Titulo: Una taza para dos
Fandom: Hetalia - Axis Powers
Claim: Japón/Fem!USA
Desafío: Tabla 30 limones
Reto: Bonos: Feriado, o "Hagamos que este día especial sea 'de verdad' especial!"
Clasificación: MA
Estado: 1/3
Advertencias: Lemon, Smut, Angst, Hurt/Confort, Romance
Palabras: 3940
Disclaimer: Hetalia no me pertenece, es de Hidekazu Himaruya. Hago esto por mera diversión.
Resumen: Es el día de su cumpleaños, pero Japón solo puede pensar en una cosa: que América-san quiere terminar con él. ¿Por qué si no lo estaría evitando? -Japón/Fem!USA-.
Notas Adicionales: Algo que escribí hace dos años para el cumpleaños de Kiku. Por azares de la vida, los dos últimos años no he podido escribirle nada más. Espero superar pronto el bloqueo.
Una taza para dos
Japón sabía que las cosas buenas habitualmente duran menos, como la caída de las flores de cerezo. Así que cuando América dejó de llamarlo repentinamente, supo que algo iba muy mal. Que, por alguna razón, ella lo estaba evitando. Pensó que eran cosas suyas, que debía tratarse de una mala temporada para la casa de su… compañera, así que en principio aguardó pacientemente como quien espera junto al río por algo que sabe aparecerá allí tarde o temprano.
Sin embargo, las cosas iban de mal en peor. Hubo muchas ocasiones en las que toparon como países, y en ninguna de ellas ella se había tomado más de cinco minutos para estar con él públicamente. Nada de privacidad. Ella lo repelía como si tuviera alguna peste, pero eso era exagerar… un poco.
- ¿Qué será…? -Ladeó la cabeza frente a su mesa baja, mientras estaba sentado sobre el tatami como cualquier otro atardecer. Junto con la pregunta en el aire, pensando, la respuesta llegó como una katana clavándose en sus entrañas.
Ella había dejado de sentir interés por él. Así de simple. Y el siguiente paso sería terminar con la relación que tenían.
Le costó un poco hacerse a la idea ¡pero era tan obvio! Todo tenía sentido si llegaba a esa conclusión. Normal. Sabía que ese día iba a llegar tarde o temprano, y aunque ahora le sorprendía un poco, se lo esperaba.
Lo que no hacía que le doliera menos. Pochi-kun se acercó a él alegre y todo lo que pudo hacer fue acariciarle la cabecita suavemente, porque la otra mano la tenía ocupada apoyando su cabeza, que de pronto necesitaba un poco de ayuda para no estrellarse contra la mesa baja impulsada por un repentino agotamiento ¡ah! ¿Qué era esa sensación tan extraña? ¿Se trataba de un indicio de la vejez? No la había sentido en mucho, mucho tiempo.
Trató de ponerse en seiza otra vez de manera correcta frente a la mesa. Encendió la televisión donde se emitía la misma programación “demasiado alegre para ser verdad”, como la había llamado América una de las tantas veces que se quedó a dormir en su casa. Rió, porque su comentario siempre le había parecido una verdad tremenda que él no se atrevía a admitir.
Estaba pensando en ella, y eso no podía ser bueno si las cosas iban a acabar. No habían estado mal, no había visto que nada comenzara a fallar. Aunque no debía haber obligatoriamente algo que fallara, había otros cientos de factores por las que las relaciones no funcionaban. A veces, simplemente no se daban y ya. América solía decir que por eso muchas personas en su casa se divorciaban, porque incluso después de años de casados la gente decidía tomar caminos diferentes.
Pero a fin de cuentas, ella parecía tener razón. Qué él supiera desde mucho antes que la relación se iría a pique no hacía que la caída fuera menos dolorosa. La última vez que la vio, en una junta con algunos países para atender asuntos sobre leyes internacionales, ella se había quedado tan entretenida y ocupada charlando con Inglaterra-san que apenas se tomó el tiempo para saludarlo e intercambiar dos o tres frases estereotipadas. Y solo porque él se había acercado a ella para hablar, algo que no logró al fin y al cabo.
