoño. Con los pies descolgando por una caída de 15 metros desde la valla, Jongin podría tocar el sol, o pintar el atardecer con la sangre que goteaba de su nariz y labios rotos. La boca le sabía a sangre y tenía ese olor impregnado en la piel. El humo de la fogata fluyó desde el suelo y observó con ojos desinteresados, bordeados por dos profundas ojeras debido a la falta de sueño.

La ropa en el fuego se consumió de una forma lenta, reduciéndose a un montón de prendas ensangrentadas, humillación y fragmentos de dignidad que Jongin perdió hace mucho tiempo, cuando la última gota de cordura que había en su cuerpo se coló por sus grietas y cayó.

Su piel bronceada fue bañada por la luz cobriza del atardecer y las cicatrices relucieron en sus hombros y costillas, contrastando con el humo del cigarro que ocultó su rostro, elevándose, mezclándose con el viento, fluyendo a través de su boca como una fuente de agua que gradualmente se convirtió en una máscara.

No se inmutó cuando envolvió con dedos temblorosos el papel del cigarro que se había manchado con su sangre reseca. Aspiró de él como si su vida, mente, cuerpo y alma dependieran de ello.

Fumaba como si pudiera absorber la vida del cigarro.

Sacar las respuestas más importantes de él.

Pero este nunca respondió.

Aunque algo en su mente sí lo hizo. Susurró, con dientes afilados y una voz extraña, pero que estaba ahí y era el sonido más cautivador que hubiera escuchado en toda su vida.

Eso lo aterrorizó.

La voz habló claramente y el eco resonó cuando se detuvo de repente, como si no hubiera hablado.

“El circo viene mañana, Jongin.”

“Cállate.”

Le dio un gran mordisco a la punta del cigarro  y su lengua se llenó de migajas.

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“Hay algo diferente en él y quiero que se vaya.” - una voz conocida resonó a través de la puerta con la fuerza de un trueno, un dedo señalándote y un gran dolor combinados.
La puerta se enfrío bajo su oído y sus mejillas ardieron al saber que hablaban de él. Su cuerpo ardió en una llamarada de ira y odio y un nudo amargo se atravesó como una bala  de plomo en su garganta.

“Detente. Él es solo un niño.”

La voz de un hombre sonó algo apagada, pero suave y con poder.

“Nunca estás aquí.” replicó ella. Sus palabras fueron filosas y agudas y el niño se encogió en su puesto, como siempre lo hacía. - “Tú no oyes lo que yo escucho. No ves como él actúa”.

Arrastrándose lejos de aquella humillación, el niño se sentó a pocos metros de la vieja puerta de madera, tan alta que él aún no podía alcanzar la manija. Sus dedos tiraron de la alfombra y esta se deshizo en largas cintas de hilo.

Una voz le ordenó que atara un nudo alrededor de su dedo. Este se puso frío y más blanco de lo habitual.

Él empezó a llorar.

La puerta se abrió, traqueteando como un tren viejo aunque el niño nunca había visto uno. La sonrisa pre-facturada de su padre se desvaneció cuando vio el hilo apretando peligrosamente.

“¿Jongin? Ven aquí.”- su voz era tranquila y el niño se apresuró hacia el hombre que no era su padre de verdad. Con cuidado este desató el hilo permitiendo que la sangre fluyera de nuevo.

Jongin se sentía a salvo en sus brazos. Cerró los ojos, exprimiendo la voz y la imagen de su madre falsa con los puños apretados a los lados, su rostro y su mirada furibundos.

Ella lo vio de esa manera durante toda su vida. Con los ojos entrecerrados y los labios en una línea. En una ocasión ella le preguntó por qué había cortado los bigotes del gato y él solo se encogió de hombros. No dijo nada, porque sabía que ella no creería que una voz se lo había dicho. Ella lo encerró con llave durante las noches cuando descubrió un set de cuchillos de cocina escondido bajo su cama, simplemente porque estaba más que asustada de él.