No se suponía que debiera ponerse así -decepcionado, pensativo, entristecido, analista y hecho un manojo de nervios-si conocía desde el principio las reglas del juego. Ella nunca lo amó de verdad. Y todas esas veces que le dijo lo contrario era porque estaba confundida. Jamás le pidió que le mintiera y él no se engañaba con ensoñaciones. Siempre supo todo lo que necesitaba saber y a pesar de eso, decidió arriesgarse.
Un samurái no piensa en la muerte; su primer pensamiento al despertar es la vida y es el mismo que tiene antes de morir ¡la vida! Y él nunca había estado tan vivo antes de ella. Su vida realmente había comenzado cuando ella lo tocó por primera vez de esa manera y sus ojos se encontraron con los de ella, sellando un acuerdo mutuo de caricias, caricias que no debían significar tanto para él.
Pero estaba siendo melodramático. Estaba haciendo de esto un especial drama ¿por qué sino las lágrimas le salían de los ojos si no tenía el impulso de llorar? ¿Por qué? se limpió el rostro con las mangas de su colorido kimono. Parecía un niño. Debió ser un actor de kabuki en lugar de la personificación de Japón por la tragedia que estaba representado, como si fuera el fin del mundo. No había razón para estar triste ni menos para llorar.
-Duele-reflexionó después de un rato. Llevó su mano izquierda hacia la zona del corazón para presionar sobre ella. El corazón seguía bombeando, sí, pero él juraría, juraría que hace unos segundos sintió que se rompía.
Por alguna razón dolía terriblemente.
XOX
Siempre olvidaba sus cumpleaños, siempre; desde los últimos cientos de años que había dejado de darle importancia. Sin embargo, la gente a su alrededor no parecía sentir el mismo desdén que él, ni siquiera los otros países. Hizo acto de sus mejores vestimentas tradicionales para recibirlos en su casa, como había hecho los últimos años. Uno a uno todos fueron llegando y felicitándolo por tener un año más de vida.
Estuvo recibiendo saludos y atendiendo la llegada de sus invitados con gran cortesía, siempre atento a la puerta, esperando. Esperando a la persona que tanto deseaba ver llegara como los demás. No había recibido la habitual llamada temprano de ella con un entusiasta saludo. América-san siempre solía charlar horas y horas por teléfono sobre los detalles de la fiesta, argumentando que “la heroína siempre debía encargarse de que toda la fiesta resulte ok”.
A veces era un poco cansino, pero tras cada llamada, más que agotamiento y fastidio, terminaba con una sensación cálida en el pecho. Siempre era bueno saber que a alguien le importaba, y aunque no quería causar molestias de ninguna clase a nadie, con ella era distinto, porque el entusiasmo de América-san era en verdad contagioso. Le sacaba una sonrisa aunque la disimulara, aunque le costara trabajo contenerse.
Era tan fácil ser él mismo con ella. Era tan fácil sonreír a su lado.
Pero este año ella no había llamado. Casi se había vuelto una costumbre esperar junto al teléfono el día antes a que América llamara. Eso que se había vuelto una tradición repentinamente había desaparecido esta vez, probablemente para siempre.
-Es una grandiosa decoración, Japón. -Inglaterra lo había felicitado. Este año, ante la ausencia de la iniciativa de América, él se había encargado solo de los arreglos y lo había hecho con un estilo más tradicional-. Se nota que América no metió sus narices este año.
Eso era lo que le partía el alma.
-América ha estado algo ocupada este último tiempo-la excusó, mientras su cuerpo se ponía nervioso y parecía temblar. No sabía si era cierto, no sabía nada de nada.
-Ya veo…aunque… bueno, ella es… así.
Japón quiso preguntarle si sabía algo de ella, si iba a venir. Pero desechó la idea de inmediato. No iba a meterlo en sus problemas. Además, ella podría seguir actuando normalmente con todo el mundo menos con él. No había motivo para decírselo y que él, como muestra de la amistad que aún mantenían, fuera a hablar con ella para reprochárselo. No, por nada de mundo debía ocasionar problemas a los demás con los suyos. Eso era tremendamente descortés.
La fiesta parecía ser un éxito. Muchas veces las demás naciones le reprocharon el hecho de que si esta era su fiesta no tenía por qué ser él el que los atendiera a ellos, sino todo lo contrario.
-Es un honor para mí poder servirles. -Les sonrió, trayendo una bandeja de postres japoneses.
No pareció convencerlos, pero al menos lo aceptaron. Eso sí, algunos países se ofrecieron a ayudarle, lo cual era gratificante pues solo no podría hacerlo todo y su cuerpo de anciano lo limitaba bastante. Aunque agradecía tener todo ese trabajo, así estaba menos tiempo ocupado pensando en América-san y la razón de su ausencia.
-A ti te pasa algo, Japón. -La voz de China-san interrumpió el hilo de sus pensamientos, mientras iba a buscar más sake-. Te conozco bien porque soy tu hermano mayor.
A China no se le escapaban cosas así. No cuando él lo había prácticamente criado. Conocía hasta el más leve de sus cambios y aunque sabía detectar algunos que eran indicio de algo malo para él mismo, muchas veces el amor que le tenía lo cegaba.
-No es nada importante, de verdad, China-san.
- ¿Tiene que ver con la niñata de América?
Directo en el blanco.
-No quiero hablar de eso, por favor, mis disculpas. -Se inclinó para disculparse. Continuó su camino hacia la habitación donde estaban los invitados.
-Japón…-Alargó la mano hasta él como intentando detenerlo.
- ¿Sí?
Guardó silencio repentinamente. Era como si se debatiera entre decirle algo o no decírselo.
-Solo no te pongas triste por eso. Tu hermano mayor sabe lo que te dice.
-Domo arigato. -Aunque no entendía bien lo que trataba de decirle, se sintió verdaderamente agradecido de tener su apoyo, si bien sabía que al final si algo de lo que tenía que suceder ocurría, ni iría a llorar con él. Ni siquiera tenía pensado algo parecido.
Volvió con los invitados. La tarde se había hecho más amena con el correr de las horas. Podía fingir un poco más que estaba bien mientras estuvieran presente, se dijo; luego en la noche, cuando no hubiera nadie más en casa, tendría tiempo para pensar.
-Bueno, es hora de irnos, Japón. -Inglaterra fue el primero en levantarse de la mesa baja.
- ¿Tan pronto? -alegó Francia. Inglaterra le dio un codazo en las costillas y él pareció recordar algo, también.
Qué complicidad tan extraña…
-Ha sido un gusto. Japón. Eres un gran anfitrión, como siempre.
Se inclinó en señal de agradecimiento. Uno a uno los invitados fueron recogiendo sus cosas y agolpándose en la entrada principal. Japón apenas si se dio cuenta de que no quedaba nadie más que Inglaterra a su lado.
-No vemos, entonces… que tengas un buen fin de semana. ¡Ah! Por cierto, no te vayas a dormir temprano y disfruta por completo de este día ¿de acuerdo?
-Seguiré su consejo. -Aunque no tenía idea de cómo hacerlo cuando todo lo que deseaba era encerrarse en su habitación y esconderse dentro de su futón. Esa era la razón del por qué se sentía especialmente aliviado de que todos sus invitados decidieran marcharse más temprano de lo normal.
Antes de que se diera cuenta, Inglaterra ya se había ido. Miró el reloj y ni siquiera eran las ocho. Faltaban un par de horas para que su cumpleaños acabara. Fiel al consejo que Inglaterra acababa de darle, ocupó su tiempo en limpiar la casa después de la fiesta y para su decepción acabó más rápido de lo que hubiera esperado.