Jongin nunca supo cuan odiosa podría llegar a ser esa mujer, pero de nuevo, ella nunca supo que él podía odiar en la misma cantidad e incluso aún más.

Cuando las hojas cambiaron de un color verde claro a un naranja encendido y luego a un marrón muerto que crujía bajo las suelas de las botas, el circo hizo su parada en la ciudad y comenzó a desempacar. Todo parecía diferente y nuevo cuando el circo estaba allí.

Jongin dio una vuelta alrededor del antiguo parqueadero, centros comerciales abandonados a su izquierda y derecha, por todas partes. Él era un chico viviendo en un pueblo fantasma. Observó a los hombres y mujeres mientras se fumaba un cigarrillo, quiso ayudarles, pero no lo hizo.

Mantuvo su distancia hasta que todo estuvo listo y perfecto, y solo cuando la gigante lona de franjas rojas y blancas se alzó, decidió acercarse.

Los papeles arrugados que utilizó para rodar los cigarros estaban esparcidos a sus pies, formando un camino ahumado y ennegrecido. Todo era familiar, desde el olor del frío pavimento, la gente, los actos, los lugares de interés. Todo era familiar y aquello le gustaba.

Disfrutó de lo conocido y lo viejo y se alejó de lo nuevo y extraño, aunque aquello era difícil para un chico que estaba muriendo. Las semanas le pasarían y sentiría como si acabara de despertar.

Usaba ropas de extraños y su cuerpo dolía y ardía con heridas que no recordaba haber recibido. Por lo general, Jongin vomitaría y luego se fumaría un cigarro contando el tiempo que le quedaba, un cigarro por cada día, cada herida y rasguño en sus nudillos.

Por capricho propio, Jongin gastaba dinero en el circo año tras año. Ganaba los partidos de baloncesto o concursos en los cuales debía anotar sin tocar el aro y él nunca sabía qué hacer con esos premios de peluche que al final terminaba tirando a la basura.

El material gris barato del muñeco de elefante con el cuerpo escurrido le estaba haciendo sudar las manos. Había decidido volver a casa y a pesar que estaba en la cima de una valla publicitaria, sabía que esa era su casa. La estructura estaba hecha de huesos, polvo, ira y un frío húmedo que calaba hasta el suelo de tablas.

Le sofocaba con manos alrededor de su garganta y jadeaba constantemente por aire, con los ojos bien abiertos.

Divisó un puesto u carpa en alto, con cortinas que lo ocultaban del resto de las atracciones y juegos. Inclinó la cabeza para entrar dejando caer el elefante de peluche porque allí había algo más que pedía a gritos su atención. Sus dedos voltearon una carta larga de la baraja puesta en la mesa y trazaron la silueta del dibujo que se exponía en ella, sin recordar que no debía tocar lo que no era suyo.

“¿Es el Siete de Espadas? ¿Verdad?”

La voz hizo que Jongin saltara y depositara la carta de nuevo en la mesa.

“Maldita sea.”

“¿Estaba en lo cierto?”

El chico con los ojos jodidamente cómicos y grandes preguntó, y su boca se abrió un poco con su pregunta.

Jongin se aclaró la garganta. “Uh… sí. Lo estabas”

Aunque se moría por preguntar cómo es que el chico sabía qué carta había escogido, no lo hizo.

“¿Estás aquí por una lectura?”

“Supongo”.

Jongin metió las manos en los bolsillos y sus pulmones lloraron por un cigarro, pero tuvo el presentimiento de que no podía fumar aquí.

Se sentó en la silla que estaba justo en frente del lector, quien empujó el mazo de cartas más cerca de Jongin. Estas habían estado frías al contacto y el papel que una vez fue brillante y colorido mostraba ahora las señales del desgaste por el uso y el aprecio con el cual su dueño guardaba las cartas.

“Baraja como quieras, pero no olvides preguntar algo en tu mente. Cualquier cosa por la que desees una respuesta”.