Todavía quedaban dos horas para que su cumpleaños acabara. Y América-san aún no se daba el tiempo de llamarlo ¿tan ocupada estaba? Una llamada no debía tomarle nada de tiempo, ella solía llamarlo todo el tiempo, antes, a cada hora ¿qué estaba mal? ¿Qué estaba yendo mal con él? Cada vez que lo pensaba, se le ocurrían más y más razones por las que ella debió alejarse de su lado. Tenía una lista enorme de defectos. Y por sobre todo estaba el hecho de que era extraño. No entendía como ella pudo haber aguantado junto a él tanto tiempo con toda esa gente diciendo una y otra vez lo raro que era.
No debía ponerse triste. Debía marchar con la frente en alto ignorando los comentarios maliciosos que llegaran hasta él, pero era difícil cuando él mismo estaba consciente, hoy más que nunca, de sus excentricidades. De que al mundo le resultaba particularmente gracioso comentar sus maneras de ser, muchas veces de forma despectiva.
Lo que más le dolía era imaginar que América debía pensar ahora igual que ellos. Lo que otros pensaran de él le tenía sin cuidado, pero no así con América-san. No, tratándose de ella no podía no importarle.
Porque ella se había vuelto la persona más importante para él. Su desprecio era tan doloroso como una bomba atómica. Con ella, había cometido el error de bajar sus defensas. Por ella, había aprendido a mostrarse sin tantas reservas, a ser más él mismo sin temer al qué dirán. Y por ella, también, se había esforzado en ser una persona digna de su afecto, para que sus sentimientos de amor que crecían día a día dentro de él fueran correspondidos.
Se había enamorado de ella irremediablemente, y pedía a los dioses que ella algún día sintiera lo mismo por él con algo de suerte. Los días de felicidad que habían construido juntos se habían desmoronado por culpa de su estupidez, su falta de cordura, su egoísmo, su apatía… ¡se le ocurrían tantas razones por las que ella debía de odiarlo! Que no podía culparla de nada si ella decidía terminar.
Decidió preparar un poco de té. Aún le habían quedado algunos dulces de la pequeña ceremonia de té que preparó en la mañana. La ceremonia del té siempre le había dado paz interior. Sería lo suficientemente tranquilo como para calmar su alma desconsolada.
Justo cuando acababa de hervir el agua alguien llamó a la puerta. Extrañado, se dirigió a abrirla. Se dijo a sí mismo que no albergara falsas esperanzas, que seguramente se trataba de alguien que volvía por algo que olvidó. Sí, debía tratarse de algo así. Tan seguro estaba de eso que cuando abrió la puerta de su hogar no pudo sino sorprenderse ver a América en medio de la noche, con un gran abrigo cubriéndola y una caja en la mano. No tenía la habitual alegría de siempre y no parecía estar muy contenta, pero era ella.
Se quedó sin habla. Las palabras se atoraban en su garganta.
-América-san…-consiguió decir al fin.
-Japón. -Ella le sonrió. No era la sonrisa habitual llena de entusiasmo que siempre le mostraba, ni parecía que quería abalanzarse sobre él como antes-. ¡Feliz cumpleaños!
Pero al menos era ella y se había acordado de su cumpleaños después de todo. Solo con eso podía ser feliz. La invitó a pasar. No quería detenerse a pensar en su estado de ánimo porque eso arrancaría la alegría que le causaba su presencia. Se repitió mentalmente que no importaba. Ella estaba ahí y eso era todo lo que necesitaba saber.
- ¿Quiere tomar algo de té? -le ofreció apenas se sentaron alrededor de la mesa baja, él frente a ella.
-Sería estupendo-contestó alegre aunque su sonrisa se borró de inmediato de su rostro.
No esperó ni un minuto más para complacer a su invitada. Había sido una suerte que hubiera puesto a hervir el agua antes de que llegara. Fue a la cocina y sus manos rápidamente se pusieron a la obra. No obstante, quería ralentizar un tanto más el proceso. Inspiró profundamente. Todavía no estaba listo para enfrentarse a lo que ella tuviera que decirle. Aún no estaba listo para la ruptura. Respiró lentamente para tranquilizarse y terminar de preparar el té, porque sabía que tarde o temprano debía enfrentarse a la realidad por más horrible que fuera.
Volvió a la habitación. América jugueteaba con sus dedos, cosa impropia de ella. Dejó su taza de té frente a ella y ocupó su lugar al otro lado de la mesa. Le acercó los dulces japoneses para que los probara. No lo hizo. Le hubiera sorprendido más que lo hiciera, porque ella siempre solía decirle que sus dulces ni siquiera se acercaban a la palabra dulce, lo cual era normal considerando el excesivo dulce y colorido glaseado que ella le ponía a sus pasteles.
Bebió un sorbo de té tranquilamente. La observó ¿por qué no le decía nada? ¿Por qué no vino a su fiesta? ¿Por qué lo había estado ignorando durante casi un mes y ahora se presentaba en su casa con ese desánimo? ¿Tan difícil era dar por finalizada su relación? Tuvo un pequeño, casi ínfimo impulso de dibujar una sonrisa en su rostro, porque eso quería decir que para ella también era difícil. Igual que para él.
Abrió la boca. En unos minutos todo terminaría.
- ¿Por qué? -Dejó la taza en la mesa y la miró de frente. Una estupidez porque al momento en que ella lo miró directo a los ojos fue incapaz de sostener su mirada y la desvió a un lado, sonrojado y sentido-. El día de hoy, cuando no la vi con los demás en la fiesta, me preocupé mucho. Pensé que debía estar muy ocupada con asuntos que desconozco, pero…-Levantó la mirada para verla otra vez antes de apartarla-… pero si hay algo que pueda hacer… yo… quisiera poder ayudarla. -Se le quedaban cosas en el tintero, pero no sabía cómo seguir.
América exhaló pesadamente. Lo miró a los ojos, como debatiéndose entre llorar o mostrarse fuerte ¿era esta la señal que él estaba esperando para saber definitivamente que quería terminar?
- ¿Recuerdas el videojuego que querías y que yo te prometí te iba a regalar? -comenzó a hablar atropelladamente, como si estuviera quitándose de encima una ira tremenda-. Pues bien, te lo prometí y la heroína se puso en ello. Hablé con los fabricantes y después de horas y horas de charlas y papeleos me prometieron que me dejarían una copia ¡pero luego los muy cerdos no cumplieron cuando fui a buscarlo esta última semana! Aunque sale al mercado en unos meses ya estaba listo y terminado. Entonces ahí tuve que ir, hablar con ellos otra vez, recordarles lo que prometieron porque eso no podía quedar así y aunque usé todos mis encantos, hice ojitos y les di todas esas charlas sobre el valor de cumplir las promesas terminaron por hartarse y echarme ¡a mí, a la heroína! Y cuando me di cuenta, ya era tu cumpleaños y todo lo que tuve tiempo de hacer antes de tomar el siguiente vuelo hasta aquí fue hornearte un pie de manzana. -Le acercó la caja que había dejado sobre la mesa para que él revisara su contenido, que de hecho se veían más normal que los pasteles llenos de color que le había obsequiado en otras ocasiones-. ¡I´m sorry, Kiku! ¡Te prometí ese videojuego y al final no pude dártelo! ¡Promesa que lo intenté una y otra vez!
Resultaba increíble que ella pudiera decir todo eso de una vez sin que se le agotara el aliento. Estuvo escuchándola casi sin pestañar, atónito y sin poder creerlo. Había esperado escuchar algo completamente distinto.
- ¿Quiere decir que esa es la razón por la que ha estado evitándome todo este tiempo, porque no quería decepcionarme? -No lo podía creer. Le costaba creerlo aún, de hecho.
- ¡No es como si fuera cualquier cosa! era el regalo especial que quería obsequiarle a mi novio y que al final no pude darle.
Su novio. Después de todo lo que había pasado por su cabeza ¿podía ser así? ¿Podía todo terminar bien? ¿Podían ser solo demonios de su imaginación? La observó, viéndola sentirse tan culpable y miserable por una cosa que en realidad no tenía la importancia que ella le daba, no si lo comparaba con el miedo que había sentido de perderla.