Después de inspeccionarlo con mucho cuidado, Jongin encontró que el chico era guapo. Mandíbula cuadrada, ojos grandes y una melena  tan oscura como una mancha de petróleo resaltando en su rostro.

Su pregunta flotó en su cerebro y se mordió la lengua para evitar decirla en voz alta. Se tragó esos “¿Qué hice para merecer esto?” y “¿Cómo puedo seguir luchando?” encerrándolos en una prisión hecha de dientes.

“¿Cuál es tu nombre?”- preguntó Jongin. Su voz sonó demasiado fuerte en el pequeño lugar y sintió vergüenza  cuando sus palabras hicieron eco, refunfuñando para sí en su fuero interno.

“Kyungsoo”.

El lector no mencionó que conocía a Jongin por las historias que contaban en el circo. Historias sobre un chico que hablaba consigo mismo, se sentaba en la rueda volante por horas y fumaba cigarrillos. Un chico que observaba cada actuación de trapecio con admiración en los ojos, como si quisiera ser el que estuviera en la cuerda floja, mirando hacia abajo sin temer a la muerte.

Jongin barajó la cubierta, un poco torpe en su prisa por intentar parecer suave y seguro. No sabía por qué, pero las manos le temblaban un poco y eso le molestaba. Tragó y sintió la saliva como cubos de hielo bajando por su garganta. Hielos, uñas e incertidumbre.

“Mi nombre es Jong”-se detuvo y lamió sus dientes frontales por un momento. Deseaba poder fumar una gran bocarada de humo  para ganar algo de tiempo, aunque ahora no podía desperdiciarlo. Tenía todo en abundancia, menos tiempo.

Tiempo que se estaba acabando.

“Kim Jongin.”

Los pequeños y delgados dedos de Kyungsoo empezaron a  repartir siete cartas. Las primeras tres las puso en una hilera horizontal, con un espacio considerable entre sí. Recto, ordenado, con una destreza practicada y precisa. Las últimas cuatro formaron un circulo, el cuatro por un lado, el cinco y el seis arriba y abajo y el siete al lado del cuatro.

La primera carta en la fila del tres se volcó y por  un momento, la simple extravagancia del arte en el rostro de la tarjeta sorprendió a  Jongin. Era como una obra en miniatura y él supuso que si miraba de cerca podría distinguir de forma individual cada una de las pinceladas.

“Nueve de Espadas.” Dijo levantando la cara para verlo. “Tu pasado estuvo lleno con grandes cantidades de culpa por algo que no puedes controlar. Tenías miedo y te escondías en la oscuridad para permanecer fuera de su camino.”

Jongin deseó no verse tenso pero apretó los dedos alrededor de su brazo, sus uñas se clavaron en su piel como si el dolor lo mantuviese con los pies en la tierra, en control. Un músculo en su mandíbula saltó y observó los dedos del lector, para no levantar sus ojos oscuros y enfrentar las palabras que tenía por delante.

El aire de la tienda se cernía sobre él.

Sus manos estaban frías.

No permitió que su mente divagara, pero algo más lo hizo.

Recordó su mejilla contra el frío suelo de su armario, atrapado en medio de la ropa y la madera, llorando sin consuelo. Rogó para que lo dejaran salir. Gritó hasta que sintió su garganta desgarrándose y estuvo seguro de que ya no tenía voz. La habían arrebatado de su interior, encerrado en un cuarto bajo llave.

Kyungsoo volteó la segunda carta y con la acción, Jongin sintió que su garganta se comprimía.

“Cinco de Oros. No atiendes mucho tus propias necesidades y al igual que en el pasado, aún sigues escondiéndote de todos, casi como si te obligarán a hacerlo.” Kyungsoo habló lentamente, estudiando las cartas, concentrándose en los dibujos y en el significado oculto en ellos.

Apenas pudo asentir y su cabello demasiado largo cayó sobre sus ojos pero no se molestó en apartarlo con sus manos temblorosas. Todo se estaba cerrando sobre su garganta.

Kyungsoo volcó la tercera carta en la fila y abrió los ojos. “Este es… has trazado un camino muy oscuro”.  Su voz se quebró. Tragó saliva y alisó la tarjeta con los dedos, como si estuviera practicando un truco de magia. Lo oculto de tu vista y se transformará en otra cosa.

“¿Qué quieres decir?” Dijo Jongin, aunque su voz profunda sonó a la defensiva.

“En tu futuro hay algo que tiene que ver con la muerte.”

“¿Estás diciendo que voy a morir?” Espetó, su ira certera como una poderosa cauchera.

Kyungsoo que siempre estuvo demasiado compuesto parecía agotado. “O que vas a cambiar. Algo va a cambiar. Un gran cambio podría suceder. Esa es… um… lo que pasa con estas cartas es que son subjetivas  y…”

“¿Y?” Presionó Jongin, mordiéndose el labio inferior.

“Y todo está sujeto al cambio.” Concluyó el lector, moviendo nerviosamente las tarjetas unos cuantos centímetros, enderezándolas.

-“De la misma forma cómo podemos cambiar el destino.”

“Exacto.”

“Siguiente.”

-“Siete de Bastos. Aunque no estás consciente de ello, tienes metas. Incluso si todos los días llegas aquí y pierdes el tiempo en las mismas atracciones año tras año, aún tienes un proyecto de vida. Planeas sobrevivir a esta ciudad y superar lo que sea te aqueja”.

Jongin entrecerró los ojos oscurecidos por sus pupilas dilatadas y notó los latidos desbocados de su corazón y el sudor en la palma de sus manos. La boca le sabía extrañamente amarga. Arrugó su nariz, recta y redondeada al final, como si hubiera percibido un olor desagradable.

Sentía que estaba a punto de vomitar, el estomago golpeaba las paredes de su interior como el mar a las rocas.

“La que sigue.”

Jongin casi graznó.

Vacilante, Kyungsoo continuó. Presionó y levantó la quinta carta. “La Sota de Copas. Esta carta muestra intuición y compresión. Algo o alguien, tendrá esta influencia en tu vida. Parece que las cosas finalmente se componen.”

Algo similar a una sonrisa se dibujo en los labios de Jongin y por un segundo, Kyungsoo pensó que el chico estaba luchando consigo mismo. Una gran cruzada tomaba lugar en su cabeza, tras esos ojos oscuros y sus dientes, luchaba contra sus palabras y emociones. Se veía en conflicto.

Una guerra dentro de un chico que estaba cayéndose a pedazos.

“Y por último-”

Kyungsoo sintió como la mueca en su rostro se deshacía y pasó una mano por su pelo. La guerra sólo empeorará, supuso, después de leer la carta.

“El Diablo. Temes perder tu independencia. Estás sometido a algo, la cosa que aún te mantiene aquí. Una adicción mordisquea tu alma, empieza por los bordes hasta que ya no queda nada.”

La bilis se acumuló en la garganta de Jongin y fue como quedarse dormido, desmayarse y levantarse muy rápido, todo al mismo tiempo. Estaba ahí escuchando hasta que un rugido del cual solo él era consciente, resonó en sus oídos y luego se fue.

Algo más tomaba su lugar, una falsa figura que movía sus manos, sus labios, su lengua y sus dientes y hablaba palabras de ruina y mentía como si fuera un pasatiempo.

Se levantó y se dirigió hacia la entrada, pisó la trompa del elefante de peluche mientras salía, aplastándola casi por completo con sus botas.

Ni siquiera escuchó a Kyungsoo protestando, levantándose y yendo tras de él. Un “no” débil en sus labios.

No tuvo ni idea de la mano que intento enrollarse en la manga de su camisa para llevarlo de vuelta a la mesa. Un esfuerzo inútil.

De vuelta en la carpa, Kyungsoo recogió la última carta y se mordió el labio inferior con fuerza, casi degustando su sangre.

“Siete de Espadas.” Susurró, poniéndola boca abajo como si ni siquiera la hubiese visto. Si estaba de esa forma, Kyungsoo no la miraría de nuevo y así no tendría que pensar acerca de lo que esto podría significar.