- ¿Quiere decir que usted no estaba pensando en terminar conmigo? -Las palabras salieron de su boca aprisa, antes de que intoxicaran su alma y su mente. Al decirlas fue como si espantara a un viejo fantasma que tantos años lo acompañó.
América lo miró atónita.
- ¡Por supuesto que no! Quiero decir ¡no! ¿¡Por qué querría terminar contigo!?
Se le ocurría un millón de razones para que ella quisiera hacerlo. Bajó la cabeza, mirando los dedos de su mano. Seguramente a sus ojos debía estar temblando como siempre, pero le costaba trabajo mirarla. Hizo una mueca que bien podía ser interpretada como una sonrisa, pero que en realidad era un gesto nervioso, irónico.
-Soy… extraño. Mi físico no es alentador. No hay nada en mí que pueda ser considerado atractivo a la vista. -Hizo una pausa para mirarla. América se había quedado repentinamente quieta, como si le estuviera explicando una obviedad de la que ella todavía no se daba cuenta-. No me gusta mucho el contacto social y prefiero quedarme en casa viendo animé o jugando algún videojuego antes de salir con los otros. Mis gustos y costumbres son…. tan extraños que la mayoría no los entiende. -Agachó la cabeza entre los hombros, sonrojado y evitando mirarla, porque le daba una vergüenza enorme hacerlo y no quería detenerse ahora que le estaba explicando las razones del por qué era sensato terminar con él y que él podría entender si lo hacía-. Y como si fuera poco… soy… un pervertido de la peor clase.
Recordó de especial forma una la última vez que hicieron el amor. Él se había quedado entre sus piernas después del coito acariciando su cuerpo con sus manos, con la boca ocupada sorbiendo uno de sus pechos, mirándola a los ojos con profunda devoción mientras ella le devolvía la mirada tiernamente. La felicidad debía ser algo como eso. Se había sentido tan pleno y feliz unido de esa forma a ella que cuando eso ocurrió sin querer mientras la acariciaba no hizo más que seguir por inercia, como si fuera un paso más del ritual amoroso.
Hasta que ella notó el dolor y vio lo que él había hecho. Su rostro asustado, enfurecido e indignado era algo que jamás iba a olvidar. No se había dado cuenta de lo que había causado hasta que ella se apartó bruscamente y él vio con sus propios ojos la razón del por qué tenía tanto miedo asomándose en su punta rosada enrojecida después de sus atenciones. Cuando se ha soñado con algo durante tanto tiempo y se vuelve realidad cuesta creer que en verdad está ocurriendo: eso fue lo que sucedió en ese instante. Ella le pidió explicaciones y él no pudo hacer otra cosa que disculparse profundamente por dejarse llevar, con la frente tocando en suelo mientras se inclinaba en el piso. Sabía que había cometido un error terrible. Ella tenía todo el derecho de llamarlo depravado después de eso. Ese había sido el error que había desencadenado todos sus miedos esas últimas semanas.
-Gomenasai, América-san. -Con tan solo recordarlo le daban ganas de esconderse para siempre. Pero él no era un cobarde, nunca lo había sido-. Lo siento, por todo.
-Kiku…
Le gustaba oír su nombre humano de sus labios. Siempre lo llamaba así en la intimidad. Era una forma más personal para llamarlo a él y no al país: con eso le decía que deseaba al hombre y no a la nación. Y él se sentía afortunado cada vez que la escuchaba decirlo y se daba cuenta de que significaba algo para ella, aunque solo fuera una mentira ideada por su mente.
- ¿Eres tonto o qué? -América frenó sus pensamientos de golpe. Japón la miró directamente a los ojos y su enojo hizo que fuera incapaz de mirarla por más tiempo-. ¡Jamás me cansaré de repetírtelo! ¡I love you! ¡Aunque seas un friki de primera! -Ella también lo era, pero eso era cosa aparte-. ¡Aunque estés completamente loco! -continuó-. Te quiero, Kiku. Te quiero tal cual eres.
-Emily-san…
Ella tanteó los botones de su abrigo con sus dedos. Al fin había llegado el momento de sacar el plan B a flote.
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