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El tiempo es fluido y puede durar horas y segundos al mismo tiempo. Las semanas parecen días, y los años son tan solo minutos que él cuenta con los dedos, mientras observa correr las manecillas del reloj.

El tiempo era fluido y Jongin un océano.

Para su sorpresa, el circo se encontraba todavía en el mismo aparcamiento, de pie y puesto en tierra. La mañana era nueva y todo parecía extraño y húmedo.

Jongin tragó a pesar de que tenía la garganta seca y enganchó los dedos en sus vaqueros, el material rasposo raspando sus nudillos.

Se moría por fumar un cigarrillo, pero su pequeña caja plateada estaba vacía. Limpia y ligera y completamente inútil para él.

“Tienes suerte de que soy el único aquí en este momento y no mi jefe.”

La voz de Kyungsoo vino de atrás suyo y Jongin casi suelta un grito.

“¿Por qué debes asustar a las personas todo el tiempo?” Rugió a la defensiva, avergonzado por su naturaleza nerviosa, con las mejillas ardiendo.

“¿Dónde has estado durante las últimas tres semanas?” El lector replicó.

“¿Por qué ha de importarte? Estuve fuera de la ciudad, escalando el Monte Everest y luego buceé hasta las Maldivas” Resopló y sacó las manos de los bolsillos para cruzarlas sobre su pecho.

Era el turno del Lector para ponerse a la defensiva.

“Saliste corriendo. Te quedaste por casi toda una sesión entera y ni siquiera has pagado.”

“No tengo dinero.”

“Lo supuse.”

El silencio se cernió en torno a ellos.

Jongin se aclaró la garganta.

“¿De verdad me fui por tres semanas?”

Kyungsoo se encogió de hombros, observando con sus grandes ojos todo lo que hacía el otro chico. Cada cambio en su cuerpo, cada contracción nerviosa y cada tirón ansioso de sus manos.

“Si.”

“Oh.”

Se alejó entonces con la vista fija en el suelo. Caminó hasta que llegó a la valla publicitaria, se metió en el saco de dormir y durmió a pesar del calor, los cantos de los pájaros y la necesidad de volver.

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Formar pensamientos y oraciones consistentes era difícil para Jongin. Tartamudeaba y decía cosas que no había querido decir ó sus palabras tomaban otro significado y la cosa nunca terminaba bien.

Por eso se sentía más cómodo escribiendo, aún cuando se enfadaba y la punta de su pluma desgarraba el papel y manchaba sus dedos y todas las hojas de tinta. Gruñía y maldecía como un loco, arrugaba las páginas y las depositaba en una bolsa negra.

Pero al menos, cuando terminaba, su producto era una página perfecta, con letras perfectas y palabras que entregaban un mensaje. No había pruebas de su ensayo y error, salvo la bolsa negra a punto de estallar y sus manos encalambradas por presionar demasiado duro el lápiz a la hora de escribir.

Sus uñas bien cortadas tallaron media lunas de sangre en las palmas de sus manos.

Sostuvo la nota con manos temblorosas, incluso sus labios temblaban alrededor del cigarrillo.

En medio del papel, tinta presionada contra tinta, dormitaron las palabras  y su significado.
Jongin deslizó la nota bajo la carpa en la tienda de Kyungsoo esa noche y su corazón rugía y latía ferozmente en su pecho aún cuando se fue de allí.

Con la luna llena y regordeta en el cielo, caminó solo por el medio de la calle, crispando sus dedos cuando tocía compulsivamente en la curva de su codo.

“Espero que sepas que esto no cambia nada. Eres mío y él no va a interponerse en mi camino.”

La voz habló a través de Jongin. Era áspera y ruidosa. Hablaba como si estuviera furiosa.
Jongin respondió unos momentos después.

“Yo no le pertenezco a nadie.” Gruñó. Su voz resonó alrededor de los arboles, el pavimento mojado y estalló contra los postes de luz. Los faros de un coche iluminaron su silueta pero al final pasó inadvertido.

“Esa es una mentira muy sucia, Jongin.”

La segunda voz era como un tic o una convulsión. Ocurría rápidamente y le frustraba no poder controlarlo.

Hablaba con un tono dulzón y Jongin tenía ganas de gritar.

“¡Vete a la mierda!”- escupió y encendió otro cigarrillo.

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Kyungsoo no vio a Jongin por otra semana y media.

Se aprendió la carta de tanto leerla.



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Las hojas estaban lejos de alcanzar esa tonalidad de naranjas y amarillos perfectos. Ahora se pudrían en el suelo, dejando las ramas de los arboles desnudas ante la adversidad del frío. El viento mordisqueó la piel expuesta de Jongin, su nariz, sus labios y pómulos, pero él ignoró la ventisca gélida y se centro en la sangre que seguía goteando de su nariz.

Se preguntó por simple ocio si aquello estaba relacionado con el moretón en su ojo ó el pitido que escuchaba constantemente en sus oídos.

Sus nudillos tenían costras y picaban y su boca sabía a cobre.

Escupió.

“Supongo que simplemente vienes y te vas cuando quieres, ¿no?” Kyungsoo intervino, ahuecó sus pequeñas manos alrededor de sus labios. Había un tono de irritación en su voz.

Jongin sentía la extraña necesidad de disculparse, aún cuando sabía que no tenía otra opción respecto al tema, se alejara durante semanas o no.

“Voy donde el viento me lleve.”

Respondió con sonrisa tranquila mientras la sangre le escurría por la barbilla.

Los dos chicos, uno con los pies en el suelo firme y el otro a casi quince metros por encima, se miraron fijamente.

“¡Siete  de Espadas!” Gritó Kyungsoo.

“¿Qué?”

“Esa fue la última carta en tu baraja. Evades tus responsabilidades y finges ser quien eres.”

El viento llevó la voz hasta donde se encontraba Jongin, quien se chupó una herida provocada por el nacimiento de sus molares.

“¿Qué te hace pensar que estoy fingiendo?”

“Puedo verlo en tus ojos.” Respondió inclinando ligeramente la cabeza.

El viento aulló de nuevo y Jongin se estremeció.

“¿Cómo?”

-“Leo a las personas. Es mi trabajo.”

No hubo preguntas respecto a la herida sangrante del menor. No hubo preguntas sobre la lectura. Solo un leve guiño a sabiendas y la promesa silenciosa de que Jongin estaría allí para el próximo espectáculo acrobático.

Y allí estaba, la punta del cigarro ardiendo en un rojo cereza, dando la cara y sonriendo de oreja a oreja todo el tiempo. Estaba recostado contra la apertura de la tienda, con los brazos cruzados sobre el pecho. Ni una sola vez se sentó durante el espectáculo y no planeaba hacerlo. Algo sobre verlo estando de pie lo hacía más emocionante. Su corazón saltaba cuando él estaba seguro de que ya no tenía uno.

Sintiendo un par de ojos clavados en su espalda, Jongin exhaló el humo y se dio vuelta.

“Has vuelto.” Sonrió Kyungsoo.

No era sarcástico.

“Por supuesto. Es su primer show en semanas.” La respuesta de Jongin tampoco lo era.

“La gente de aquí habla, ya sabes.” Comentó sin saber qué hacer con sus manos. Al final las puso en sus bolsillos.

“¿Sobre qué?”

La punta encendida del cigarro brillo agradablemente en contraste con su piel bronceada y Kyungsoo trató de no mirar. Jongin era apuesto, aun si sus ojos estaban moreteados todo el tiempo y sus labios cargaban cicatrices que habían sanado hace mucho tiempo.

“¿En este momento? De ti, más que todo. Dicen que estás maldito.”

“¿Y tú les crees?”

“No.”

Jongin bufó y rodó los ojos.

“Pues deberías.”

Parte 2 →

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